Elisa Mújica: de Carlos Marx a Santa Teresa De Ávila
Álvaro Pablo Ortiz
Álvaro Pablo Ortiz
En honor a la verdad, el centenario del nacimiento de la escritora Elisa Mújica, salvo uno que otro homenaje aislado paso desapercibido.
Pero donde más se notó ese injusto vacío, ese inexplicable e injustificable vacío fue en Bucaramanga, su ciudad natal. La frase: “nadie es profeta en su tierra”, no nos basta, no nos tranquiliza, ante este acto supremo de desmemoria. Cuando un país, cuando una región somete a la conspiración del silencio a sus hijos e hijas más ejemplares, ese país y esa región nos están enviando el peor de los mensajes: esto es, que apostarle a la grandeza no paga. Raro porque Santander siempre ha disfrutado de una tremenda memoria histórica. La vida no le fue fácil a Elisa Mújica. Por regla general- la sensibilidad, la finura de la piel, la capacidad de estremecimiento- derivan de tragedia.
Muy niña se trasladó con su familia a Bogotá. A los quince años ya la encontramos trabajando, primero como secretaria en el ministerio de comunicaciones y luego como secretaria privada del doctor y futuro presidente de la república de Colombia, Carlos Lleras Restrepo (1936-1943) y posteriormente como funcionaria subalterna de la embajada de Colombia en Quito, Ecuador (1943-1945)-.
De creerle, su cercanía con Carlos Lleras Restrepo siempre fue tensa y fría. Así lo expresó en su diario: “Carlos Lleras cree que todo lo que hace, por el hecho de hacerlo él simplemente, es perfecto. Su soberbia es proverbial”. (Mújica, 2008: p.91).
En cambio, la relación que sostuvo con los principales miembros del grupo “Bachué”, le resultaba en extremo gratificante. Fuertemente influenciados por el muralismo mexicano preconizado por Siqueiros, por Tamayo, por Orozco, y desde luego, por Diego De Rivera, se dieron a la tarea de privilegiar en pintura y en escultura, todas las raíces ancestrales enmarcadas por un indigenismo que en el terreno de la literatura ya había sido exaltado por Ciro Alegría, Miguel Ángel Asturias, Jorge Icasa, José Vasconcelos, José Carlos Mariategui, y otros. El grupo de “Bachué” que llegara a marcar un hito en la historia del arte en Colombia durante la década de los treintas contó con figuras de indiscutible talento como Ramón Barba, Hanna Rodríguez, Gonzalo Ariza y Carolina Cárdenas.
Su amistad con Ariza duro hasta la muerte del formidable pintor de la sabana de Bogotá ocurrida en 1995. Enamorado de la pintura japonesa, residente en Japón por largos años, el hijo del célebre fotógrafo Arístides Ariza, llego a ser uno de los discípulos predilectos de Fujita. Entrañable amistad sostuvo también Elisa con Carolina Cárdenas, al punto que la maledicencia Bogotana no tuvo el menor reato de conciencia en insinuar, que más que amistad lo que había entre ellas era un profundo enamoramiento. La insinuación no debe asombrarnos. ¿Acaso en infame leyenda que increíblemente todavía perdura no llegó a murmurarse en su momento que uno de nuestros más grandes poetas José Asunción Silva, había sostenido relaciones incestuosas con Elvira su hermana, cantada en su hermosura y juventud malograda por la muerte, suerte de María Bashkirtsev en nuestro medio, por Jorge Isaac?
Desde otra perspectiva, desde el plano ideológico, Elisa Mújica deriva gradualmente, hasta llegar a la militancia total, a la izquierda total. De ese cambio da fe su primera y controvertida novela “Los dos tiempos”. Su fervor revolucionario, sin embargo, no es de largo aliento. Los horrores perpetrados por el estalinismo en Rusia, incluidas las quemas de libros y la persecución a los intelectuales que no encajaban en la formula conocida como el “realismo socialista” o como “el arte comprometido”, tuvieron el poder de aterrorizarla. No fue la única que primero ensalzó y luego renegó del totalitarismo soviético y de sus tentáculos en Hispanoamérica. Lo propio lo hicieron también Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato, Plinio Apuleyo Mendoza, y muchos más.
Pero realmente es su estadía por España la que hace de puente para su “conversión”. Dos figuras centrales del misticismo ibérico: Santa Teresa De Ávila y Fray Luis De León, a los que Elisa leerá hasta el frenesí, tendrán el poder de rearticular todo el conjunto de la personalidad de la prometedora escritora. Ahora a dúo con Santa Teresa De Ávila- que hablaba y escribía como un soldado-, ella también podría afirmar: “muero porque no muero”. A la santa de Ávila, a la que le atribuyo su antes y después en materia religiosa le dedicó sus páginas más emotivas, más sufrientes: “La aventura demorada. Ensayo sobre santa Teresa de Jesús”. De la mano de la santa y de otras que se nos olvidaron mencionar: la de Fray Luis De Granada y la de San Juan De La Cruz. A partir de ese buceo interior, Elisa vivirá, pensará y escribirá como católica. Eso se ha llamado siempre coherencia; pero a nombre de esa coherencia pueden cometerse injusticias, prejuzgamientos e intolerancias. En estas actitudes la narradora santandereana incurrió en más de una ocasión. Muchas veces por su portentosa inteligencia se concedió el lujo de olvidar que cualquier relación entre personas está basada en la reciprocidad. A modo de ejemplo, puso distancia y enmudecimiento con la que antes era su sobrina predilecta, - con María Mercedes Carranza, a la futura gran poeta, y a la brillante directora de la casa de poesía José Asunción Silva- cuando se enteró de su ateísmo. Sobra decir que al maestro Eduardo Carranza, también le enrostró y no una sino muchas veces, desde la razón o la sinrazón, su peligrosa inclinación por el alcohol, atribuyéndole al licor, la poca duración del matrimonio de uno de los grandes de la poesía colombiana con su sobrina Rosita Coronado, hija a su vez de su hermana Cecilia, a quien sus reiteradas crisis mentales la condujeron a estar más de cuarenta años en un manicomio.
“el sábado vi la noticia del otorgamiento de un premio Guggenheim, dotada con 240.000 dólares a Marta Traba. Si es verdad, como algunos dicen que ella influyó en Camilo Torres Restrepo para que se marchara al monte, cabría en lo posible pensar que ahora recibió el pago, aunque la institución Guggenheim es judía. Resultaría en conclusión que Camilo abandonó la iglesia sencillamente para caer en manos de una ficha movida por los Estados Unidos. Qué ironía del destino”. (Mújica, 2008: p.52)
Retornemos a España. A la España que le permitió conocer a Elisa a los representantes más sobresalientes de la denominada “generación del 27”. En los registros fotográficos se le advierte plena, sonriente, serena y locuaz al lado de dos premios novel de literatura: Vicente Aleixandre y Camilo José Cela. Otras fotografías la muestran en franco tuteo con Dámaso Alonso, con Pedro Laín Entralgo, con Gerardo Diego, con Luis Rosales, Con Leopoldo Panero, con Jorge Guillen, con Pio Baroja y con Azorín, estos últimos pertenecientes a la “generación del 98”.
En España, Elisa publicara su primer volumen de cuentos intitulados “Ángela y el diablo”. Posteriormente, en notable gesto creativo y de una alta erudición, la escritora, haciendo gala de una meticulosidad y de una disciplina intelectual fuera de serie, realiza el índice onomástico total de las célebres “Reminiscencias de Santafé y Bogotá” de José María Cordovez Moure (1957) para la prestigiosa editorial Aguilar. Pero aparte del índice onomástico, Elisa escribe también el prólogo. En ambos casos, estamos ante dos obras de arte, ante dos hijos de una meticulosidad y laboriosidad extremas.
Ya de regreso a Colombia escribe en 1993 la novela “Catalina” que, en palabras de los críticos, “la convierte en una de las mejores prosistas del país” (Amaya Méndez, 2001p.12) sensible a la poesía, establecerá relaciones de amistad de largo aliento con las más altas voces poéticas de su generación. Amistad de largo aliento con Fanny Osorio, con Dora Castellanos, con Maruja Vieira, con Laura Victoria, con Matilde Espinoza, con Emilia Aquarza, con Helvia García, y Silvia Lorenzo. Otros grandes de la poesía como Aurelio Arturo, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Rafael Maya, y dentro de ese repertorio cinco paisanos suyos: Rafael Ortiz Gonzales, Tomas Vargas Osorio, Xavier Carreño Harrer, Augusto Pinilla, y Aida Martínez Carreño. De personajes del pasado sentía verdadera admiración por el sabio Mutis, seguida por la que sentía por Rufino José Cuervo, sin escatimar elogios para los integrantes de la “gruta simbólica”.
El 6 de agosto de 1991 con toda la solemnidad y el protocolo del caso, Elisa Mújica pronuncia el discurso que le valió el ingreso a la academia colombiana de la lengua: “Santafé de Bogotá y su cronista don José María Cordovez Moure”.
Pero mal se podría hablar de la escritora, sin su unión casi simbiótica con el barrio de La Candelaria. Nadie ha cantado con más hondura al histórico barrio como lo hizo esta escritora en varios de sus más logrados textos: “La Candelaria: crónicas y cuadros”; “Cuentos para niños de La Candelaria”; “Las casas que hablan guía histórica del barrio de La Candelaria de Santafé de Bogotá”.
A Elisa Mújica la conocí en la casa de Gonzalo Ariza. En la bella casa del pintor, cuyo jardín llegó a tener cualquier cantidad de variedades de orquídeas, hablé muchas veces con la escritora. Según los temas a tratar, sonreía beatíficamente o se exaltaba, con esa exaltación tan propia de los nacidos en las ariscas y amotinadas breñas de Santander. En efecto temas como “mayo del 68” o como los relacionados con “el control de natalidad” o la de los sacerdotes rebeldes afiliados a grupos como “Golconda” o los movimientos feministas; o el tema del psicoanálisis, la sacaban fuera de casillas.
Frente al feminismo, lanzaba las más fuertes de sus andanadas verbales. Todavía me parece escucharla y verla manotear sin pausa, diciendo al respecto: “¿Qué pretenden en definitiva esas que posan de modernísimas y valientes feministas? ¿Será que todavía sus arremetidas provienen del éxito de un libro malo y absurdo de Simone de Beauvoir: “el segundo sexo”, cuya calidad está en razón inversa del inmenso éxito que logro? A mí, al menos me parece una mezcla variopinta e informe de literatura, psicoanálisis, existencialismo, fisiología, sociología, sexología, de ese bodrio de casi mil páginas, donde las numerosas contradicciones ocultan unas pocas conclusiones de pretensiones esclarecedoras, surge en mi concepto una contundente consecuencia: la alineación femenina, en la historia y en el momento actual, es según la francesa, producto de su situación existencial, de su peculiar manera de estar-en-el mundo. De acuerdo con la mágica fortuna de Jean Paul Sartre, determinada por el sexo y la maternidad. Si interpreté correctamente – y seguía manoteando- la mujer estaría alineada porque su destino es ser madre y el “macho” aprovecha la circunstancia. La maternidad, vistas, así las cosas, sería una carga no compartida que cierra el camino como el más incómodo y pesado de los lastres, que cierra con la fuerza de una maldición, el sendero a la plenitud femenina. El ideal de la virago asoma en todas las líneas, y Simone de Beauvoir confiesa que renunció a ser madre para realizar su inclinación por las letras.
¿Y acaso María Curie no fue esposa, madre, y eso no le impidió ser premio nobel por dos veces; y su hija Irene Curie-Joliot no fue también esposa, madre y premio nobel; en cuanto a su otra hija Eva, no fue ni esposa ni madre, ¿y si militó en los movimientos feministas y llamo la atención en los ambientes mundanas de la Europa de preguerra como una de las mujeres más elegantes?
No nos engañemos: la psicología que maneja la sociedad de consumo, que sostiene sus actitudes, niega la conciencia y estimula la irracionalidad y la ocasionalidad afectiva y abona el terreno humano para las peores ilusiones.
No, a las mujeres las han condicionado y reclaman la píldora y el derecho al aborto, para seguir siendo engranajes de la producción: le han “lavado” el cerebro y pretenden ser mujeres dejando de ser mujeres’’. Momentos hubo, en que Elisa no vaciló en calificar al hippismo, a “mayo del 68” y a las corrientes feministas como obras del maligno.
Al único psiquiatra que respetaba era al doctor Hernán Vergara Delgado, católico y de comunión diaria, como Elisa Mújica.
En otro contexto la escritora amaba entrañablemente a los gatos. Tuvo muchos y con nombres poco comunes: Apolo 11, Ataulfo, Viriato, Cristóbal, Besnet, Eudokia, etc. Políticamente hablando, y en circunstancias electorales particularmente dramáticas, Elisa le apostó al general Gustavo Rojas Pinilla, convencida como estaba de que Rojas Pinilla era la única “posibilidad de hacer desde el gobierno una revolución católica en Colombia” (Mújica, 2008: p.117).
Con todos sus defectos y virtudes Elisa Mújica, no pasaba desapercibida. Y lo hacía a pesar de sí misma. Me contaban en ese sentido, sus sarcasmos por la cultura de la lisonjería; por la cultura “del usted no sabe quién soy yo”; por el afán de la figuración, por esa inclinación tan negativa que miles de colombianos sienten por la auto referenciación. O por lo increíblemente frívolos que podemos llegar a ser cuando nos proponemos.
Hay una frase de esta hija ilustre de Bucaramanga, aunque Bucaramanga presuntamente parece no haberse dado cuenta que, en mi concepto, la retrata de cuerpo entero:
“Ser capaz de no perder la alegría en el sufrimiento, aunque padeciéndolo hasta sudar sangre, es verdaderamente la única forma de vencer el mal. Dios mío: que yo acepte apaciblemente mi pobreza, soledad, marginalidad, vejez; ya debe bastar para vencer el mal. En lo que a mi concierne; no me mandes más pruebas”. (Mújica, 2008: p.188).
Bibliografía:
-Mújica, E (2008). diario 1968-1971. Bogotá: editorial Planeta S.A.
-Mújica, E. (1957) edición prolongada y anotada de reminiscencias de Santafé de Bogotá de José María Cordovez Moure, Madrid, Aguilar.
-Mújica, E (1962), la aventura demorada. Ensayo sobre Santa Teresa de Jesús. Bogotá, editorial Presencia.
-Mújica, E (1963). Catalina. Madrid: editorial Aguilar.
-Mújica, E (1978). La expedición botánica contada a los niños. Bogotá: Euka-Colcultura.
-Mújica, E (1981). La candelaria (crónicas y cuadros). Bogotá: instituto colombiano de cultura.
-Mújica, E (1949) los dos tiempos Bogotá: editorial Igueima.
-Amaya Méndez, N, R. (2001) Elisa Mújica: verdadera vocación por la escritura. EN: boletín cultural y bibliográfico, volumen XXXVIII, NO.56, 2001, Bogotá: Biblioteca Luis Ángel Arango, pp. 3-19.
-Vergara Delgado, H. (1995) Soberanía de la fe. Bogotá (S.E).