Un nuevo capítulo en las relaciones América Latina y Estados Unidos
Mauricio Jaramillo Jassir
Mauricio Jaramillo Jassir
El 2021 comienza con nuevos aires para Estados Unidos con la llegada de Joe Biden y el cierre del capítulo de Donald Trump, al menos en el corto plazo.
Quedará atrás el verbo encendido y torpe de uno de los presidentes más polémicos en la historia de Estados Unidos y, sin duda alguna, desde la globalización, el más mediático y quien estuviera a punto de cambiar para mal el rumbo de la democracia de Estados Unidos. Semejante estilo de gestión no podía pasar desapercibido en América Latina, donde se sintieron fuertemente sus estragos. El nacionalismo económico llegó a inquietar a varios países y concretamente se especuló acerca de la posibilidad de que se reversaran acuerdos comerciales bilaterales. También preocupaba un posible recorte de ayuda para el desarrollo, y la introspección en temas multilaterales claves para la zona, como el medio ambiente, el diálogo para superar crisis políticas y los derechos humanos. Pero, sin asomo de duda, los dos temas donde se observaron más retrocesos con Trump consistieron en la migración, fuertemente castigada y estigmatizada; y el narcotráfico, simplificado en extremo como en las peores épocas de los 70 u 80.
En materia migratoria volvió con insistencia la categoría de “migrante ilegal” a pesar de todas las advertencias para descartar su uso, dado que los asocia arbitrariamente con la delincuencia y termina por justificar abusos de todo tipo que se cometen en su contra. Del catastrófico legado de Trump, sobresale la separación de familias. Finalizando 2020, 545 niños no habían podido hallar a sus padres, una tragedia para cientos de latinoamericanos, especialmente de América Central, divididos y despojados de derechos elementales. Y en cuanto al narcotráfico, los cuatro años del hoy expresidente republicano estuvieron marcados por la insistencia exclusiva en reducir la oferta por parte de los llamados países productores, y en particular, Colombia, que aceptó sin amago de dignidad el rol secundario y complaciente que atenta contra décadas de defensa del principio de responsabilidad compartida.
Si bien varios sectores e incluso reputados analistas han apuntado a que no es posible un cambio sustancial por parte de Washington hacia América Latina, es conveniente recordar que, hasta el momento, Biden ha dado muestras de una vocación genuina de transformación. En este sentido, sobresalen tres temas vitales para América Latina donde se desmarcaría de su antecesor y significarían cambios positivos que urgen a la zona.
El primero es la paz en Colombia, asunto que insólitamente ha perdido valor por la postura incomprensible del actual gobierno de Iván Duque de endilgar todos los problemas del postconflicto a las concesiones de la administración pasada frente a la guerrilla. Aunque Estados Unidos con el efusivo apoyo de Barack Obama llegó a un compromiso de enorme envergadura que incluyó el envío de Bernard Aronson, gesto inédito, la coincidencia de gobiernos Trump-Duque afectó seriamente la concreción de los acuerdos que depende cada vez más de la vigilancia e impulso exterior. Los primeros anuncios de Biden de compromiso con la paz y las exigencias a la administración del Centro Democrático porque haya mayor efectividad para proteger a los excombatientes y defensores de derechos humanos hablan de un aire renovado que le conviene al país.
En segundo lugar, Biden ha reconocido la necesidad de una nueva política hacia Cuba. Con Trump no solo se revivieron las sanciones suspendidas por Obama, sino que como ningún gobierno, activó el Titulo III de la Ley Helms Burton que le permite a cualquier ciudadano que se considere afectado por las nacionalizaciones de la revolución cubana demandar a ese Estado ante tribunales de los Estados Unidos. El líder demócrata ha reconocido que, con esta agresiva campaña no se ha logrado nada relevante en materia de derechos humanos en Cuba. Biden revive el interrogante que llevó a que en el pasado normalizaran relaciones La Habana y Washington: ¿cómo entender que se mantengan relaciones diplomáticas cordiales con países comunistas como China y Vietnam, mientras se sanciona sistemáticamente a Cuba?
Y en materia migratoria, Biden ya ha dado las primas muestras de un cambio representativo para reversar algunas de las decisiones que estigmatizaron a los migrantes y los castigaron al equipar su situación “irregular” con una “ilegal”. La decisión de reanudar las naturalizaciones seguramente garantiza el goce de derechos para millones de migrantes cuya condición había empeorado en el gobierno pasado, no solo por las deportaciones y restricciones, sino por el discurso que ahondó las divisiones y generó polarización.
Ahora bien, queda un tema pendiente en el que será difícil prever cambios y donde la urgencia por hallar una pronta solución es innegable: Venezuela. El margen de Biden es estrecho en la medida en que parece haber un consenso bipartidista de que cualquier signo de flexibilidad frente a un diálogo oficialismo y oposición constituye debilidad frente a Nicolás Maduro cada vez más aislado, pero no necesariamente en peores condiciones para mantenerse en el poder. Las sanciones han comprobado con creces su esterilidad y al contrario de su propósito, parece haber menos espacios para el diálogo, lo cual se explica, además, por una oposición cada vez más fragmentada y cuya legitimidad interna y exterior se debilita aceleradamente. Venezuela es, por ende, el reto más complejo del recién posesionado Biden, y constituye una prueba para el Partido Demócrata pues deberá apelar a una estrategia que no siga ahondando la crisis dramática y sin que el llamado al diálogo, única salida posible, sea interpretado como señal de condescendencia respecto de Maduro.
De cara al futuro, Estados Unidos deberá entender el craso error que supone la condena a cualquier plataforma progresista que llegue al poder en la región. Con la posibilidad real de que partidos de izquierda ganen las elecciones en Ecuador, Perú (2021), Brasil, Colombia y Chile (2022) no habrá justificación alguna para una postura propia de la Guerra Fría tan nociva para América Latina como para Washington.