Columnistas Hitokiri
Juan Pablo Quintero
Una tarde calurosa de agosto, en 1864, Sakuma Shozan se paseaba elegantemente por las calles de una Kioto todavía feudal, en un caballo pertrechado al mejor estilo occidental. Se trataba de un prominente intelectual de los últimos años del periodo Edo en Japón, conocidos como el periodo Bakumatsu de la era Tokugawa. Shozan tenía una cita con algunos miembros de la familia imperial a quienes pretendía exponer sus ideas sobre la importancia de abrir los puertos japoneses al comercio internacional. Su lema era “ética oriental, técnica occidental”. Sin embargo, antes de llegar a su destino fue asesinado de un solo tajo con una espada[1]. A la semana ya se había desatado una batalla campal frente a las puertas Hamaguri, que custodiaban el palacio real.
Aparentemente la espada del incidente fue la de Gensai Kawakami, un joven letrado experto en la ceremonia del té, en los arreglos florales y uno de los cuatro asesinos más rápidos y despiadados de la historia de Japón. La cruenta fama la compartía con Kirino Toshiaki conocido también como Hanjiro el asesino; Tanaka Shinbei, famoso por el asesinato del jefe del Consejo de Ancianos de Edo; y Okada Izo, quien alcanzó a ser uno de los más temidos destajadores. Se les conocía como Los cuatro hitokiri de Bakumatsu o Los cuatro carniceros. Cada uno, a su manera, se opuso al shogunato de Tokugawa y contribuyó, para su propia desgracia, a la creación del periodo de restauración Meiji en 1886, que acabó con su camino. El comienzo y el final de su leyenda tiene que ver con la larga historia antigua y medieval japonesa que vio nacer una estirpe de guerreros, llamados samurái, que decidieron seguir un estilo de vida basado en un código de conducta que no se logró adaptar a los cambios de los tiempos.
Durante la Edad Antigua (593 - 1185) se consolidó en Japón un linaje de emperadores conocido como Mikado, el Trono del Crisantemo, que organizó a la población en clanes según el código de leyes del confucianismo. Para el siglo IX, varios clanes ya se habían consolidado como grupos guerreros que lograron permanecer relativamente independientes de Kioto, la capital, desde donde se administraba el imperio. Los líderes guerreros, shogunes, adquirieron cada vez más fuerza hasta que, en 1185, el general Minamoto no Yoritomo, sacando de contienda a sus enemigos de otros clanes, logró hacerse con el control del ejército imperial. Se crea así el primer shogunato en Japón, un gobierno feudal, militar y político con sede en Kamakura. Desde entonces, los distintos clanes, a lo largo de gran parte del territorio nipón, comienzan a fraguar todo tipo de estrategias y alianzas para llegar al poder y sus líderes luchan por obtener el preciado título de Shogun. Mientras tanto en Kioto, el linaje imperial quedaba relegado al ejercicio del poder espiritual.
A todo este periodo se le conoce como Shusei, la Edad Media japonesa que duró hasta 1868, cuando comenzó el periodo de restauración. Durante estos cerca de setecientos años, los guerreros se convirtieron en parte esencial de las dinámicas sociales. Si bien los samuráis representaban una parte mínima de la población, la mayoría del pueblo campesino desarrolló sus propias técnicas marciales con el propósito de repeler las invasiones mongolas y en el contexto de la lucha de clanes, por lo que en determinadas circunstancias eran designados como guerreros, en su mayoría ashigaru: guerreros reclutados.
En 1333, un intento fallido de restablecer el poder imperial debilita la organización política de la familia Minamoto, y el clan Ashikaga, aliado con varios daimyos, que eran los líderes de clanes, logra quedarse con el poder y establece el segundo shogunato, en 1336. Takauji Ashikaga, el primer Shogun de esta era, creó un régimen militar basado en una alianza con el emperador y en la lealtad que los daimyos le profesaban, ya que gozaban de cierta independencia en las provincias.
En 1467 comienza una nueva guerra entre clanes, que duró hasta 1568. A este periodo se le conoce como la era Sengoku. Durante estos más de cien años, los daimyos trataron por todos los medios de obtener el título de Shogun. Fue una época de codicia. Los clanes maquinaban estrategias macabras para quedarse con el poder; contrataban ninjas que se escabullían en los asentamientos enemigos para deshacerse de determinados personajes y se aliaban con ronin, guerreros samurái que no tenían amo, para incrementar el tamaño de sus tropas en las luchas frontales. Pero también fue una época de honor y lealtad. Los samuráis, que debían obediencia a su daimyo, luchaban fieramente por sus clanes. Eran fieles exponentes de sus propios estilos de batalla y seguían estrictamente el camino del Bushido, que les exigía honestidad, lealtad, honor y desprecio por el enemigo que se rinde.
La era Sengoku termina cuando los líderes Oda Nobunaga y Toyotomi Hideoshi trataron de imponer el orden en Kioto y de posicionar al último shogun de la era Ashikaga. Sin embargo, en 1600 se desata la batalla de Sekigahara entre los defensores de Hideoshi y los partidarios de Leyasu Tokugawa, uno de los daimyos más destacados de la época. La victoria fue para este último, y en 1603 comienza el tercer y último shogunato.
La familia Tokugawa traslada la capital a Edo (actual Tokio) y desde allí promueve la unificación de Japón por la fuerza. Se trató de un largo periodo de relativa calma, bajo un gobierno severo. El estilo de vida feudal se prolongó, a diferencia del resto del mundo, debido a los estrictos controles sobre el contacto con el exterior y a la política de expulsión de extranjeros del archipiélago. Se procuró también erradicar el cristianismo y se promovió el regreso del shintaoísmo, que implicaba la adoración de los espíritus de la naturaleza, que se promulgaría al tiempo que el budismo. En este contexto, los samuráis del clan Tokugawa y de sus aliados fueron los encargados de salvaguardar el orden establecido y adquirieron un poder aristocrático. La katana y los wakizashis se convirtieron en emblemas de poder. Para evitar el fortalecimiento de algunos daimyos, se les obligó a reducir sus tropas y, por lo tanto, muchos guerreros samuráis quedaron sin amo. Sin conocer un estilo de vida distinto al de la guerra, estos nuevos ronin se dedicaron a formar escuelas de artes marciales o a robar en los caminos.
Para la segunda mitad del siglo XIX, la presión extranjera, especialmente europea y norteamericana, se incrementó sobre Japón con el objetivo de entablar contactos comerciales. Para ese entonces, en Japón ya existía un fuerte sentimiento de pertenencia y de xenofobia en gran parte de la población. Sin embargo, los aliados del emperador y los clanes descontentos lograron desestabilizar las políticas de los Tokugawa, aliándose con el poder imperial británico. Varios guerreros samurái y ronin hicieron parte en la empresa de derrocar al Shogun. Entre ellos, los cuatro hitokiri de Bakumatsu.
En 1868 llegó el periodo de restauración Meiji. El emperador de Japón recupera el control y se traslada a Tokio. Comienza la apertura económica y Japón abre sus puertas al mundo. En 1889 se redacta una constitución, se crea un gobierno parlamentario y un ejército occidentalizado. Y aparece la prohibición de cargar espadas en público. Los samuráis del periodo Edo no tienen más remedio que esconderse. Aun los que respaldaron el proyecto de restauración no encuentran un lugar en este nuevo mundo.
Tanaka Shinbei y Okada Izo trabajaron como asesinos de los partidarios del shogunato y murieron durante el periodo Bakumatsu. El primero, después del asesinato de Li Naosuke, jefe del Consejo de Ancianos de Edo, fue arrestado y encontrado culpable. Cuando le mostraron su espada como evidencia del crimen, cometió sepukku con ella, en 1863. Izo, de origen humilde, se destacó por ser uno de los mejores espadachines de la época y un joven de contrastes. La historia lo caracteriza como una persona enloquecida, a la vez que un hombre inmaduro con complejos de inferioridad. Fue capturado y llevado a Tosa para ser torturado. No se le permitió cometer sepukku y fue decapitado en 1865. Durante el periodo de la restauración, Kirino Toshiaki, famoso por su estilo de espada rápida Ko-jigen-ryuu y por usar colonias francesas incluso en batalla, fue muerto en 1871 haciendo parte del ejército imperial japonés como brigadier general. Gensai Kawakami se cambió el nombre por Kouda Genbei y se enlistó en el servicio militar. Se dedicó a la enseñanza del camino del Bushido pero, debido a sus posturas proteccionistas, fue arrestado y, después de ser acusado con cargos falsos, ejecutado en 1872.
Algunas fuentes dicen que fue asesinado por varios hombres armados que le causaron varias heridas mortales y que huyeron rápidamente del lugar.