La Vida en Blanco y Negro
Jairo Hernán Ortega Ortega, MD
Muchas veces la vida es fiel reflejo de lo que hacemos. Nuestro trabajo, oficio o profesión parecen marcarnos el subconsciente y sin quererlo, nuestra personalidad se retrata de esa forma. Retrato que por más que queramos nunca podrá ser cambiado, si al caso retocado, porque el negativo del mismo es, simplemente, la profunda impresión del alma.
Ganador, en 1975 y en 1976, del Primer Premio del Salón Nacional de Fotografía de la Alianza Colombo Francesa. Segundo puesto en el Concurso de Fotografía organizado por el Colombo Americano. Premio al afiche para la Conmemoración de los 450 años de la Ciudad de Cartagena, en 1983. Segundo premio en Fotografía del Congreso Nacional de Brujería organizado por Simón González…en fin, múltiples reconocimientos en su trayectoria de Fotógrafo Profesional ha recibido Jaime Valbuena Sanmiguel. Eso fue durante la parte blanca de su vida. La negra es otra cosa. Nada más parecido a su vida ha sido su oficio: la fotografía.
Foto: Jaime Valvuena, Plaza de Bolivar
"La fotografía me empezó a gustar porque trabajaba en el departamento de dibujo, diseño y arquitectura del SENA, en 1964, en Bogotá. De Bucaramanga llegué a la capital a los siete años. Dos vecinos tomaban cursos de fotografía en el Colombo Americano y me mostraron lo que era una ampliadora y cómo se manejaban los químicos. Inmediatamente monté mi cuarto oscuro y adapté un proyector de transparencias como ampliadora, mientras pude comprar una. Eso era absurdo porque los lentes del proyector no tienen diafragma; corría el riesgo de que en una centésima de segundo quedará impreso en el papel lo que de pronto no quería."
Con su madre y hermanos vivió en el barrio Veraguas. Conoció muchos personajes que posteriormente se convirtieron en grandes amigos de rumba. Era asiduo visitante del campus de la Universidad Nacional, sin estar matriculado. Estuvo en clases con Dicken Castro, el Chuli Martínez y con Rogelio Salmona, entre otros. Todos lo apreciaron.
"Vivía de dibujar planos para los grandes arquitectos de Bogotá y sus empresas. Bermúdez y Valenzuela y los otros que eran de moda. En la oficina del Chuli Martínez conocí a Daniel Samper Pizano, quien era fabuloso echando cuentos; cuando él llegaba se paralizaba el trabajo, todo se convertía en fiesta. Todos me recomendaban porque mi trabajo era muy bueno. El arquitecto Germán Puyana García era el arquitecto jefe del SENA. Otro gran arquitecto con el que tuve contacto fue Fernando Correa".
Foto: Jaime Valvuena, Calle del Candilejo
Del SENA lo expulsaron porque, basado en la Enciclopedia Británica, construyó un sismógrafo, después de un terremoto que hubo en Santa Fe de Bogotá. Lo colocó cerca de una ventana del edificio del SENA de la Avenida Caracas con Trece; al pasar los troles y los buses, el aparato detectaba la oscilación del edifico; esto causó pánico entre sus moradores y le achacaron el malestar laboral y de incertidumbre que se generó.
"Rodolfo Martínez Tono, director en ese momento del SENA, no estuvo de acuerdo y me reintegró, pero no quise volver. Decidí continuar como independiente y reforzar más el trabajo en fotografía. Vivía en La Candelaria y tenía muchos amigos actores del TPB; Fanny Mickey y Jorge Alí Triana decidieron probarme como fotógrafo de planta. De ahí surge una de mis fotografías más famosas, tomada durante las presentaciones de El Espantapájaros que quería ser Rey, obra de Agustín Malfatti. También fue presentada en La Tertulia de Cali y en la Universidad de Popayán donde se dejaron ampliaciones de mis fotografías de teatro en el hall; al terminar la función se habían robado las fotografías. Fanny dijo que eso era porque nos amaban que se las habían llevado. Los estudiantes que se llevaron los retablos fueron identificados, pero nada se les hizo porque Fanny Mickey había aprobado el robo. Mis fotos eran consideradas las mejores de teatro".
Una de las épocas amadas por Jaime es precisamente la de haber sido fotógrafo de los grupos de teatro La Candelaria con Santiago García, Teatro Libre con Ricardo Camacho y Jorge Plata, el TEC de Cali con Enrique Buenaventura, La Mama de Kepa Amuchástegui y El Local de Miguel Torres. Estar en las giras lo disfrutaba mucho.
"Siempre me compraban mis fotos. No quise abusar más de mis amigos teatreros y decidí incursionar en la publicidad. Empecé a hacer cosas de productos pequeñitos, cosas fáciles de hacer, fueron un éxito, entonces busqué trabajo en compañías grandes. Leo Burnett, en la calle 39 con carrera 7, bajo la dirección de Gonzalo Mesa, me recibió al ver la calidad de mi trabajo; fotografié muchos productos, sin embargo unos argentinos que estaban en la agencia admiraban mi trabajo con envidia".
Su vida amorosa la marcó Teresa Hernández Barón, quien estudiaba en el Colegio Mayor de Cundinamarca, ubicado cerca al Barrio la Macarena. La conoció y se enamoró. Jaime vivió en ese barrio compartiendo apartamento con el escultor Salustiano Romero, quien actualmente vive en París, y Manuel Guillermo cantor, cucuteño y profesor de la Facultad de Arte de la Universidad Nacional.
"Al barrio La Macarena lo llamábamos La Colina de la Deshonra. Iba todos los días a una panadería, La Pilarica, a comprar media botella de brandy. Teresa aprendió conmigo fotografía, fue gran alumna. La fleché al decirle que tenía una cara muy exótica y quería fotografiarla. Ahí empezó la historia, de la cual hay tres grandes logros: mis hijos Andrés y Alejandro y la fotografía del desnudo de Teresa con la cual gané un reconocido concurso. Esa fotografía famosa se dio cuando un día Teresa me dijo: - cuándo me va a fotografiar desnuda. Le contesté, - ya mismo. Armamos el sinfín con cartulina blanca y la luz utilizada fue natural. La que entraba por la ventana de la sala, en horas de la mañana. La luz natural día es la mejor. Usé una cámara barata, Pentax, y en mi cuarto oscuro revelé el rollo y lo copié. A Teresa le gustó la foto infinitamente. La vida hizo que nos separáramos y lamento mucho no haber estado junto a mis hijos durante treinta años".
Foto: Jaime Valvuena, Quietud movida por las alas del sueño
El pesado medio de los artistas, la bohemia del arte, el gusto por el alcohol y la pasión por la rumba influyeron en su debacle marital y hogareña. Se refugió en la creatividad de su oficio, dedicándose con mayor ahínco a lo publicitario.
"Me ofrecieron el puesto para ir a trabajar en la mayor empresa publicitaria del occidente del país, Centrum, filial de Ogilvy & Mather. En Cali, donde estaba la sede principal desarrollé con fuerza mi creatividad, sin dejar los buenos tragos. En Medellín, con TEA Publicidad hice un montaje para una ropa deportiva, donde en la misma diapositiva metí a la misma modelo siete veces, con diferente ropa; eso no lo hacía nadie en esa época. De las cosas más locas que hice fue fotografiar las nubes de Pereira, desde una avioneta, porque fue un trabajo que me encargó un famoso y excéntrico Cirujano Plástico colombiano, quien quería colocar en su consultorio un mural de nubes, pero tenían que ser las de la ciudad de Pereira".
Jaime Valbuena Sanmiguel es reconocido como pionero en técnicas de la fotografía de laboratorio en Colombia, por ser tan recursivo desarrolló métodos propios como el de la Sustracción de Densidades.
"La Sustracción de Densidades fueron puros experimentos míos, al ver una foto de Kodak donde mostraban una pelota de golf con diversos colores. Me gustaba mucho el ensayo y el error en el cuarto oscuro. Empecé a ver cómo podían separa los diferentes tonos y grises que tenía una fotografía y después asignarle un color diferente a cada gris. El que uno escoja, es la libre estructuración del color. La separación de los tonos. El resultado es como la mezcla de un mosaico árabe con vitrales egipcios a lo Andy Warhol, pero con pura técnica, pericia y pasión criolla. Y eso sí, con mucha inspiración (un buen ron). De las fotografías realizadas y copiadas en esa técnica la que más aprecio es la que le hizo al maestro Alejandro Obregón; amigo vital".
El maestro Valbuena goza con el blanco y negro, el color lo aplicó más en lo comercial. Su arte lo llevó a conocer casi todo el país y a ser amigo de muchas personalidades, no sólo del mundo artístico sino del intelectual y académico. Lector y conocedor de los clásicos en la literatura, la pintura, la música y el ballet. Gran jugador de ajedrez y analista matemático de la ruleta en los casinos.
Foto: Jaime Valvuena, Caballo
"Francisco Cárdenas Peláez, profesor de Bellas Artes de la Universidad Nacional, es de los que más aprecia mi obra, ha hecho muchas reseñas para mis exposiciones. El gran maestro del chelo, Rafael Hoyos, padre del niño genio del violín Rafaelito, de Federico director de filarmónica y de Laura Cristina, violinista consagrada, es uno de los que más admira mis fotos. Carlos José Reyes, quien fue director del TPB y de la Biblioteca Nacional, siempre quiso que expusiera mi arte en la Biblioteca, pero no tuve plata para hacerlo. Cuando llegué a la casa de Obregón, en Cartagena, le dije que llevaba más de una hora en la esquina esperándolo para capturarlo; levantó los brazos y me dijo, estoy capturado. Me comentó que había estado viendo mi exposición en Cartagena y que le gustaron todas las fotos. Empezamos a tomar vodka a las once de la mañana. Me confesó que los colores de sus pinturas los sacaba de los peces y los pájaros. Lo fotografié, pero esas fotos las conoció el maestro Obregón sólo hasta siete años después; cuando las vio me ofreció cambiar fotos por cuadros; ahí cometí el error más grande de mi vida, nunca volví a la casa del maestro a recoger mi pintura con la firma de ese monstruo del arte contemporáneo".
"Me gusta trabajar en blanco y negro, pero no desprecio el color. He usado todo tipo de cámaras, desde la Linhof hasta la más elemental de las Pentax. Me he enfrentado a los cambios del desarrollo en la fotografía. Considero que la tecnología es maravillosa. Me gusta lo que hacen las cámaras modernas digitales, la Cambo, la Haselblad, y las Cannon especiales o la Nikkon, costosas todas. Yo no las tengo ni las manejo, pero mi hijo Andrés sí. Dicen que Andrés heredó, gen a gen, mi ojo clínico para el arte de la fotografía; es muy exitoso en su área, en el país y por fuera. Mi otro hijo Alejandro, es cineasta, también exitoso, también heredó lo del padre y la madre. Y eso que estuve treinta años lejos de ellos".
Foto: Jaime Valvuena
La obra del maestro Valbuena Sanmiguel es variada, pero depurada y única. Lamentable que gran parte del público colombiano no la conozca y, más lamentable aun, que no se le haya difundido a nivel internacional. Conocedores del arte fotográfico consideran que si Jaime hubiera sido “juicioso”, habría sido millonario con la fotografía. Es vox populi, dentro del medio, que nada tiene que envidiarle a Leo Matiz, Nereo López o Rudolf (Shrimpff Mampe), y hay quienes lo comparan con Richard Avedon o Henri Cartier - Bresson.
"Más que darme a reconocer, me encantaría transmitir mis conocimientos a los jóvenes estudiantes de las universidades, ser catedrático del cuarto oscuro, del laboratorio, porque por lo básico es que se deben iniciar los excelentes fotógrafos. Sin embargo, lo que más me llenaría, en estos momentos de mi vida, sería exponer mi obra, por ejemplo, en lo que se refiere a arquitectura, teatro, y de manera muy especial las que demuestran la sustracción de densidades con la libre estructuración del color".
Hoy, después de haber vivido con comodidades en La Macarena, barrio de artistas y estudiantes, vive en una modesta pensión del Santa Fe, barrio de putas y bohemios. Allí guarda, con celo, una genial y pesada maleta - caja que él mismo fabricó en madera de pino y riata, en la cual tiene atesorado lo que sobrevive de sus archivos fotográficos. Le estamos debiendo una exposición al maestro Jaime Valbuena Sanmiguel.