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El valor de las humanidades para la democracia

Carlos G. Patarroyo G.

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En su muy influyente libro Contra la democracia el filósofo y profesor de la Universidad de Georgetown, Jason Brennan, hace un llamado a la necesidad de abandonar la democracia. El libro se puede ver como una larga defensa de la idea según la cual la democracia ha fracasado y es necesario que se la reemplace por un sistema diferente, más eficaz y más realista: la epistocracia. La epistocracia es un sistema en donde no todos los votos pesan o valen lo mismo. Aquellos de los ciudadanos más inteligentes y mejor informados en temas políticos y administrativos pesan mucho más que los votos del ciudadano de a pie que suele no pensar mucho en política. Para Brennan el fallo de la democracia no es una situación reciente, es, por el contrario, un sistema que jamás ha logrado funcionar plenamente y, defiende, es hora de reconocer que es un sistema que está destinado a no funcionar. El problema que Brennan ve en el sistema democrático es que permite que la mayoría, compuesta por los que él denomina hobbits por un lado, es decir, personas a quienes no les interesa la política, y hooligans por el otro, es decir, personas que sí tienen un interés pero sesgado, se aferran fuertemente a ciertos principios o partidos o caudillos, pero son incapaces de abrirse a la comprensión y menos cooperación de puntos divergentes de los propios, son los que terminan tomando las decisiones que afectan a todos, incluso a los pocos que sí se interesan, se ilustran y forman opiniones balanceadas sobre temas políticos (a ellos los denomina vulcanos):

El problema es que el sufragio universal incentiva a la mayoría de los votantes a tomar decisiones políticas de una manera ignorante e irracional, y luego impone estas decisiones ignorantes e irracionales a la gente inocente. Lo único que podría justificar el sufragio universal e irrestricto sería que no pudiéramos producir un sistema que dé mejores resultados. (Brennan, 1026, p. 8)

El libro de Brennan es un ensayo agudo y que amerita un análisis detallado. No me es posible abarcar con justicia sus argumentos en la extensión de este breve escrito, y no es mi interés ofrecer una refutación de él en este texto. En cambio, pretendo utilizar la propuesta de Brennan como una muleta para apalancar algunas ideas acerca de la democracia, su importancia, y la fundamental relación que guarda con las humanidades y las ciencias sociales.  

Comenzaré por decir que la posición de Brennan se ha hecho cada vez más común en los tiempos actuales. Se cita con frecuencia la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos (y la innegable fuerza que tiene hoy de cara a las elecciones de 2024), la elección de Jair Bolsonaro en Brasil y el Brexit, entre muchos otros ejemplos posibles, como casos que distan de ser ocurrencias aisladas y que, por el contrario, son síntomas de la podredumbre de la democracia. Brennan, de hecho, acude también a una amplia gama de ejemplos similares como punto de partida de las consideraciones de su libro. Coinciden también varios autores en decir que el tipo de manipulación política que se ha visto en los últimos años; el fenómeno que se ha denominado posverdad (que no es algo monolítico, sino una sombrilla para una amplia gama de prácticas que tienen como elemento común un desinterés por la verdad); y una nueva forma de caudillismo que se ha tomado ciertos escenarios políticos, son síntomas de una democracia terminalmente enferma.

Aquí vale la pena hacer una aclaración que ya hizo John Dewey décadas atrás, pero que parece que se olvida con frecuencia, y que Brennan en su libro parece también pasar por alto. La democracia puede ser entendida de dos maneras, una superficial y una más profunda y vital:

La devoción de la democracia a la educación es un hecho familiar. La explicación superficial es que un gobierno que descanse sobre el sufragio popular no puede ser exitoso a menos que aquellos que eligen y obedecen a sus gobernantes estén educados. […] Pero hay una explicación más profunda. Una democracia es más que una forma de gobierno; es primordialmente un modo de vivir asociativo, de experiencia comunicada y conjunta. Se trata de la extensión en el espacio del número de individuos que participan en un interés, de manera tal que cada uno ha de referir su propia acción a las de los demás, y considerar las acciones de los otros como dando sentido y dirección a las propias; es equivalente a la demolición de aquellas barreras de clase, raza y territorio nacional que han impedido al ser humano percibir la importancia de su propia actividad. (Dewey, 1944, p. 91)

Nótese que en la cita Dewey habla de la importancia de la educación para la democracia, algo de lo que hablaremos hacia el final de este texto. Y procede a mostrar que esta relación se puede explicar de dos maneras, una ligera o superficial y otra más profunda, que encajan a su vez con las dos maneras de entender a la democracia misma. La explicación un tanto superficial es que se trata de un sistema de elección popular y una forma de gobierno. Pero hay otra, mucho más profunda, y es ver a la democracia como una forma de vida, más aún, una forma de convivir en comunidad, aceptando las diferencias, reconociendo que somos diferentes y libres para formar opiniones diversas; una sociedad en donde se respete a los demás en lugar de pensar que todo aquel que no piense como yo es un enemigo que debe ser eliminado. Es de resaltar aquella parte en donde Dewey dice “cada uno ha de referir su propia acción a las de los demás, y considerar las acciones de los otros como dando sentido y dirección a las propias”; vivir en democracia es, entonces, entender que las propias acciones afectan a otros, directa o indirectamente, y que ello conlleva una responsabilidad. A la vez, que es porque hay otros que se ven involucrados en mis acciones, que mis acciones tienen sentido. Democracia como forma de vida es entender que estamos todos entrelazados, inevitablemente, ineludiblemente entrelazados. Nos afectamos los unos a los otros y es esta red la que da sentido a nuestras acciones.

Ahora bien, retomando a Brennan, cuando este ve los signos de la enfermedad de la democracia propone la epistocracia como nuevo modelo. Pero es justamente aquí donde hay que hilar fino porque uno de los grandes problemas de la epistocracia es que supone ya una desigualdad social importante. Es justamente porque hay una clase que tuvo acceso a una buena educación y que tuvo buenos recursos que le permitieron formarse intelectual y culturalmente que ahora se puede pensar en que sea este el grupo social idóneo para que sus decisiones pesen mucho más que las del resto de la ciudadanía. En otras palabras, el sistema funciona si hay una brecha social importante, de lo contrario no sería necesario, pero ¿qué va a garantizar que las decisiones de este puñado de favorecidos busquen el cierre de la brecha que justamente los ha puesto en esta posición de privilegio y poder? ¿No podría esta élite buscar mantener su poder en vez de cerrar las brechas que los ubican en la cima? No hay nada en el modelo mismo que indique que las decisiones de este grupo buscarán este tipo de bienestar social. Y, más allá de ello, la propuesta de Brennan parece fijarse únicamente en la democracia entendida como un sistema electoral y de gobierno, no como una forma de vida. De hecho, esta propuesta es un reflejo de una de las características más intrínsecas a la democracia misma, a saber, su fragilidad.

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La epistocracia supone una desigualdad social; solo los que tuvieron mayores oportunidades educativas y económicas se posicionarían como el grupo idóneo para tomar las decisiones. Foto: Riya Kumari- Pexels

Tal vez ha sido el pensador colombiano Estanislao Zuleta quien lo ha dicho con más claridad: la democracia es frágil: “Es muy fácil elogiar la democracia, pero es muy difícil aceptarla en el fondo, porque la democracia es aceptación de la angustia de tener que decidir por sí mismo.” (Zuelta, 2016, 90). Ya mucho antes de Zuleta lo había dicho Kant en su famosa “Respuesta a la pregunta ‘¿qué es la ilustración?’” cuando hablaba de la ilustración como una mayoría de edad, pero no una mayoría de edad meramente cronológica, sino del uso de la razón. Ser mayor de edad, para Kant, era atreverse a pensar por sí mismo, sapere aude, como rezaba la consigna en latín. Y la ilustración adolecía de la misma fragilidad que la democracia y por las mismas razones:

¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que se tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea.” (Kant, 1784, p. 25)

No es que pensar sea difícil. Lo que trae la angustia de la que habla Zuleta, y la molestia que relata Kant, es la responsabilidad que trae consigo decidir por sí mismo. Vivir a la sombra de otros, dejar a otros las decisiones implica zafarse de la responsabilidad. Y ser responsable, sin duda alguna, es angustiante. Ciertamente mucho más angustiante que no serlo. Una vida democrática implica que uno ha de ser responsable por lo que elige, a quién elige, cómo participa en el ejercicio de la ciudadanía, cómo hace veeduría, cómo se relaciona con aquellos que piensan diferente y ha de aceptar las consecuencias de todo ello. “Pensar por sí mismo es más angustioso que creer ciegamente en alguien” nos dice Zuleta (ibíd.), y ciertamente lo es. Es por eso que la democracia es frágil, porque todo el tiempo se está ante la tentación de dejar los problemas a otro, las decisiones a otro, las responsabilidades a otro. Cuando Brennan propone la epistocracia parece estar proponiendo justamente eso; dejar las decisiones a ese grupo, a esa élite. De hecho, lo dice abiertamente:

Mi respuesta es diferente: esta merma en la participación política es un buen inicio, pero aún hay un largo camino por recorrer. Deberíamos esperar una participación aún menor, no mayor. Idealmente la política ocupará solo una muy pequeña porción de la atención de las personas comunes. Idealmente la mayoría de las personas pasarán sus días pintando, con poesía, música, arquitectura, escultura, tapicería y cerámica. O tal vez fútbol, NASCAR, carreras de tractores, chismes sobre celebridades o viajes a Applebee’s, La mayoría de las personas, idealmente, no se preocuparía de la política en absoluto. (Brennan, Op. Cit. P. 3)

Dejando de lado un claro tono peyorativo de Brennan hacia la gente del común (y de paso, hacia las artes y humanidades), el problema de su propuesta es que pretende inducir a muchos, a la mayoría, a que dejen de decidir por sí mismos, a que dejen de tomar sus propias decisiones y que dejen de participar en las decisiones que afectarán sus propias vidas, tanto individualmente como en comunidad. Sería dejarse seducir por el problema que Kant y Zuleta han mostrado, por la facilidad de entregar esa angustia (de pensar por sí mismo y la responsabilidad que conlleva) a otros perdiendo así la posibilidad de participar en buena parte de la construcción social que nos afecta a todos.

Adicionalmente, haciendo énfasis nuevamente en la distinción entre la democracia entendida como sistema electoral y la democracia entendida como forma de vida, se puede ver que el abandono de la primera no hace nada por la segunda. Y es en extremo dudoso que Brennan esté abogando por el abandono de una sociedad plural, de convivencia pacífica, y respeto a las diferencias. Nuevamente pareciera que al hacer su propuesta, Brennan tiene una injustificada fe en que las decisiones de esa élite lograrán una ciudadanía más abierta, más respetuosa hacia las diferencias y que sepa construir pese a ellas.

Son las humanidades y las ciencias sociales las que permiten formar a los individuos para que tengan las características que permiten una sociedad diversa, que vean en las diferencias una riqueza y no un detrimento, y que se preocupe por cómo sus acciones afectan a los demás.

Ya Martha Nussbaum lo había dicho cuando, en 2011, escribió su ensayo Sin fines de lucro, en el que presentaba una “crisis silenciosa” que llevaba afectando al sistema educativo en todo el mundo desde hacía años (y que lo sigue haciendo, tal vez con más fuerza hoy en día). Esta crisis silenciosa es, justamente, el abandono del estudio y la enseñanza de las humanidades y las ciencias sociales; para Nussbaum ellas son esenciales para la democracia:

Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes […]. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo. (Nussbaum, 2011, p. 2)

Las aptitudes que menciona Nussbaum incluyen, entre otras, el conocimiento de nuestro pasado, la capacidad de ponernos en los zapatos del otro (que va más allá de una mera empatía, pero para la cual la empatía es un primer paso importante), el conocimiento de nuestras diferencias y la humildad para reconocer que nuestros puntos de vista son solo unos entre muchos otros posibles. Las humanidades y las ciencias sociales son las llamadas a proveer estas aptitudes porque su objeto de estudio es el ser humano, sus relaciones, su pasado. Es mediante su estudio que podemos entendernos mejor, que podemos comprender la riqueza de nuestra propia diversidad y la validez y coherencia de sistemas de pensamiento que pueden ser grandemente distintos a los nuestros. Este estudio nos hace más humildes, más modestos, algo fundamental para la democracia, como lo menciona Zuleta:

[L]a democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es enriquecedora; que la propia visión del mundo no es definitiva ni segura porque la confrontación con otras podría obligarme a cambiarla o a enriquecerla; que la verdad no es la que yo propongo sino la que resulta del debate, del conflicto; que el pluralismo no hay que aceptarlo resignadamente sino como resultado de reconocer el hecho de que los hombres, para mi desgracia, no marchan al unísono como los relojes; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o convicciones, debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la esperanza de que la confrontación de opiniones mejorará nuestros puntos de vista. En este sentido, la democracia es modestia, disposición a cambiar, disposición a la reflexión autocrítica, disposición a oír al otro seriamente.

(Zuleta, Op. Cit. p. 92)

La Filosofía, la Historia, la Sociología, la Antropología, la Educación, las Artes Liberales, la Comunicación y el Periodismo, la Literatura, entre muchas otras disciplinas, tienen en su centro y como objeto de estudio al ser humano, sus dimensiones, su diversidad, la manera como se relaciona, la conexión que tiene con otros y con el entorno. Este estudio nos enriquece, porque nos permite conocernos mejor, entendernos mejor, nos abre la mente a nuevas posibilidades y permite que conectemos con los demás en su dignidad como personas, y no como instrumentos o medios para un fin. Todo esto nos prepara para una vida democrática, una democracia como forma de vida. Nos enseña las capacidades de nuestra propia agencia y las consecuencias que tienen nuestras acciones. En suma, nos prepara para el reto de pensar por nosotros mismos, por valernos de nuestra propia razón, y para la responsabilidad que ello implica.

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El estudio de las humanidades y ciencias sociales contribuyen a la formación de individuos comprometidos con la democracia, su entorno y el respeto por la pluralidad de ideas. Foto: Greg Rakozy - Unplash

Como he dicho antes, la propuesta de Brennan no abarca esta manera de concebir la democracia, y si bien el libro presenta muchos argumentos dignos de un estudio detallado a favor de la epistocracia, la democracia como forma de vida es sin duda algo a lo que debemos dirigir nuestros más ingentes esfuerzos. ¿Hay acaso una fecha de caducidad para ello? Para la vida en comunidad, para la vida en paz, con respeto de las diferencias y empatía por el otro, yo diría que jamás. Por herida que esté la democracia en algunos lugares, no creo que haya quien pueda decir legítimamente que el intento por ella ha caducado y que es hora de probar otra cosa. Somos seres diversos, y en nuestra diversidad y diferencia debemos aprender a vivir. No por miedo, por opresión o terror, sino libremente, por elección, por convicción. Las humanidades y las ciencias sociales son el camino que conduce a esto. Si queremos establecer un termómetro de cómo está la democracia, comparémoslo con el termómetro de cómo está el apoyo a estas disciplinas en los sistemas investigativos y educativos. No sorprenderá que ambos arrojen temperaturas similares. Así, en lugar de abogar por abandonar la democracia, tal vez se deba redoblar el llamado para un mayor apoyo a la formación humanística y social.

Así, la tarea está en formar, por medio de las humanidades y las ciencias sociales, a generaciones que logren, ojalá, vivir democráticamente a plenitud. Poca duda me queda de que logrando esto, también se solucionará el problema de las votaciones y las manipulaciones electorales que tanto trasnocha a Brennan. Al respecto cierro citando una vez más a Zuleta:

Quien pueda pensar por sí mismo, apasionarse por la búsqueda del sentido o por la investigación, es mucho menos manipulable que el experto del que hablábamos arriba. Este es un resultado que podría provenir de una intensificación, en nosotros mismos como educadores, de la tendencia a la educación humanística. (Zuleta, Op. Cit. p. 98).

Bibliografía:

Brennan, J. (2016). Against Democracy. Princeton: Princeton University Press.

Dewey, J. (1944). Democracy and Education. New York: Free Press.

Kant, Immanuel. (1784). “Respuesta a la pregunta “¿Qué es la ilustración?”. En: Filosofía de la historia. Eugenio Imaz (traductor). México: Fondo de cultura económica. 1998. Pp. 25-38.

Nussbaum, M. (2011). Not for Profit: Why Democracy Needs the Humanities. Princeton: Princeton University Press.

Zuleta, Estanislao. (2016). “La participación democrática y su relación con la educación”. En: Educación y democracia. Bogotá: Ariel. Pp. 87-99.