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Ecologismo complejo

Manuel Guzmán Hennessey

Ecologismo complejo

El desafío que hoy enfrenta el ecologismo es muy distinto del que enfrentó cuando esta disciplina nació. En los años sesentas no estaba amenazada la continuidad de la vida, hoy sí. La principal preocupación de quienes fundaron los primeros movimientos ecologistas en Alemania, Francia, Dinamarca y Holanda era el deterioro del medio ambiente debido a la contaminación de las aguas y las ciudades. Hoy ese problema subsiste, pero la complejidad creciente del mundo y el crecimiento incontrolado de la población han agregado uno nuevo que incluye a los factores ambientales: El calentamiento global.

El ecologismo de los años sesentas redujo la reacción de la sociedad frente a la crisis ambiental a la defensa exclusiva de lo verde. Hoy es preciso escalar en complejidad aquella respuesta básica para organizar una defensa integral de la vida. Cambiar la mirada simple que caracterizó al siglo XX esa posmodernidad sospechosa— por una mirada compleja.

Conviene ver y entender la crisis como un sistema complejo adaptativo que puede ser intervenido por la cultura. He ahí el desafío del ecologismo complejo.

Los campos de acción del ecologismo complejo son:

  • La forma de organización actual de la sociedad
  • La índole del sistema económico mundial
  • La capacidad de acción y de incidencia de los ciudadanos
  • Los sistemas de decisión de los organismos multilaterales

Las tareas que componen este desafío pueden sintetizarse así:

  • Aprender a mirar de manera compleja las relaciones hombre naturaleza y desarrollo crisis climática. Esto implica desaprender a mirar simple, vale decir, el viejo paradigma del crecimiento y el desarrollo.
  • Identificar las señales autoorganizativas en marcha para favorecer las transiciones.
  • Incorporar modos de lógica borrosa en el análisis de la realidad, lo cual implica desaprender la lógica de los contrarios y optar por un modo de análisis que privilegie los matices sobre los términos absolutos y excluyentes.

Un sobrevuelo por el convulso panorama de las realidades en que estamos inmersos nos ayuda a reconocer la índole del desafío y a organizar mejor la respuesta colectiva que debemos ofrecer desde un ambientalismo a tono con los tiempos y la gravedad de la crisis.

Es preciso reconocer que se trata de:

  • Una crisis global que amenaza la continuidad de la vida.
  • Un grado tal de deterioro ambiental que socava el equilibrio de los ecosistemas marinos y terrestres del mundo.
  • Un crecimiento poblacional incontrolado que superó con creces los límites de la naturaleza.
  • Un sistema económico global que consolida las interdependencias complejas de todas las sociedades del mundo y que a diario anuncia señales de un colapso sistémico.
  • Un avance tal de los sistemas de comunicación y de información que condiciona hoy, en todos los seres humanos, una nueva y aprovechable manera de ‘estar en el Universo’
  • Una creciente y peligrosa homogeneización de los modelos mentales predominantes que dificulta la adopción y las propuestas de pensamientos críticos sobre la realidad y sobre la crisis.
  • Una nueva realidad geopolítica del mundo compuesta por nuevas economías, nuevos tipos de conflictos (étnicos, ambientales, climáticos, raciales) y que exhibe una notoria disminución de la capacidad de reacción de los organismos multilaterales (Sunkel, 2001; Ferrer, 1996; Maddison, 1991).
  • Una juventud desesperanzada que confía cada vez menos en las instituciones tradicionales, en las religiones y en las ideologías, y busca ansiosa salidas en lo natural, lo sano y lo pacífico.

La crisis es civilizatoria y es ideológica, es económica y es política[1]. Por eso no convienen los diagnósticos simplistas o sectoriales. Pongo a manera de ejemplo de ejercicio complejo de análisis el diagnóstico que hizo María Novo para el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), debido a que incluye factores no usualmente incluidos en los análisis simples:

  • Los desajustes poblacionales inherentes a la explosión demográfica de los países menos desarrollados y al envejecimiento de la población en los países ricos.
  • Enormes desequilibrios Norte/Sur, tanto entre las naciones como en el interior de los propios países.
  • La difusión y la consolidación de la sociedad de consumo, que gobierna los modos de vida de Occidente y funciona como “modelo” y estímulo para los países en vías de desarrollo.
  • El desarrollo de la tecnología en una intensidad y con unos impactos desconocidos hasta el momento.
  • Fuertes migraciones, unas veces internacionales y otras muchas desde el campo a la ciudad, con la consiguiente desestabilización de los sistemas rurales y urbanos.
  • Urbanización creciente del Planeta, con un desmedido y descontrolado crecimiento de las ciudades del Tercer Mundo.
  • Pérdida acelerada de la biodiversidad, a ritmos desconocidos 
hasta ahora en nuestra historia.
  • Contaminación de aguas continentales y marinas, de aire y 
suelos, con la aparición de fenómenos de cambio climático 
cuyas graves consecuencias son todavía difíciles de prever.
  • Deforestación acelerada del Planeta, con la incidencia que 
ello tiene en la erosión y pérdida de suelos fértiles.

Novo remata su diagnóstico anotando que “En íntima relación con todo ello, la falta de acceso a los recursos que afecta aproximadamente a mil millones de seres humanos que sufren hambre y carecen de agua potable, vivienda digna, servicios sanitarios y educativos adecuados”.

Si esta crisis no es detenida a tiempo podemos avanzar hacia una crisis mayor, que, además de humanitaria sería una crisis civilizatoria. Un colapso de la civilización en su conjunto, que pondría a prueba nuestra capacidad de supervivencia como cultura.

La equivocación que cometimos como civilización y como cultura es el resultado de un enfoque simplista del progreso y el desarrollo y consistió en el diseño de un tipo de sociedad global que hoy se vuelve contra todos y amenaza la vida colectiva. Y no simplemente desde los efectos del cambio climático, sino desde los múltiples efectos cruzados que esta última problemática ha sacado a flote.

La crisis del cambio global es quizás el último eslabón de una cadena de sucesivos y reiterados errores que venimos cometiendo desde el siglo XIX, pero en los cuales profundizamos con especial denuedo durante todo el siglo XX, y que algunos aún se empecinan en ignorar, pese a todas las evidencias científicas, en los primeros años del siglo XXI.

He aquí el drama que espera para su desenlace, a las generaciones que vendrán, a los ecologistas de estas nuevas generaciones, la Generación del Cambio Climático: dolor y muerte, devastación y soledad, tierra arrasada y carencia de agua dulce, hambre y desarraigo, mares embravecidos y aguaceros voraces. Todo el conocimiento acumulado y toda la cultura en franco riesgo de desaparecer.      

El desafío de iluminar el camino para construir una nueva sociedad, que es la tarea primordial del ecologismo complejo, no puede ser local sino global, y no compete solo a las disciplinas ambientales y climáticas sino, muy especialmente, a las de las ciencias sociales y económicas, pero también al conjunto articulado del resto de las ciencias y las artes, pues se trata de rediseñar las estructuras físicas, culturales y axiológicas del mundo que hasta hoy hemos logrado construir como resultado del devenir histórico de la cultura.

Lo que propongo emprender —incitar, promover, argumentar— es una revolución de la educación y la cultura. Un pacto entre todos para salvar la vida. La más magnífica y desafiante de todas las revoluciones que ha habido. Una revolución “cultural” como la llama el Papa Francisco en Laudato Si: “1) La búsqueda de un nuevo paradigma que reemplace las formas de poder que derivan de las tecnologías y esclavizan al hombre, 2) la búsqueda de nuevos modos de entender la economía y el progreso, 3) la necesidad de rescatar los valores propios de los ciudadanos y el sentido humano de las ciudades, 4) el replanteamiento de la responsabilidad de los organismos multilaterales y la diplomacia internacional, 5) la superación de la cultura del consumismo y la búsqueda de nuevos estilos de vida, más responsables y sostenibles” (Papa Francisco, 2015, §16).

 


[1] Algunas de las reflexiones sobre la crisis contenidas en este artículo han sido tomadas de varias conferencias del autor de esta nota, y de su libro Jirafa ardiendo (Universidad del Rosario, 2015)