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Lo que está presente, lo que desaparece y lo que no ocurre en Javier Marías

Camilo Andrés Garzón

Javier Marías - De Mr. Tickle - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0

Muchas de estas reflexiones refieren al problema de hablar, y de los peligros que contrae la palabra. “No debería uno contar nunca nada” es probablemente la frase más determinante de la literatura de Marías, un autor que creía que, en ocasiones, el edificio entero de una novela era el arropo de una oración, unos párrafos o unas pocas páginas. Tal vez sea sobre esa frase que está construida toda su obra literaria. Por ello, las observaciones que hace sobre las cruces que les tocan a sus personajes y que se procuran, depende mucho de lo que estos hablan o deciden callar acerca de lo que les ocurre.

Me interesa pensar en esos motivos relacionados con la presencia y la ausencia de lo que se calla y lo que se dice en la literatura de Javier Marías: en lo que está presente; en lo que deja de estar porque se desaparece, y en lo que no ocurre o casi ocurre y se difumina. Son estos temas que se encuentran a lo largo de sus novelas con mayor o menor intensidad y sin la pretensión suya por hacer de ellos un sistema intelectual o un conjunto de premisas. Pero están, sin duda, repartidos a lo largo de su literatura, y de allá pretendo sacarlos por un momento para verlos sin la narración usual de sus personajes que los acompañan, como generalizaciones que apunta a una visión sobre el dominio humano, y lo que puede de ello contarse literariamente.

Lo que está presente

Lo presente es el dominio de los hechos y de las palabras. No solamente lo que pasa, sino lo que decidimos contar sobre lo que pasa. En el presente hablamos y decimos y acumulamos palabras sobre lo que está ocurriendo. Pero en el presente también hablamos sobre lo que no ha ocurrido o sobre lo que ya pasó. El presente, habitado por todos los que pueden hablar, tiene el poder y la gabela de hacer decir lo que quiera a los tiempos de los que ya no pueden hablar, y ahí radica su fuerza y su ventaja sobre todas las otras experiencias del tiempo, a las que puede (y suele) tergiversar. Sobre este poder del relato habla Marías en su trilogía del espionaje y la observación, que es Tú Rostro Mañana.

“Aprendí que lo que tan sólo ocurre no nos afecta apenas o no más que lo que no ocurre, sino su relato (también el de lo que no ocurre), que es idefectiblemente impreciso, traicionero, aproximativo y en el fondo nulo, y sin embargo casi lo único que cuenta, lo decisivo, lo que nos transtorna el ánimo y nos devía y envenena los pasos y seguramente hace girar la perezosa y débil rueda del mundo” (Tú rostro mañana, 39).

Esta fuerza del presente, que aplasta al pasado, le atrae intensamente a Marías, esa injusticia ontológica incorregible con el pasado, pues por más oneroso que parezca, ya no pueda decir más, y por eso siempre le aventaje el presente, que puede convertir eso que ocurrió en otra cosa; hacerle decir al pasado lo que este mismo no habría dicho. Esto lo ve, por ejemplo, en una persona que ha enviudado y que se cree presa de una incorregible pesadumbre:

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Berta Isla de Javier Marías

“Yo he visto a viudos y viudas desconsolados que durante mucho tiempo han creído que jamás levantarían cabeza de nuevo. Sin embargo, cuando por fin se han rehecho y han encontrado otra pareja, tienen la sensación de que esta última es la verdadera y la buena y se alegran íntimamente de que la antigua desapareciera, de que dejara el campo libre para lo que ahora han construido. Es la horrible fuerza del presente, que aplasta más que el pasado cuanto más lo distancia, y además lo falsea sin que el pasado pueda abrir la boca, protestar ni contradecirlo ni refutarle nada” (Los enamoramientos, 109).

Precisamente esa patencia de lo presente es lo que explica los fenómenos del afecto. Lo que llegamos a amar es lo que está presente, lo que está cerca; lo que está al alcance de nuestro cuerpo. No lo mejor y no lo que estaba destinado a ser, sino lo que insiste en aparecer en el presente. Lo que nos habla. El destino no existe en el universo literario de Marías. La gran fuerza que lo mueve es el azar, la gran ruleta con la que juegan sus actores para ponerse en una posición más ventajosa que la de sus rivales o cercanos. Y para los que desean a alguien (que son todos en algún momento) el azar es el juego en el que logran ponerse en su campo de visión, para hacerse disponibles, y ya eso es mucho avance en cualquier proceso de enamoramiento o de posesión. Díaz-Varela, uno de los personajes de Los enamoramientos, así lo dice:

“No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, prooducto de la casualidad y el confirmismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos” (Los enamoramientos, 140).

En ese presente, que todas las personas compartimos mientras podemos hablar y hablamos, aquello en lo que llegamos a convertirnos es en gran parte el producto del hincapié que otros pusieron en nosotros. De quienes vieron un talento, una utilidad aunque fuera potencial y todavía una promesa: “Uno es en gran medida del sitio que lo valora, y sobre todo del que lo reclama, del que lo atrae hacia sí” (Berta Isla, 244). El que nos reclama nos conoce, no porque tenga un talento especial para hacerlo, sino porque, cree Marías, desde cierta edad, se sabe y se intuye lo que las personas quieren, qué les interesa de veras o por lo menos a qué les gusta dedicar su tiempo (Todas las almas, 67).

Así, en el ámbito de la literatura de Marías, lo que está a nuestro alcance no está hecho de la disponibilidad hipotética de las personas que conocemos; es un universo más reducido y circunscrito: es el dominio de las personas que nos buscan, de las que nos reclaman; a las que les importamos y que hacen cosas para tenernos cerca. Es la terquedad, la obstinación que otros empeñan en nosotros y que devolvemos también a algunos seres (a veces los mismos) lo que termina conformando el espacio de nuestros afectos y de nuestras trayectorias vitales.

También aquellos lugares que creemos que nos pertenencen, aquellos que llegamos a llamar nuestros, son los que habitamos con regularidad, aún cuando moramos en ellos sin posesión. “El uso nos convierte en dueños tácitos mientras ése no se nos retire o prohíba expresamente”, dice uno de sus personajes, que saca la lección de que uno no debería dejar entrar a nadie, ni un solo día, a su casa, a menos de que uno esté dispuesto a que se quede para siempre.

Lo que desaparece

Pero las cosas y las personas suelen desaparecer en los mundos de Marías. Pasan a menudo de estar a no estar. La desaparición, de hecho, es uno de los temas centrales que empuja muchas de sus tramas. Es el argumento, por ejemplo, de Berta Isla (2017), la novela en la que un hombre deja a su esposa durante años sin noticia de él, y entonces empieza a existir en ella como lo que ha desaparecido, es decir, como lo que estuvo, tuvo cuerpo y ocupaba un espacio, pero que con su desaparición ya no se sabe si lo sigue ocupando.

El sino de la desaparición, lo que le sigue, es el reemplazo. Marías concluye como una verdad de los comportamientos humanos que nadie espera a nadie, o si espera, no ocurre nunca de forma que ésta espera se prolongue infinitamente. Siempre la espera termina, y cuando lo hace viene el reemplazo, la sustitución.

“Quién sabe quién nos sustituye, sólo sabemos que se nos sustituye siempre, en todas las ocasiones y en todas las circunstancias y en cualquier desempeño, en el amor, en la amistad, en el empleo y en la influencia, en la dominación, y en el odio que también acaba por cansarse de nosotros” (Tú Rostro mañana, 56).

Por eso quien elige la desaparición, elige también, aún sin quererlo, su reemplazo. A veces resuelto y definitivo, o, como ocurre muchas veces, sutil y paulatino hasta que se hace irreversible. Aunque la desaparición no la constituyen solamente los actos de decisión en los que alguien resuelve abandonar a otro sin darle explicaciones o con explicaciones mentirosas. La desaparición que le interesa a Marías es más general. Es una constante permanente de la experiencia que revela la endeble capacidad cognitiva que tenemos para retener las trayectorias de los otros, una vez salen de nuestro campo de visión.

“Nadie ve con nitidez lo que ya no está delante, aunque acabe de suceder o aún floten en la habitación el aroma o el descontento de quien apenas se ha desaparecido. Basta con que alguien salga por una puerta y desaparezca para que su imagen empiece a difuminarse, basta con dejar de ver para ya no ver claro, o no ver nada” (Berta Isla, 12).

Por eso, porque no podemos ver ya lo que sale de nuestro campo de visión, el engaño, más que algo que nos pueden hacer fácilmente si bajamos la guardia, es una condición que no podemos evitar y es nuestro mismo sino de seres cognitivamente defectuosos. “No deberíamos oponernos mucho ni deberíamos amargarnos. Sin embargo nos parece intolerable, cuando por fin sabemos. Lo que nos cuesta, lo malo, es que el tiempo en el que creíamos lo que no era queda convertido en algo extraño, flotante o ficticio, en una especie de encantamiento” (Mañana en la batalla piensa en mí, 215).

La desaparición misma, aún si es provisional, deja un hueco en la experiencia de las personas que ya no pueden borrar y entonces ya no pueden restituir las condiciones del tiempo previo a la desaparición: “lo interrumpido no puede reanudarse, aquel hueco permanece siempre, quizá agazapado pero constante, y un antes y un después nunca se sueldan” (Tú Rostro Mañana, 933). Es decir, una vez dejamos a alguien, abonamos a un espacio de su propia experiencia que ya no podemos atajar ni vigilar. Y si algún día regresamos a esa persona, será a un lugar que nosotros mismos ayudamos a crear y que habrá tomado tanta conciencia y forma que acaso

(y suele ser lo que ocurre) ya no quepamos en él.

Como las personas, también los sentimientos desaparecen y mudan, así su desaparición sea lenta y tome tiempo: “la corrección de los sentimientos es lenta, desesperantemente gradual. Uno se instala en ellos y se hace muy difícil salirse, se adquiere el hábito de pensar en alguien con un pensamiento determinado y fijo”, dice María Dolz, de Los enamoramientos, pensando en cómo empieza a cambiar su actitud frente a su esposo muerto. Doltz constata que la transición finalmente se da, y lo que era deja de ser, aún en su más minuciosa realidad: sus gestos, su voz, sus maneras de responder pasan a hacerse borrosas y a difuminarse.

Aunque lejos de presentar esta condición de la desaparición solamente como un suplicio, para Marías está bien que desaparezca lo que en algún momento estuvo presente. Pues si dura demasiado, aún lo que más nos trae felicidad, termina por cansar y volverse un inconveniente. Lo único que salva a lo que está presente es su posibilidad de desaparecer. Esa es la garantía de que se preserve en nosotros con cierto prestigio. Así presenta esta idea en Los enamoramientos.

“Lo que dura se estropea y acaba pudriéndose, nos aburre, se vuelve contra nosotros, nos satura, nos cansa. Cuántas personas que nos parecían vitales se nos quedan en el camino, cuántas se nos agotan y con cuántas se nos diluye el trato sin que haya aparente motivo ni desde luego uno de peso. Las únicas que no nos fallan ni defraudan son las que se nos arrebatan, las únicas que no dejamos caer son las que desaparecen contra nuestra voluntad, abruptamente, y así carecen de tiempo para darnos disgustos o decepcionarnos. Cuando eso ocurre nos desesperamos momentáneamente, porque creemos que podríamos haber seguido con ellas mucho más, sin ponerles plazo. Es una equivocación, aunque comprensible. La prolongación lo altera todo, y lo que ayer era estupendo mañana habría sido un tormento” (Los enamoramientos, 125).

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Tu rostro mañana de Javier Marías

Así, la desaparición es el único caliz que nos preserva afortunados en alguna memoria, y uno que experimentamos varias veces en la vida, pues incluso antes de la desaparición definitiva, que es la muerte, todos vamos distanciándonos del que consideramos como nuestro propio tiempo; nos vamos desprendiendo poco a poco de nuesta época, que corre a una velocidad que algún día decidimos ya no alcanzar, y nos vamos alejando afectivamente del presente.

“Ya en vida experimentamos un poco lo que sucederá a nuestra muerte, cuando el tiempo nos deje atrás a velocidad inconcebible y nos torne pasado remoto y nos asimile a las antigüedades. Ya en vida nos damos cuenta de que es imposible seguir su paso, nos quedamos desfasados en cuanto perdemos energía y empezamos a cansarnos de tanta mudanza y nos decimos: ya no me subo; lo próximo ya no es mío; disimularé, a lo sumo, lo mejor que pueda, que me estoy convirtiendo en un anacronismo y que ya me estoy demorando” (Así empieza lo malo, 219).

A esta alternancia entre lo que está y lo que desaparece, Marías añade una reflexión sostenida en su literatura acerca de todo el dominio de la vida humana de lo que no ocurre. En Todo es nuestro, un texto corto que escribió en 1996, Marías repetía la idea de que la literatura es un saber que ayuda a entender precisamente lo que no nos sucede ni va a sucedernos.

“También consistimos en lo descartado o inalcanzable, en lo no conseguido que tal vez quisimos, en lo no cumplido y en lo que nunca pasó pero fue posible y acaso lo es todavía; e incluso en lo no concebido ni imaginado. En ellos están las vidas que dejamos de lado y las palabras que jamás pronunciamos y que no por eso son menos nuestras” (Literatura y fantasma, 210).

Lo que no ocurre

La escritura de Marías dibuja mundos que se extienden tanto en lo que ocurre -en los hechos intersubjetivos e irreversibles-, como en lo que no pasa o casi pasa. En su literatura, que habita especialmente en los monólogos de sus personajes masculinos, se piensa a menudo sobre lo que no fue dicho, lo que se quedó sin decir, lo que casi ocurre, y que usualmente es lo determinante:

“Lo decisivo jamás se muestra, ni si quiera se comunica, o no en su momento; al contrario, se esconde y se silencia siempre, o durante muchísimo tiempo: si acaso se cuenta cuando ya no interesa, cuando es pasado remoto, y a la gente el pasado le trae sin cuidado, cree que no le afecta y que no puede cambiarse, y lleva razón en esto último” (Berta Isla68).

La región de lo que casi pasa es una muy cercana a la de lo ocurrido, pero infinitamente más grande y circundante, así usualmente sea separada en los ámbitos de la vida pública como algo muy diferente, como se hace, por ejemplo, en la interpretación de la ley. Dice sobre esto Marías:

“Es muy delgada la línea que separa los hechos de las figuraciones, y aun los deseos de sus cumplimientos, y lo ficiticio de lo acaecido, porque en realidad las figuraciones ya son hechos, y los deseos su cumplimiento, y lo ficticio acaece, aunque nada de esto sea así para el sentido común ni para las leyes, que por ejemplo establecen una abismal diferencia entre la intención y el delito, o entre su comisión y su tentativa. Pero la conciencia no tiene presente las leyes (...) así que he aprendido a temer cuanto pasa por el pensamiento e incluso lo que el pensamiento aún ignora, porque he visto casi siempre que todo estaba ya ahí, en algún sitio, antes de llegar a él, o de atravesarlo” (Tú rostro mañana, 41).

Esta idea de lo mucho que depende de lo que no ocurre, de lo que no fue elegido, la reivindicó en otro momento en su discurso pronunciado en Caracas el 2 de agosto de 1995, durante la ceremonia de entrega del Premio Rómulo Gallegos. Dijo entonces, en una de las intervenciones públicas que mejor resume su visión de la literatura:

“Cada trayectoria se compone también de nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse, de nuestras vacilaciones… las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificable y recordable como en lo más incierto, indeciso y difuminado, quizá estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser”

(Literatura y Fantasma, 113).

A Marías le fascina la gran indiferencia que llegamos a tener frente a toda esa región de lo que no llegó a ocurrir por distintos azares: “lo que no ocurre carece de brío y hasta de distinción, se pierde en la extensa bruma de lo que no es ni será, y a nadie le interesa nada de lo que no sucedió, ni siquiera a nosotros mismos lo que no nos sucedió”, dice Tomás Nevinson, una de sus voces, que muestra que a pesar de lo importante que llegaron a parecer todos los acontecimientos que casi nos ocurren, o que se perfilaron y asomaron pero nunca se desarrollaron, al final nos entregamos narrativamente a lo que sí pasó y, sobre todo, a lo que dedicimos aceptar que nos pasó.

La dimensión de lo no-dicho, de las personas que, por ejemplo, eligen guardar un acontecimiento como un secreto, el escritor la explica a veces en su literatura como el producto usual del egoísmo o de la vergüenza: no queremos que se sepa que hicimos algo que hoy nos desmejoraría ante los demás; aceptar que entonces deseabamos a alguien que no nos consideró. Pero guardar un hecho también se hace por motivos más nobles, incluso por solidaridad con aquellos a los que esos relatos de lo que pasó les harían daño:

“Las personas que guardan secretos durante mucho tiempo no siempre lo hacen por vergüenza o para protegerse a sí mismas…puede que simplemente no quieran incorporar al mundo la relación de un hecho que ojalá no hubiera ocurrido. No contarlo es borrarlo un poco, negarlo, no contar su historia puede ser un pequeño favor que hacen al mundo. Hay que respetar eso” (Corazón Tan Blanco, 174).

No contar algo, aún si ocurrió, es hacer que pase un poco menos. Como si contar las cosas las reafirmara en su realidad; les ayudara a los hechos a transitar de una existencia probable a una segura. Y aún si quisiéramos la irrisoria imposición de contar todo cuando nos ha pasado, sería imposible hacerlo, pues no tenemos forma de tener todos los ángulos ni siquiera de nuestra propia vida. Así lo cuenta el personaje Jaime, Jacques o Jacobo Deza, el narrador reflexivo de su única trilogía escrita:

“Cada vida está llena de episodios literalmente invisibles, uno ignora lo que pasó porque simplemente no lo vio, no hubo posibilidad de verlo, buena parte de lo que nos afecta y nos determina está tapado, cómo decir, no se ofreció a la visión, se sustrajo, no hubo ángulo. La vida no es contable, y resulta extraordinario que los hombres lleven todos los siglos de que tenemos conocimiento dedicados a ello, empeñados en contar lo que no se puede” (Tú Rostro Mañana, 120).

Sin ser un opinador político en sus novelas, Marías no eludió ocasionalmente referirse a la dictadura franquista y a la experiencia del tránsito a la democracia en España como un ejemplo en las sociedades de lo pasa también entre los individuos, y es que lo decisivo no se dice, y usualmente se queda sin ascender al espacio de los hechos históricos. Es lo que Marías cree, en todo caso, que pasó en España a propósito de la apertura democrática que siguió a la muerte de Franco. Dice Marías que el retorno a la democracia en España fue al tiempo un pacto tácito entre ambos bandos, el republicano y el franquista, para no despertar el pasado, y así dejarlo en la región de lo no ocurrido, o de lo que ocurrió, pero que es mejor no despertar de nuevo con la palabra. Sobre esto escribió especialmente en Así empieza lo malo:

“Una de las condiciones para aquel otorgamiento y aquel harakiri tan sorprendente (se refiere a la retirada del régimen franquista siguiendo la voluntad del Rey) había sido, en una frase: “Nadie pida cuentas a nadie”: Ni de los ya muy distantes desmanes y crímenes de la Guerra, cometidos por ambos bandos en el frente y en la retaguardia, ni de los infinitamente más cercanos de la dictadura, cometidos por uno solo en su inmensa retaguarda punitiva y rencorosa a lo largo de treinta y seis años de barra libre para sus esbirros y de mortificación y silencio para los demás. Aunque no era equitativa -a los perdedores ya se les habían pedido todas las cuentas con creces, reales e imaginarias-, todo el mundo aceptó la condición, no sólo porque era la única forma de que la transición de un sistema a otros se desarrollara más o menos en paz, sino porque los más damnificados no tenían alternativa, no estaban en condición de exigir” (Así empieza lo malo, 44).

Al pacto social de no iniciar un juzgamiento general después del franquismo, siguió el efecto no siempre conveniente, para Marías, de que no se quisiera saber más. Que la gente se quedara callada en público, e incluso en privado, sobre su participación, como victima o victimaria, en esos años de conflicto. Al tiempo, el consenso tácito de no contar implicó la aceptación necesaria de la sociedad española de que no todo lo que ocurrió en la Guerra Civil y en los sucesivos años del franquismo se podía juzgar o si quiera visibilizar. La sociedad aceptó realistamente la derrota que suele tener la justicia frente a la historia. Sobre esto dijo: “la historia está demasiado llena de pequeños abusos y vilezas mayúsculas contra los que nada se puede porque son avalancha, y qué ganamos averiguándolos” (Así empieza lo malo, 394).

Pero todo que no ocurrió o lo que podría quedarse en el registro de lo no ocurrido, pasa a menudo a ser una vez se dice y es revelado, a veces inopinadamente por la palabra descuidada de alguien que abre su boca y va contando sin dilación datos que debía guardarse. Sólo lo que no se dice es lo que no existe. Dice uno de los personajes de Corazón tan Blanco (1992), que oficiaba como traductor: “Era simplemente instalarse en el convencimiento o superstición de que no existe lo que no se dice. Y es verdad que sólo lo que no se dice ni expresa es lo que no traducimos nunca”. Una idea que repite, por ejemplo, en Mañana en la mañana piensa en mí (1994): “lo que sucede no sucede del todo hasta que no se descubre, hasta que no se dice y hasta que no se sabe, y mientras tanto es posible la conversión de los hechos en mero pensamiento y en mero recuerdo, su lento viaje hacia la irrealidad iniciando en el mismo momento de su acontecer” (Mañana en la mañana piensa en mí, 85).

Así, la única forma de hacer que los acontecimientos desaparezcan es dejándolos sin contar. Una vez empezamos a conjurar palabras alrededor de ellos los prolongamos en una existencia suplente, que no es el acontecimiento mismo, el cual no puede volver a ocurrir ni repetirse. Lo que se prolonga es lo que la lengua decide preservar de ese acontecimiento, el aspecto que elige resaltar. Por eso siempre la lengua traiciona los hechos. Ni siquiera porque busque deliberadamente tergiversarlos, sino porque no puede captarlos en su totalidad. Sobre esto dice:: “la lengua no puede reproducir los hechos ni por lo tanto debería intentarlo, y de ahí que en algunos juicios se pida a los implicados una reconstrucción material o física de lo ocurrido… porque no basta con que lo digan y cuenten con la mayor precisión y desapasionamiento, hay que verlo y se les solicita una imitación, una representación o puesta en escena” (Negra espalda del tiempo, 9).

Ese tránsito entre las cosas que pudieron mantenerse ocultas, pero alguien revela, es un motivo común que usualmente ocurre en el mundo de Marías, donde una de las premisas claves sobre su visión de las personas es que la gente no puede evitar delatar su vida contándola, sea para suscitar una emoción particular, o sólo porque quieren que su historia se conozca:

“Decidió aguardar, sabedor de que la gente siempre habla al final, no puede soportar estarse callada indefinidamente y no contarse y no contar, no pavonearse un poco o no intrigar, no provocar compasión, horror o admiración, no inspirar lástima o temor, venideros o retrospectivos. Sí, la gente habla de más y sin querer, incluso cuando ha resulto no hablar” (Tomás Nevinson, 240).

Por eso hablar es una de las tentaciones mayores en el mundo de perseguidos y escapistas que suelen ser sus personajes. Y, por tanto, el control de la palabra, el tacto en la dosificación de lo que se dice es también uno de los mayores talentos de sus personajes, siempre a la zaga de decir lo justo, y de no dejar escapar más de la cuenta de sus bocas, los más sagaces: “Oír una confidencia invita a corresponder con otra, casi nunca falla, como si las confidencias fueran un obsequio, un regalo, y no a menudo un envenamiento, una carga, un ataque, una maldición que nos lanzan” (Tomás Nevinson, 295).

La palabra que compartimos con otros suele ser un veneno que nos autopropinamos precisamente porque una vez se dice algo, se confiesa un hecho por uno cometido, aún si fue zafío o vergonzante, se convierte en un relato para alguien, un relato ya sin el peso de quien lo vivió y lo padeció. Como si decir las cosas inevitablemente le quitara cierto peso y unidad a lo ocurrido. La única forma de conservar el misterio de lo que nos ocurre es no contarlo, e incluso la verdad misma sólo se preserva si no ha sido relatada.

El ideal que no cumplimos es hacer silencio, por cálculo o por simple prevención con lo mucho que pueden hacer los otros con las historias que les soltamos a menudo gratuitamente. Sobre esta relación de antagonismo entre la verdad, el misterio y la palabra, Marías reflexiona:

“Lo que les ocurre a los otros es siempre difuso y nos parece que no es para tanto, y que quizá ni siquiera valía la pena contarlo. Y el que lo cuenta siente algo similar al desprenderse de ello, como si ponerlo en palabras o imagenes y en orden equivaliera a abaratarlo y a trivializarlo, como si sólo lo no revelado o lo no enunciado conservara el prestigio y la unicidad y el misterio. Lo que para mí era un hecho importante o grave- quizá una vileza por mí cometida- pasa a ser un cuento más, nebuloso e intercambiable, a lo sumo una originalidad que sirve de entretenimiento” (Así empieza lo malo, 343).

Es una paradoja a la que no escapa su propio proyecto literario, porque ese silencio que tanto admira no precisamente es el ámbito de su escritura, llena de palabras, y verbal. Su novelas son voluminosas. Marías escribe mucho, con muchas letras, sobre personajes que no saben callar; que no logran evitar, como él, la trampa de contar y de deformar contando.

“Contar deforma, contar los hechos deforma los hechos y los tergiversa y casi los niega, todo lo que se cuenta pasa a ser irreal y aproximativo aunque sea verídico, la verdad no depende de que las cosas fuera o sucedieran, sino de que permanezcan ocultas y se desconozcan y no se cuenten, en cuanto se relatan o se manifiestan o muestran, aunque sea en lo que más real parece, en la televisión o el periódico, en lo que se llama la realidad o la vida o la vida real incluso, pasan a formar parte de la analogía y el símbolo, ya no son hechos, sino que se converten en reconocimiento. La verdad nunca resplandece, como dice la fórmula, porque la única verdad es la que no se conoce ni se transmite, la que no se traduce a palabras ni a imágenes”

(Corazón Tan Blanco, 235).

La verdad que existe sin palabras no es el ámbito de su literatura ni el de sus personajes, que la usan usualmente como una espada, una navaja o un puñal. Y aún así, la vida es casi toda lo que no se contó por escrupulo o porque casi no pasó. Marías quiso contar también ese lugar de lo no ocurrido, y al hacerlo sacó todas esas posibles dubitaciones y enveses del ámbito del sueño y el secreto: las pasó de lo no ocurrido a lo presente. Pero también dejó la advertencia de que lo más decisivo de su vida y sus motivos se quedó sin contar, aunque para entender ese misterio tengamos tantas veces que volver sobre lo que sí dijo.

Referencias

Marías, Javier (2021) Tomás Nevinson. Madrid. Alfaguara.

Marías Javier (2018) Berta Isla. Madrid. Alfaguara.

Marías, Javier (2016) Los enamoramientos. Madrid. De Bolsillo.

Marías, Javier (2016) Corazón Tan Blanco. Madrid. Alfaguara.

Marías, Javier (2014) Así empieza lo malo. Madrid. Alfaguara.

Marías, Javier (2013) Tú rostro mañana. Madrid. De Bolsillo.

Marías, Javier (2001) Literatura y fantasma. Madrid. Alfaguara.

Marías, Javier (2000) Mañana en la batalla piensa en mí. Punto de Lectura.

Marías, Javier (1998) Negra espalda del tiempo. Alfaguara.

Marías, Javier (1989) Todas las almas. Alfaguara.