Juventud y literatura, semilla de la Revista del Rosario
En el aniversario 120 de la Revista del Rosario, seguimos investigando los orígenes de la publicación que es parte de la memoria institucional.
Un Rosario nacional.
Desde su fundación, el Colegio Mayor pretendía beneficiar con un lugar de estudios y residencia a los “patrimoniales” del arzobispado, es decir, a las personas bajo la jurisdicción del arzobispo Cristóbal de Torres. En tiempos republicanos, esta jurisdicción vino a limitarse a Colombia. Hemos presentado el caso de panameños que se educaron aquí y, para el caso de la Revista del Rosario, tenemos que reconocer la deuda que tenemos con los hijos del Valle del Cauca.
Saavedra Galindo, en el mosaico de Jurisprudencia de 1909. Archivo Histórico.
Salvador Iglesias relató, en 1936, los orígenes de la Revista[1], por allá en los principios del siglo XX. Tal vez sobre decir que era un país distinto, pero es cierto que algunas pinceladas de esa crónica nos indican cuánto. Recordaba Iglesias que “entonces, las distancias se medían por jornadas, no por kilómetros”. El joven Salvador, viniendo de Cali, tuvo que cumplir dieciocho jornadas para llegar a la capital. Las jornadas se desgranaban a razón de un tabaco por legua, como sabían (¿saben aún?) los campesinos. “Dieciocho días a lomo de mula y por qué caminos! Eran los mismos, descritos antaño, por don Manuel María Mallarino, en su viaje a través del Quindío”[2].
Iglesias llegó en 1904, con otros paisanos, al Rosario, “fábrica que levantara para asilo de la inteligencia en la naciente Colonia el ilustre arzobispo fray Cristóbal de Torres”. Era el claustro antiguo, presísmico, es decir, anterior a las reformas arquitectónicas por el terremoto de 1917. Salvador y compañeros recibían la lección en aulas “que llevan nombres de rectores o de próceres... en placas azules con letras blancas”. Se formaban grupos por identidad de origen o por comunidad de intereses. Salvador se filtró en uno donde hablaban del futuro... y de literatura:
Aficiones literarias, intercambio de libros de historia, conversaciones liminares acerca de aspiraciones confusas alimentaban la afinidad de ese núcleo. Raimundo Rivas, Saavedra Galindo, Manrique Terán, Manuel Briceño, Gonzalo Carbonell, de vez en cuando Domingo Irurita, y el que esto evoca, glosábamos lecturas y nos mostrábamos ensayos de ingenuas composiciones en prosa y verso.
Corto era el paso que debían dar para fundar un periódico. Manrique Terán, que ya había publicado versos, quedó presidiendo la sociedad literaria, bajo el exótico nombre de Osiris. Mas el personaje clave para la consiguiente empresa editorial sería José Manuel Saavedra Galindo, quien se ganaba la vida de obrero de imprenta en La Luz, es decir, un tipo entendido en “galeras y armadas”. “El periódico salió en formato minúsculo, un pliego con sus cuatro caras llenas de producciones nuéstras, auténticas”.
Osiris iba campante por el tercer número cuando cayó en manos del vicerrector, don Jenaro Jiménez. Ahí fue Troya, seguramente por artículos tan escandalosos como el del propio Iglesias: “uno mío con pretensiones de crítica, sobre la obra de Silva, que terminaba con una apología del suicidio, cuyo párrafo final decía, que el poeta yacente en su lecho había quedado ‘con los ojos abiertos mirando el desfilar de la nada’”. La plantilla editorial de Osiris quedó en manos de la Consiliatura y “en capilla para la expulsión”.
Saavedra, más experimentado en achaques de imprenta, decidió asumir toda la responsabilidad ante el rector Carrasquilla, “puesto que sin la publicación la falta, si la había, no se habría corporizado, y que él era quien había llevado a la imprenta los originales y el dueño del periódico”. Semejante actitud no podía menos de impresionar al rector, que “de un golpe aprehendió la situación y vio que esas actividades nuéstras, por descaminadas que fuesen contra la disciplina, eran resultante de una inquietud mental”. De suerte que Carrasquilla redujo el caso a un buen regaño y los “despachó en paz”, prometiendo la creación de una Revista para profesores y alumnos, “a fin de canalizar actividades y de servir de vehículo y de punto de contacto del Colegio con los medios intelectuales”.
Saavedra, por “la franqueza de su carácter y lo noble y bueno de su corazón”, es el autor material y una suerte de precursor de la Revista del Rosario. Se había ganado la vida, en su Buga natal y en Manizales, como cajista. En Bogotá hizo lo propio en la imprenta de La Luz, del Dr. Concha, hasta que obtuvo una beca en el Rosario.
Iglesias y la tertulia de Osiris se sintieron aludidos cuando el rector Carrasquilla, en el primer editorial de la Revista, indicaba los fines del medio:
Figurarán, al lado de los trabajos de los veteranos en ciencias y letras, los ensayos, inseguros aún, de los jóvenes, estudiantes del Colegio. Será para ellos estímulo poderoso, y será para el amante de las patrias glorias estudio interesante, como lo son para el naturalista los vuelos vacilantes del aguilucho al salir por la primera vez del nido.
Carrasquilla aseguraba así el gusto literario de sus pupilos, “sin que tengan que acudir, a hurto de los maestros, a novelas malsanas o a colecciones de líneas desiguales, sin ritmo”.
Primer número de la Revista del Rosario. Archivo Histórico.
Salvador Iglesias firmaba la crónica como “alumno que fue de este Colegio Mayor”. En efecto, solo registra matrícula por tres años (1904-6); lo mismo Primitivo, su hermano, externo en 1910. Sabemos que Iglesias, Saavedra y Tulio Enrique Tascón se recibieron de abogados y que eran liberales del círculo de Uribe Uribe[3]. Iglesias publicó tres artículos en la Revista, en la década de 1930. Saavedra Galindo acabó la carrera en el Rosario, con título de doctor en 1909. Colaboró con una docena de artículos para la Revista. Raimundo Rivas también cursó un par de años en el Rosario y luego contribuyó con algunos artículos históricos. Publicó libros en este género y fue recibido en la Academia Colombiana. José Guillermo Manrique Terán, cursó los mismos años que Iglesias, como oficial y externo; escribió para la Revista dos perfiles del rector Carrasquilla. Manuel Briceño tampoco terminó en el Rosario, como tampoco su compañero Gonzalo Carbonell, único caribe del grupo. Domingo Irurita no llegó a graduarse ni su hermano, Tulio.
[1] Iglesias, S. (1936). De cómo nació la Revista del Colegio del Rosario. Revista del Rosario, 31(308-10), 577-80.
[2] Don Manuel María Mallarino, paisano de Iglesias, fue presidente de la República y había hecho ese viaje desde Ibagué, hacia 1840. Sus impresiones quedaron en la página Tempestad en el Quindío. Cf. Santa, E. (1993). La colonización antioqueña: una empresa de caminos. Bogotá: Tercer Mundo.
[3] Ignacio Torres Giraldo, en Recuerdos de infancia y anecdotario, afirma que todos tres se graduaron en 1914; lo cual no es cierto para Saavedra.