El encuentro, una filosofía
Nicolás Guillot Leclerc
El encuentro según Charles Pépin “tiene el poder de hacernos descubrir el amor, la amistad o conducirnos hacia el éxito”.
Según el autor, el encuentro tiene la capacidad de sacudir y fisurar nuestro “caparazón social”, ese que se deriva de nuestro documento de identidad, nuestra profesión, o nuestro oficio. Sin embargo, muchos hombres y mujeres se condenan a la soledad al mantener cerrada la puerta de la “sacudida”, simplemente porque “el otro no corresponde a sus criterios sociales”.
Pépin señala, igualmente, que el encuentro también invita a descubrir el mundo del otro. Para ilustrarlo, relata una experiencia personal: su encuentro, en secundaria, con el profesor de filosofía Bernard Clerté.
El autor cursaba décimo grado con enfoque científico, es decir que recibía más horas de clase de matemáticas, física, química y biología. Sin embargo, durante un recreo, tras una conversación con Clerté sobre El Extranjero de Albert Camus, novela que Pépin había leído y lo había marcado, el profesor le sugirió que se cambiará a la sección literaria. Unos cuantos días más tarde lo hizo, el mundo de Bernard Clerté le generó la curiosidad suficiente para ello. Hoy en día es filósofo.
Pero el encuentro también es sinónimo de descubrir otro punto de vista. Para ejemplificarlo, Pépin hace alusión a una historia de amor del siglo de las luces entre la aristócrata Émilie du Châtelet y Voltaire.
Du Châtelet era científica, y fue quien tradujo por primera vez al francés los Principios Matemáticos de Newton, recuerda Pépin. Voltaire, es bien sabido, era filósofo y dramaturgo.
Este último comprende a través de ella “que su dedicación a las matemáticas y la física se deriva de una lucha feminista. En la medida en que una mujer, en el siglo XVIII, no podía pretender gobernar su país, ni defenderlo […], la única vía ambiciosa que le quedaba era la ciencia”.
Voltaire descubre entonces “otro punto de vista sobre el conocimiento y la ambición, sobre su época, otro punto de vista sobre el mundo, el de una mujer, una feminista”, sostiene el autor.
Ella, por su parte, “se pone en sus zapatos: él no se parece a esos aristócratas con los que ella creció, cómodamente instalados en siglos de dominación social […]; le encuentra cierta belleza a su radicalidad”. Cabe recordar que Voltaire estuvo exiliado en Inglaterra y regresó a su país, Francia, sorprendido por la tolerancia que encontró del otro lado del Canal de la Mancha, lo cual lo condujo a criticar fuertemente la monarquía francesa.
Sobre aquello de la alteridad y sus efectos, sin apartarse de la experiencia vivida por Émilie du Châtelet y Voltaire, el autor concluye diciendo: “[…] Cambio tras mi contacto contigo […], modifico algunos de mis hábitos, algunas de mis opiniones […], llevo de manera distinta mi existencia”.
El otro, a veces, también puede salvarme la vida. Para ilustrarlo, Pépin hace alusión al concepto del “tutor de resiliencia” del psiquiatra Boris Cyrulnik, entendido como “una de esas personas de nuestro entorno que con cuidado, atención y amor, puede ayudarnos a levantarnos tras un drama”.
Dicho “tutor” puede ser “un pariente, un profesor, un padrino…quien quiera que sea, mientras sea capaz de no juzgar, no encerrar al otro en su pasado […], estar atento, ser afectuoso […], hablar de banalidades, en otras palabras, ser bondadoso […] y aceptar al otro incondicionalmente. Surge así la esperanza de un pequeño milagro: que el otro se libere […] de su destino de sobreviviente de una masacre, de su estatus de víctima de violencia familiar, y se autorice a vivir normalmente”.
Boris Cyrulnik sobrevivió a los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial y su tutor de resiliencia fue el esposo de una tía suya: Émile, científico y jugador de rugby.
Finalmente, el autor aborda también “lo que podemos hacer para facilitar nuestros encuentros y lograr hacer del azar nuestro aliado”.
Para Pépin hay que actuar, hay que provocarlo. “Basta con salir de casa para provocar el azar y, tal vez, cambiarlo todo”. Y agrega que la disponibilidad también es necesaria. Según el filósofo se trata de salir y “estar disponible para el encuentro”.
Según él solemos tener expectativas demasiado precisas, que nos hacen correr el riesgo de perdernos un encuentro con una persona que no corresponda a nuestros criterios, pero con la cual podríamos vivir una linda historia.
Para estar disponibles debemos por lo tanto flexibilizar nuestras expectativas, nuestros criterios y nuestros prejuicios.
De manera acertada, Pépin hace una analogía con las obras de arte en los museos: “buscamos una obra de arte particular en un museo, sabemos dónde se encuentra, lo hemos estudiado. No hemos llegado a ella pero, en el camino, nos topamos con otra obra sobre la que no sabíamos nada, y nos detenemos. Y es con ésta, surgida del azar, que el encuentro se produce”.
Lo anterior no hubiese sido posible si hubiésemos permanecido con la cara incrustada en el plano del museo.
Pequeña disección del libro El encuentro, una filosofía, del filósofo francés Charles Pépin.