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Redonda: un reino legendario, real y ficticio

Ismael Iriarte

portada

¿Qué tienen en común Mario Vargas Llosa, Francis Ford Coppola, Milan Kundera, Arturo Pérez-Reverte, Frank Owen Gehry y Pedro Almodóvar?

Más allá de sus impresionantes trayectorias no parece encontrarse a simple vista un elemento que los agrupe. Esto se debe a que pocos conocen que estos personajes cuentan con un título nobiliario, uno muy especial que no se adquiere por linaje o con dinero: son miembros vivientes de la realeza de Redonda.
 
Pero, ¿qué es el Reino de Redonda? Una fría mirada geopolítica nos muestra una minúscula isla del Caribe, dependiente de Antigua y Barbuda, que jamás ha sido habitada y que en 1872 fue anexada a la Corona Británica por la reina Victoria, con el único propósito de evitar que el gobierno de Estados Unidos lo hiciera primero, motivado por la posibilidad de aprovechar el fosfato de alúmina de su suelo. Sin embargo, una visión más romántica nos rebela un reino repleto de literatura y anécdotas –no siempre felices- de quienes reinaron en el exilio.
 
La historia
 
Esta historia, que parece el sueño de opio de un escritor delirante, empieza con Matthew Shiel, un banquero de la isla cercana de Montserrat que se autoproclamó rey de Redonda, lo que fue concedido por la reina Victoria, siempre y cuando no intentara “rebelarse contra el poder colonial y careciera su reinado de sustancia”[1]. El legado del monarca fue exiguo, pues solo se limitó a ceder el trono a su hijo, el escritor M. P. Shiel, de quien se dice que con casi total seguridad fue el responsable de la invención y propagación de esta alocada historia.
 
Shiel hijo se convirtió entonces en rey de Redonda, para luego ceder su título a su protegido, el también escritor John Gawsworth, quien en 1947 pasaría a ser Juan I. Gawsworth no solo fue merecedor de este etéreo reconocimiento, sino que también recibió los derechos de la obra de su benefactor, lo que sentaría buena parte de las bases del espíritu y la misión del reino en las décadas siguientes.
 
Según la leyenda, Gawsworth, emparentado con frecuencia con la bancarrota, vendió en varias ocasiones su título, pero finalmente lo cedió antes de morir a otro escritor, John Wynne-Tyson, Juan II. Sin embargo, el tercer rey de Redonda, hastiado de los asuntos monárquicos, abdicó en la década de los noventa en favor del autor español Javier Marías, quien empezó a reinar como Xavier I, como el mismo lo confirma:
  
[…] The Kingdom of Redonda con su aristocracia intelectual de falsos nombres españoles y sus cuatro reyes, y que tras la abdicación en mi favor del tercero, yo sea el cuarto de esos reyes desde el 6 de julio de 1997, King Xavier o todavía King X mientras esto escribo y también con ello el albacea literario y el legal heredero de mis predecesores Shiel, Gawsworth, o Felipe I y Juan I, es difícil resistirse a perpetuar una leyenda, sería mezquino negarse a encarnarla […].[2]
 
Larga vida al rey Xavier I

Puesto en la tarea perpetuar esta historia de ensueño el prolífico escritor y miembro de número de la Real Academia Española, Javier Marías se ha encargado de recuperar la memoria de este reino, al que se aproximó por vez primera durante su experiencia como profesor de Literatura Española y Teoría de la Traducción en la Universidad de Oxford. Fue en esa ciudad en la que casi por azar tuvo noción de la existencia de John Gawsworth, su obra y su estirpe real, tal y como lo certifica la novela Todas las almas, (1989) en la que el narrador, plenamente identificado con Marías, recurre a sus contactos en el mundo de los libreros de viejo para tratar de recuperar algún ejemplar olvidado del autor inglés.

Sin embargo, no es hasta la aparición de Negra espalda del tiempo (1998) cuando se revela al mundo la sorpresiva asunción de Marías al trono, así como buena parte de la historia de Redonda. Además de la reconstrucción de los hechos y personajes reales que dan vida a la leyenda, el autor comparte algunos detalles del proceso creativo de Todas las almas y su paso por Oxford.

El legado del rey Xavier I incluirá con seguridad la creación de la Editorial Reino de Redonda, una muy particular dedicada a recuperar parte de la obra de sus antecesores y de otros autores que resultan indispensables para el monarca. A pesar de sus peculiaridades y selectividad, la editorial sigue funcionando hasta nuestros días, en buena medida por la sana práctica de no reparar en las pérdidas.

Los duques

Además de los personajes mencionados al inicio de este artículo, los duques de Redonda se cuentan por decenas. La extensa lista incluye a celebridades como los premios Nobel de Literatura Alice Munro (duquesa de Ontario) y John Maxwell Coetzee (duque de Deshonra), Fernando Savater (duque de Caronte y Maestro del Real Hipódromo) o Umberto Eco (duque de la Isla del Día de Antes), quien se refiere al asunto en su ensayo Dios es testigo de que soy tonto:

“La otra mañana, en Madrid, estaba almorzando con mi rey. No querría que me malinterpretasen; a pesar de mis firmes convicciones republicanas, hace dos años fui nombrado duque del Reino de Redonda (con el título de duque de la Isla del Día de Antes), y comparto esta dignidad ducal con Pedro Almodóvar, Antonia Susan Byatt, Francis Ford Coppola, Arturo Pérez-Reverte, Fernando Savater, Pietro Citati, Claudio Magris, Ray Bradbury y algunos otros, unidos todos en cierto modo por la característica común de caerle simpáticos al rey.[3]

A pesar de estas revelaciones quedan aún muchos interrogantes sobre este reino en el que incluso para sus propios gobernantes resulta difícil establecer el límite entre lo real y lo ficticio y cuyos pormenores anunciados por el actual rey como un “tal vez”, aguardamos con emoción. Entre tanto nos abrazamos a su valor histórico y artístico, que se erige tal vez como la única certeza.
 

[1] Marías, J. (2011). Negra espalda del tiempo. Alfaguara. P. 242

[2] Marías, J. (2011). Negra espalda del tiempo. Alfaguara. P. 230

[3] Eco, U. (2016). De la estupidez a la locura: crónicas para el futuro que nos espera. Lumen.