De las Almas Muertas, las buenas costumbres y una provocación
Héctor Iván Hurtatis Espinosa
Héctor Iván Hurtatis Espinosa
-Excelencia! Soy un miserable y el peor de los canallas-
Dijo Tchichikov con voz temblorosa.
Nikolái Gógol, prestante miembro de la nobleza, se ganó el desprecio de las castas dominantes en la Rusia zarista, cuando en 1842 publicó su obra maestra llamada Almas muertas. En esta novela, Gógol narraba la historia de un tal Pavel Chíchikov, exburócrata ruso que viajara por aquella abominable Rusia imperial comprando las almas muertas de los siervos fallecidos.
A pesar de lo retórica o metafísica que parezca la descripción, Gógol se las arregla para explicar las razones que tiene su protagonista para aventurarse a tan quijotesca labor. Por aquella época, en la Rusia feudal los siervos eran considerados una propiedad más de los terratenientes; por ende, podían ser vendidos y comprados según fuese la necesidad de sus dueños. Chíchikov, un tipo descrito como carismático, hipócrita, manipulador y sibarita, se da cuenta en su antiguo trabajo que los censos de dichos siervos estaban desactualizados, pues muchos de los siervos que morían aparecían todavía vivos en las estadísticas oficiales del Estado. Así pues, Chíchikovviaja por todo el país para hacerse dueño de los siervos fallecidos, convenciendo a los propietarios de venderle las “almas muertas” de aquellos infelices, a cambio de liberarles de los impuestos y demás pagos que los terratenientes debían asumir por esas propiedades que ya no tenían utilidad alguna.
Chíchikovplaneaba, de esta manera, legalizar paulatinamente para así las nuevas propiedades de aquellas almas, ser beneficiado con la adjudicación de tierras y otra serie de dádivas, entregadas por el Estado a los terratenientes que demostraran su poderío y riqueza. Con esta astucia, Chíchikovplaneaba hacerse rico y convertirse en un hombre respetado y venerado en la sociedad de aquella época. A pesar de su ingenio, el plan se derrumba en medio de una serie de sucesos que, por respeto a la obra, no vale la pena señalar. Curiosamente, Pavel Chíchikovse las arregla para salir bien librado y eludir las consecuencias.
Pero no es la intensa narrativa o la locuaz historia lo que lleva a Gógol a ganarse el desprecio de su clase: el motivo del disgusto es su cómica y a veces trágica descripción de aquellos personajes miembros de la alta alcurnia, con quienes Chíchikovnegocia la compra de sus almas muertas. Aquellos actores dentro de la novela, que si bien están revestidos bajo el manto de las buenas y sanas costumbres, resultan a fin de cuentas repulsivas efigies de la decadente élite gobernante del país, fantoche, torpe y gastada, enmarcada en la apariencia del buen vino y los placeres.
La élite descrita por Gógol, advierte la profunda ruptura existente en la sociedad rusa, una suerte de denuncia entre líneas sobre lo grotesco e hipócrita del moralismo de la época, donde un grupúsculo, por obvias razones, había separado, de profunda e irreversible manera, su suerte de la del resto de sus conterráneos. Sin entrar a detallar los presupuestos políticos de Gógol, el texto también se construye como una crítica existencial al concepto de nación rusa, una idea vaga e incomprensible que, en algunos pasajes, parece develarse y acto seguido desaparece o se contradice. A pesar de la enorme dificultad para comprender su patria, algunos apartes de su obra maestra no dejan de evidenciar el profundo amor a su suelo, a riesgo de ser acusado por algunos de chovinista, el protagonista de la obra vibra a ratos con un amor incandescente por ese concepto de nación tan etéreo:
Perplejo, permanezco inmóvil; y ya se cierne sobre mi cabeza un nubarrón amenazante, cargado de la lluvia cercana, y el pensamiento se embota ante tu inmensidad ilimitada.
¿Qué presagia esa vasta extensión?
¿No será que aquí, no será en ti que surgirán ideas ilimitadas, como ilimitada eres tú?
¿No es aquí donde algún día volverán a la vida los héroes antiguos, cuando ofrezcas de nuevo el escenario para sus hazañas?
Y tus tierras infinitas me envuelven, amenazadoras, reflejadas con fuerza pavorosa, en lo hondo de mi ser; con esplendor sobrenatural, rompe el día ante mis ojos
¡Ah, horizontes radiantes, maravillosos, de los cuales nada sabe el mundo! ¡Rusia!'
Comedia humana o no, Gógol describe con lujo de detalle a este héroe que no es héroe, un Chíchikovque, al inicio, aparenta ser un hombre honrado y ocurrente pero que, con el paso de los hechos narrados, muestra lo más bajo así como gallardo de su subconsciente, descubriendo el rostro sin filtro de este exburócrata, sin pretender salvarle ante los ojos del lector. El autor ruso, así como muchos de su patria, devela de manera clara y contundente el duro mundo de aquel momento histórico, donde el ascenso social de nuestro Chíchikov se determinaba por la estafa, pero sobre todo por la apariencia propia que debían reflejar quienes aspiraban, como proyecto de vida, a congraciarse con lo más íntimo del poder para darle sentido a la existencia misma. Se comprende, entonces, que si para ello Chíchikovtenía que llevarse por delante hasta a su progenitora, lo haría sin siquiera dudarlo; esas, a fin de cuentas, eran las reglas enmarcadas en las sanas costumbres, propias de aquella estrafalaria nobleza.
Despreciado por la misma nobleza a la cual pertenecía, Gógol busca la redención frente a su atroz crimen dentro de la sociedad Rusa, queriendo aplacar el innombrable error de atacar a esta insigne sociedad feudal. Para ello, hace lo que mejor sabe: escribir, para 1846, la segunda parte de su obra maestra, que se llamaría Almas blancas.
La obra nunca se conocerá completamente. Una buena parte de los manuscritos fueron quemados por él mismo en sus últimos años de vida; varias correspondencias suyas explicarían razones morales que le impedían mostrar en público su trabajo. Este era el hombre de carne y hueso detrás de la novela: gallardo en su proximidad a la muerte, prefirió la compostura y la perfección antes que la gloria. Gógol fallecería en su casa de Moscú en 1852.
Su obra es eterna y universal, refleja no solo la condición humana del hombre ruso o de la mentalidad eslava, evidencia también los grandes y profundos dilemas que atraviesa el hombre en su trayecto por la vida. Prueba de ello es la pintoresca narración de Almas muertas, así como la vida misma de su autor:
Y por más que se las ingenie intentando ennoblecer ese epíteto, a pesar de que pague a escritorzuelos para que lo hagan proceder de una antigua casta de príncipes, da igual: su apodo proclamará gritando a los cuatro vientos con su garganta de cuervo, cuál es la procedencia del pájaro.
Habiendo ya cumplido casi 172 años de su publicación, una provocadora pregunta pudiera acercar la novela al contexto propio. ¿No es acaso la obra de Gógol una descripción impecable de la burda realidad que ha acompañado la vida republicana de este país?
Pareciera que sí, generaciones enteras han sido testigos de cómo personajes como Chíchikov han ascendido, con el beneplácito de unas élites ensimismadas en su torpeza para pensar realmente en país, en sociedad, en conjunto. Valdría explicar que el contexto ruso feudal dificultaba tal razonamiento. Curiosamente, Colombia se inscribe en esa misma naturaleza: la fragmentación territorial, geográfica y política, facilita la existencia de amos que construyen su poder como si fueran señores feudales. Aquí los libros de historia hablan de los mismos apellidos una y otra vez.
Esa es la Colombia en que nos situamos, donde la mojigatería y el oportunismo son los escalones para el ascenso social, entre cocteles sociales, cinismo y apariencia. Donde posamos de jueces indignados para decir lo que está bien o mal en el vecindario, sin habernos siquiera asomado a la puerta de nuestra habitación para, por lo menos, observar la situación misma de nuestra casa.
¿Seremos todos almas muertas?
Difícilmente se podrá contestar la pregunta con un sí o un no. Por lo pronto, valdría la pena descubrir los profundos laberintos existentes en una obra como esta. Gógol, en justa lid, se ha ganado un sitio privilegiado entre los grandes de la literatura moderna y realista.