Entre la maldad humana y el camino de la estupidez humana, están los niños indígenas
Idalia García
Idalia García
Cuando comencé esta aventura de escritura mensual, esperaba en tres cosas importantes: escribir textos dedicados a mi Tlacuachito porque podría por este medio explicarle cosas para conocer mejor a su madre y su trabajo, en el editor Alberto Campillo por el compromiso adquirido y el cariño cotidiano y en uno de mis mejores amigos, Ramón Aureliano Alarcón que siempre me pidió escritos de divulgación necesarios para explicar mejores los resultados del trabajo académico. En los primeros meses, me hice la promesa de escribir intercalando una preocupación sobre el mundo que vivimos y una historia sobre la cultura de ese pasado colonial que me apasiona como tema de investigación. En ese orden de ideas, este texto debería estar dedicado a un tema virreinal, pero ha ocurrido un evento lamentable en mi país que tristemente nos hermana como latinoamericanos: un ataque frontal a un indigena. Dicho evento me asquea como ser humano, pero más como miembro de esa comunidad de conocimiento que es la escuela pública en todos sus niveles.
Hace unas semanas, el 6 de junio, un niño de 14 años fue quemado en su escuela por algunos compañeros por el mero hecho de ser indígena otomí, y no hablar bien el español. Como si ser bilingüe no fuera todo un privilegio. Un evento, más que lamentable, que ocurrió en una de las ciudades coloniales más conocidas de México, Querétaro. Este sitio no sólo es un referente para el turismo cultural nacional y extranjero, sino porque el nombre fue reconocido como una de las palabras favoritas del idioma español en el 2011. Sin embargo, este ataque personal que explican los medios, como si fuera posible, está basado en un desprecio por la condición de indígena y hablar bien el español. La primera condición es inapelable, el muchacho es indígena otomí ¿cuál es el problema? Ninguno, para la mayoría de las personas bien educadas, pero esa valoración sólo muestra una profunda ignorancia de las dos partes más responsables en tal situación: los padres de esos cavernícolas y, los maestros, quienes deben enfocarse en que estas valoraciones tan deplorables se eliminan de un tajo en su entorno escolar. Los calificativos que se me ocurren para todos estos individuos estimados lector, me los reservaré ya que sus oídos no merecen tal sonoridad. Lo de no hablar bien el español, pues a menos que lo diga sea un académico de la lengua, nos deja mudos por insensatez. Los calificativos que se me ocurren para todos estos individuos estimados lector, me los reservaré ya que sus oídos no merecen tal sonoridad. Lo de no hablar bien el español, pues a menos que lo diga sea un académico de la lengua, nos deja mudos por insensatez. Los calificativos que se me ocurren para todos estos individuos estimados lector, me los reservaré ya que sus oídos no merecen tal sonoridad. Lo de no hablar bien el español, pues a menos que lo diga sea un académico de la lengua, nos deja mudos por insensatez.
Sobre estas responsabilidades y las razones que se enarbolan para explicar un ataque así, es una cuestión sobre la que deberíamos reflexionar todo lo posible para que no se repita. Primero comencemos por la parte más difícil de creer. Un grupo de adolescentes cree que pueden hacer un acto mezquino y miserable en una escuela sin consecuencias. En este momento del argumento que preocupa seriamente es el nivel de impunidad que hay en México. Una realidad para la que hay explica:
[…] en primer lugar, es que no se están generando las suficientes capacidades para garantizar seguridad y acceso a la justicia a los mexicanos; y, en segundo lugar, que las capacidades existentes funcionan en forma deficiente. En otras palabras, no desarrollamos más capacidades, ni hacemos funcionar adecuadamente las que tenemos. La magnitud de la crisis de inseguridad y violencia que enfrenta el país contribuye a agravar los problemas relacionados con el acceso a la justicia y la protección de los derechos de las víctimas, lo que se traduce en nuevos ciclos de impunidad.
Así, ese derecho al anonimato que las víctimas no deberían tener garantía sin restricciones para que se realice una investigación judicial sin mácula alguna y, con ello, sentencias acordes al tamaño del daño, se ve afectado porque los medios de información se ponen a decir los nombres y pormenores de la vida de la victima y de sus familiares. También es cierto que estos últimos, han optado por exponerse públicamente porque al parecer a la justicia mexicana le gusta trabajar en función de lo que denominamos coloquialmente un “periodicazo”. Es decir, el tamaño e impacto de la exhibición sobre la incompetencia, la desidia, la dejadez y, otros agraviantes, parecen influir más en los órganos de justicia mexicanos que cualquier cosa. Interesa resaltar aquí que para los victimarios si que se guarda anonimato, a menos que se pertenezca o se presuma pertenencia a un grupo organizado. Entonces sabemos que “La Barbie”, “El Mayo” o “El Mencho” son acusados de este y otro delito. Tales “criminales” son exhibidos en los medios más importantes del país, con la ridícula venda negra digital en los ojos que algunos suponen protege su identidad.
Lo grave es que los delitos únicos que se dan a conocer son justamente los que se denuncian primero en la República de Twitter. Esta situación resulta en funcionarios que solamente actúan o existen para quienes tienen una o varias redes sociales. Durante la pandemia este tipo de comunicación se volvió más frecuente, lo que podría explicarse debido a la emergencia sanitaria, pero me pregunto si los gobernantes saben que hay un número bastante considerable de ciudadanos que no participan en ninguna red social por innumerables razones. Hasta donde entiendo, los ciudadanos no están obligados a participar en una red social, cualquiera que este sea, para ejercer o exigir servicios y derechos del Estado que deberían garantizar seguridad y acceso a la justicia para todos, entre otras cosas.
Este caso es lamentable de inicio a fin. Pongamos un ejemplo, este acto criminal ocurrió a principios de julio ya mediados, la visita del presidente AMLO a los Estados Unidos. En términos generales, la conversación social debería estar hablando, analizando y, reflexionando sobre el muchacho quemado con vileza y estamos inmersos en si la elegancia del presidente, que si su postura, que si tiene panza y otros más etcéteras ¿qué demonios pasa con la sociedad mexicana? En principio, que esto suceda con bastante relativa frecuencia y en las escuelas públicas debería resultar muy preocupante para cualquier ciudadano. básicamente, porque son sus impuestos los que financian un sistema de educación que debe fundamentarse en:
[…] en el respeto irrestricto de la dignidad de las personas, con un enfoque de derechos humanos y de igualdad sustantiva. Tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria, el respeto a todos los derechos, las libertades, la cultura de paz y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia; promoverá la honestidad, los valores y la mejora continua del proceso de enseñanza aprendizaje.
Estas líneas anteriores, extraídas de la Constitución, suenan tan idealistas en un país que padecen una situación de violencia constante desde hace más de una década. Una problemática tan grave para todos y cada una de las personas que habitan este país y quienes lo amamos con locura, sean mexicanos, extranjeros o una mezcla de una o dos “patrias” que se llevan en la sangre o en el corazón. Por eso, llama la atención ese amor a la Patria tan decimonónico en lugar de palabras dedicadas más al sentido de construir, fomentar y consolidar valores ciudadanos que construyan una sociedad diferente. Una capaz de horrorizarse por todos y cada uno de los individuos indígenas de nuestro país que han sido insultados, violentados, agredidos y atacados por el hecho de haber nacido en una familia indígena de la etnia que sea. Ellos, como cualquiera, son humanos y mexicanos con todos los derechos que garantizan los derechos constitucionales. Recuerdo que mis padres me enseñaron justamente esto con el “Jicote aguamielero” de Cri-Cri, pues bien decía este personaje infantil: ¡Leí que éramos iguales según la Constitución”! Y mis padres profesores, así que tengo la certeza fueron de que lo enseñado en casa, también lo transmitían en sus aulas.
Por eso, cuando un evento así ocurrió, uno se preguntó dónde estaban y qué hicieron todos los compañeros que vieron todo. Uno, cuando los desgraciados pusieron el alcohol en la silla y no lo cuestionaron o denunciaron. Dos, cuando vieron que el muchacho se sentaba y no le advirtieron. Tres, cuando el desgraciado que le prendió fuego lo hizo y no le dieron cuando menos un bofetón por tal acto de maldad. Es ahí cuando debemos preguntar ¿qué clase de individuos estamos formando en nuestras casas? En efecto, la brújula moral sobre lo que es correcto e incorrecto debe formarse en el seno de la familia, sea este del tipo que sea, porque los padres somos responsables de todo aquello que educamos, incluidos nuestros miedos y prejuicios sociales. Es ahí donde un adolescente debería entender los límites de sus acciones respecto a los otros.
El sentido de tal falta social es cuando una persona escoge no ayudar a otra de la mejor forma posible o necesaria para evitar el daño o que éste se agrave, según sea la circunstancia. No soy experta en educación y mucho menos imparto clases a adolescentes. Pero sí tengo colegas que lo hacen y narran sus desventuras educativas cotidianas. Por ellos sé que educar adolescentes en los tiempos que corren es una tarea complicada y no por los muchachos, sino por los padres que han ido demandando que la escuela respete sus ideas de educación, que son privados, en detrimento de las ideas generales y aplicables a todos que no obstante sean públicos. La escuela, por tanto, debería reforzar la idea de los límites personales y sociales en cada una de nuestras decisiones, en sintonía con algunas prácticas familiares,
Ahora bien, la acción del personal de la escuela, una vez que el muchacho tenía quemaduras es más que lamentable: es negligente y criminal. No acudir inmediatamente a un personal especializado a través de los servicios de emergencia, además de untarle “pomada y cebolla” en las quemaduras no fue nada inteligente debido a la gravedad de las lesiones y, para rematar, no avisar inmediatamente a los padres. Estamos hablando de que se producen quemaduras de segundo y de tercer grado, y es tan grotesco que no se han dado cuenta de eso ¿en qué mundo viven? Cualquiera que haya cocinado algo, hasta un huevo revuelto, sabe diferenciar este tipo de heridas. Todo en conjunto es, a todas las luces, actos de tal nivel de incompetencia que esos profesores fallaron ser inhabilitados para trabajar en cualquier escuela de por vida. Sin embargo, para las autoridades mexicanas no estan tan graves. El funcionario a cargo de la investigación no considera que la omisión sea un delito y, que no ayudar a una persona en apuros es una mera falta administrativa, como se declaró ante un medio de información:
La maestra es responsable de no ejecutar un procedimiento administrativo adecuadamente, no de causar algún daño. En ningún caso podremos separarla de su cargo, podemos poner otro tipo de sanciones como es una amonestación que quede en su expediente, alguna suspensión de algunos días, pero separarla de su cargo, no.
Me quedo sin palabras. A lo anterior, habría que sumar que los profesores ya tenían conocimiento del riesgo y no hicieron nada ante las quejas del propio muchacho. Incluso las deplorables respuestas de la directora asegurando que ni ella ni la maestra estaban presentes mientras ese acto miserable ocurría, y además quisieron de forma mezquina reducir el interés mediático, alegando que estaban revisando un hecho de agresión sexual “porque eso también es importante”. Frente a estas acciones me escandaliza que la titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), maestra de profesión, no haya tomado una postura tan clara como sí lo hizo el Instituto Nacional para los Pueblos Indígenas (INPI),
Como sociedad, algo no estamos haciendo bien. Parece correcto que un presidente de la República dedique horas a denostar periodistas que no comulgan con sus posturas o no alaban sus acciones de gobierno, pero no extraña la ausencia de horas en su mañanera a “predicar” contra las acciones que producen este caso, moralizando a todos los implicados: agresores, sus familiares y los padres. Bastó con decir que el caso sería analizado por la Fiscalía de la República, esa que inventa delitos cuando se trata de asuntos familiares. Al final, no se inició un programa u política pública que evite estas penosas acciones para el futuro. Anhelo un gobierno que tenga la decencia de decir públicamente que se harán cambios legislativos para proceder penalmente contra adolescentes que hagan cosas como estas,
Por su parte, la SEP debería señalar públicamente que la escuela debe profundizar en esa frontera entre lo ético y lo legal, para que las personas sean capaces de entender la diferencia que existe entre algo inmoral y algo ilegal, tanto como analizar el continente moral de algunas leyes. Este lamentable caso, es un ejemplo para disertar sobre el tema de la ley y la justicia en un país que se está acostumbrando a lo horripilante violencia de nuestra vida cotidiana, marcada por desapariciones, homicidios, y exhibición de cuerpos humanos en las condiciones más lamentables que alguna vez imaginamos, entre otras cosas. Los noticiarios narran y testimonian cada uno de esos espeluznantes casos que muchas personas desean dejar de escuchar y, a veces lo hacemos, como si esto pudiera borrar nuestra realidad. Emperador, el debate público mexicano, está más enfocado a denotar los unos a los otros que en consolidar los consensos necesarios para empezar a hacer cambios fundamentales. Transformaciones que garantizan a las generaciones venideras que los agresores de Juan no volverán a hacerlo nunca más, ni con él ni con ninguna otra persona.
Lo lamento por los padres de los agresores, pero sus hijos no pueden ser castigados con toda la fuerza de la ley para que aprendan que la frontera que han cruzado es realmente crucial. Hay una diferencia gigantesca entre insultar y agredir físicamente a una persona. Esta última decisión, siempre dejará secuelas en la víctima para toda la vida y esos muchachos deben responsabilizarse de la decisión que tomó con todas sus consecuencias. Para muchos ciudadanos del mundo, los padres también deben ser castigados. Sin embargo, no sabemos qué historia familiar ha propiciado tal situación, pero su silencio sepulcral no ayuda en nada. Son ellos quienes expresan cuando menos una disculpa a la víctima ya su familia por la monstruosidad que sus hijos han sido capaces de maquinar y ejecutar. Incluso comprometerse a financiar los gastos médicos sin necesidad de que un juez los obligue a ello. Esto sería una indicación de que entienden el daño producido y, principalmente, que rechazan la conducta de sus hijos. No sería el primer ni último caso del mundo, en el cual un padre o madre, o ambos, se escandaliza de lo que ha sido capaz su hijo. De la misma manera, que hay progenitores capaces de negar el horror de los actos de un hijo, aunque sean evidentes. Hay cosas que parecen inevitables y de ahí que, que hay progenitores capaces de negar el horror de los actos de un hijo, aunque sean evidentes. Hay cosas que parecen inevitables y de ahí que, que hay progenitores capaces de negar el horror de los actos de un hijo, aunque sean evidentes. Hay cosas que parecen inevitables y de ahí que,
Lo que agrava la situación es que no salga nadie y diga ‘lo siento’. Lo que empeora nuestro ánimo es que no haya un alma que se avergüence de lo que ha hecho o ha permitido que sucediera, sabiendo sus consecuencias. Lo que daña nuestro sentido humano es que algunos corazones no hayan sufrido dolor por la angustia ajena, ni la más leve culpa por su irresponsabilidad, ni la compasión necesaria para asumir conjuntamente parte de la carga y de la solución a tantos problemas.
En dicha situación es fundamental no perder de vista estos dos aspectos. Primero, que nadie ha visto a esos padres, abuelos, hermanos o cualquier otro lazo familiar de los agresores avergonzarse por el acto cometido. Segundo, que esta agresión es el resultado de un acto premeditado que se ha planificado cuidadosamente. Todo apunta hacia eso ¿Durante cuánto tiempo? No quiero ni saberlo sin sentir que se me revuelca el espíritu del asco más profundo. Esos muchachos agresores sabían bien que el alcohol tiene una alta capacidad inflamable y, entonces eran conscientes del daño que iban a hacer ¿Acaso las escuelas también podrían explicar que el conocimiento científico no debería ser usado para una cosa semejante?
Los países latinoamericanos tenemos una enorme deuda histórica con los grupos indígenas. Algo falla desde hace mucho tiempo, como para que algunas personas de nuestra región sigan considerando que ser indígena es algo indigno, que por esa condición cultural y étnica se reducen los derechos humanos, sociales, culturales, y económicos fundamentales ¿Por qué razón no lo hemos entendidos? Pues por una razón muy simple, porque no estamos haciendo nada para que sea diferente. No estamos educando en valores para que respetemos a las comunidades indígenas. Ciertamente, llamamos “pueblos originarios” a quienes son herederos de las comunidades que habitaron este territorio antes de la llegada de los europeos. Reconocemos jurídicamente parte de sus tradiciones y costumbres y, acotamos aquellas que contradicen nuestra comprensión moderna de sociedad. Valoramos sus productos culturales y nos sentimos orgullosos de su calidad, colorido y diversidad. Apreciamos los vestigios arqueológicos, olvidando que sus constructores también fueron indígenas, pero finalmente somos una sociedad clasista. Es decir, una que promueve “actitudes o tendencias de quienes defienden las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo”, como el diccionario define toda nuestra miseria humana. Nuestros niños merecen un mundo mejor y es hora de trabajar por ello. una que promueve “actitudes o tendencias de quienes defienden las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo”, como el diccionario define toda nuestra miseria humana. Nuestros niños merecen un mundo mejor y es hora de trabajar por ello. una que promueve “actitudes o tendencias de quienes defienden las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo”, como el diccionario define toda nuestra miseria humana. Nuestros niños merecen un mundo mejor y es hora de trabajar por ello.