Editorial: La Maria y Jorge Isaacs
Luis Enrique Nieto Arango
El Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional acertadamente han propuesto que este año de 2017 esté dedicado a homenajear a Jorge Isaacs, con ocasión de cumplirse 180 años de su nacimiento y 150 de la publicación de la novela María, su obra literaria más conocida, la cual, en su momento, constituyó un verdadero best seller, traducido a muchos idiomas y que situó a Colombia por primera vez en el mapa de la cultura universal.
Jorge Isaacs (1837-1895) fue un verdadero personaje de la época que – como reza la placa a Goethe en el Rosario- reflejó en su vida y trasladó a sus obras la plenitud del universo. Un universo convulsionado, polarizado, plagado de guerras y penurias, como fue la Colombia del siglo XIX, a pesar de lo cual el genio multifacético de Isaacs pudo brillar y dejar un legado que hoy demuestra su perdurabilidad.
Ya Jorge Luis Borges, el 7 de mayo de 1937 en la Revista Hogar, hizo la vindicación de La María en un artículo ahora muy difundido y que hace parte de las obras completas del maestro argentino quien, como lector incomparable que fue, juzgó acertadamente los méritos de esta novela, muestra de las grandes virtudes de Isaacs como escritor.
Hijo de un inglés, nacido en Jamaica de origen judío, y de una madre caucana, de sangre catalana e italiana, le correspondió vivir un periodo de nuestra República, atravesado por cinco Guerras Civiles, regido por tres Constituciones y por dos ideologías: la utópica del Olimpo Radical y la tradicionalista de la Regeneración a la cual, a pesar de su inicial adhesión a la causa conservadora, Isaacs se opuso, llegando a encabezar una revolución en Antioquia en 1880.
Fue alumno en Bogotá un corto tiempo, en el Colegio del Espíritu Santo, de don Lorenzo María Lleras el famoso educador liberal Rector del Colegio del Rosario, quien muy seguramente despertó en el joven caucano el interés por la poesía y la literatura en general.<
Los negocios familiares le impidieron continuar su educación formal pues tuvo que enfrentar la ruina de su padre, cuyas haciendas La Rita (hoy El Paraíso) y La Manuelita fueron rematadas en subasta judicial, por las dos terceras partes de su avalúo, suma que no alcanzó a cubrir las deudas existentes.
Los pleitos relacionados con esta quiebra lo obligaron a regresar a Bogotá en donde, en busca de abogados, se encontró con José María Vergara y Vergara y la tertulia de El Mosaico, en la cual leyó sus poemas que luego fueron publicados, gracias al apoyo de varios de los contertulios, entre los cuales figuraban José María Samper, José Manuel Marroquín, Ezequiel Uricoechea, Ricardo Carrasquilla, José María Vergara y Vergara, Salvador Camacho Roldán y Diego Fallon.
En mayo de 1867 publicó, en una edición de 800 ejemplares, la primera edición de María, revisada por Ricardo Carrasquilla y en 1869 la segunda cuya revisión hizo don Miguel Antonio Caro, años después gran contradictor de Isaacs, en razón de la evolución de este al radicalismo.
Precisamente en algún momento al increpársele su afiliación al Olimpo Radical y su iniciación en la Masonería, Jorge Isaacs replicó que había transitado de las tinieblas a la luz.
La pedagogía fue uno de sus grandes intereses y se distinguió por la divulgación y aplicación del método Pestalozzi, afrontando la oposición de la Iglesia, merced a su empeño de aplicar debidamente las leyes sobre el laicismo en la educación.
Isaacs se distinguió igualmente como explorador del territorio colombiano, participando activamente en la Comisión Científica, continuadora de la obra de La Expedición Corográfica iniciada por Agustín Codazzi.
Como resultado de sus expediciones publicó varios textos, entre ellos "Hulleras de Aracataca” y "Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena".
Por el primero se le puede considerar el descubridor de las Minas de El Cerrejón, de tanta importancia hoy para la economía nacional, y por el segundo como pionero de la antropología y de la etnografía en Colombia. Este último le valió un ataque violento del Señor Caro quien, en el escrito "El darwinismo y las misiones", lo increpó tanto por sus ideas científicas como por su ascendencia judía. Estos trabajos también acarrearon para Isaacs el rechazo de Rafael Pombo.
Germán Arciniegas, Pedro Gómez Valderrama, María Teresa Cristina, entre otros, han escrito sobre las múltiples facetas de este gran romántico: intelectual, laborioso, inquieto, curioso, luchador quijotesco, siempre en búsqueda de un país pujante, más justo, más equitativo y respetuoso de todas las diferencias.
Muerto el 17 de abril de 1895 en Ibagué, sus restos mortales fueron trasladados, de acuerdo con su voluntad, a Medellín en 1905, en donde reposan en un bello monumento funerario en el tradicional Cementerio de San Pedro.
Un libro del historiador inglés Malcolm Deas, que acaba de aparecer: Las Fuerzas del Orden, contiene un ensayo sobre La Gran Apoteosis de Isaacs, una curiosa publicación de 136 páginas, que podemos encontrar en internet, digitalizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango, y da cuenta de todas las peripecias y solemnidades de ese traslado final de los despojos de Jorge Isaacs a la capital de Antioquia, en donde había sufrido una de sus tantas derrotas y en la que se le brindó el más nutrido y sentido de los homenajes, congregando a personajes tan destacados como Pedro Nel Ospina, Carlos E. Restrepo, Fidel Cano y Rafael Uribe Uribe quienes participaron activamente como oradores en un póstumo tributo que confirma el dictum de García Márquez: América Latina no cree sino en los héroes muertos. Triste verdad que se hace más amarga cuando observamos en el billete de cincuenta mil pesos el rostro nietzscheano de Jorge Isaacs, al lado de su María inmortal y de la hacienda El Paraíso.
De todas maneras es un consuelo que hoy, 180 años después de su nacimiento, nuestras autoridades de la cultura nos inviten a evocar a un héroe de las dimensiones de Jorge Isaacs, cuyas luchas y empeños y, finalmente, sabias enseñanzas no caben en esta corta nota pero que deberían servir de inspiración a todas las personas de bien, a la manera de lo sucedido en su segundo funeral, para consolidar la tan anhelada paz, que tanta falta nos ha hecho desde los inicios de la República y por la cual el autor de La María batalló en todos los frentes.