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Migrantes dentro de su propio país: los puertorriqueños en Estados Unidos

Natalia Ballesteros Díaz

SEMICOEX-InfoPuertoRico

“El colonizado, por tanto, descubre que su vida, su respiración, los latidos de su corazón son los mismos que los del colono. Descubre que una piel de colono no vale más que una piel de indígena. Hay que decir, que ese descubrimiento introduce una sacudida esencial en el mundo”
Frantz Fanon

 

 

La relación entre los Estados Unidos y las Antillas del Caribe se ha construido a lo largo de la historia por interacciones inevitables, al menos en un primer momento, gracias a su cercanía geográfica. En esta red de diversas identidades e intereses, nos ocuparemos del papel que ha jugado Puerto Rico como un enclave del territorio estadounidense. La posición que asumen ambas partes y su concepción del otro se dibujan cronológicamente, lo cual permite aproximarse de manera más consciente al tablero actual, en el que se mueve Estados Unidos y Puerto Rico, donde también se movilizan sus nacionales y convergen identidades.
A 1850 kilómetros de la costa estadounidense de Florida, la isla de Puerto Rico emerge con una masa territorial de cerca de 9000 kilómetros cuadrados y una población de 3’195.193 habitantes, según las estimaciones del gobierno norteamericano para el año 2018. Por un lado, la isla es un Estado Libre Asociado de los Estados Unidos desde 1952, lo cual le ha implicado una condición similar a la de un enclave territorial, junto con un carácter relativo de su autonomía política y económica. Por otro lado, al interior de Puerto Rico, el país se encuentra políticamente fragmentado entre nacionalistas y pro-americanos (Anderson, 1985; en Bethell, 1990).

Esta situación es un tejido de conflictos y acuerdos que tienen inicio en la época colonial puertorriqueña. En el siglo XVIII, Puerto Rico ya estaba siendo dominado por la Corona española. Abundaba la tierra disponible, pero la población era escasa, de allí que la isla se haya configurado demográficamente, principalmente, a partir de las necesidades laborales. Estas políticas raramente estuvieron bajo el control de gobernantes nacionales y siguen sin estarlo. Durante la colonia, los españoles motivaron una serie de migraciones variadas para cubrir funciones de mano de obra; llegaban principalmente esclavos africanos y europeos esclavistas:

(...) todavía en 1830 sólo se cultivaba el 5,8 por 100 de la tierra. Aunque aumentó considerablemente, la proporción de tierras dedicadas al cultivo siguió siendo muy pequeña durante todo el siglo xix; en 1897 sólo había alcanzado un 14,3 por 100. Ello no fue fruto de un desarrollo regional desigual, como ocurría a menudo en otras partes de América Latina. La población de Puerto Rico en los siglos xvm y xix estaba distribuida de forma bastante uniforme en toda la isla (Quintero Rivera, 985; en Bethell, 1990, p. 240).

Para el siglo XIX, la estructura social se hacía ya muy clara, debido a que las Guerras Napoleónicas en Europa habían modificado las prioridades de España. Los recursos se enfocaron en luchar contra Napoleón; por lo tanto, Puerto Rico se vio en la necesidad de dejar las economías de subsistencia para empezar a producir su propia riqueza, en términos de la fisiocracia. Se instauró entonces una economía agrícola comercial. Durante ese siglo, la Real Cédula de Gracias (1815) y el Régimen de la Libreta (1849-73) fueron instrumentos político-económicos importantes en el crecimiento de las relaciones entre los actores de la región Caribe (Quintero Rivera, 1985; en Bethell, 1990).

A partir del efecto productivo del conflicto entre colonizadores y nativos, se empezó a constituir una nueva identidad puertorriqueña, que posteriormente iba a ver nacer grandes personajes de la historia de Puerto Rico con apellidos foráneos, por ejemplo: la insurrección armada independentista más importante contra la Corona española, el Grito de Lares (1868), en cabeza de Ramón E. Betances y Mariana Bracetti. Paralelamente, en otras Antillas, el sentimiento anticolonial había evolucionado con más fuerza, de tal forma que Haití ya había declarado su independencia para 1804 y la lucha cubana daría lugar a la Guerra Hispano-americana en 1898.
A raíz de la intervención estadounidense en la subversión cubana en contra de la colonia, la guerra hispanoamericana concluyó en la cesión de poder español en algunos de sus (ahora) antiguos territorios a los Estados Unidos; entre ellos, Puerto Rico. Este suceso marcó de manera definitiva el rumbo de la isla, conocido bajo el nombre de Tratado de París, por el que Puerto Rico pasó a ser un territorio no incorporado estadounidense. De esta manera, el siglo XX, significó un fuerte proceso de americanización, el cual acercó por primera vez, significativamente, las economías y culturas de ambas naciones, específicamente a través de la industrialización y la lengua respectivamente.

Desde 1917, por medio del Jones Act, los puertorriqueños fueron reconocidos como ciudadanos norteamericanos. Marginalmente, el Puerto Rico reformado fue generando polos políticos, necesidades económicas y dinámicas sociales, siempre relacionados con su simbiosis con Estados Unidos (Torres, 2017). En la primera mitad del siglo XX, Estados Unidos hizo una serie de esfuerzos para convertir el inglés en la lengua oficial de la isla. Luego, durante la crisis económica de la década de los 30, Puerto Rico recibió el golpe desde el norte y fue conocida como la casa pobre del Caribe. Para 1940,  las presiones de ese contexto impulsaron el comienzo de la Era Muñocista, de carácter populista y nacionalista (Anderson, 1985; en Bethell, 1990).
 
Este conjunto de situaciones estimuló la movilización demográfica en Puerto Rico en diferentes dimensiones. Específicamente, la migración calificada, la urbanización de la población en la isla y la emergencia de una tercera identidad: los neoricans, fueron las principales consecuencias. Como se anotó anteriormente, la economía y las condiciones laborales alrededor del cambio fueron muy relevantes en la manera en la que se estructuró la sociedad:
No obstante, la «válvula de escape» de la migración de trabajadores a Estados Unidos continentales era lo que impedía que la tasa de desempleo subiera aún más. La historia de la diáspora puertorriqueña es un drama extraordinario. El enorme éxodo aéreo de puertorriqueños hacia el este de Estados Unidos empezó en el decenio de 1950. (...). Significa que un nutrido sector del proletariado de la isla ha sido «reubicado» en el corazón urbano de la potencia metropolitana debido al efecto de las presiones económicas y a la facilidad de acceso que da el hecho de ser ciudadano de Estados Unidos. Debido al asunto pendiente del estatus constitucional, al movimiento fácil y continuo de información y personas entre el continente y la isla y a la concomitante resistencia continuada a la asimilación en la Norteamérica imperante, Puerto Rico se ha convertido en una nación dividida, como muchas otras, y casi la mitad de su población se halla situada fuera de la isla (Anderson, 1985, en Bethell, 1991, p. 307).
 
Sin embargo, el orden con el que funcionaba la relación puertorriqueña-estadounidense parecía conservar estrategias coloniales, según lo criticaron en su momento la Organización de las Naciones Unidas y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La presión internacional logró que Estados Unidos negociara su relación con Puerto Rico. En 1952, se escribió la constitución puertorriqueña que le definió como Estado Libre Asociado, vigente hasta el día de hoy.  Esta condición ha sido fuente de discusión en diferentes momentos. Se han llevado a cabo cuatro plebiscitos en Puerto Rico para conocer la voluntad de la población sobre el futuro del país.

Puerto Rico ha mantenido su valor como baluarte militar durante su recorrido desde el poder colonial hasta la actualidad. Más allá de ser una isla fuente de recursos, ha sido una ventaja geopolítica, que tuvo especial importancia para Estados Unidos durante la Guerra Fría, luego de convertirlo en un Estado libre asociado. No obstante, el debate se concentra en las implicaciones que estatus político tiene sobre la isla, pues ha generado lazos de dependencia y, con el paso del tiempo, la relación histórica adquiere mayor cohesión. La cuestión es decidir entre permanecer como Estado Libre Asociado o ser el Estado número 51 de los Estados Unidos.
En las votaciones de 1967 y 1993 hubo una clara victoria del status quo. En cambio, en la consulta de 2012, los puertorriqueños escogieron contundentemente la estatalidad americana. Según la investigación de K. Torres para la Revista Canadiense de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, la lengua como factor inherente de la cultura de la isla y la economía de un estado formal de los Estados Unidos son las variables con más peso en los resultados de las votaciones:  

Tabla 1. Panorama electoral de los ejercicios consultivos de status de Puerto Rico en Estados Unidos     

 

Año del plebiscito de status % Estatalidad % Estado Libre Asociado Soberano % Independencia Total de votos
1967 39 60,4 0,6 707.293
1993 46,3 48,6 4,4 1’700.990
1998* 46,5 0,1 2,5 1’566.270
2012 61,2 33,3 5,5 1’879.202


Fuente: http://eleccionespuertorico.org/cgi-bin/eventos.cgi
*En 1998, las opciones de voto fueron más amplias, adicionando la libre asociación (0,3%), ninguna de las anteriores (50,3%) y modificando el Estado Libre Asociado como “territorial”.
 
Las percepciones sobre la estatalidad han generado una serie de movilizaciones en la población, tanto sociales como demográficas. Para los puertorriqueños, la adhesión a la unión de estados de EE. UU. parece derivar en beneficios presupuestales para la isla, especialmente en lo que concierne a las instituciones educativas. Por otro lado, la otra cara de la moneda es la amenaza a la cultura boricua o puertorriqueña, pues la identidad comienza a difuminarse entre los americanismos principalmente a través de un cambio en el comportamiento de la lengua, es decir la lengua en la cual la población decide interactuar, en términos de Octu Bahar (Torres, 2017).

Los puertorriqueños que residen en Florida han tendido a considerar que Puerto Rico debería buscar su independencia de los Estados Unidos, mientras que los habitantes de la isla han mantenido un interés por la estatalidad. Esto puede darse por la existencia de conocimientos diferenciados sobre la situación de la isla y las condiciones de subsistencia de cada grupo. Las ideas sobre la experiencia de vida en Estados Unidos continental y en el Estado asociado han dado lugar a migraciones continuas entre ambos lugares, de tal forma que las familias se encuentran distribuidas transnacionalmente y los puertorriqueños no pasan su vida en solo uno de ellos (Torres, 2017).

El concepto de neoricans nuyoricans emerge de ese escenario gris entre la nacionalidad y la estatalidad. La migración no puede entenderse como un fenómeno material únicamente. Las implicaciones de la reconfiguración demográfica conllevan cargas ideológicas y sociales que viajan con los cuerpos. Por lo tanto, la visión jurídica es insuficiente para analizar los nexos entre Puerto Rico y Estados Unidos. Según las estadísticas americanas, para el año 2015, el estado de Nueva York contaba con la población más grande de puertorriqueños en Estados Unidos, con aproximadamente 1’111.700 isleños.

La tercera identidad de los puertorriqueños nacidos y criados en Estados Unidos evidenció todo tipo de barreras que tenían las personas para integrarse tanto en el continente, como en la isla. La ciudadanía estadounidense facilitaba el desplazamiento, pero los juicios construidos por ambas partes obstaculizaban el ejercicio de los roles sociales y el alcance de las metas personales de la población. Como lo expuso la investigación de E. Findlay (2009), los casos de retorno a Puerto Rico visibilizaron este fenómeno apelando a diferencias socioeconómicas; en palabras de una migrante neoriqueña: “cuando bajé del avión, subí de clase”:
The marked influx of “Nuyoricans” caused great anxiety among island-born Puerto Ricans. The returnees were denounced as contaminating an already embattled national character with their allegedly foreign dress, mannerisms, behaviors, and speech. Such allegations continue today, despite the fact that it is now nearly impossible to distinguish clearly between outsiders and insiders (Findlay, 2009, p.9).
 
Adicionalmente, la migración calificada se ha sumado a la lista de problemáticas en Puerto Rico. Se encuentra en aumento y tiene potencial para afectar el grueso de la economía del país (Flecha et al., 2016). El factor económico es un pilar estructurante como motivo de interés en emigrar, pero a su vez estructurado por las consecuencias de las expectativas económicas. La fuga de cerebros, como también se le conoce a esta pérdida de capital humano, está directamente relacionada con el dominio de la lengua inglesa. Esta competencia ha adquirido un carácter homónimo del éxito económico, el acceso al trabajo y variados beneficios cognitivos (Torres, 2017).

Es una combinación particular de condiciones la que ha llevado a construir una relación sui generis entre Estados Unidos y Puerto Rico en el siglo XXI. A pesar de que la estrella polar de los países latinoamericanos ha sostenido una barrera socioeconómica y cultural con sus vecinos del sur, la complejidad de las relaciones con los mismos ha hecho inevitable la convergencia de elementos en algunas instancias y espacios, como la cultura de los neoricans. Sin embargo, es relevante notar que el impacto real es recibido por los ciudadanos y, constantemente, el status ha sido una herramienta para exacerbar la diferenciación, evitar la difuminación de la identidad y conservar las bondades de las relaciones. Por ejemplo:
The US government’s imagination that a remote military base in Puerto Rico could replace Krome had an elegant simplicity—send Haitian refugees back to the Caribbean. As Haitians continued to come to the United States in a steady if not overwhelming stream in the spring of 1981, the Reagan administration launched a new campaign to deter Haitian refugees. These men and women no longer had the somewhat protected status of “entrant.” Instead, any Haitian who entered the United States after October 10, 1980, without a visa would be presumed to be an excludable alien (Lipman, 2013, p.130).
 
Los puertorriqueños en Estados Unidos se encuentran concentrados en los estados de Florida y Nueva York, pero también hay comunidades relevantes en Massachusetts, Nueva Jersey y Pensilvania. El mayor número de entradas al país norteamericano se dio entre los años 2000 y 2009, con 114.444 llegadas aproximadamente en solo Florida según estadísticas del American FactFinder, principalmente debido a la crisis económica coyuntural. No obstante, el flujo de personas entre ambos países no se detiene y, además, se intensifica con los desastres naturales de los que ha sido víctima Puerto Rico en años recientes, como los huracanes María e Irma en el año 2017.

La situación actual de Puerto Rico se puede entender desde una lógica de cooperación, en tanto existe una integración en niveles específicos que les significan algún beneficio a cada una de las partes. Así se han mantenido los nodos de la red sujetos y se ha logrado que sea duradera. Una segunda perspectiva descansa en el concepto del efecto arrastre o bandwagoning, en el que se observa que Puerto Rico ha buscado alinear sus intereses con los de Estados Unidos, pues de otra manera tendría muchas dificultades para subsistir. De cualquier forma, la relación se ha ido construyendo históricamente y los elementos se encuentran sobre la mesa, a la expectativa de futuras tomas de decisiones.

El desajuste de la balanza migratoria en Puerto Rico del 2015 al 2016 fue de 67.000 personas emigrantes más que inmigrantes. La emigración de puertorriqueños a Estados Unidos en 2016 fue de aproximadamente 89.000 personas, según el US Census Bureau. Adicionalmente, el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico identificó una población entrante en Estados Unidos ligeramente más joven, con mayoría de mujeres y niveles educativos alcanzados más altos, así como de mayores ingresos. Estas características reflejan nuevas dinámicas disponibles para el estudio y reafirman otras que deben ser tratadas, como sucede con la migración calificada.

Finalmente, parece que nuevos dispositivos sociales se hacen necesarios para hacer memoria boricua, para darle sentido a un pasado colonial y entender las proyecciones de los puertorriqueños sobre el presente y el futuro de la nación. A pesar de que existe una tendencia en alza a llevar a cabo una adhesión completa a los Estados Unidos, como demostraron los referendos listados, seguirá existiendo una vivencia diferenciada de la estatalidad en tanto ambos territorios contienen identidades fundamentalmente distantes. Así como el hombre blanco no se define por el color de su piel, sino que es un concepto más amplio, el hombre estadounidense no lo define un pasaporte. Sin embargo, terminar ese proceso formal de americanización puede ayudar a incentivar un desaceleramiento de la emigración en la isla, siendo la migración un fenómeno difícilmente controlable en su totalidad y al cual los Estados son altamente sensibles.  
 
Referencias
 
Anderson, R. W. (1985). “Puerto Rico, 1940-c. 1990”. En: Bethell, L. (ed.). (1991). Historia de América Latina. Tomo XIII – México y el Caribe desde 1930. Barcelona: Editorial Crítica, 295-312
 
Central Intelligence Agency – CIA. (2019). The World Factbook. Recuperado de https://bit.ly/1ju9ux8. Consultado el 18 de marzo de 2019.
 
Flecha Ortiz, J. A., Ortiz Soto, M., Dones González, V., Ortega Cruz, L., Quiñones Pérez, M., & Saldaña Ayala, O. (2016). Un análisis de factores sobre la crisis de la migración calificada de talentos en Puerto Rico. Cuadernos de Administración (Universidad Del Valle), (56), 50.
 
Findlay, E. (2009). Portable Roots: Latin New Yorker Community Building and the Meanings of Women’s Return Migration in San Juan, Puerto Rico, 1960-2000. Caribbean Studies, (2), 3.
 
Lipman, J. K. (2013). “The Fish Trusts the Water, and It Is in the Water That It Is Cooked” The Caribbean Origins of the Krome Detention Center. Radical History Review, (115), 115–141.
 
Torres, K. M. (2017). Puerto Rico, the 51st state: The implications of statehood on culture and language. Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies, 42(2), 165–180.
 
Quintero Rivera, A. (1985). “Puerto Rico, c. 1870-1940”. En: Bethell, L. (ed.). (1991). Historia de América Latina. Tomo IX – México, América Central y el Caribe, c. 1870-1930. Barcelona: Editorial Crítica, 240-258.

U. S. Census Bureau. (2017). USCB FactFinder. Recuperado de https://goo.gl/he99HY. Consultado el 18 de marzo de 2019.

Velázquez Estrada, A.L., (2018). Perfil del Migrante, 2016. San Juan, Puerto Rico. Obtenido de www.estadisticas.pr. Consultado el 18 de marzo de 2019.