Editorial: La conjunción de los astros
Luis Enrique Nieto Arango
Luis Enrique Nieto Arango
De la existencia de Felipe VI de Valois (1293- 1350) Rey de Francia - primero de la dinastía que sucedió a la de los Capetos- puede afirmarse que no la tuvo fácil: su primer tropiezo fue no pertenecer a la casa reinante, de ahí el sobrenombre que lo distinguió: Rey encontrado.
Durante su reinado de 1328 a 1350 se desató la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra y, si esto fuera poco, le correspondió afrontar la terrible plaga denominada Peste Negra que asoló al mundo, causando la muerte de la tercera parte de la humanidad, aproximadamente 48 millones de personas, 28 en Asia y 20 en Europa.
En plena pandemia, en 1348, cuando en París morían de 500 a 800 víctimas diarias, el Monarca requirió a la Facultad de Medicina de la Universidad de París un concepto sobre las causas de tan mortífero fenómeno.
El dictamen de los galenos fue concluyente, de una precisión incontestable:
“El día sábado 20 de marzo de 1345 a la una del mediodía Júpiter, estando húmedo y caliente, extrae vapores malignos de la tierra; luego Marte, porque es excesivamente caliente y seco, enciende los vapores, y como resultado hubo relámpagos, chispas, vapores nocivos e incendios en todo el aire".
Esa máxima conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en la casa de Acuario era, sin lugar a dudas, la causa de la propagación de la devastadora enfermedad.
Esta, digamos, insólita conspiración extraterrestre, acaso confirmaba el anuncio del Apocalipsis de San Juan, no excluía la intervención de los judíos y de los extranjeros y tampoco permitía mayores avances en el tratamiento de la enfermedad que, además de la cuarentena, solo se atendía con ruegos a San Roque y a San Sebastián, uso de hierbas aromáticas, de sapos y de gallos desplumados y otros pocos paliativos.
Se necesitaron más de 500 años para que el desarrollo de la ciencia desentrañara, casi por completo, los misterios de esta plaga, surgida probablemente en el Siglo XIII en una región de China invadida por los mongoles, que transportaban en la piel de roedores las pulgas portadoras de la enfermedad que se desplazó hasta Europa, siguiendo la Ruta de la Seda.
El descubrimiento del microorganismo responsable del contagio, Yersinia Pestis, finalmente se logró gracias a los discípulos del francés Pasteur y del alemán Koch que con la ayuda del microscopio finalmente hallaron los misteriosos seres que han atentado contra el homo sapiens durante todo su paso por la tierra, causando múltiples epidemias de cólera, difteria, fiebre amarilla, gripe, paludismo, peste bubónica, sífilis, tifus, tuberculosis y quien sabe que más patologías en el futuro.
Exactamente la bacteria Yersinia Pestis responsable de la Peste Negra fue localizada en 1894 por el japonés Kitasato, discípulo de Koch, y por el franco-suizo Yersin, discípulo de Pasteur. Más adelante, ya en los años 30 del siglo XX, con el microscopio electrónico se pudo observar directamente y hace poco tiempo, ya en este Siglo XXI, el genoma del microorganismo pudo ser secuenciado.
Este largo y accidentado camino hacia el conocimiento, que puede leerse como toda una pesquisa policíaca, requirió del establecimiento del método científico que, con sus precursores Francis Bacon y Galileo Galilei, señaló los principios de investigación rigurosa, los cuales en las Universidades y Centros de Investigación han logrado comprobar, por una parte, el aserto de los griegos de que todo fenómeno natural tiene una causa natural y, por otra parte, más poética pero no menos cierta, la máxima de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry:« Lo esencial es invisible a los ojos».
La Ciencia, así con mayúsculas, entendida como una respuesta a la infinita curiosidad de los humanos, a su capacidad de asombro, constituye un aporte positivo al bienestar de la sociedad y, a la vez, un rechazo a la superstición y al culto irracional de los mitos, que hoy sí definitivamente y con autoridad, desde la Academia puede prevenir a toda la humanidad de tantas catástrofes ,comprometedoras de su futuro: el cambio climático, la destrucción de los recursos naturales, la contaminación ambiental, la amenaza atómica y advertir de la bomba de tiempo que significa la desigualdad en un mundo que podría distribuir con equidad sus riquezas, para desactivar, de una vez por todas, ese seguro detonante, ahora sí, de un verdadero Apocalipsis.
La resistencia al cambio, el afán de poder, el inmediatismo, impulsados por una economía consumista- cada vez más cercana a un esquema Ponzi- hace que unos dirigentes y sus seguidores, aupados por una publicidad engañosa, nieguen esta realidad incontestable del peligro que se cierne sobre el futuro del planeta y de la especie Homo Sapiens por lo que, luego de más de seis centurias, sería ya tiempo de oír y atender las recomendaciones de La Academia, para así asegurar el cuidado de la casa común, como la ha llamado el papa Francisco, cuya iglesia en parte parece haber evolucionado para creer en la vida más que en la muerte, como esperamos que lo hagan todos aquellos que hasta el día de hoy y desde la hegemonía y la polarización, desde el America First y su equivalente Chino o religioso, ansían y proyectan dominar el orbe, con desmedro de la Democracia.
Por último, y para mitigar este catastrofismo impulsado por la historia, conviene recordar que la ciudad de París, azotada por los astros y la ignorancia en tiempos de Felipe VI de Valois, tiene como lema, en su escudo, la frase: FLUCTUAT NEC MERGITUR- Batida por las olas, no hundida.