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La superación de la adversidad a través de la magia: Arnoldo Palacios o el corazón de la literatura afrodescendiente en Colombia

Claudia Maria Sterling Posada

Revista Nova et vetera - Logo

Abstract:

Homenaje reivindicatorio y reparador, a través de la reseña de la vida de un autor poco conocido en Colombia y el mundo, pero de una gran riqueza cultural, fundacional de la literatura afrocolombiana del siglo XX, que ha producido textos periodísticos y textos literarios en prosa de gran calidad y ha dejado estelas y pendientes aún poco analizados, antes y después de su muerte: se trata de Arnoldo Palacios (1924-2015), un imprescindible en la literatura afrocolombiana.

Introducción:

La Asamblea General de la ONU proclamó 2015-2024 como la Década Internacional de los afrodescendientes citando “la necesidad de fortalecer la cooperación nacional, regional e internacional en relación con el pleno disfrute de los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de las personas de ascendencia africana, y su plena e igualitaria participación en todos los aspectos de la sociedad”, en especial en sus componentes de reconocimiento, justicia y desarrollo”. (Resolución 68/237 ONU).

A través de este artículo pretendo unirme a este homenaje, un poco con espíritu reivindicatorio y reparador, a través de la reseña de una vida mágica de un autor poco conocido en Colombia y el mundo, pero de una gran riqueza cultural, autor que se considera como fundacional de la literatura afrocolombiana del siglo XX, que ha producido textos periodísticos y textos literarios en prosa de gran calidad y ha dejado estelas y pendientes aún poco analizados, antes y después de su muerte: se trata de Arnoldo Palacios (1924-2015), un imprescindible en la literatura afrocolombiana.

Tras la muerte del maestro Palacios, ocurrida el 12 de noviembre de 2015, justo en el momento en el que se estaba descubriendo su obra y valorando su inclusión dentro del canon literario colombiano, se despertó un interés periodístico inusitado los tópicos plasmados en su obra, así como por su fascinante vida. Escritor discapacitado desde niño por la poliomielitis, accedió por ello mismo a la literatura; terminó su vida en Francia, casado con una condesa francesa, tuvo cuatro hijos, y murió después de haber realizado múltiples viajes, pero sin olvidar jamás sus raíces.

Su obra constituye un compromiso ético y estético de Palacios con la Negritud del Chocó, con los desposeídos, con los condenados de la tierra de los que hablaba Franz Fanon, en donde se evidencia con elementos de lo “Negro” y la “Negritud” la valía y autenticidad de la raza negra y su mágico entorno, conviviendo de la mano con un destino marginal y trágico y “un sentimiento de justicia y rebeldía razonada, por la indignación que nace de las desigualdades sociales conocidas por él desde la infancia, y por la postración material de los afro-descendientes de su región, pobladores de vastas regiones explotadas por colonos blancos y compañías extranjeras” [1], cuya mezcla – si es que se puede utilizar esta palabra-, da origen a una obra profusa, lírica y reitero, mágica. Lo “Negro” y la “Negritud”, esos movimientos anticoloniales, en donde encontramos a Richard Wright y Largson Hugues por un lado y, por el otro, a Franz Fanon, Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor, León Damas, y René Depestre, entre otros. Como gran parte de los hechos que forman parte de su infancia se encuentran en el libro Buscando mi madredediós, por metodología, éste se citará como BMD en este artículo.

Arnoldo:

Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera nació el 20 de enero de 1924 en un municipio minero y selvático del departamento colombiano del Chocó, llamado Cértegui – que hasta el año 2000 fue corregimiento - fundado por el blanco Francisco Matías de Tres Palacios[2] quien llegó con sus esclavos a hacer explotación minera artesanal y con ello se enriqueció y terminó en Londres fundando su propio banco. La historia del pueblo “que en las mañanas parece un paraje fantasma porque sus habitantes salen temprano a trabajar en los yacimientos de platino y oro”[3], está, pues, ligada al apellido de Arnoldo.

Su padre era Venancio Palacios, dueño de una tienda de abarrotes en Ibordó y luego en Cértegui y su madre Magdalena Mosquera, escudera matriarcal de Venancio y quien fuera recordada por Palacios como “una mariposa despojada de la menor partícula de polvo en los hombros”[4]. Cuenta él mismo que a los 2 años de vida:
…sufrí un ataque de poliomielitis que me atacó sobre todo las piernas, los músculos motores, yo tenía dos años, según dice mi madre, pero yo recuerdo todo: yo me fui a bañar y en el río creo que me atacó el virus. Yo ya caminaba, pero después ya no pude caminar, no pude correr por el pueblo como lo había hecho siempre, ni ir al río a bañarme con mis amigos, amigos espléndidos del Chocó. Entonces, tuve que permanecer mucho tiempo sentado y creo que eso me enseñó a meditar, a observar, porque yo tenía que ver todo lo que pasaba, tenía que sentir todo lo que ocurría a mi alrededor, tenía que observar y escuchar lo que me contaban, lo que ocurría, y creo que mi cerebro y mi alma, mi ánimo, se llenaron de muchas cosas que tal vez era necesario que salieran afuera; creo que eso, más tarde, pudo influir en que yo me dedicara a escribir. (Palacios, 2007)

En medio de un pueblo analfabeto y olvidado, sus “tíos”, sus padres y abuelos leían revistas y periódicos. Juan, su abuelo paterno, les hacía lectura nocturna de Las mil noches y una noche y les narraba las aventuras de Carlomagno (BMD, p. 205-206).

Mi madre me dice que mi abuelo había sido educado por un cura, seguramente cerca de la esclavitud todavía, y que en las fiestas cuando estaba contento hablaba latín; otro tío era poeta, tuve un primo artista, escultor y pintor [José Laó], de una capacidad de creación extraordinaria, él siempre andaba conmigo y me hablaba de las cosas y yo lo veía cortar sus troncos de árboles y ponerse a esculpir, y me contaba todo lo que él leía. (Palacios, 2007)

La infancia relatada por Palacios en Buscando a mi madredediós, es una infancia abundante en naturaleza, plena de vida familiar en donde la solidaridad, la magia, las leyendas, los animales, las plantas, los juegos, los cantos y las risas infantiles, configuran un locus amoenus con descripciones maravillosas del hábitat chocoano.
Su estado de discapacidad jamás fue para él una limitante intelectual – de hecho ni siquiera una limitante física como vemos en algunos pasajes de la obra analizada en donde, en cuatro patas o arrastrándose, hacía parte de los planes familiares o con amigos - y es por ello que, apenas tuvo la oportunidad, no dudó en darle un sí a su tío Argemiro, cuando le preguntó si deseaba ir a la escuela; increíblemente en Colombia la educación era una opción y no una obligación hasta la Constitución Política de 1991. Leemos pues que el maestro Argemiro, primo hermano de su mamá[5], le pregunta:

¿Y tú? ¿Hacia qué se inclina tu corazón? Ha habido grandes hombres con defectos físicos: A Cervantes le faltaba un brazo; Lord Byron era cojo; Milton ciego, Demóstenes, el orador, tartamudo; Marco Fidel Suárez, más pobre que nosotros, fue presidente de Colombia. También es cierto hay hombres lisiados que no han hecho mayor cosa así como individuos bien plantados igualmente oscuros. ¿Qué deseas tú en la vida, Arnoldo de los Santos?
“Primero me nace ir a la escuela maestro.”

Nos relata el mismo Palacios sus inicios en la lectura en una reveladora entrevista que dio en Noviembre de 2016 a la Revista Bocas, suplemento del diario El Tiempo[6]:
En Cértegui había un librito que se llamaba Lecturas escogidas, que pasaba de mano en mano. Ahí comencé a leer, no había más. Tenía las hojas desprendidas, pues lo había leído todo el mundo. Y también leía un periódico, ABC, que llegaba de Quibdó. Mi padre leía mucho, periódicos y revistas…..Los gobiernos liberales enviaban libros, una colección española Araluce, que adaptaba para los niños los clásicos griegos y romanos. […] Y estos libros los manejaba el Inspector […] de Policía. En esos tiempos leían. Yo leía todo lo que llegaba al pueblo, hasta que llegó la Biblia. Un primo pintor muy talentoso, José Laó, que en Bogotá fue expulsado de Bellas Artes porque cogió a puñetazos al director porque por racista no le dio el diploma, se regresó al pueblo con todos sus óleos y sus libros. Y él fue quien me pasó la Biblia, aunque tenía fama de ateo, y me dijo que había que estudiarla. Cantaba arias de ópera y me llevaba cargado para todas partes. En el pueblo solo había una Biblia, la del cura que venía de Itsmina o Tadó, guardada bajo llave, y nadie la podía tocar ni leer. Uno le tenía miedo. Había gente que decía que si uno la leía se enloquecía. Mi primo me leía el Antiguo Testamento, el Cantar de los Cantares. Y leyendo la Biblia comencé a entender las cosas y a dejar de ser creyente.

En la misma entrevista comenta que empezó a escribir en Cértegui, pues cuando tenía trece años, murió su prima Ana Zoila, a quien él quería entrañablemente, y fue el quien escribió las palabras que se pronunciaron en sus funerales; lo cual igualmente se encuentra relatado en uno de los últimos capítulos de la obra que analizaremos. Posteriormente hizo un discurso en la campaña política de Diego Luis Córdoba, en la campaña presidencial del que llegaría a ser presidente de Colombia, Eduardo Santos, y quien fuera uno de los primeros congresistas negros que hubo en Colombia, chocoano él también, y líder inspirador de Palacios, tal como lo relata en los capítulos finales de Buscando mi madredediós.

Afirma Palacios que para salir de su natal Cértegui, […] fue necesario un consenso familiar del que participaron sus siete hermanos, sus padres, los familiares más lejanos y hasta los vecinos. El padre fabricó las muletas y entre la familia se reunió el dinero para enviarlo a Quibdó. Arnoldo Palacios acababa de cumplir quince años cuando llegó al Colegio Carrasquilla a iniciar el bachillerato.[7]

En 1943 Arnoldo Palacios viajó a Bogotá con una beca para terminar sus estudios superiores en el Externado Nacional Camilo Torres, donde además de granjearse el respeto y admiración del rector José María Restrepo Millán [8], quien lo dejaría vivir en un cuarto en el colegio[9], y en donde haría grande amistad con: Jaime Posada García Peña, quien posteriormente fue director del diario más importante del país, El Tiempo; Tito Livio Caldas, el empresario más grande en temas legales y fundador de la empresa multilatina Legis S.A. y Pedro Acosta Borrero, que trabajaba en el diario El Liberal y recomendó a Palacios para trabajar allí. Posteriormente se vinculará a la revista Sábado, bajo la dirección de Plinio Mendoza Neira.[10] Estudiaría los clásicos y latín. Palacios sostiene “que la capital no lo sorprendió y que la encontró fría de gentes, como una invitación permanente a estar encerrado”[11].

Estando en el colegio, escribió una novela, Egidicíaca, que envió al concurso de la Caja de Ahorros. Le pedí al doctor Restrepo [Millán] que me la leyera. Me dijo: “está bien, pero es mejor que los dos héroes de la novela, que huyen, es mejor que procure casarlos”. […] Yo comprendí pero la deje así. Por supuesto, no gané el concurso. Cuando viajé a Europa se la dejé a guardar a una hermana. Al volver, después de haberla convertido en una obra de teatro que tuvo una repercusión trágica, finalmente la quemé. Pero creo que hice mal. Un escritor español que venía huyendo de Franco, Baltazar Miró, me dijo en Cali, luego de leerla, que le había gustado, pero que la convirtiera mejor en un gran reportaje. […] Era una historia de amor, pero hablaba mucho de la vida del Chocó, de las minas, de una muchacha mulata. En el Chocó había mucho sirio, unos Bechara, unos Tafur, que tuvieron hijos con mujeres negras. […] Era sobre el último condenado a pena de muerte bajo el gobierno de Reyes, un negro del Chocó que se llamaba Manuel Saturio Valencia. Fue fusilado en Quibdó en 1907 porque dijeron que él iba a incendiar la ciudad. Era un revolucionario. Conservador. Crítico aunque católico, tocaba el órgano en la iglesia. Había aprendido francés solo. Tenía una novia blanca de la aristocracia.”[12]

La obra tampoco tuvo éxito a nivel dramático. Palacios formó una compañía para presentar la obra en Quibdó y los actores estaban impávidos; solo dos de los actores estaban dispuestos a presentarla. “Entonces consulté a los ancianos de Quibdó sobre qué hacer y ellos recomendaron que no la presentáramos pues nos iban a matar en el escenario. Luego de este fracaso me fui a Buenaventura y en el puerto me dediqué a leer un gran libro de Richard Wright, Sangre negra (Native Son)”[13]
Posteriormente Palacios vuelve a Bogotá y empieza a buscar trabajo para conseguir los recursos que le permitieran terminar su bachillerato. En esas estaba en las instalaciones de la Radio Nacional, cuando se encontró con Matilde Espinosa de Pérez, “quien haciendo gala del apodo que llevaba con orgullo, 'camarada ternura', conversó con él y, al verlo tan desprotegido y pasando tanta penuria, lo invitó a su casa en el barrio Teusaquillo, no solo para que estudiara y leyera en la nutrida biblioteca de su esposo, el abogado Luis Carlos Pérez, sino para compartir con sus dos hijos, estudiantes también del Camilo Torres. "Encuentro que fue fundamental", comenta Arnoldo. De ahí que no sea gratuita la dedicatoria a la poeta en su gran libro Las Estrellas son negras”.[14]

Terminado el colegio cursó algunos semestres de Derecho. En 1948 recorrió el Chocó, el Valle del Cauca, Cali, y por ese camino llegó a Medellín.[15]  Comenzó a buscar trabajo para financiarse sus estudios de Derecho y paralelamente escribía su novela Las Estrellas son negras, gracias al poeta Carlos Martín, Secretario General del Ministerio de Educación, que le prestaba su máquina de escribir de 12 a 2 de la tarde o después de las 5:00 p.m.

Durante los disturbios del 9 de abril de 1948, se quemó el edificio García Cadena, donde funcionaban las instalaciones del Ministerio. Palacios pasó la noche refugiado en el restaurante Félix en la avenida Jiménez. Y el lunes fue a ver a Matilde Espinosa y su esposo Luis Carlos Pérez, “para ver dónde sobreaguar. Dormí sobre una mesa en las oficinas de Onda Libre”.[16]

A instancia de sus amigos reconstruyó la novela aprovechando el toque de queda… y lo hizo asombrosamente en tres semanas. “Gracias a la mediación de Manuel Zapata Olivella, los originales de la novela llegaron a manos del editor y escritor español Clemente Airó, quien tras la Guerra Civil española había decidido exiliarse en Colombia donde fundó la Editorial Iqueima, cuya edición es acogida con gran entusiasmo por parte de Eduardo Zalamea, escritor y director del suplemento literario de El Espectador”[17]. “La portada del pintor Alipio Jaramillo, quien fuera recomendado por Manuel Zapata Olivella. Jaramillo hizo un hermoso dibujo de una negra en medio de la selva. Esta accidentada edición se agotó en un par de semanas”.[18]

En la revista Arcadia, el periodista Alfonso Carvajal escribió: "Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios, marca varios hitos en nuestra literatura. Es una importante novela, escrita antes de Cien años de soledad y La tejedora de coronas, que pasó desapercibida porque en la época en que fue publicada (1949) el mundo editorial colombiano era precario..." A pesar de esa precariedad, el libro fue reseñado por José María Restrepo Millán, rector del Camilo Torres, en el suplemento literario de EL TIEMPO, en 1949, bajo el título "Un rudo libro sobre un rudo tema". Hubo muchas otras reseñas. Gracias a ellas, el joven chocoano pasó a tener mayor notoriedad en el ambiente intelectual y político, en el que no era extraño, pero carecía de obra que lo respaldara ante insignes escritores y poetas. (Bautista, 2009:s.p)

Palacios se hace acreedor a una Beca del Congreso, la “César Conto”, para estudiar lenguas clásicas en la Sorbona, y lograda a pulso por el congresista Diego Luis Córdoba que logró introducir el derecho a la beca para nativos del Chocó.[19]

En vísperas de su viaje a Europa, y a instancias de un primo suyo, José León Moreno, Gabriel García Márquez y Palacios se encuentran por primera y única vez en Cartagena; fruto de esa conversación el futuro Premio Nobel escribe una efusiva columna sobre Palacios en el diario El Universal, uno de cuyos ejemplares le entrega personalmente en el muelle antes de partir Palacios rumbo a Francia. [20]

Palacios cuenta que el barco se llamaba Jagello, de bandera polaca. En el barco se hablaba polaco, así que tuvo que permanecer callado todo el viaje. Después de haber desembarcado en Cannes, viajó en tren y arribó a París un 21 de septiembre; la ciudad le pareció fea, como Bogotá.[21] Se instaló “en una habitación de mansarda, de esas denominadas ‘cuarto de sirvienta’, bajo los techos de un edificio antiguo de París, situado entre el puente Mirabeau y el puente de Grenelle.[22]

En la Sorbona tomó cursos de literatura clásica, contemporánea, y fonética con el profesor Fouchet, quien firmó su diploma. Allá también, “el escritor leerá las obras de Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor, Jacques Stephen Aléxis, Jaques Roumain y René Depestre, quienes “forjan la Negritud que va a encontrar ya formulada en el París de los años cincuenta, en algunos casos apoyada en la militancia comunista (…)”.[23]

Estaba en Italia para viajar a Egipto, cuando lo invitaron a Varsovia, como vocero de Colombia al Congreso de la Paz (1950), en donde pronunció un discurso que le hizo perder la beca. “Dice Palacios que gritó: “esto es un hombre, esto es un colombiano”, y la emprendió como Irra, contra todo orden establecido. Recuerda que estrechó la mano de Shostakovich y tuvo como guía en Polonia a Roman Polanski”.[24]

Nos cuenta Palacios que, hacia sus 22 años, “caminaba por una calle de Montparnasse durante la noche. Un hombre distinguido detuvo su automóvil […] Le entregó un periódico con una anotación en las márgenes. Dice Palacios que esa noche no logró dormir pensando en la escena y al día siguiente buscó la dirección escrita en el periódico. En el hospital ortopédico Raymond Poincaré recibió atención y el cirujano que lo había abordado en la calle operó sus piernas”.[25] Con ello mejoró notablemente su estabilidad ya que la pierna derecha era seis centímetros más corta.

Después de trasegar por muchos países europeos atravesando las fronteras incluso clandestinamente, en especial las de la Cortina de Hierro, y hacia los años 70, Palacios volvió a Colombia, y un día, cuando se abrió la puerta del ascensor de un edificio de la calle 21 en Bogotá, una mujer europea blanca, descendiente de antiguas familias nobles normandas y de una abuela campesina bretona de padres desconocidos, de nombre Beatrice, se cruzó con él. Ese fue el principio de un romance de vida, él con 50 años y ella con 25, se devolvieron juntos a Europa y tuvieron cuatro hijos: Pol, Eloísa, Matías y Leopoldo, a quienes criaron sin prejuicio alguno de raza o religión, a la manera como fue educado Arnoldo en los años 30.[26] “Educamos a los niños para que fueran a su gusto, tanto con sus amigos, hijos de los pescadores de nuestro pueblito, como con ciertos barones de mi familia, o con los indígenas y los negros chocoanos, que eran sus primos todos”[27] o para que estuvieran cómodos en la ciudad o en el campo, en donde vivieron la mayor parte del tiempo en su casita de Honfleur.[28]

Arnoldo y su esposa eran conscientes plenamente de ser un “caso extremo en el mestizaje, un negro-indio- blanco-vasco-árabe y una blanca-vikinga- bretona-alemana”.[29] Y son sus hijos la síntesis de ese mestizaje, el cual lograron dándoles lo mejor de sus raíces para que la transmisión de valores fuera un éxito. Dice Beatrice en una entrevista publicada en Mayo de 2016 en el diario El País de Cali:[30]

“Hemos buscado educar a un hombre nuevo que admite la gran diversidad. Arnoldo y yo compartíamos desde el principio de nuestro encuentro la idea de un hombre ideal, una síntesis de todas las identidades. […] Hemos tenido razón en criarlos como los antiguos esclavos chocoanos africanos, que educaban juntos a todos los niños del pueblo con respeto a los ancianos y solidaridad absoluta entre todos. De cualquier época el anciano representa al mundo sólido, puede transmitir la memoria de la humanidad.

Sólo una mujer con unas ideas poco convencionales era capaz de semejante hazaña en la Europa de entonces, y de asumir sus consecuencias:
En los últimos años, junto a Arnoldo, descubrió que sus ancestros maternales escondieron sus títulos de nobles durante la Revolución Francesa en1789, y que otros de ellos tuvieron esclavos en las plantaciones de algodón en Louisiana- Estados Unidos, hasta la guerra de Secesión entre 1861 y 1865. Hoy, Beatrice […] recuerda que su familia la echó del castillo junto con su esposo y sus hijos, y la sacó de las herencias familiares porque se casó con un negro progresista, Arnoldo Palacios Mosquera. […].[31]

Arnoldo vivió toda su vida con una herida histórica, un sentimiento profundo en su identidad que lo hizo tan “sensible al traumatismo causado por la esclavitud en la identidad de sus bisabuelos, que vivió toda su vida identificándose con ellos y, de ahí, con la historia de miles de esclavos para, desesperadamente, darles voz y clamor victorioso para el futuro.”[32]

En uno de sus múltiples viajes a Bogotá, fundó, junto con su amigo Tufik Meluk, el Centro de Altos Estudios del Chocó. Cuando Palacios se enfermó, su esposa y sus hijos decidieron instalarlo de nuevo con su familia en Colombia para salvar su cerebro. En noviembre del año 2015, Arnoldo Palacios, “Naño” en Buscando mi madredediós, muere y es velado en Cértegui, en donde se encuentran enterrados sus restos. Su hijo Leopoldo tomó un puñado de tierra de su sepultura y la llevó a Rusia para lanzarla en el Río Volga, a donde su padre había querido que fueran juntos.[33]

Durante su vida recibió la orden del Gran Caballero de la Cruz de Boyacá (1998), la Gran Orden del Ministerio de Cultura (1998), y el Guachupé de Oro de la Fundación Colombia Negra (2007) y fue objeto de varios homenajes tanto en Colombia como en Francia.

Obra

Su obra es prosística y, además de Buscando mi madredediós comprende las siguientes novelas y cuentos:
Las Estrellas Son Negras publicada por Editorial Iqueima en 1949 en Bogotá;
La Selva y la Lluvia, publicada por Ediciones en Lenguas Extranjeras, Editorial Progreso[34], Moscú, 1958, reintroducida en sociedad en la 24ª Feria Internacional del Libro de Bogotá por Intermedio Editores. En relación con esta obra dijo su autor:
Escribí esa novela en una pequeña buhardilla en París. Muchas veces me levantaba sudando, porque yo estaba describiendo al Chocó y a mí me parecía que yo estaba allá. Y las imágenes se iban formando para irlas agarrando […] Es una novela sustentada en el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, pero basada en el Chocó, en la migración del hombre de provincia, que es siempre mi fuerte", explica Palacios. "La selva, porque sigue siendo ese lugar abrupto; y la lluvia porque es, en el fondo también, esa gran cantidad de sangre que cayó en Bogotá. [35]

[Es una novela que] trata de los comienzos de la violencia, también se desarrolla una gran parte en el Chocó y fue publicada en castellano en Moscú, a donde yo hice el viaje especialmente para hacer esa publicación, desgraciadamente, por las comunicaciones, por lo lejos, y porque yo mismo no sé ocuparme de mis trabajos, acá, prácticamente, nunca llegó, y ya está agotada. (Palacios, 2007: s.p.)

En el prólogo de la edición colombiana de La Selva y la lluvia,[36] Enrique Santos Molano nos cuenta las dificultades de publicación que tuvo la obra. Debió ir en tren hasta Varsovia a finales de 1957, en donde le dieron la cita con el embajador soviético, quien se excusó por no haberlo recibido antes, le agradeció sus deseos de visitar la URSS, le extendió una visa y, al indagar sobre el motivo de su visita, el mismo embajador le indicó a quién debería presentarse en la Editorial Progreso, de Moscú, en donde le publicaron su libro en septiembre de 1958.

Arnoldo Palacios es autor de otras obras, como Navidad de un Niño Negro, y el cuento Entre nos Hermano que Gerardo Rivas Moreno le publicó en 1966 en una compilación denominada “Cuentistas colombianos”, con Ediciones El Estudiante, en Cali.

El libro Cuando yo empezaba (2010), una compilación del librero Álvaro Castillo Granada, propietario de la librería bogotana San Librario, recopila los escritos de Palacios en distintos periódicos y revistas, entre 1944 y 1949, en el semanario Sábado, así como otra serie de escritos publicados por medios internacionales, tales como Normandie Magazine y Présence Africaine.

El Duende y la Guitarra “está basado en una leyenda del Chocó sobre el peligro de las muchachas jóvenes frente a los seductores y el duende malo, terrible, sensual, pero que cuando toma una guitarra que le dejan por allí como una trampa y comienza a tocarla, se acuerda de cuando él era bueno y rompe la guitarra y huye por el mundo”. (Palacios, 2007: s.p.)

Otros textos terminados son casi desconocidos o no han sido publicados, como Chocó amargo panorama, Recopilación de Literatura Oral del Chocó, Cuentos de Oro y Platino, La Muerte de Olivella, traducción de los sonetos del poeta clásico Adam Mickiewicz[37].

Conclusión:

Es sin embargo, el mundo narrado por Arnoldo Palacios, en  Buscando mi madredediós, su obra sintetitizadora-estetizadora de la negritud y su entorno: es un mundo en donde no hay cabida para el resentimiento o la amargura. El tigre no grita su tigritud. El negro no grita su negritud. Arnoldo, desde la inocencia de su alma, después de trasegar por los caminos de la violencia, la amargura, la tristeza, la miseria, en sus dos novelas anteriores – Las estrellas son negras y La selva y la lluvia-  ha logrado elevarse mas allá de la hiperconciencia de raza, y ha alzado vuelo con un relato de sanación de raza en el que, al volver a los orígenes, a aquellas épocas de la infancia y de juegos al natural  en donde la verdadera humanidad aflora ante la ausencia o casi nula presencia de complejos o de comportamiento discriminadores aprehendidos en sociedad, nos hace recuperar la fe en la diversidad de la humanidad, en esa universalidad del hombre, con relatos de una belleza asombrosa. Se trata de una propuesta que vale la pena explorar pues es allí, a lo mejor, en donde puede estar la verdadera reivindicación de la literatura afrodescendiente: en el retorno a los orígenes desde la inocencia de la mirada, para dar lugar a la literatura de la “diversalidad”.

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ZAPATA LEÓN, Sergio, (2015), Muere escritor chocoano Arnoldo Palacios, en Revista Arcadia, recuperado de: http://www.revistaarcadia.com/impresa/libros/articulo/muere-escritor-choco-arnoldo-palacios-autor-las-estrellas-negras/45011 el 5 de enero de 2016.

ENLACES DIGITALES:

http://www.presenceafricaine.com/revue-culturelle-monde-noir/917-revue-presence-africaine-n-121-327638.html
Biografía Centro Cultural Pacifico Univalle: http://cvisaacs.univalle.edu.co/index.php?option=com_content&view=article&id=2882&Itemid=100804

[1]Collazos Oscar, Prólogo a Palacios, Arnoldo, Las estrellas son negras / Arnoldo Palacios. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2010. – (Biblioteca de Literatura Afrocolombiana; Tomo 2)

[2] BMD, p. 197

[3] Cruz Hoyos, 2015: s.p.

[4]  BMD, p. 184

[5] BMD, p. 217

[6] Giraldo, 2016: s.p.

[7] Zapata, 2006: s.p.

[8] Zapata, 2006: s.p.

[9] Giraldo, 2016: s.p.

[10] Millán Guzmán, 2013: s.p.

[11]  Zapata, 2006: s.p.

[12] Giraldo, 2015: s.p.

[13] Giraldo, 2015: s.p.

[14] Bautista, 2009: s.p.

[15] Collazos, s.p.

[16] Giraldo, 2015: s.p.

[17] Millán Guzmán, 2013: s.p.

[18] http://cvisaacs.univalle.edu.co/index.php?option=com_content&view=article&id=2882&Itemid=100804

[19] Millán Guzmán, 2013: s.p.

[20] Ídem

[21] Zapata, 2006: s.p.

[22] Cruz Hoyos, 2009: s.p.

[23] Millán Ruiz, 2013: s.p.

[24] Zapata, 2006: s.p.

[25] Zapata, 2006: s.p

[26] Valencia, 2016: s.p.

[27] Ídem

[28] “[En Honfleur] tengo mi casa, tengo el honor de tener una casita como yo la quería. […] me la dio el presidente de la República, Mitterrand. Cuando mis hijos crecieron comencé a buscar una casa antigua, con historia, en Normandía. Una casa de techo de paja, de paredes de barro. […]Tiene unos doscientos años. Con los niños la reparamos con boñiga, como en Cértegui. Es una casa campesina como de cuento de hadas. Está en un pueblito que fue sede de los impresionistas, cerca de un camino y de un riachuelo. En Normandía yo había conocido a la dueña de una galería a la que iba mucho Baudelaire, Katia Granoff, de origen ruso. Ella tenía pinturas de Degas, de Gauguin. La seguí visitando e hicimos una amistad. Un día mis hijos me dijeron que había llegado una carta. No me apuré y la dejé para verla después del almuerzo. Ellos me hacían chistes porque tenía un membrete de la Presidencia de la República y venía en un papel que parecía antiguo. […] Decía que por conocimiento de la señora Katia Granoff se habían enterado de mi existencia y querían invitarme al palacio del Élysée. No tuve más remedio que ir. […]. Allá llegué, me recibió uno de los delegados del presidente, quien me preguntó qué deseaba. Le dije que lo que más quería era un techo para mis hijos y tener un apoyo para una fundación de mis amigos escritores. Y le conté de la casa que me había gustado en Normandía, donde ya habían demolido centenares de casas antiguas. Tiempo después supe que había sido ella quien le había escrito a Mitterrand diciéndole quién era yo y prácticamente exigiéndole que me auxiliara para tener por fin una casa propia. (Giraldo, 2015: s.p)

[29] Valencia, 2016: s.p.

[30] Valencia, 2016; s.p.

[31] Valencia, 2016: s.p.

[32] Ídem

[33] Valencia, 2016: s.p.

[34] Fundada en 1931, la Editorial Progreso, de Moscú, se estableció para publicar “en idiomas extranjeros”, es decir, diferentes al ruso, obras de autores soviéticos o de escritores progresistas, aunque no fueran soviéticos ni estuvieran adscritos a la ideología comunista. Los libros de Editorial Progreso abarcan todos los temas: política, ensayo, narrativa, historia, ciencias, etc. En español se editaron más de dos mil títulos entre 1931 y 1986. El único escritor colombiano que figura entre ellos es Arnoldo Palacios, con su novela La Selva y la Lluvia (1958) [….] En aquella época Colombia no tenía relaciones con la Unión Soviética (rotas el 12 de abril de 1948 a raíz de los sucesos del 9 de abril), pero muchos de los títulos de Editorial Progreso los vendía en Bogotá la Librería Mundial, de Jorge Enrique Gaitán. Sin embargo no parece que se hubiesen recibido en Bogotá ejemplares de la nueva novela de Arnoldo Palacios. Desde entonces hasta hoy no es posible conseguirla. No fue reseñada por la prensa y pasó inadvertida para los lectores colombianos. En Europa fue devorada por el público lector de español y se le hicieron varias reimpresiones (Santos Molano, 2010: s.p)

[35] http://www.choco7dias.com/810/editorial.htm , recuperado el 5 de enero de 2016.

[36] Santos Molano, 2010: s.p.

[37] http://www.choco7dias.com/810/editorial.htm, recuperado el 5 de enero de 2016.