El ambientalismo subversivo
Manuel Guzmán-Hennessey
Viene ganando terreno la expresión “ambientalistas extremos”, cuando se quiere descalificar a la ciencia, con menos argumentos que intereses a favor de prácticas que ponen en peligro a los ecosistemas. Si nos fijamos mejor, encontraremos que antes que “extremos” los ambientalistas son (y deben ser) por naturaleza, subversivos. Para argumentar este pensamiento permítanme hacer mías las palabras del Rey Lear en la tragedia de Shakespeare: “Mira hacia atrás, apagado corazón, y descubre el centro de la vida”. El movimiento ambientalista ha sido siempre subversivo pues esa es su razón vital de ser. Nada es más subversivo, en la sociedad del ‘business as usual’, que la defensa integral de la vida.
Y a propósito de Shakespeare, es preciso citar también a quien fuera considerado por sus pares ‘el Shakespeare de la ciencia’. El hombre más importante de su tiempo: Alexander von Humboldt. Él dijo en 1801 que la tierra no estaba al servicio del hombre sino que el hombre y la tierra constituían una sola totalidad indivisible, cuyos diversos componentes se retroalimentaban entre sí, en virtud de su intercambio dinámico de energías. Pensamiento que subvertía, nada menos a Bacon y a Descartes, para quienes el mundo no era una totalidad indivisible sino divisible, parcelable, domesticable. James Lovelock y Lynn Margulis confirmarían el aserto de Humboldt casi dos siglos después, en la ‘Hipótesis GAIA’, y los aportes del filósofo noruego Arne Naess, en su ‘ecología profunda’ y Theodore Roszak, en su libro ‘Persona Planeta’, acabarían por redondear un pensamiento que hoy se considera esencial para entender el mundo: la naturaleza es altamente compleja.
Humboldt intuyó, a partir de la comprobación de nuestra enorme complejidad biológica, la evolución social de la ecología: el ambientalismo complejo del siglo XXI, tal y como lo concibe hoy Julio Carrizosa. Confluencia virtuosa de múltiples saberes alrededor de la protección de la vida. Sabiduría que hunde sus raíces en las más antiguas prácticas de convivencia entre los hombres y la naturaleza, la antiquísima filosofía del Tai Zu Kun, a la que también se refirió Carrizosa en el año 2001: “La naturaleza y el hombre se comunican entre sí, todas las cosas en la Tierra están interrelacionadas, sus espíritus están influenciados por cada uno de los otros”. Otro visionario, el sociobiólogo Edward Wilson, conocido como el padre de la consiliencia, escribiría a finales del siglo XX que la mejor manera de garantizar la continuidad de la vida y de la cultura era propiciando la unión de todas las artes y las ciencias.
Fuente: William Shakespeare - dominio público
El ambientalismo es hermoso porque es diverso, y es subversivo porque es hermoso. Roszak sentenció: “Las necesidades del planeta y las necesidades de la persona se han unificado, y juntas, han comenzado a actuar sobre las instituciones centrales de la sociedad con una fuerza profundamente subversiva, que encierra en sí la promesa de una renovación cultural”. Subversión de un orden del pensamiento y la cultura que ha demostrado ser inadecuado para construir el progreso sostenible, ‘plus ultra existencial’ de una proclama pacífica pero vigorosa por la vida y por la libertad, orientada hacia la construcción de los nuevos paradigmas que las sociedades del siglo XXI necesitan para ser viables más allá del 2050.
Subversivo fue en 1972 el documento “Una sola Tierra”, insumo de la Conferencia de Estocolmo convocada por las Naciones Unidas. Subversivos fueron el documento de Founex y la declaración de los científicos de Menton en 1971. También el Club de Roma y el documento “Los límites del crecimiento” de 1972, y luego “Nuestro futuro común” de 1985. Y entre nosotros, subversiva fue “la Carta de Bogotá” de 1985, y los documentos “Ecodesarrollo” y “Nuestra propia Agenda”, que intentaron, quizás por primera vez, el camino de una unidad latinoamericana del ambientalismo, rumbo a la Cumbre mundial de la Tierra Brasil 92.
Subversivo fue, en 1977, el pensamiento de Augusto Ángel Maya y sus trabajos visionarios que hermosamente recoge Ana Patricia Noguera de Echeverri en su ‘Preludio en Tono Menor’. Patricia recuerda lo que pensaba Walter Benjamin sobre la primera guerra mundial y que bien podríamos recordar, especialmente hoy, como lección, ojalá bien aprendida, de lo que han significado para la historia humana la estupidez de todas las guerras. La ilustración, decía Benjamin, no habría sido la renuncia que los hombres habían hecho de sus dioses, sino el abandono que los dioses habrían hecho de los hombres. Estos últimos, abandonados a su libertad, no habrían sabido qué hacer con ella, y lo único que se les había ocurrido, era institucionalizar la guerra. En 1968 no habíamos acabado de asimilar el impacto de la publicación de ‘La Primavera Silenciosa’ (Carson, 1962) cuando el mundo se estremeció por el mayo de París. Los acontecimientos de la historia suelen darse en racimos y los procesos orden- caos anuncian órdenes mejores y nos descubren la afirmación instintiva de la continuidad de la vida. El ambientalismo celebra hoy la posibilidad de una nueva alborada que construirán los más jóvenes de este país cuando la agenda ambiental del posconflicto se acerque al 2050.
Fuente: Alexander von Humboldt - Dominio público
Los jóvenes tienen que saber que el sistema civilizatorio del mundo, en su conjunto, está a punto de colapsar, debido a que la lógica del desarrollo amenaza la continuidad de la vida. Este modo de desarrollo, entendido como sinónimo de crecimiento ilimitado, fue sacralizado durante todo el siglo XX como el único camino hacia el progreso.
La economía intensiva del carbono le cuesta hoy al mundo 4.5 millones de muertos al año, y compromete 1.6% del PIB global; esto es algo así como 1.2 billones de dólares; pero los científicos han dicho que tal situación puede empeorar, debido a que antes del 2030 el mundo tendría que soportar 6 millones de muertes al año que comprometerían el 3.2% del PIB global. Si el nivel actual de emisiones de carbono se mantiene, según advierte el escenario RCP 8.8 del Panel Intergubernamental de científicos por el cambio climático de las Naciones Unidas, las pérdidas económicas globales podrán superar el 10% del ingreso bruto del mundo antes de 2100.
La actual crisis ambiental, escribió Ángel Maya, es posible que nos obligue a repensar la totalidad de la cultura.