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Evidencia científica muestra cambios fisiológicos en el cerebro de víctimas y excombatientes del conflicto armado

By: Jaime E. Dueñas M. | Diciembre 2020

Entre los hallazgos del estudio ‘Modelos Experimentales de Reintegración’ se destaca el hecho de que la huella que deja el conflicto tiene incluso efectos neurofisiológicos que condicionan el comportamiento de los individuos...

Entre los hallazgos del estudio ‘Modelos Experimentales de Reintegración’ se destaca el hecho de que la huella que deja el conflicto tiene incluso efectos neurofisiológicos que condicionan el comportamiento de los individuos y les impiden actuar positivamente frente a sus antagonistas, aún si tienen la buena voluntad de hacerlo.

 

 

Por: Jaime E. Dueñas M.

Más de seis décadas de conflicto armado en Colombia han dejado una huella profunda en la historia del país, especialmente en aquellas personas que como víctimas o como combatientes han sido actores de una lucha que, según cifras del Centro de Memoria Histórica, dejó más de 262.000 muertos entre 1958 y 2018.

¿Pero qué tan profunda es esta huella y cuál es el impacto que puede tener en las fórmulas planteadas para lograr la reconciliación y la tan anhelada paz en Colombia? Quizás sea mucho más profunda de lo que se piensa, y esto es algo que no se ha reconocido.

Esa es la hipótesis que se plantea un equipo interdisciplinario conformado por investigadores de las Universidades del Rosario y de Antioquia (Colombia), Diego Portales (Chile) y de Edimburgo (Escocia, Reino Unido), liderado por Juan Esteban Ugarriza, profesor del Grupo de Derechos Humanos de la Facultad de Jurisprudencia del Rosario.

Entre los hallazgos del estudio ‘Modelos Experimentales de Reintegración’ (financiado por Colciencias, hoy el Ministerio de Ciencia en Colombia), se destaca el hecho de que la huella que deja el conflicto tiene incluso efectos neurofisiológicos que condicionan el comportamiento de los individuos y les impiden actuar positivamente frente a sus antagonistas, aún si tienen la buena voluntad de hacerlo.

“Lo que estamos diciendo es que no es un tema relacionado con que no nos guste la otra persona o con que no tengamos buena actitud, sino con que algo ha cambiado fisiológicamente. Eso tiene varias implicaciones, como que a lo mejor a través de la política pública les estamos pidiendo a las víctimas y a los excombatientes cosas que no pueden dar: si yo tengo una huella tan profunda, ¿cómo les voy a exigir a los excombatientes que se reintegren como si fueran ciudadanos comunes y corrientes? ¿Y por qué pretendemos que las víctimas perdonen, si a lo mejor esa huella no les está permitiendo hacerlo?”, explica Ugarriza.

Lo anterior hace pensar que tal vez se tengan expectativas muy altas frente a los resultados que se podrían lograr en los diferentes procesos de reconciliación que se han adelantado y se siguen adelantando con los grupos armados en el país, sean guerrilla o paramilitares. El investigador del Rosario aclara que la dificultad para perdonar y reconciliarse no se basa solo en decisiones conscientes o actitudes voluntarias, sino que “quizás hay unos factores inconscientes que se escapan a la claridad cognitiva del individuo y que están predisponiendo negativamente a las personas entre sí".

Pero al reconocer la profundidad y magnitud de los efectos del conflicto, y entender que hay un efecto neuropsicológico que posiblemente sea permanente, se podrán ajustar las expectativas de la sociedad y de la política pública para adecuarse a esa realidad. “No pretender que las víctimas van a quedar reconciliadas con los excombatientes de manera perfecta y que los excombatientes se van a reintegrar de manera perfecta, porque tal vez eso no sea posible”.
 
 

El cerebro también entra en conflicto

Para medir el efecto que produce el conflicto en la mente de las personas involucradas, los investigadores adelantaron diferentes pruebas para medir la reacción de los actores frente a sus antiguos adversarios. 

En una primera instancia se realizaron encuestas (pruebas psicométricas); luego se agregaron mediciones computarizadas y finalmente se realizaron nuevamente los análisis en dos subgrupos específicos: uno conformado por habitantes de una zona con alta incidencia del conflicto armado, y otro, con los de una población con baja afectación del conflicto. En estos subgrupos se usaron equipos de electroencefalografía (EEG) para saber cómo reaccionaba su cerebro ante los estímulos.

Esas últimas pruebas permitieron confirmar que al presentárseles un estímulo positivo al tiempo con la imagen de uno de sus antagonistas, los actores del conflicto muestran altos niveles de disonancia en el lóbulo frontal (la parte del cerebro que se encarga del procesamiento de la información y la toma de decisiones consciente). “Es decir –explica Ugarriza– hay una configuración de redes neuronales distinta en los que se declaran víctimas frente a los que no”.

Cabe aclarar que, a la luz del estudio, todas las personas tienen prejuicios con respecto a los miembros del ‘bando contrario’, así no hayan estado involucradas directamente en el conflicto; pero esta reacción es mayor en quienes sí han formado parte de él. En otras palabras, haber sido parte del conflicto genera un condicionamiento mayor.

“La evidencia muestra que la experiencia traumática del conflicto está generando una huella neurofisiológica en la mente de esas personas, que está haciendo que antes siquiera de escuchar al otro ya generen una reacción negativa de tipo emocional”, señala Ugarriza.

 

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Juan Esteban Ugarriza,
profesor de la Facultad de Jurisprudencia,
Universidad del Rosario.

Reconocer para reconciliarse

Así, pues, al producirse una reacción involuntaria frente a la figura del antagonista, pensar en la reconciliación como un proceso único para todos los actores del conflicto, que siempre va a tener un fin exitoso, es de alguna manera –en palabras de Ugarriza– pensar con el deseo. La verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición no necesariamente van a dejar satisfechas a todas las personas a las que el conflicto les ha dejado una huella, de la misma manera como la verdad de los excombatientes y la verdad de las víctimas no es la misma.

Hasta ahora, lamentablemente, el entorno ha llevado a que esa situación sea aprovechada con fines negativos. De manera muy personal y aislada de los hallazgos del estudio, Ugarriza cree que hay una manipulación muy explícita de esos sentimientos por parte de los líderes, que emocionalmente llevan a sesgar el juicio: “La gente cree que está tomando una decisión basada en la moral y la ética, y en lo que es justo, pero realmente es un juicio que no es frío. Hay un direccionamiento de nuestras emociones negativas por parte de nuestro liderazgo político, a todo nivel”.

Sin embargo, la alternativa es encontrar una manera de que, al identificar y reconocer la afectación, tanto las víctimas como los combatientes sean capaces de generar otros mecanismos que sí lleven a la reconciliación final: "Creemos que en la medida en que reconozcamos la gravedad y la profundidad de esto podemos hacer un manejo más adecuado. Por ejemplo, si sabemos que hay sesgos, si sabemos que estamos emocionalmente predispuestos por nuestra experiencia de conflicto, posiblemente la conciencia sobre ese sesgo nos va a permitir controlarlo e impedir que nos siga nublando el juicio y la razón”, explica el líder de la investigación.

Pero no por eso el país está condenado a vivir en medio del enfrentamiento. Entender y aceptar que la guerra tiene un impacto, y que genera visiones diferentes de verdad, memoria y justicia, y actitudes dispares es el primer paso para empezar a comportarse de manera más empática con los demás. Y para aceptar al otro aun sin estar de acuerdo, o incluso si las heridas no han cerrado.


Más participación, no sacrificio

Luego del plebiscito de 2016, en el que el voto contra los acuerdos de paz logró una corta minoría frente a los que apoyaban el proceso, se criticaba la actitud de los detractores diciendo que incluso las víctimas del conflicto votaron por el “sí”, porque estaban más determinadas a buscar la paz por encima de cualquier cosa.
Los resultados del estudio ‘Modelos Experimentales de Reintegración’, de alguna manera, no validan completamente esta apreciación, pues dejan claro que el impacto neurofisiológico que se genera en las víctimas no necesariamente las lleva a buscar una reconciliación incondicional.

“Comunidades muy victimizadas por el conflicto, como San Carlos, votaron “no”, y no fue la única –explica Juan Esteban Ugarriza, líder de la investigación–. Yo creo que ha habido una mala interpretación de este tema de que las víctimas son las más interesadas en aportar a la paz y a sacrificarse. Lo que uno ve en los datos es que las víctimas normalmente están más interesadas en participar, que es muy distinto. Participar, trabajar en el tema, que se hable de él, pero no automáticamente a que se produzca el perdón. De hecho, tenemos muchas evidencias de que no es así.

Incluso, señala el investigador, las víctimas demandan típicamente justicia punitiva: cárcel, reparación. “Claramente uno siempre va a encontrar víctimas que perdonan, pero también va a encontrar muchas víctimas que no lo hacen, o que no están dispuestas a perdonar sin que medie cárcel o sin que medie justicia. No es cierto que sea tan automático”. 

En términos de los hallazgos del estudio, Ugarriza aclara que es posible que una víctima tenga la mejor disposición de perdonar, incluso; pero una vez se enfrenta al otro [a su antagonista] se activan mecanismos que la llevan a que no sea capaz de hacerlo. Y esto no se limita a las fronteras de Colombia, sino que existe literatura internacional que identifica situaciones similares en otros países golpeados por conflictos, como Sudáfrica, Guatemala, Salvador, Argentina, Chile –donde ha habido comisiones de la verdad– que hoy son sociedades absoluta y totalmente divididas, donde la verdad no ha servido para juntar a la gente.

 

 

 

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