En repetidas ocasiones, Álvaro Mutis dejó conocer su desdén por las faenas escolares. No alcanzó el diploma de bachiller, de suerte que no extraña el que no haya un registro suyo de su paso por las aulas del Colegio del Rosario.
Mutis en la década de 1950 (Casa de Poesía Silva).
Por el oficio de su padre, pasó la infancia en Europa. Huérfano muy temprano, vuelve al país a estudiar al instituto del padre Lleras Acosta. No soporta la rutina del internado y consigue trasladarse al Rosario: "El colegio tenía un ambiente europeo y había allí una maravillosa biblioteca donde pasaba la mayor parte del tiempo. Cada vez leía más y estudiaba menos"*. Fuera de allí, el único placer de esos días eran las lecciones de Literatura, a cargo de don Eduardo Carranza. El poeta pasó por aquí, más o menos entre 1937 y 1945. Mutis se casó a los dieciocho, entonces se conocieron antes de 1941.
Mutis tenía su propio currículo, como lo atestigua una curiosa respuesta suya al rector del Rosario, cuando le hizo caer en la cuenta de que un descendiente indirecto del Sabio Mutis no podía llevar una vida académica tan lamentable:
Es que no puedo perder tiempo estudiando, Monseñor, porque estoy ahora leyendo sobre la guerra de los 30 años en Francia, es decir, las guerras de religión en Francia que formaron ese país y formaron realmente la Europa moderna; yo no puedo estudiar física y trigonometría ahorita porque es una pérdida de tiempo.
El poeta Eduardo Carranza (1913-85), apenas diez años mayor que Mutis, fue redactor de la Revista del Rosario entre 1939 y 1945.
Monseñor Castro Silva no pudo menos de entender tan estudiadas razones. En la casa también las aceptaron, según el tradicional dilema estudiar o trabajar... Su madre, viéndolo negado para los estudios, le consiguió trabajo de locutor. Ahí principió su vida laboral y artística: nunca volvió a un salón de clases.
Los jueves del Rosario.
No solo la biblioteca distraía la atención del joven Mutis. Cuenta que era tradición del Rosario que los internos salieran el primer jueves de cada mes a confesarse a San Francisco. Pero él prefería otros ejercicios, en los billares del Café París o del Europa. Allí se entretenía hasta el filo de la medianoche, cuando debía colarse de nuevo al Claustro, arrepintiéndose solo de "las carambolas que había echado a perder"*.
Parte de la entrevista que concedió a Enrique Serrano, en 1998 (Revista del Rosario, v.91 n.579).
*Quiroz, Fernando. (1993). El reino que estaba para mí: Conversaciones con Álvaro Mutis. Bogotá: Norma.