Los estudios contra los niños en los toros no existen
Alfredo Herrera Amaris
Alfredo Herrera Amaris
Durante estos últimos días, no se habla sino del nuevo proyecto legislativo que inicia carrera en el Capitolio para prohibir la entrada de los menores de edad a las corridas de toros. La bancada animalista y los líderes del gremio señalan con contundencia una serie de estudios e, incluso, una recomendación de la ONU que -según ellos- apoyan incondicionalmente su propuesta.
Aseguran que “los menores deben desarrollarse en ambientes sanos, alejados de actividades que puedan causarles daño emocional, físico o psicológico”. Y aunque no desconozca sus intenciones altruistas, me causa cierta intriga el porqué, si tanto daño hace la tauromaquia a los niños, entre sus aficionados se cuentan personas tan ilustres que de ninguna forma nos harían pensar que causa tales abominaciones. ¿O son acaso Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Garzón y Gabriel García Márquez una deshonra para la patria?
Por tal motivo, me resultó imperioso consultar los documentos que ellos aducen. ¡Oh, sorpresa!, encuentro todo lo contrario.
Respecto a la recomendación de la ONU -que en realidad no es ella sino un Comité-, en primera medida, no prohíbe la entrada de menores de edad (<18): propone considerar el no permitir la entrada de menores de 6 años. Tampoco es una prohibición; por el contrario, una recomendación, pues el Comité redactor no tiene tales facultades ni era su intención sobrepasarlas. En tercer lugar, no se la hace a Colombia, sino a Portugal; y por último, y más importante, no lo hacen bajo ningún estudio científico, sino bajo el constante lobby de las organizaciones animalistas de la región.
Por si fuera poco, tampoco hay investigaciones que condenen a los menores como espectadores de los eventos taurinos, sino por el contrario, estudios que lo desestiman.
El Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid encargó en 1999 un informe sobre los posibles efectos psicológicos de la tauromaquia en los niños a profesores de la Universidad Complutense, la Universidad de La Coruña, la Universidad Pontificia de Salamanca y la Autónoma de Madrid. Tras cuatro informes de esto grupos selectos, la conclusión fue una sola: “no se puede considerar como peligrosa la contemplación de espectáculos taurinos por menores”.
Ahora, por supuesto que la violencia contra animales conduce a más violencia. De ello hay innumerables estudios. Lo cierto es que así como lo indican tanto un estudio de la Dra. María de los Ángeles López Ortega como la regla de la experiencia, cuando se pesca, a pesar de que el animal sienta dolor, no por eso seremos violentos; porque no se hace con crueldad, es decir, con intenciones de disfrutar con el sufrimiento.
Por eso los wayús no son asesinos en serie por degollar chivos durante su tradicional fiesta Wayne, tampoco los miembros de una familia cuando envenenan a un ratón son más proclives a desarrollar violencia intrafamiliar, ni mucho menos los taurinos se caracterizan por protagonizar escenas violentas dentro y fuera de la plaza.
Esto, porque en realidad a una corrida no se va disfrutar de la muerte del bovino, sino a presenciar como un todo el espectáculo consagrado bajo la caza ritual del animal; por eso se le aplaude tanto a él como al torero; y no precisamente porque haya dolido, sino porque todo el procedimiento cumplió con los preceptos especialmente diseñados para darle un sacrificio acorde con las consideraciones que se le tiene como animal totémico de la cultura taurina, entre las cuales se cuenta el que muera de forma inmediata luego de la estocada como sinónimo de que se respeta la dignidad del animal.
La tolerancia de las escenas crudas en la plaza depende del entendimiento de cada uno de los asistentes de que se trata de una autentica caza, con los medios apenas necesarios para un animal de tal vigor. El ruedo se erige como un espacio de verdad ante tanta mentira de la comercialización de la carne.
Desestimadas las acusaciones de los animalistas, por el amor que le tengo a la patria, al respeto a las libertades fundadas de cada quien y a la lealtad que merece un debate, anhelo que Colombia no tome decisiones basadas en mentiras.