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El Cirujano de las manos de oro, el corazón de ángel y el cerebro de loco

Jairo Hernán Ortega Ortega, MD

El cirujano

En la primera entrega nos dedicamos a las manos de oro del Dr. Juan di Domenico Buraglia, viendo que se trata de un fantástico cirujano de la Escuela Quirúrgica Rosarista.

Apartes de ese primer contenido dieron pie a algunas aclaraciones por parte del Dr. Di Domenico y de varios colegas que lo leyeron, entonces, para corregir esos apartes y algunos errores del diablillo – no del linotipo – sino de la digitación, inicio esta segunda sección con Fe de Erratas.

El Dr. Tito Tulio Roa, cirujano plástico; la Dra. Isabella Zapata, radióloga y el Dr. Luis Castillo, nefrólogo, fueron sus compañeros de trabajo en la Clínica del Country y no compañeros de promoción del Dr. Juan di Domenico Buraglia. Los recuerda porque realizó un desbridamiento amplio, de pared abdominal, a un tío de la Dra. Zapata, para manejar una gangrena gaseosa. Fue un reto tenaz para reconstruirlo y para el manejo médico; los Drs. Roa y Castillo le ayudaron para sacar avante al paciente.

En el manejo y dirección del servicio de Cirugía del Hospital San José, además del Dr. Garavito, el Dr. Luis Augusto Pallares lo acompañó encargándose de Cirugía Pediátrica, ya que el Dr. Roger García había renunciado. El equipo blanco lo dirigía él, el verde el Dr. Garavito, el azul el Dr. Pallares y el de Vascular el Dr. Jaime Segura Barón.

Recuerda, el Dr. Di Domenico, como connotados, a los Drs. Luis Augusto Cortés, Hernando Santos Calderón y Akran Kadamani. Reconoce la labor y formación de los Drs. Bedoya, Coral, Haime y Hakim y de su primo Ricardo di Domenico y Juan Camilo Ramírez. Visualizó siempre como valiosos a los Drs. Fernando Fonseca, Danilo Vallejo, Germán Rojas y Gabriel Riveros. Aún mantiene conversaciones con los Drs. Luis Toledo y Alberto Arango. Siempre manifestó que un digno sucesor suyo sería el Dr. Jaime Acosta. Considera al Dr. Rafel Riveros un adelantado a todos y a todo. En especial sitial entroniza a las primeras Cirujanas Rosaristas: Claudia Echeverri e Isabel Serrano; maravillosas. Pide excusas si al momento se le olvidó mencionar a alguno de sus compañeros o alumnos, pero a todos los lleva en la más alta estima y grata recordación.
 
Ahora nos adentraremos en el corazón de ángel y en el cerebro de loco de Juan, también llamado con mucho afecto y respeto Di Do.
 
El corazón
Siempre ha querido favorecer a las comunidades menos favorecidas por lo cual, antes de terminar la carrera, se iba, con varios de sus compañeros, al barrio 20 de julio a hacer consulta. En un modesto consultorio se sentaba en un pequeño escritorio de madera y uno o dos de sus amigos se ubicaban (escondían) detrás de una cortina con un Vademecum, el famoso, para la época, PLM. A medida que saludaba e interrogaba al paciente, elaboraba la historia clínica y hacía el examen físico, con un diagnostico presuntivo que comentaba en voz alta, para que sus compañeros fueran buscando en el libraco el medicamento que correspondiera para tratar la patología y de esa manera se le expedía la formula al paciente. Otra consulta legendaria era la que desarrollaban en la finca del Dr. Guillermo Fergusson, llamada “El Tigre”, cerca de la represa de Guarinocito y al borde del río La Miel, en el departamento de Caldas, era un verdadero paraíso. Allá el Dr. Fergusson había construido un Puesto de Socorro donde los estudiantes iban a hacer consulta con médicos del Hospital San José. Además de pasear, se aprendía. Incluso hacían pequeñas cirugías con anestesia local. El objetivo supremo era proyectar el servicio a la comunidad y ayudar al necesitado.

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Profesa especial afecto por sus compañeros de pregrado. Al Dr. Alfonso Tribín lo recuerda como amigo de barrio, de colegio y de universidad, además, de fútbol; deporte que fue la pasión del Dr. Tribín tanto que estuvo vinculado al equipo Millonarios. Vivian en el barrio El Country y allí formaron un equipo de fútbol. La muerte del Dr. Tribín fue un duro golpe para Di Do, “como si se me hubiera muero un hermano”. Recuerda a Francisco Durán Cabal, internista; Alina Arango, oftalmóloga; Álvaro Correa, Otorrinolaringólogo; Luis Haupt, Ortopedista; Edgar Muñoz Vargas, Ortopedista autoridad mundial en rodilla y consumado intérprete del tiple; Cayo Mario Santos, Urólogo; Ignacio Vergara, Psiquiatra; Alejandro Pernett, Cirujano en New York, Blas García…
 
Recuerda con cariño a Ligia Zárate quien fue secretaria del Departamento Quirúrgico en San José y a quien la reemplazó con creces, Liliecita. Agradece las jornadas en la casa del Dr. Negret, en Santa Ana, haciendo diapositivas para documentar los trabajos que llevarían a los Congresos, a partir de una película Kodalite, y pintándolas a mano. Hizo la misma labor en la casa del Dr. Antonio Ramírez en compañía del Dr. Néstor Perilla quien hacía residencia en el Instituto Nacional de Cancerología, pero esa vez fue acompañada de unos Manhattan que no impidieron que el Dr. Ramírez les exigiera puntualidad en el hospital al día siguiente. Conserva un librito donde doña Carmen, su mamá, escribía todo lo que él hacía desde que nació y hasta los 15 años, allí incluía sus datos biométricos, lo que le gustaba y sus juguetes. Recuerdo que piensa digitalizar para obsequiarlo a sus hijos y nietos. De su rural en Manure, Guajira, quedó con 35 a 40 ahijados. Allá a las 5 de la tarde ya estaba desocupado y se iba de pesca, su otra gran pasión, una vez capturó un mero de 130 kilogramos.

Considera sagrada le enseñanza de la Cirugía y que esta debe ser “cuerpo a cuerpo”. Que exista una comunión entre el profesor y el alumno, porque la parte artesanal de este hermoso arte debe ir acompañado de un bagaje de ciencia y humanismo. Recomienda a los residentes que se acerquen a sus profesores para que les entreguen el secreto de ser personas y cirujanos. A quienes desean ser cirujanos les hace preguntarse primero quiénes son ellos y qué quieren para sí mismos. Porque deben descubrir que tienen ánimo y pasión, una pasión que debe perdurar toda la vida. Hoy, después de 45 años, el Dr, Juan di Domenico Buraglia aún se emociona al saber que va a operar y pregona que eso no se debe perder. La cirugía se debe hacer bien y con buenos resultados. La habilidad no es solo operar rápido, sino que el paciente quede bien operado. El juicio quirúrgico enseña a que pueden existir limitaciones. No está de acuerdo con aquello de trabajar por evento porque al buscar hacer volumen eso aumenta las lesiones como él ha visto, por ejemplo, en la vía biliar; lesiones que ha tenido que reintervenir para darle mano a los colegas que entraron al rol comercial. Recomienda que el cirujano debe apersonarse todos los días del paciente.

La docencia la lleva en la sangre y se apasiona contando: “He tenido estudiantes que me han llegado diciendo que la arteria mesentérica sale de la subclavia derecha!!! Y hacerlos entender la importancia de la anatomía en esta profesión hasta lograr que se entusiasmen tanto que ese mismo individuo sacó 5 en el examen final de cirugía y me aseguró que va a escribir un libro de anatomía. Ese cambio me emociona. Eso se hace con amor que es el sentimiento que mueve todo lo animal y espiritual del ser humano”.

Un poco en broma cuenta que su espíritu es totalmente de Cirujano, lleva a cuestas siete matrimonios. Es orgullosos de sus hijos, de 48 años y el otro de 44; uno empresario del transporte marítimo en Singapur y el otro ingeniero de software en Montreal. Con su actual esposa vive feliz en Santa Marta, y refiere que pasa una vida deliciosa, donde llegan a hacer reuniones familiares de hasta 55 personas con mucha música Vallenata, arte y amor. Recuerda que su abuelo Vicente Buraglia le decía que la vida no era concreta sino llena de ideas a diestra y siniestra.
 
El cerebro
Cuando le pregunté al Dr. Di Domenico sobre cuál sería el título que le pondría a esta crónica, sin dudarlo me dijo: Un loco suelto en Santa Marta.

“Siempre fui disciplinado como mi padre, pero este mundo es de los mediocres, no de la excelencia, por eso somo pocos y tildados de locos, de raros, etc., pero vivimos felices. “Siempre he sido un niño difícil”, afirma. La disciplina era férrea en su época de formación de Residentes, el estudio era continuo con exámenes cada semana y el volumen quirúrgico muy alto, pero así mismo eran los premios y los castigos. Los premiados iban los domingos a esquiar en la represa de Tominé, departiendo un día de campo con todas las de la ley, excepto bebidas alcohólicas, hasta las cinco de la tarde cuando era el regreso para seguir enfrentando la ardua formación. También se realizaban reuniones mensuales obligatorias en casa de profesores o residentes y se fomentaban otras actividades como la pesca con el Dr. Luis Augusto Cortés. “Me da nostalgia, pero me satisface haber tenido tiempo para sentarme con mis residentes al borde de la laguna del Tominé a hablar de astronomía o de mecánica de un motor de dos tiempos y, de igual forma, comentar una vagotomía ultraselectiva. Sé que puede volver a hacerse, pero cambiando los marcos establecidos del año 2000 para acá” 

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“En la docencia siempre se ha moldeado el cerebro para conseguir actitudes permanentes, sin que sea función de un neuroeducador. A mis Residentes les decía: les voy a enseñar a ser Cirujanos, eso implica una forma, un estilo de vida diferente a lo que ustedes conocen, además tienen que estudiar mucha ciencia y técnica. Ser Cirujano se aprende solo de otro Cirujano. Todavía creo que tiene validez la escuela Griega, que en Francia y en Italia siguió por muchos años. El alumno vivía prácticamente con su mentor y le asistía en todas sus intervenciones o consultas y, cuando el profesor consideraba que estaba listo, el alumno ya podía empezar su practica privada. En ese proceso el educando aprendía cómo era la vida del profesor, incluso si vida privada. El carpo y la habilidad se pueden moldear siempre y cuando existan las ganas de hacerlo. Así aprendieron los Residentes en la Escuela de Cirugía del Dr. Di Domenico Di Ruggiero y del Maestro Negret”. Siempre ha creído que el Cirujano debe tener templanza, “la templanza es la virtud de no dejar que ningún evento adverso perturbe tu mente en la toma de decisiones”.

Refiere haber vivido muchas anécdotas con el Dr. Negret, entre ellas esta: “Cuando entrevistaba candidatos para ingresar a la Residencia siempre decía que para ser Cirujano se necesitaba tener corazón de león y manos de mujer. Así que cuando recibió a Claudia Echeverri e Isabel Serrano les dijo que al menos tenían una gran ventaja, las manos, y ahora tenían que demostrar tener corazón fuerte de leonas, y así fue”. 
Siempre ha considerado que lo más importante es formar gente de bien. “En las rotaciones que teníamos cada Residente rotaba dos o tres meses al año con cada uno de los profesores, operaba con él tanto en el hospital como en las clínicas particulares y lo mismo en la consulta. Eso enseña por la imitación de ver cómo actuaba el profesor, su conducta, cómo le hablaba al paciente…”.

 Hace poco en el chat de Egresados de Cirugía de la Universidad del Rosario, el Dr. Rivas escribía: “Juan, aprendimos de todo de ti; recuerdo las arteriografías esplénicas cuando no había eco y muchas cosas más, hasta barbecue de pescado”.

Decidió irse a ejercer en Santa Marta debido al estrés y mala calidad de vida que empezó a generarle el tráfico bogotano, aun así, considera que hoy el médico es contratado mal y su salario irrisorio, por eso admira los sindicatos médicos de países como Canadá. Es así como el 20 de enero de 1977 llega a esa ciudad; rememora que por la primera Gastrectomía que hizo allí le pagaron cien mil pesos, dos marranas, dos ovejas y 10 gallinas. Comenta que los maestros en el país están organizados y por eso obtienen logros y garantías laborales dignas, “en cambio, los médicos estamos orfanizados”. “Toda la gente es consciente de la aberración que es nuestra condición humana, social y laboral, menos nosotros mismos, por eso en esta pandemia los trabajadores de otras ramas están siendo tratados como médicos…a jueces y notarios los visten con elementos de protección laboral…”. Comparte lo que el Dr. Luis Razetti preconiza: “Los médicos seriamos una gran fuerza social unidos, pero disgregados apenas somos esclavos de quienes nos explotan”.

Su resiente inquietud es diseñar un programa de ética y humanidades para involucrarlo en la formación médica. “Me parece excelente darle la importancia que se merece al aspecto humanístico de la medicina, para volver a dignificar al médico y sacarlo de la casilla de ´técnico´ en que realmente estamos”. “Quien entra a estudiar Medicina debe iniciar por preguntarse: ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Qué quiero hacer? ¿Cómo lo voy a hacer? Y así empezar a explorar su interior, como Les Luthiers, porque es diferente la responsabilidad de una laparotomía a la de formular un Losartán”. 

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Su padre, el Dr. Giovanni di Domenico di Ruggiero, fue un educador extraordinario y diseñó un programa de Educación Médica Continua muy exitoso en su época. Di Do es un lector voraz, producto de sus años como editor y traductor de varias revistas médicas con su padre. Además de temas médicoquirúrgicos está imbuido en leer a Eric Berne (El lenguaje ulterior),  a Klovhe (Las raíces de la magia) y lo relacionado con Psicohistoria, a través de autores como Lloyd de Mause, Isaac Asimov y otros.

Como magistrado del Tribunal de Ética Médica fue muy consagrado y “le sacaba pelos al más calvo”. Por eso recomienda a los colegas observar todas las normas que impone la Historia Clínica porque es la única herramienta para defender su actuar profesional, “debe mirar, observar, preguntar bien, apuntar, anotar, consignar, ser diligente, no hacer vainas que no sabe, elabore el consentimiento informado, no abandone al paciente, no deje que la institucionalidad lo vuelva anónimo, el médico debe exigirle a la institución…los abogados siempre van a querer buscar ´un hueco´  porque nuestra profesión no es matemática, pero si la ejercemos bien nada encontrarán”. “Los Residentes se deben untar de tripa y su contenido. La simulación es excelente para adquirir la habilidad manual, pero la simulación no mejora la humanidad de la relación ¿acaso el simulador le puede contar al doctor los problemas que tiene con su esposa y que no lo dejan dormir, y viceversa?”.

La mente humana siempre se ha fascinado con lo incomprensible, esa es una gran herramienta para lograr muchas veces objetivos que no se alcanzan por otro medio. “Los filósofos griegos equiparaban la responsabilidad de un dirigente político con la de un médico. Ambas vocaciones debían servir a la salud – la salud del paciente y la salud de la sociedad – y suponían dos virtudes esenciales: el desinterés y el conocimiento”.  Aquí sí que encajan los conceptos que, sobre su extraordinario padre, el Dr. Giovanni di Domenico di Ruggiero, tiene Juan: “Era un extraterrestre o venía del futuro porque sus ideas no coincidían con las tendencias del momento, por ejemplo, en el concepto de la Recertificación; posiblemente el tener que recertificarse no es atractivo para los médicos que prefieren hacer lo que aprendieron en la Universidad y punto. No entienden que la actualización médica es un reto inherente a nuestra profesión por su naturaleza misma. Mi papa fue músico formado y concertista, deportista, campeón de esgrima, educador ni decir, Cirujano y profesor; cualquier cosita. Como dicen ahora, debía ser reptiliano. Mi madre era espectacular en su segundo plano, pragmática, sencilla, genial, mamagallista experta. Yo digo que heredé todo de mi madre y de mi padre sólo la tara quirúrgica”.

Otra de sus entretenciones, en Santa Marta, es sacar camadas a sus perros Beagle, el papá color limón y la madre, Luna, color normal; lo sigue haciendo, cual Gregor Mendel, hasta que uno de los cachorros salga limón como el papá. “Los perros son seres con quienes compartimos la vida y ellos nos aman como nosotros a ellos, con la ventaja de una nobleza superior e incondicional ¿Será que nosotros sí somos superiores?” 

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“La calidad de vida es espectacular, voy a la playa y compro el pescado fresco que está sacando un tipo de la red y me lo llevo a mi casa a pie, hago un asado delicioso; no necesito muchos adornos en la vida, la pasta con pesto acompañada de una cerveza fría es deliciosa, pero amo mi profesión y por eso últimamente he sido un Cirujano viajero, un Cirujano itinerante”. De Santa Marta viaja a Yopal, muchas veces por tierra, a operar; también lo hace a Cartagena, Barranquilla, Medellín y Valledupar.

El Dr. Di Domenico respeta la creación, la espiritualidad, la naturaleza y la vida. “Con el pasar d ellos años he encontrado en la espiritualidad, como la describe Teilhard de Chardin o los Dalai Lama, una paz que no se logra con otras actitudes. Me gusta tener tiempo para contemplar la naturaleza y tratar de entender la Creación como tal. Me gusta mirarme por dentro y ver lo que sucede con las partes de mi personalidad. Por todo eso fue que me volví Cirujano Rural”. Dice que después de leer “El monje que vendió su Ferrari”, entiende más aquello de que la verdadera felicidad está en lo simple y en la ausencia de necesidades.

“¡En verdad uno no debería necesitar más que el orgasmo de una cirugía bien hecha, si son varias hernias muy bueno, pero si es una reconstrucción de vías biliares es más prolongado y se termina con ese cansancio sabroso!!! De ahí en adelante si anda en un P7 o en un Tesla 3 no debería importarle, pero hay personas que viven del carro y si se lo rayan en la calle no duerme una semana esperando que le den el turno para repinar el rayón ¿Es esa una vida espiritualista? Pero si el niño pregunta por ayuda para hacer una tarea le contrato una profesora particular porque qué mamera hacer una tarea del hijo o explicarle algo…”. El Dr. Di Domenico insiste en que lo más importante es poder reírse de uno mismo, inclusive en situaciones que llamamos serias. “La felicidad la tienes dentro de ti, pero la clave es dejarla salir para que te envuelva”.

Una genial anécdota sucedió cuando, al ver que el Dr. Negret era quien operaba todos los esófagos él quiso buscar la forma de operar uno; resulta que por esa época la revista Selecciones del Reader´s Digest publicaba temas sobre medicina y los titulaba “Yo soy el páncreas de Juan”, “Yos soy el riñón de Juan” y así sucesivamente según cada órgano del cual exponían su anatomía, sus enfermedades y sus tratamientos. Al tener un paciente con cáncer de esófago Juan le colocó, arriba de la cama, sobre la pared, un letrero con la inscripción “Yo soy el esófago de Juan”. Al llegar a la revista el Dr. Negret se sorprendió al ver la pancarta, pero sonrió y le dijo “prográmalo y te ayudo a operarlo”.

“Realmente la vida es una aventura fantástica que precede a una aventura suprema que es el siguiente paso, al que llamamos muerte. Le pido a Dios que cuando muera me permita reencarnar en un buitre, ojalá en un Gypaetus o, si no se puede, ¡en un chulo! es el animal ideal. Es más popular Maluma que Mozart por eso insisto en pedirle al Creador que me deje reencarnar siendo un Gypaetus Barbatus. No quiero ser tigre, ni águila, ni tiburón, tan solo un chulo”.

Así es el Dr. Juan Di Domenico Buraglia, un Cirujano macondiano, un verdadero Quijote de la Cirugía siendo, al mismo tiempo, Sancho Panza. Es, en verdad, un loco, un loco genial y, en definitiva, tal como su padre, es un ser de otro mundo, del mundo Rosarista.