El fin de los Acuerdos de Oslo
Mauricio Jaramillo Jassir
No paran las reacciones por la decisión polémica y muy torpe de Donald Trump de trasladar la sede de la misión diplomática de Tel Aviv a Jerusalén. Se trata de un gesto que no solo aleja a Washington de sus posibilidades como mediador, sino que entierra el principal esfuerzo de paz emprendido en la zona.
La Autoridad Nacional Palestina surgida de los Acuerdos de Oslo, anunció a comienzos de 2018, su intención de revisar tal esquema, con lo cual quedaría en suspenso la poca, pero muy importante estabilidad de las relaciones entre palestinos e israelíes. Tales acuerdos han sido injustamente subestimados, y normalmente se les etiqueta de fracaso, por no haber logrado un acuerdo definitivo entre las partes. No obstante, en la actualidad y por cuenta de la decisión del presidente de Estados Unidos, los Acuerdos de Oslo parecieran revalorizados.
Israel-Palestine_peace, Foto: By Wickey-nl - Own work, CC BY-SA 3.0
A tal acuerdo se llegó en 1993, por la facilitación de Estados Unidos y algunos países europeos que veían con preocupación el espiral de violencia surgida en Oriente Próximo desde 1987. En ese entonces, los palestinos emprendieron su primer levantamiento o intifada, para protestar por la ocupación ilegal por parte de Israel a Cisjordania (donde se encuentra Jerusalén) y la Franja de Gaza. Para este punto, es clave tener en cuenta dos hechos anteriores que generaron la violenta reacción por parte de la población palestina.
En 1967 Israel conquistó por la fuerza en el contexto de la Guerra de los Seis Días, el territorio de Cisjordania, incluyendo a Jerusalén a la que declaró en 1980 como capital “eterna e indivisible”. En 1979, Egipto e Israel firmaron la paz, con lo cual cesó la posibilidad de guerra entre los árabes y el estado hebreo.
Yitzhak Rabin, Shimon Peres and Yasser Arafat receiving the Nobel Peace Prize following the Oslo Accords, CC BY-SA 3.0
Ambos sucesos llevaron a la población palestina al desespero. De un lado, Israel ocupaba el territorio donde se había concentrado la mayor parte de la población palestina (Cisjordania y Gaza) y de otro, algunos países árabes, negociaban directamente con Israel, sin haber resuelto la cuestión de Palestina. Por ende, se dio el nombrado levantamiento en 1987, y el surgimiento del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas).
Dentro de semejante marco de violencia, Estados Unidos bajo el liderazgo de Bill Clinton, medió para que Yasser Arafat líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que desde 1974 tenía el estatuto de beligerancia concedido por la Asamblea general de Naciones Unidas como representante legítimo de dicho pueblo, y Yitzhat Rabin como premier de Israel, se sentaran a negociar. Por primera vez en la historia, un jefe de gobierno israelí se daba la mano públicamente con el líder palestino, y aquello significó el primer paso de una paz anhelada, pero que no terminó de concretarse. Desde el principio, los obstáculos fueron numerosos. Al punto de que el 4 de noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por Yigal Amir, un radical israelí que veía en el proceso de negociación con los palestinos una traición. El premier asesinado corrió la misma suerte que el presidente egipcio que firmó la paz con Israel, Anwar el-Sadat.
Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat durante los Acuerdos de Oslo
Aun así, los Acuerdos de Oslo avanzaron hasta 2000, cuando fueron suspendidos indefinidamente tras una reunión en Camp David entre Arafat y Ehud Barak, en la que estuvieron muy cerca del acuerdo definitivo. Tras casi una década de diálogos, Oslo le permitió a Israel la principal victoria diplomática de su historia: obtener el reconocimiento de un sector representativo de palestinos, que apoyaron a Arafat en la negociación. Por su parte, los palestinos obtuvieron muy poco. Lograron una administración, bajo el marco de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) dotada de algunas capacidades en materia de gestión pública, pero sin el manejo total de la defensa, ni el control de las fronteras y lo más grave: sin un centímetro de soberanía.
Aun así, los Acuerdos de Oslo han sido el punto al que la comunidad internacional tiende a volver, para rescatar cualquier acercamiento entre palestinos e israelíes. La cuestión de Jerusalén no había provocado tales niveles de violencia, hasta que Trump lo revivió. En el pasado reciente, la principal causa de enfrentamiento fueron los episodios de guerra de baja intensidad entre Hamas y la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) y como resulta lógico por la situación precaria en la que viven 1,8 millones de gazaties en una franja que Tel Aviv ataca pasando por encima de cualquier regla humanitaria.
Que Mahmmoud Abbas, presidente de la ANP, reconozca que evalúa seguir respetando los Acuerdos de Oslo, confirma un fracaso sin precedentes de la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio. Muestra además, la necesidad de que potencias del concierto europea o de la zona incidan más, o de lo contrario los niveles de violencia pueden alcanzar dimensiones lamentables.