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Venezuela, un diálogo prometedor y urgente

Mauricio Jaramillo Jassir

Nicolas Maduro - De Kremlin.ru, CC BY 4.0

Después de varios años de crisis, Venezuela vuelve a la mesa de negociación entre el oficialismo y la oposición.

Se trata, a todas luces, de una buena noticia para ese golpeado país, como para América Latina testigo del peor drama migratorio de su historia que hoy tiene a 6 millones de venezolanos en el exilio, panorama desolador solo comparable a la situación de los refugiados de Oriente Medio que, desde hace varios años, pretenden llegar a otros lugares huyendo de la violencia. 
 
Desde 2015, Venezuela ha saltado de esquemas de diálogo que no han conducido a nada y en el que el común denominador ha sido la falta de cambios profundos, la división evidente de la oposición, y la agudización acelerada de la crisis. A partir de 2017 con las sanciones a la industria del petróleo decididas por Donald Trump y la caída de la producción a niveles históricos, Caracas ha buscado evitar las sanciones que, junto al desastre provocado por el madurismo, se ha visto en la obligación de importar combustible desde Irán. Una cruda paradoja que desnuda el desastre de lo que fue otrora una nación rica del Caribe.
 
Por eso, no cabe dudas sobre la urgencia de un diálogo que siente las bases de una transición política y permita, de una vez por todas, la recuperación económica cada vez más lejana dispendiosa y costosa.  Claro está, desde ahora, se vaticina un fracaso y sobre todo la derecha latinoamericana ve con escepticismo cualquier escenario alternativo a la salida sin dilaciones de Nicolás Maduro, una posibilidad que se ha intentado desde 2017 con resultados deplorables.

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Bandera de Venezuela - Dominio público

¿Qué explica que, justo en este momento oposición y oficialismo hayan decidido volver a una mesa de negociaciones? En primer lugar, la llegada al poder en México de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha sido un elemento fundamental. El gobierno anterior de Enrique Peña Nieto fue uno de los promotores del Grupo de Lima que, en 2017 y ante el sorpresivo llamado unilateral de Maduro para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, decidió aislar sin contemplaciones a Caracas y cerrarle cualquier espacio regional. El cerco diplomático tuvo su máxima expresión a comienzos de 2019, cuando correspondió a Juan Guaidó la presidencia del aparato legislativo, Asamblea Nacional (AN), y tras varios intentos de declarar insubsistente al presidente, procedió a volcar todos los esfuerzos hacia la comunidad internacional. AMLO fue claro en retomar la doctrina Estrada de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados y desde su llegada se unió al Grupo de Contacto, menos mediático, pero más efectivo y comprometido con el diálogo como única salida. El peso de México en la región ha venido en incremento, lo cual se observa por el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) cuyas actividades se congelaron por decisión de gobiernos conservadores que pensaban con ello contribuir al aislamiento venezolano. Y, de igual forma, AMLO ha retomado de forma expresa la relación especial con Cuba que comprobó en uno de los momentos más álgidos de la guerra fría, la neutralidad de la política exterior mexicana, imprenta indiscutible de su aparato diplomático.

En segundo lugar, la estrategia de la oposición fracaso. Tras 5 años controlando la AN, y apostando siempre a desconocer a Maduro la oposición fue estrechando su margen de maniobra. En la euforia de la victoria espectacular y rotunda en las elecciones de diciembre de 2015 (6D), la oposición se pensó ad portas de la salida de Maduro bien fuera por control político desde el legislativo o por la convocatoria en 2018 de un referendo revocatorio fácilmente presumible como ganable, habida cuenta de la poca aceptación del oficialismo. No obstante, Henry Ramos Allup, Julio Borges, Omar Barboza y Juan Guaidó fueron incapaces de generar amplios consensos en el seno opositor para administrar una victoria que hace 6 años parecía prometedora y punto de inflexión para la paulatina superación del chavismo. En este mismo orden de ideas, se puede evocar la poca efectividad de la estrategia del cerco diplomático y la subsecuente puesta en entredicho de la legitimidad de las sanciones. Aunque parezca obvio se debe repetir: las sanciones sobre la industria golpean a los más débiles, radicalizan a quienes detentan el poder y les otorgan oxigeno político al facilitar la retórica del enemigo externo. El actual establecimiento ha consrtuido un elaborado discurso sobre la ilegalidad de las sanciones y la forma cómo en ausencia de las mismas el socialismo funcionaria sin trabas. Mantener dicho esquema en medio del covid-19 parece además darle la razón al oficialismo.

 

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Andrés Manuel López Obrador - EneasMx Trabajo Propio CC 4.0

Tercero, y en complemento de lo anterior, la crisis de la pandemia ha obligado a todos los sectores a cooperar. En medio de la peor coyuntura sanitaria de la historia es apenas natural que surja un proceso de diálogo con miras a las múltiples transiciones a las que se verá abocada Venezuela en el, ojalá, corto y mediano plazo.  La oposición siente que aún tiene un margen para recuperar la democracia sacando provecho de la necesidad por consensuar unos mínimos para reactivar la económica. Por eso no causa extrañeza la tímida unidad del llamado G4 donde tienen asiento Acción Democrática, Voluntad Popular, Un Tiempo Nuevo y Primero Justicia. Allí se combinan partidos tradicionales con movimientos surgidos durante el largo lapso del chavismo.  Esto muestra cuán complejo es hoy la tarea opositora pues son cada vez más los sectores que se suman sin que aquello signifique fortaleza, como fragmentación.

Es tan precaria la situación que no parece haber grandes enfrentamientos sobre el modelo económico, a diferencia de lo que ocurre con el tema político en el que la ausencia de contrapesos al ejecutivo, hacen temer por un proceso complejo y espinoso pero que deberá mantenerse pues las partes se necesitan como nunca antes.