El médico del amor
Rodolfo Rodríguez Gómez, M. D.
Quizás el nombre del médico francés François Boissier de Sauvages no dice mucho. Sin embargo, su tesis de grado titulada Dissertatio medica atque ludicra de amore…, que algunos traducen como El amor puede ser curado por las plantas[1], es mucho más que llamativa. François Boissier de Sauvages fue un médico con gran inclinación por la botánica que vivió en el siglo XVIII. Nacido en la comuna francesa de Alès, estudió Medicina en Montpellier y alcanzó el grado de doctor en 1726. Es comúnmente recordado por sus intentos de clasificar las enfermedades y por sus enfoques para entender el cuerpo humano [1]. Además, fue muy allegado al naturalista y padre de la taxonomía moderna, Carlos Linneo, y llegó a ser miembro de la Royal Society.
François Boissier era un excelente clínico y la ‘enfermedad del amor’ captó su interés científico. El famoso mal era comúnmente superpuesto con la clorosis, que también se le denominaba anemia de la pubertad. Con el tiempo, Boissier de Sauvages la denominaría como ‘clorosis por amor’. Se trataba de una febrícula amatoria originada por el amor contrariado, que incluía diversas manifestaciones físicas y psíquicas. Los síntomas cardiovasculares eran una constante y las palpitaciones podían desencadenar casos dramáticos, donde el corazón latía en tal anarquía que conducía a una locura cordis, haciendo que las víctimas llevaran su mano al pecho con la intención de impedir que el corazón escapara de él. De ese profundo interés que el cautivante y enigmático trastorno generó en el médico francés, surgió la motivación para su tesis de grado sobre el mal de amor, lo que le valió el sobrenombre de Doctor del amor [2].
François Boissier defendió su tesis sobre el mal de amor en 1724. En dicho manuscrito, citó a varios autores antiguos, en una mezcla de poesía y medicina, y abordó la enfermedad con una propuesta para tratarla con remedios extraídos del reino vegetal. Sus argumentos rechazaban otras teorías que planteaban que la ‘enfermedad del amor’ era incurable y, en otros de sus trabajos, la clasificaba como un tipo de delirio que catalogaba dentro de los desórdenes mentales. Algunos contemporáneos del doctor Boissier de Sauvages compartían su teoría y advertían que el exceso de amor, sexo o emoción podría provocar enfermedad física [3]. De hecho, por aquellos días existía un gran debate sobre si el amor era o no una neurosis y, si lo era, su epicentro y tratamiento eran un enigma. Además, la posibilidad de ver el amor como una enfermedad no solo habitaba en el terreno médico, sino que permeaba diferentes esferas y campos sociales, como el literario, donde muchas obras describieron aquel amor patológico en sus protagonistas.
El tema que llevó a Boissier a dedicar muchas líneas de su obra no era nada banal para la época. Los textos médicos la describían como una ‘enfermedad’ acompañada de inapetencia, náusea, vómito, pulso débil, orina y facies pálida y, con el tiempo, color facial verdoso. La causa era atribuida a una atonía de las fibras musculares del estómago y la superficie del cuerpo, que surgía del amor y otras pasiones de la mente. El pronóstico era reservado, ya que la clorosis era considerada tediosa y el tratamiento era el mismo de la dispepsia y la hipocondría aunque, en algunos casos, se prescribían las purgas y los baños fríos. El protagonismo médico de la clorosis se mantuvo durante varios siglos y las discusiones involucraron diferentes autoridades de la medicina. William Cullen, por ejemplo, la clasificaba como una forma de melancolía y el eminente médico inglés Thomas Sydenham la clasificó como una enfermedad histérica que afectaba no solo chicas adolescentes, sino también mujeres débiles que lucían demacradas. Asimismo, el clínico William Osler, en 1894, escribió: ‘el dolor de cabeza es común en los estados iniciales y la disnea y las palpitaciones no son del todo ausentes’.
La imagen de la chica clorótica se convirtió en una figura enigmática y rodeada de mito y simbolismo. Los pintores, los grandes cronistas de otras épocas, no tardaron en retratar el famoso mal. De hecho, la enfermedad del amor dio pie a un género dentro de la pintura. Así, grandes maestros como Jan Steen, Frans Hals, Gabriel Metsu, Vicente Palmaroli, Cornelis de Man, Francisco Pradilla, Samuel van Hoogstraten e incluso Rembrandt, tomaron este tema como inspiración para muchas de sus obras. Solo del holandés Jan Havicksz Steen existen cerca de veinte versiones que destacan por títulos como La visita del médico, la enferma de amor, la joven enferma, la visita del doctor y la mujer enferma, entre otros. Lo que más llama la atención de estas obras es un elemento común y característico centrado en la palidez marcada de la protagonista. Por supuesto, esto no era producto del azar, dado que, precisamente, el aspecto pálido de las enfermas de clorosis llevó a que en Alemania la enfermedad fuera llamada Milchfarbe, algo así como color de leche.
En los casos de mayor gravedad de la enfermedad, las pacientes adquirían un color facial verdoso; por lo cual, en Inglaterra se le llamó green sickness. Esta descripción, aunque era más antigua, tuvo un punto álgido en el siglo XVI. No obstante, existen muchos debates entre la antigüedad y la superposición de términos en torno al tema. De hecho, también se le conocía como morbus virgineus o febris amatoria. Lo claro es que el término green sickness se acuñó a principios del siglo XVI y era de uso común fuera del contexto médico; incluso, en registros de la parroquia St Botolph’s Aldgate de Londres, aparecía como causa de muerte [4]. Además, se ha documentado que green sickness era uno de los desórdenes ginecológicos descritos en los libros de notas de casos clínicos de médicos ingleses del siglo XVI.
Pero el tema que tanto apasionó a François Boissier de Sauvages, y que le valió el seudónimo de Doctor del amor, desapareció de un momento a otro de los textos médicos y los listados de enfermedades. Algunos historiadores sugieren que su contexto se relacionaba más con opiniones de la época victoriana sobre las mujeres, sus cuerpos y su lugar en la sociedad. De hecho, a medida que ciertas conjeturas victorianas sobre las mujeres se desvanecieron, la clorosis también lo hizo [5]. Para finales del siglo XIX, la clorosis fue reinventada como un desorden de la sangre y, ante la nueva ciencia, apoyada en la tecnología, su nombre fue eclipsado por la anemia hipocrómica -anemia a menudo debida a deficiencia de hierro-. Para otros, el dichoso mal nunca existió y se trató más de una invención literaria que otra cosa. Sea como sea, se trate de un mito, leyenda o curiosidad médica, el mal de amor ocupa un lugar en la historia de la literatura, la pintura y la medicina y, de una u otra forma, encumbró a François Boissier de Sauvages como el Médico del amor.
Referencias
1. Cunningham A. The medical enlightenment of the eighteenth century. Cambridge University Press; 1990.
2. González F. La enfermedad del amor: La obsesión erótica en la historia de la medicina. Penguin Random House Grupo Editorial México; 2016.
3. Duffin J. Lovers and Livers. University of Toronto Press; 2005.
4. King H. The disease of virgins: green sickness, chlorosis and the problems of puberty. Psychology Press; 2004.
5. Wailoo K. Drawing blood: Technology and disease identify in twentieth-century America. JHU Press; 1999.
[1] El título traduce Disertación médica y festiva sobre el amor; trataba sobre “si el amor puede curarse con yerbas”. N. del c.