El fin del mundo y otros temores de nuestro siglo
Ismael Iriarte Ramírez
Ismael Iriarte Ramírez
A mediados del siglo pasado las mayores preocupaciones de las sociedades estaban relacionadas con la pérdida de los valores tradicionales y los cambios introducidos por los adelantos tecnológicos, pero sobre todo eran producidas por la proliferación de gobiernos autoritarios, la avanzada del Comunismo en Europa y Asia y las profundas heridas dejadas por la carrera del Nazismo. Estos temores motivaron decenas de obras expresadas en forma de novelas ‘distópicas’ o anti utópicas, que valiéndose de la ficción exaltada abordaron las cuestiones más trascendentales.
Un mundo feliz de Aldous Huxley fue la primera gran muestra de esta tendencia, publicada en 1932, esta obra presenta un mundo fantástico en el que la sociedad ha alcanzado su mayor grado de desarrollo y felicidad, eliminando para siempre las guerras, aunque con un precio demasiado elevado, pues se han extinguido también las artes, la cultura, la religión y la familia.
Sin embargo es la novela 1984 de George Orwell la mayor muestra de este tipo de obras, su gran mérito consistió no solo en la brutal denuncia de los regímenes totalitarios, llevados a la caricaturización, sino que también supo anticiparse a fenómenos que hace 70 años lucían como un desvarío literario y que hoy se han convertido en aterradora realidad. La omnipresente vigilancia y el control absoluto de la masa por parte de unos pocos que ostentan el poder desde las sombras, son algunas de las predicciones más acertadas del autor, pero no son las únicas, pues en mi opinión la más temible profecía ‘orweliana’ está relacionada con el control de la memoria colectiva, ya no a través de la Policía del Pensamiento, sino de la acción de los medios de comunicación que registran el presente según los intereses de los grandes grupos económicos y los gobernantes de turno, abyectos y mitómanos.
Los nuevos temores
De la misma forma en la que esta ola de obras ‘distópicas’ surgió como una reacción frente a una realidad convulsa e incierta, es sintomático que en nuestros días una nueva generación de autores se ocupe de estas materias. Pero aunque la naturaleza humana sigue siendo en esencia la misma, no lo es la forma en la que las personas se relacionan, ni tampoco los temores y las preocupaciones que ocupan sus horas de insomnio.
Las amenazas se prodigan como a lo largo de la historia, pero ya no es tan fácil establecer su origen ni sus manifestaciones, otros factores entran en la ecuación o asumen nuevas formas llevando a la humanidad a niveles de histeria e intolerancia, explicables solo en la edad antigua o el medievo. El miedo se convierte en el motor de la vida, pero ya no es inspirado por las fuerzas regulares o irregulares de las naciones, sino por organizaciones terroristas intangibles y omnipresentes, con tintes más religiosos que políticos.
La figura del inmigrante cobra protagonismo como víctima de la segregación y la miseria, pero poco a poco asume su nuevo rol de victimario, que amenaza con derrocar al establecimiento de los estados que un día lo oprimieron. La integración cultural se vuelve una quimera aún en los países que se precian de haber alcanzado el máximo grado de desarrollo. El miedo se manifiesta como un rechazo irracional a lo desconocido y a lo largo y ancho del mundo las historias de millones de hombres buenos languidecen frente a la abrumadora supremacía de la corrupción de las sociedades que los agrupan.
Es en este estado de las cosas que se vuelven explicables las razones de las nuevas manifestaciones literarias anti utópicas, en especial de dos obras que en años consecutivos han sacudido los cimientos de la cultura de occidente. No deja de ser llamativo que la primera de ellas, Sumisión de Michel Houellebecq, llegara a las librerías el 7 de enero de 2015, el mismo día en el que se consumó el repudiable atentado a la infame publicación Charlie Hebdo.
Esta obra, considerada por la crítica como un provocador instrumento de la extrema derecha muestra un futuro cercano, en el año 2022, en el que el candidato del Islam vence en las elecciones presidenciales en Francia y da inicio a una serie de profundos cambios que afectarán por igual las grandes cuestiones y la vida cotidiana. La historia, que es narrada a través de un decadente profesor universitario que parece salido de una orgía satírica de Kurt Vonegut, no puede considerarse sin embargo apocalíptica, ni plantea tampoco la destrucción del mundo, es simplemente como su autor los describe, la anticipación de algo que sucederá más temprano que tarde.
Todo lo contrario ocurre con la otra gran obra de ciencia ficción política de nuestros días, 2084 el fin del mundo, publicada en 2016 por Boualem Sansal, escritor argelino de lengua francesa, que recoge la ortodoxia de George Orwell y su 1984. El omnipresente Gran hermano es remplazado por Abi, supremo gobernante de todo el mundo conocido, cuyo poder emana de Yolah, una deidad que se introduce a la historia como gran diferencia frente a su predecesora.
En esta obra no se echarán en falta las temibles instituciones, representadas, por ejemplo en el Ministerio de la Salud Moral. Ati, un ‘anciano’ de 35 años que lucha por sobrevivir será el protagonista de la rebelión y tal como lo hizo Winston Smith, descubrirá en su interior la fuerza de un concepto cuya existencia desconocía, la libertad.
2084 el fin del mundo es una crítica salvaje y descarnada que convierte a Sumisión en un juego de niños. Boualem Sansal ha dispuesto todos los elementos para que el lector no pueda en forma alguna esperar un desenlace alentador, en lo que para muchos es también una premonición de un futuro no tan lejano y que es posible gracias a la combinación de temores hechos realidad, cambios acelerados en el mundo que conocemos y la necesidad de construir al enemigo, como los explicaba el gran Umberto Eco:
Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo[1].
[1] Eco, U. (2012). Construir al enemigo. Lumen.