La reminiscencia de los pecado
Camila Vela
Los pecados, palabra que aborda un mundo de significados que a veces nos llevan a creer que seguramente sí existen y son los que nos liberan y de cierta manera condenan, cada día en este plano que se torna más vacío más lúgubre más sombrío, en donde la maravilla de la tierra se ha condensado en ver más bien las desgracias de los hombres, que encadenados en la búsqueda de la verdad se alimentan un poco más de la realidad que consideramos de alguna manera es ajena a nosotros. Pero, en este basto camino aún sin recorrer ¿Qué podría ser considerado como pecado? Si por casualidad estamos bajo alguna concepción religiosa, el pecado es la forma de otorgarle a entes superiores el poder de apresar nuestras almas, en nuestra cotidianidad el pecado es aquel actuar negativo, un pasaje que no debemos seguir, un pasaje prohibido que nos alimenta de odios e impurezas, pero en esta realidad ¿Qué seria pecado y que sería humanidad?
La delgada línea del bien y el mal siempre están en contraposición, en una batalla que siempre se libra haciéndonos cuestionar de vez en cuando si nuestras acciones son buenas o malas, o si las buenas son vistas como malas y las malas catalogadas como buenas, claramente aquí tenemos un tema subjetivo que nos limita el ámbito de interpretación, lo que para mí es bueno quizá para otro sea malo, pero ¿Por qué si hay tantas interpretaciones hay tantos bandos proclamándose como buenos y etiquetando a los demás como malos? Siguiendo esta línea pensaríamos entonces que los pecados corren con la misma suerte, pero viéndolo desde un ángulo más bien bíblico, los pecados no son buenos y no pueden ser considerados como tal, pero qué pasa cuando cometemos un pecado que en nuestra necesidad era viable cometerlo, o por el contrario, sin saber sin percatarse se comete y puede traer un beneficio.
The Fall of the Damned por Dirk Bouts - Dominio público
Esta semana, este año e incluso esta vida que aún falta por vivir nos ha demostrado que los pecados, inmersos en nuestras acciones no son más que espejismos que alucinamos cometer, que simulamos y matificamos para no hacerlos visibles, siempre ocultándolos de los demás, pero: ¿Qué significaría la visibilidad de los pecados de cada persona, cuando ocultos del deseo individual son cometidos por obra y gracia de una persona que en su interior no desea arrepentirse? La mayoría de las veces en nuestro día a día por negligencia o por querer tapar el sol con un dedo, elegimos un mundo lleno de hostilidades y pesares, como lo es los niños pidiendo limosna, las madres gritando por no tener que comer, los hombres que bajo un atado de cabuya se acurrucan buscando un poco de pan y misericordia viendo en los ojos de cada uno de los transeúntes que lejanos, solo pueden ver con repulsión, tristeza, nostalgia, ira y negligencia un ser ya moribundo y carcomido por el cemento. El condicionamiento social nos ha llevado a cometer pequeños pecados que vemos normales solo porque a nuestro alrededor nadie le pone atención, o simplemente la desdicha y la falta de medios nos hacen pensar que no hay más opciones que seguir nuestro camino.
Ahora bien, el confesionario más efectivo que podemos encontrar lejos del de una iglesia es el confesionario de la calle, hora tras hora podemos encontrar diferentes escenarios que nos hacen sentir diferentes emociones que no son ajenas a nosotros sino por el contrario, logran hacernos suspirar y confiar que de seguro mas adelante todo va estar bien, este tipo de confesionario es impredecible, no lo podemos controlar y por ende tampoco podremos controlar nuestras reacciones, la pura ciudad desde el sol naciente y desde su ocaso nos brinda confidencias que solo propias, hemos logrado almacenar en nuestro subconsciente como experiencias. Vagamente la luz de los pecados se convierte en una manera más similar y familiar de encontrarnos con nuestra personalidad, que seguramente presa de las estigmatizaciones y de la presión social, solo puede mostrarse cuando se encuentra en su punto más vulnerable. Es por eso, que llegada la miseria esta carcome la poca autoestima de felicidad que se tiene, y solo quedan los pecados, que en estos casos son la única “salvación” a la vista más próxima de su necesitado, a causa de esto, el recordar cada una de nuestras vulnerabilidades así sean pequeñas, denotan un poco el retrato roto y fragmentado de nuestra esencia.
El Bosco - Los siete pecados capitales
Más lejos del bien o del mal son los pecados unos mecanismos de caracterización, pero ya entrados en años y más que todo en experiencia, nos encontramos en un punto donde por afinidad ellos nos definen. Seguramente guardar la cadencia y el buen comportamiento es lo único que para una sociedad azotada por la apariencia elegante y la horma de la buena vida, es la única forma de poder sobresalir. Buenas o malas, sean las acciones, los pensamientos, las palabras y lo que aún no se ha dicho, es ciertamente sincero que aun cuando no queremos ser vistos en el fondo quizá si queramos serlo y de seguro la única manera para conseguirlo son, repetitivamente los pecados; es falso creer que la buena vida solo consta de tres pasos básicos, y uno de ellos pueda ser la atención que adquirimos cuando algo escandaloso se apodera de nuestro epicentro, o de lo que en nuestra personalidad es lo que nos define.
Pecados para morir, pecados para luchar, pecados para seguir, pecados para abandonar, pecados por saborear, pecados para transigir, pecado para inmortalizar, aun sea que los pecados no sean solo una palabra banal. ¿Por qué siempre el pecado lleva consigo una definición ajena a su verdadero significado? Propio de esta palabra o no, su significado más próximo puede ser que cada persona lleva consigo dos lados, dos mitades que pueden osar por apoderarse de los pecados personales, que no siempre son negativos y que, por consiguiente, logran crear reminiscencias, reminiscencias nuevas y frescas que a lo largo de la línea un poco desgastada y transparente pueden construir sueños, miradas, deseo, pasiones, fracaso, fragmentos, olvidos, penumbras, memorias, cultivos y hasta de pronto generan en el espectador un poco de misericordia.