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El abrazo de la muerte blanca: Un vistazo a la tuberculosis y su impacto histórico

Juan Sebastián Botero-Meneses, M. D.

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A lo largo y ancho de París, en cualquier mañana fría de 1840, los angostos pasajes y las calles concurridas en ocasiones se veían solitarias. Solo podían divisarse siluetas lejanas; fantasmales, las edificaciones y algún transeúnte ocasional. La neblina, más espesa de lo usual, era una mezcla entre el distante aroma de las almas y la desolación de una ciudad que, a espaldas de sus ciudadanos y sus calles, incubaba un asesino silencioso.

París, era una metrópolis que crecía a pasos agigantados; a veces, más rápido de lo que su gente podía alcanzar. Vivir en la capital de Francia en aquel momento del siglo XIX no era fácil, en ningún campo social o profesional; menos aún para los trabajadores de las artes, escritores, músicos, dramaturgos, poetas.  Es allí donde se desarrolla la novela Scènes de la vie de bohème,  de Henri Murger; sobre la cual se inspiraría el libreto de Luigi Illica, sobre el cual Puccini constituiría La Bohème, en 1896.

El desarrollo de la historia se produce en el balance entre no tener privilegios económicos para hacer parte de la vida sibarita, y disfrutar de los placeres que ofrece una ciudad como París.

Es allí dónde Rodolfo y Mimí se conocen, se enamoran. Entienden desde el principio su atracción y, de la manera más sútil, propician encuentros “accidentales” solo para estar cerca el uno del otro. Sin embargo, será mayor el desasosiego que sentirá Rodolfo, después de la dura decisión que ha de tomar.

Mimí se nos presenta como una mujer encantadora, bella de la manera más simple y más pura. Una mujer marcadamente esbelta, de tez blanca y rasgos faciales muy finos. Sobre sus mejillas un sedoso y sutil tono rosa. Esta mujer se muestra casi como si estuviera esculpida, meticulosamente como una estatua de mármol o una figura de porcelana.
Sin embargo, sería la enorme belleza de Mimí el signo más claro de su enfermedad, un profundo y desesperado grito de ayuda de su cuerpo, escuchado de forma tardía, y que resultaría en la muerte de la joven.

La tuberculosis es posiblemente una de las enfermedades más antiguas y devastadoras de la historia. Algunos autores afirman que es la primera enfermedad conocida por la humanidad. Aún hoy, a pesar de que en nuestro tiempo se creyó erradicada, la tuberculosis cobra miles de vidas mundialmente, a pesar de la existencia de tratamiento médico, de herramientas en prevención y promoción de la salud.

A lo largo de la historia, la concepción de la tuberculosis ha cambiado y han sido muchas las denominaciones que se le han dado a este padecimiento. Entre las más comunes se encuentran: “La enfermedad del Rey”, “Plaga Blanca” y el que más se popularizó: tisis.

La tuberculosis o tisis ha existido desde tiempos casi inmemoriales. En Egipto, casi 5000 años antes de nuestra era, encontramos algunas de sus primeras víctimas. El caso más conocido es el de  la momia de Nesperehân, sacerdote de Amón, encontrada en 1881. La momia tenía evidencia de abscesos granulomatosos en varios cuerpos vertebrales y en el músculo psoas; hallazgos caractéristicos de la tuberculosis vertebral, conocida aún hoy como Mal de Pott.

La palabra tisis proviene del griego phthísis, que traduce “consunción” o secamiento, refiriéndose a la gran emaciación que padecen los pacientes infectados con tuberculosis. Existe variedad de reportes y descripciones en la literatura de cómo las personas se consumían, sus cuerpos se secaban hasta la muerte. Aparece por primera vez en la literatura griega, alrededor del  460 a. C. Hipócrates describía la tisis como la enfermedad más prevalente en Grecia. La definía como casi siempre letal y reconocía su alto potencial contagioso. Entonces a los médicos se les prohibía, en ocasiones, visitar y examinar a los pacientes con tisis, a fin de salvaguardar su propia salud y reputación. En las primeras descripciones hipocráticas, se describe la tisis como una ulceración pulmonar, del tórax o de la garganta, junto con la aparición característica de tos productiva o purulenta y fiebre. El cuerpo era “consumido” por la amplia secreción de pus.

En términos generales, se trata de una infección crónica, producida por una bacteria sumamente agresiva, llamada Mycobacterium tuberculosis. También conocida como Bacilo de Koch, en honor al Dr. Robert Koch, quien en 1876 descubrió este microorganismo y en 1882 demostró su relación con la enfermedad llamada “carbunco” (tuberculosis producida por microorganismos del género Mycobacterium en animales), que mataba a gran escala las cabezas de ganado en la zona rural donde el Dr. Koch tenía su laboratorio. Una especie “familiar” de esta bacteria, llamada Mycobacterium leprae, es la resposable de otra patología ampliamente conocida, la enfermedad de Hansen o lepra.

La enfermedad recibe este nombre por la aparición de tuberculomas, que son, en esencia, masas con forma de tubérculo y que pueden aparecer en la superficie del cuerpo, como en la variante ganglionar llamada escrófula, o dentro del organismo. Estas masas son lesiones llamadas granulomas, cúmulos de Mycobacterium rodeados tejido muerto que infiltran tejidos, comprometiendo de forma más prevalente al sistema respiratorio.

Existen presentaciones extrapulmonares de la enfermedad que pueden afectar los riñones, los huesos y el sistema nervioso central. También pueden darse “siembras” diseminadas de tuberculomas en otros órganos, en la presentación conocida como tuberculosis miliar.

Clínicamente, la tuberculosis es una enfermedad con una sintomatología amplia, variable y en algunos casos muy inespecífica. El paciente con una infección activa de tuberculosis se presenta, clásicamente, con palidez franca, rubor facial, agudización marcada del tono de voz producto de astenia y adinamia, es decir, cansancio marcado, que puede llegar a la postración en cama y dolor generalizado del cuerpo.

Los pacientes experimentan episodios generalmente violentos de tos con pus o sangre (hemoptisis); además de fiebre persistente, sudoración nocturna y pérdida marcada y progresiva de la masa muscular, pasando de ser muy esbeltos a verse esencialmente “esqueléticos”, fenómeno también conocido como emaciación.

Algunos de los signos anteriores, que pueden no parecer” alarmantes”, son la evidencia más clara de cómo el cuerpo se consume en un intento por combatir la infección que lentamente devasta sus estructuras de adentro hacia afuera.
Muchos de ellos son los que, irónicamente, constituían la gran belleza de Mimí y de las demás mujeres de la historia que padecieron tuberculosis y han sido representadas en diferentes obras literarias. Este cuadro clínico de una persona enflaquecida, ruborizada, con accesos violentos de tos, ha marcado a los grandes escritores de la historia y ha dejado huella en  la literatura universal y el arte. Como ejemplos, la famosa ópera de Giuseppe Verdi, La Traviata (1853), basada en el libro de Alexandre Dumas, La dama de las camelias, nos cuenta la historia de Violetta Valéry, una cortesana que padece la enfermedad y muere, igual que Mimí.

En 1840, uno de los temores más profundos de los europeos era adquirir la tenebrosa tisis pulmonar. Es aquí donde llegamos al componente más trágico en la obra de Puccini: si bien Rodolfo le manifiesta a sus amigos que no desea seguir junto a Mimí, por su constante coqueteo con otros hombres, somos testigos, en realidad, del temor a contagiarse la enfermedad y morir, de la manera horrible como gran parte de Europa era testigo.

Rodolfo abandona a Mimí y es asolado posteriormente por la culpa, el sentimiento que le recordaba en cada momento que había preferido dejar a la mujer que amaba, por protegerse del terrible mal que atormentaba a la mujer de su vida. Vemos representada en esta obra una decisión sumamente difícil, que trasciende los principios éticos de cualquier ser humano, al anteponer el bien personal al bien del prójimo, o del ser amado.

En el momento de la muerte de Mimí, al final del último acto, el grito desgarrador de dolor de Rodolfo, “¡Mimí...! ¡Mimí...!”, es la clara muestra de que, además de las víctimas mortales de tisis o tuberculosis, existe y existirá siempre una herida en tantas personas que han visto morir a sus seres amados, consumidos, deshechos… disueltos y arrancados de sus brazos por una bruma blanca.