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COP 26: las causas de la decepción

Mauricio Jaramillo Jassir

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Con la aparición de la pandemia hace más de un año, la urgencia por no volver a los esquemas de producción y consumo anteriores a la parálisis global, se ha evidenciado y las advertencias para no usar la necesidad de relanzamiento de la economía como excusa para retrasar los planes de mitigación se multiplican.

Este año se llevo a cabo la 26ta edición de la Conferencia entre las Partes (COP por sus siglas en inglés) que había sido aplazada dos veces como consecuencia de la Covid 19, pero cuya capacidad de atracción y convocatoria es cada vez más palpable. Pero no solo la enfermedad hacía especial esta edición de la Cumbre, sino el retorno de un presidente demócrata a la Casa Blanca hacía prever otro tono en la medida en que uno de las principales retrocesos para el gran acuerdo global por el medio ambiente había sido precisamente Donald Trump. El exmandatario no solo retiró a su país de los Acuerdos de París firmados en 2015 en la COP21, sino que fue vocero de distintos gobiernos, políticos y empresarios en el mundo que creen todo tipo de teorías conspiracionistas y niegan la urgencia del calentamiento global.  

En 1987 en plena Guerra Fría se hizo público el célebre informe Brundtland. Desde entonces, distintas instituciones internacionales, organizaciones no gubernamentales y centros académicos han contribuido con evidencia científica a aclarar los riesgos de un bienestar basado exclusivamente en la extracción y en niveles desproporcionados de consumo. Durante 30 años se ha evocado con insistencia el desarrollo sostenible como la única fórmula para lograr pleno acceso a derechos sin arriesgar el bienestar de futuras generaciones. A pesar de la abundante evidencia empírica, el desarrollo sostenible y el calentamiento global no han escapado a la polarización ideológica en varios lugares del mundo. Especialmente en Europa y Estados Unidos, la extrema derecha ha convertido el escepticismo respecto de lo postulado por la ciencia (no solo en cuanto al calentamiento global sino en varios campos, incluso la medicina) en un valor constitutivo de sus plataformas programáticas, lo cual ha generado un apego y atractivo de millones de personas que, cansadas del establecimiento, creen en todo tipo de teorías para desestimar políticas más compatibles con el ambiente.

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Pues bien, esta atmósfera de polarización ha quedado consignada en la COP 26 que se llevó a cabo las primeras semanas de noviembre de este año en Escocia. En ella se esperaban acuerdos más ambiciosos respecto a las posibilidades de mitigar el fenómeno. ¿Cuáles fueron las principales decepciones? Los países del norte industrializado, es decir quienes han contribuido mucho más a la degradación del ambiente por ser epicentro de la revolución industrial, fueron incapaces de asumir la financiación por los daños irreversible y sobre los cuales no existe posibilidad de adaptación. Ahora bien, aceptaron redoblar los fondos de adaptación al cambio climático, una medida positiva pero opacada por la renuencia a asumir una compensación.   

Otro de los asuntos que genera una fundada inquietud es la ausencia de un compromiso claro para abandonar en el corto plazo -o al menos en un plazo visible - las energías fósiles y del carbón que constituyen el origen del 90% de los gases de efecto invernadero. Al no pactar una reducción del 45% en la emisión de estos, será muy difícil mantener la meta de atajar el incremento de la temperatura del globo en 1,5 grados. Algunos países del sur global, se opusieron a que en el texto final de la Cumbre apareciera una mención directa al abandono del carbón y revivieron el argumento esgrimido durante años: aquellos con mayores niveles de pobreza tienen derecho a acceder a energías fósiles para reducir sus vulnerabilidades socio-económicas, así como lo hicieron en el pasado los países que gracias a este tienen hoy niveles de vida superlativos.

Este mundo a dos velocidades y con responsabilidades diferenciadas respecto del nivel de desarrollo parece el mayor desafío de la política multilateral global. El tiempo no da espera y los riesgos de la negación no desaparecen por más que la ciencia se esmere día a día en aportar pruebas contundentes. En 2022 en la próxima cita de la COP 27 en Egipto, seguramente se abordará el relanzamiento de la economía, ojalá en una etapa más cercana al anhelado post-Covid. Sin embargo, superada la crisis sanitaria (si es que eso siquiera es posible) y con la presión por generar bienestar material, será muy difícil mantener los compromisos en sintonía con las ambiciosas metas.  Lo peor que puede ocurrir en medio de todo el proceso, es que se sigan multiplicando los movimientos políticos que han hecho del escepticismo frente al cambio climático un redituable discurso electoral. Esto no solo afecta a determinados Estados, sino que pone en riesgo nuestra propia supervivencia como especie.