Perú, un salto al vacío
Mauricio Jaramillo Jassir
Las elecciones en el Perú confirmaron un vaticinio dramático respecto a la fragmentación de la política, el descrédito de los partidos tradicionales y un rechazo al establecimiento en su conjunto.
Con la llegada de Pedro Castillo y de Keiko Fujimori a la segunda vuelta que deberá disputarse el próximo 6 de junio se abre una campaña marcada por la polarización como ha sucedido en la mayoría de elecciones en América Latina en los últimos años. En esta seguramente se impondrá el o la candidata que sea capaz de convencer a la ciudadanía hastiada de la política, que encarna la unidad nacional, único camino posible para superar la profunda crisis política que ha golpeado al Perú en los últimos años.
La coyuntura crítica en términos políticos, pero menos trágica en el plano económico, recuerda la forma como ascendió y cayó el principal proyecto autoritario peruano de los últimos tiempos, Alberto Fujimori. A finales de los 80, se produjo el primer mandato de Alán García, el presidente más joven de la historita con una prometedora trayectoria en la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), uno de los partidos de mayor recorrido en la región. No obstante, tras cinco años de una aparatosa gestión, el país quedó en la ruina. El plan de gobierno demagogo e irresponsable desde el punto de vista fiscal que incluyó la creación de una moneda, el Inti, terminó muy mal con el país declarándose en cesación de pagos, una hiperinflación y aislado de los circuitos de la economía internacional. A eso se sumaba una incontrolable situación de orden público por el avance significativo de las guerrillas Sendero Luminoso, de origen maoísta y campesina y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) de un corte más urbano.
En medio del desencanto surgió la figura de Alberto Fujimori como un apolítico desligado de los dos grandes APRA y Acción Popular, le que le valió la sorpresiva victoria por encima del reputado escritor Mario Vargas Llosa del Frente Democrático (Fredemo). La crisis política de ese entonces, es distinta de la actual por dos factores: Perú se hallaba en un complejo laberinto económico y en materia de seguridad, dos elementos que en la actualidad no parecen sobresalir, pues el desgaste en más político. De forma paradójica, y a pesar de varias crisis, el modelo económico peruano instalado por Fujimori en la década del paréntesis autoritario se ha mantenido, y el país no ha experimentado reveses de consideración en los indicadores macro en las últimas décadas.
Por eso esta crisis es atípica pues parece corresponder a patrones más políticos que económicos, y porque participan generaciones que no vivieron el fenómeno autoritario de la década de los 1990. La transición política post Fujimori parece haber cumplido con sus objetivos iniciales respecto de la memoria, la verdad y la reconciliación, pero no se dio un tránsito efectivo hacia un sistema de partidos que reflejase las necesidades de los peruanos.
El destape de los casos de Odebrecht que tiene en la cárcel a todos los exmandatarios vivos, -e incluye el suicidio de Alán García cuando su captura era inminente- ha puesto de manifiesto una furia ciudadana por excesos ligados a la corrupción que no terminaron con la salida de Fujimori veinte años atrás. La corrupción ha sido un tema central de la política peruana, y se debe recordar que la caída del “chino”, como era conocido Fujimori, se dio por un escándalo revelado por medios cuando se filtró un video del ex asesor de seguridad nacional Vladimiro Montesinos entregando fajos de dólares a congresistas a cambio de apoyo. El esquema consistía en registrar las entregas para disponer de un material para extorsionar a los parlamentarios en caso de ser necesario. Aquello funcionó hasta que se reveló su contenido, y esto sumado a las críticas internas con eco internacional de un posible fraude con el que se reeligió en 2000, hicieron inviable su permanencia. Dicho de otro modo, a pesar de los excesos en el uso de la fuerza para contener a las guerrillas que llevaron a graves violaciones de derechos humanos, incluyendo ejecuciones extrajudiciales, Fujimori cayó por corrupto y no por su desprecio por los derechos humanos.
La corrupción parece ser el común denominador de las distintas coyunturas que ha sufrido el Perú en sus periodos de mayor inestabilidad. Por eso, es apenas comprensible que el discurso anti establecimiento haya llevado a Pedro Castillo a este sorpresivo desempeño electoral llegando casi al 20% del total de los votos, un resultado superlativo tomando en cuenta los enormes niveles de dispersión. Castillo a quien se etiqueta de marxista, está muy lejos del discurso progresista de la región, pues, aunque en materia económica agite la bandera del nacionalismo y los intereses del campesinado, rechaza las conquistas de género, de la población Lbgti+, y la flexibilización de la eutanasia. Esto lo aleja de sectores de izquierda y de centro que ven con desprecio a Keiko Fujimori. Esta por su parte, apelará a su recorrido y a mostrarse como la única capaz de mantener a flote el sistema económico peruano, acusando a Castillo de llevar al Perú a una catástrofe de dimensiones venezolanas por la salida masiva del capital y las inversiones extranjeras.
Sea cual sea el resultado, Perú se ve confrontado a una déjà vu presente en las últimas elecciones para decantarse por el mal menor. Alguna vez, Vargas Llosa refiriéndose a la elección en segunda vuelta entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori lo comparó con dilema que supondría “escoger entre el sida y el cáncer”. Pues bien, en medio de la pandemia y con la urgencia por superar la crisis sanitaria, no hay margen de espera y quien se imponga deberá gobernar apelando a los amplios consensos. De lo contrario, volverá le ciclo de inestabilidad.