De Pierrot y el Joker a la alienación en el Mundo Moderno: Lo que la figura del Payaso Triste puede decirnos en la actualidad
Con el reciente estreno de la controversial película del Joker, se veía venir una oleada de críticas encapsuladas dentro del marco típico de pánico moral asociado a la violencia en los medios de comunicación.
En especial si se tiene en cuenta el denso ambiente político que está experimentando Estados Unidos en este momento, tanto por su controversial gobierno actual como la omnipresente violencia asociada al uso de armas de fuego. Sin embargo, en esta ocasión ocurrió un curioso fenómeno mucho menos predecible: un fenómeno de empatía y humanización con la persona adolorida y enferma a la que la sociedad, independientemente del espectro político que predomine en determinado momento, en muchas ocasiones le da la espalda (Ferguson, 2019). En este cambio de percepción influyó mucho la representación del personaje como un cómico sin talento que además irónicamente es víctima de una risa patológica. En este sentido, sin justificar la violencia del personaje y sin querer glorificar o satanizar la enfermedad mental, cabe preguntarse qué hay detrás de este signo contradictorio del payaso triste y fracasado que a lo largo de la historia se ha convertido en un símbolo de multitud de expresiones artísticas y significados asociados a la nostalgia, la incomprensión y las inherentes contradicciones del ser humano.
Sin pretender abarcar toda la historia de la figura de estos peculiares cómicos, ni su amplio rediseño como ícono del terror (tema muy amplio como para abarcar acá), se sabe que el payaso se origina en la figura del bufón de la corte, y que en este sentido comparte muchas similitudes con los arlequines y otros personajes de la comedia. Posteriormente la figura se diseminó por el mundo, recibiendo múltiples denominaciones y reinterpretaciones hasta asentarse de forma más o menos estable como un personaje del mundo circense (de Souza, 2013). Es aquí donde toca preguntarse en qué momento de su historia un personaje que por definición es gracioso y bufonesco pasa a representar una ironía tan palpable como la tristeza. Esto nos lleva al mundo del teatro italiano y francés y a la mítica figura de Pierrot.
Pierrot, interpretado por Paul Legrand. Tomado de: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b10547582s.item
Pierrot es una figura icónica en el drama, producto de una fusión cultural ítalo-francesa, que tomó varios años y múltiples influencias antes de convertirse en el arquetipo que es hoy en día. Su imagen, cortesía del célebre mimo Jean-Gaspard Deburau, permite ver qué lo hace tan especial. La fusión de la figura bufonesca del payaso con la elegancia monocromática del mimo crea una imagen kitsch con un contraste bastante fuerte que consiste en el color crema de su atuendo suelto, la cara maquillada completamente de blanco y en ocasiones una gorguera prominente (Storey, 2016). A partir de Pierrot se crea la imagen arquetípica del payaso triste que, junto con su personalidad frágil y en ocasiones ingenua, encaja perfectamente con la historia trágica de desamor que vive el personaje en sus múltiples encarnaciones. Hay dos ejemplos en la literatura que permiten conocer un poco la caracterización de Pierrot.
El primero es el cuento La Eterna Aventura de Pierrot y Colombina del modernista Rubén Darío, en el que su mujer lo abandona en un festival para irse con Arlequín, su clásico amante desde la concepción del personaje y un sutil guiño a la separación de este con sus orígenes humorísticos, dejando a Pierrot solo y atormentado con sus pensamientos e inseguridades. Aquí, quizás yendo más allá del personaje del cuento y referenciando tanto al arquetipo como a la imagen del triste payaso, el autor afirma: ‘‘Pierrot no siente el peso del Tiempo. Él vive, come, y sueña.’’ (Mendoza, 2012). El segundo, y quizá el más importante, es la obra Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Aquí el personaje, consumido por los celos durante su actuación teatral, asesina en plena cúspide de la obra a su pareja en una surreal secuencia de eventos en la que este acto es convertido por la circunstancialidad de ocurrir en medio de la interpretación de la obra teatral. Esto la convierte en una sádica performance. El hecho es aplaudido por la ingenua audiencia que lo considera la mejor actuación que ha presenciado, mientras Pierrot les proclama: ‘‘la comedia ha terminado.’’ Con aquella conclusión agridulce e irónica, la subversión del estereotipo clásico del payaso cómico no pudo ser más evidente.
Bowie como Pierrot, un fantasma de los 70 mirando hacia el futuro con nostalgia. Tomado de: https://los40.com/los40/2016/01/12/los40classic/1452602617_290341.html
Es por esta complejidad y contradicciones innatas al personaje que no sorprende que, con el pasar de los años, la figura de Pierrot en representación del cómico melancólico haya sido reinterpretada como símbolo del artista frustrado e incomprendido. Cerrando la más prolífica y críticamente aclamada parte de su carrera de mediados a finales de los 70, David Bowie inició la década del 80 con su disco más visualmente provocador desde su etapa glam, el célebre Scary Monsters (and Super Creeps). A primera vista, lo que más llama la atención de este disco es el personaje que encarna Bowie: Una reinvención de Pierrot enigmática, que a su típica tristeza y melancolía le añade un aire indiscutiblemente nostálgico y surrealista. Si a esto se le suma el cambio de época, la reflexión que Bowie hace acerca de la influencia que él ha tenido sobre los artistas emergentes de la New Wave de finales de los 70, y como estos han interpretado su obra, se ve como Pierrot pasa a ser para Bowie (y como extensión el artista en crisis creativa) una forma de ponderar acerca del paso del tiempo, retomar sus influencias y aceptar que tal vez su obra jamás será comprendida del todo por su público.
El punto máximo de la influencia de este arquetipo como figura del artista incomprendido ocurre en el vídeo de Ashes to Ashes, secuela de su primer éxito Space Oddity, en la que Bowie reinterpreta al clásico astronauta Major Tom perdido en el espacio como a un adicto perdido en su propia mente. Aquí aparece Pierrot con una señora, quizás referencia a la madre de Bowie y la pobre relación de ambos, que lo sigue y le habla mientras él permanece absorto en su propio mundo recordando a los antiguos personajes que alguna vez interpretó y mirando, quizás con cierto desdén, a quienes en un futuro cercano tomarán su bandera en el mundo de la música.
Payasos por José Gutiérrez Solana. Recuperado de: https://cutt.ly/IrOsZgY
La verdad es que esta figura del payaso triste lo que tiene es hilo para cortar, pero intepretaciones como el lado humano del enfermo mental en Joker, la figura traicionada y melancólica de Pierrot en el teatro y el extraño símil entre este personaje y el artista incomprendido nos dicen mucho acerca de la fuerte asociación que tenemos entre la imagen del payaso triste y el conflicto del hombre, ya sea consigo mismo o con su rol en la sociedad. Aquí cabe realizarse una pregunta concreta: más allá de su influencia histórica, ¿hay algo que pueda decirnos la figura del payaso triste en la época actual? La respuesta es afirmativa. Si bien es muy amplia, hay dos puntos en los que se puede ilustrar como Pierrot y compañía siguen teniendo una influencia enorme en diversos conflictos del hombre: La psicología del cómico deprimido y las expectativas sociales en torno al concepto de la felicidad.
Primero hay que establecer que el lado oscuro del mundo del entretenimiento y la comedia no siempre se ve con claridad. Si bien falta evidencia para poder afirmar inequívocamente alguna relación causal (Christensen, 2018), anecdóticamente se cuentan por montones los casos de cómicos célebres que han luchado con alguna enfermedad mental. El caso más recordado es el suicidio del cómico y actor Robbin Williams en 2014, que sorprendió a mucha gente que no podía comprender como un hombre gracioso que llevó felicidad a los niños durante décadas podría cometer un acto así. Sin embargo, esto está lejos de ser un caso aislado.
Sad Clown, por el ilustrador Dope Ghost. Recuperado de: https://cutt.ly/5rOsXxu
David Wong, cómico y escritor, explica desde su experiencia colaborando tanto en persona como por medio de internet con múltiples comediantes con depresión, que si usted conoce a una persona realmente graciosa que no se sienta rota por dentro es porque o lo ha escondido muy bien de usted, o sus problemas están tan enterrados que ellos mismos se encuentran en negación, o son una criatura mística que él apenas puede comprender (Wong, 2014). Los psicólogos no terminan de ponerse de acuerdo acerca del tema. Por un lado, algunos profesionales como el psicólogo Samuel Janus afirman desde su experiencia clínica que un gran porcentaje de comediantes tienen antecedentes traumáticos o de haber pasado por terapia psicológica (Sifferlin, 2014).
Psicólogos y psiquiatras que respaldan esta hipótesis también se sustentan en estudios como el de Rasgos Psicóticos en Comediantes (Ando, Claridge & Clark, 2014), el cual afirma que estos presentan puntuación elevada en los 4 rasgos psicóticos medidos por el cuestionario O-LIFE por encima de un grupo de control. Además, el estudio Comedians: Fun and Disfunctionality (McBride, 2004) establece que la profesión de comediante tiene todas las características de un trabajo que favorece el uso de drogas y el alcoholismo: Presión social, disponibilidad de sustancias, separación de la norma social, mucha o poca ganancia económica y estrés. A eso se le suma lo anteriormente mencionado, y se ve un panorama en el que personas con factores de riesgo de abuso de sustancias y enfermedad mental entran a un ambiente que favorece la aparición o exacerbación de estos problemas subyacentes.
A pesar de no haber realmente un consenso entre psicólogos acerca de si existe relación causal entre la existencia subyacente de una enfermedad mental y/o trauma con la comedia, o si lo que ocurre es que muchos cómicos con estos problemas encontraron en la risa como una especia de auto-terapia, lo cierto es que el hecho de que muchas personas que dedican su vida a llevar alegría a otras personas puedan sentirse tan miserables como para llegar a suicidarse demuestra la complejidad subyacente de enfermedades mentales como la depresión (Sifferlin, 2014) y lo poco informativos que son los estereotipos de los comediantes y los enfermos mentales.
Finalmente, hay que decirlo: no se necesita ser comediante o artista para darse cuenta como en la actualidad se ha puesto de moda el pretender ser feliz como una especie de panacea en contra de cualquier adversidad que se presente en la vida. Para muchas personas (y desgraciadamente entre estos se incluyen muchos psicólogos, gurús y coaches), no hay lugar para las emociones negativas en una persona sana. Esta medicalización de la tristeza responde tanto a conceptos pseudocientíficos acerca del optimismo y afirmaciones gratuitas sobre la autoestima refutados hace bastante tiempo (Tavris, 2014), como al miedo a la adversidad y la dificultad de adecuadamente modular estas emociones y sentimientos.
La trampa del muy controversial enfoque de la psicología positiva consiste en enmascarar las emociones negativas con un falso optimismo, que parte de la errónea noción de que los pensamientos por si solos y sin acción transforman la realidad, convirtiendo efectivamente a la persona en un payaso triste que ingenuamente maquilla sus emociones con la esperanza de algún día sentirlas. Volviendo a Bowie, él declararía en 1976 durante su periodo más oscuro bajo la influencia de una terrible adicción a la cocaína: ‘‘Yo soy Pierrot, yo soy un tipo cualquiera. Lo que hago es teatro… La cara blanca, los pantalones sueltos… Eso es Pierrot, el payaso eterno maquillando su gran tristeza’’ (Bowie, 1976).
Conectando las múltiples interpretaciones vistas hasta el momento, Bowie afirma que más que ser alguien especial, él es un tipo cualquiera que disfraza sus emociones y sus crisis con su arte. La vida misma convertida en una obra teatral, en la que en ocasiones alguien rompe bruscamente con su papel como lo hizo el Pierrot de Leoncavallo, transgrediendo las expectativas de la sociedad. Lo que para fines prácticos no es muy distinto a lo que hace cualquier persona en su día a día para mantener las apariencias y fingir que todo es perfecto. Con esto no se pretende realizar una apelación a la tristeza, ni a calificar a todo el optimismo como ingenuo.
Por el contrario, se busca reorientar estos enfoques ‘‘positivos’’ hacia una perspectiva mucho más realista y acorde con el contexto de la persona. Siguiendo la analogía, es hora de limpiarse el maquillaje y aceptar que tener un mal día está bien, que sentirse mal no necesariamente es algo malo per se, y que no siempre uno será comprendido del todo puesto que esto no depende únicamente de la persona. Por más que la sociedad muchas veces nos exija utilizar la máscara de Pierrot, personalmente considero que lo que menos necesitamos en la época de la posverdad, los fake news y los alternative facts es más mascaras. Es hora de normalizar la honestidad y la verdad sobre lo que sentimos, realmente es algo que nos hace falta. Enfermos mentales, dramaturgos, músicos, comediantes, psicólogos e incluso otros payasos tristes como usted se lo agradecerán.
Referencias Bibliográficas