Los diez peores trabajos en ciencia
Ángela Posada-Swafford
Para muchos es inexplicable cómo, tras años de estudio, hay profesionales que escogen senderos poco ortodoxos de la ciencia. No ha de ser nada fácil tener que recoger gazas sangrientas y llenas de pus, contar orgasmos en monos, decidir qué especies merecen vivir, o dejarse desangrar por una sanguijuela, para mencionar unos pocos. Pero habría que darles las gracias, ya que mucha ciencia sólida y básica surge de su abnegado y nunca bien remunerado trabajo. He aquí diez de las peores ocupaciones en ciencia.
1. Biólogo de triaje. El cambio climático se está encargando de acabar con un alto porcentaje de especies de animales y plantas. Puesto que no tenemos el dinero ni el personal para salvarlas a todas, hemos de escoger a quién rescatar y a quién abandonar a su suerte. Los estudios indican que hay que salvar a las especies más genéticamente únicas, para preservar así ecosistemas funcionales. Finalmente, cada especie individual tendrá que ser juzgada. Pobres de los biólogos que estén encargados de tachar de la lista todas esas criaturitas suaves y peludas.
2.Observador del sexo en monos. Un estudio en Alemania, durante el cual la observadora estuvo sentada dos años, en una reserva natural en Gibraltar, viendo monos entregados al amor, halló que cuando la hembra gritaba durante la cópula, el macho llegaba al clímax el 59% de las veces. Las menciones del sexo en monos aparecen en miles de informes científicos cada año, en estudios comparativos con los humanos. La investigadora Vanessa Woods tuvo que aceptar que los bonobos que estudiaba en el Congo no cooperarían, a menos que ella primero los “saludara”, todos los días, con un apretón en el pene.
3.Físico teórico. Es una de las ramas más calientes de la cosmología. Pero aun así, un físico teórico sabe que se está jugando la carrera en algo que no se ha verificado, como, por ejemplo, la teoría de cuerdas. Los teóricos exploran áreas de la naturaleza, a través de las matemáticas, que la tecnología no nos deja observar en experimentos. Permaneciendo en la ambigüedad e incertidumbre, muchos de ellos no vivirán para ver cómo la naturaleza real se compara con sus descripciones matemáticas.
4. Manipulador de ratas y otros roedores. La teoría de que los mamíferos que viven en ambientes urbanos no desarrollan tantas defensas como aquellos que habitan en granjas o en el campo, necesita demostrarse con números. Para ello es preciso estudiar la dieta de las ratas citadinas y las campesinas; atraparlas y matarlas con dióxido de carbono. Finalmente, hay que comparar las reacciones inmunológicas de las células de sus bazos con aquellas de ratas criadas en laboratorios estériles. Estas últimas, por ejemplo, no tocan una rosquilla dulce.
5.Cazador de huracanes. Estudiar el corazón de un huracán no significa atravesarlo una, sino diez, veinte y más veces seguidas. La turbulencia cobra su mayor intensidad al atravesar la pared interna del ojo, cuando un avión de reconocimiento puede precipitarse en caída libre de 10 000 a 1000 pies. Durante estas maniobras las luces de emergencia inminente de la cabina se encienden todas al tiempo. Desde 1960 se han perdido cuatro aviones, con un total de 36 personas. Pero estos vuelos siguen siendo la mejor forma de medir la fuerza y dirección de una tormenta, no importa cuántos sofisticados satélites haya en el espacio.
6.Guardián solitario de fósiles en un parque nacional. Es como tener que guardar una playa llena de perlas, sin más ayuda que un rifle, ante ladrones armados que, además, siempre andan en grupos y actúan en la noche. Y luego, cuando finamente se atrapa a uno con las manos en la masa, hay que llevarlo a la corte. Pero, por lo general, lo que se halla es un hueco en el suelo, donde alguna vez hubo un valioso hueso de dinosaurio, arruinando todo el contexto paleontológico que lo rodea. Es un trabajo frustrante, peligroso y muchas veces infértil.
7.Quemador de desperdicios médicos. Todos esos órganos y tejidos que nos sacan del cuerpo durante una operación tienen que ir a parar a alguna parte. Toneladas de ellos llegan diariamente a fábricas procesadoras, en camiones; donde un técnico vestido de traje protector lleva nuestras paperas y apéndices, en una carretilla, hasta un incinerador. El olor resultante, según los expertos, es una mezcla de comida para perro con plástico quemado. Las jeringas, vendajes sangrientos y gazas llenas de pus pasan a un autoclave, donde se cocinan con vapor a 148 oC, durante 40 minutos, para ser compactados y tirados al basurero municipal.
8.Investigador (asistente) de sanguijuelas. El trabajo de campo incluye vadear pantanos, dejando que las sanguijuelas (a veces centenares) se le peguen a la piel. Esto no es nada nuevo. Los coleccionistas de sanguijuelas con propósitos medicinales existen desde hace más de 2000 años. Los bichos son importantes en cirugía reconstructiva y en la fabricación de anticoagulantes. La mejor forma de cazar grandes cantidades de ellas sigue siendo exponerles la piel humana, aunque hay especies que prefieren el interior del ano de los hipopótamos.
9. Tafonomista experimental. Es el tío que estudia la desintegración de los bichos vivos, desde un ser humano hasta un elefante y una lombriz, para familiarizarse con los mecanismos de la muerte y la putrefacción. El tafonomista busca, por ejemplo, entre los restos de un animal recién cazado para compararlo con fósiles de otros animales y determinar cosas como canibalismo. Lo más difícil, según algunos expertos, es: uno, separar la piel del cráneo, y dos, aguantarse el mal olor.
Tripulante de viaje simulado a Marte. La descripción del empleo contiene estar encerrado durante más de un año dentro de una serie de tubos de metal, mientras un batallón de sicólogos observa bajo la lupa los efectos de la claustrofobia y el aislamiento social. Los tripulantes beben orina reprocesada, hornean su propio pan, y comen lo que puedan hacer crecer en el invernadero. Deben arreglar todo lo que se daña y evitar, si pueden, agredirse.