Tesoros en Escandinavia antes de los vikingos
Juan Pablo Quintero
Tesoros legendarios en Escandinavia antes de los vikingos
Juan Pablo Quintero
En el siglo XIII, en algún momento entre el año 1200 y 1220, cuando el cristianismo ya había embebido buena parte de la producción cultural en la península escandinava, Saxo Grammaticus contaba, en su Gesta Danorum, la leyenda de una espada llamada Skrep cuyo poder era tan preciado por los daneses que el arma debía permanecer bajo tierra para solo ser desenterrada en momentos de crisis. La historia cuenta que cuando Wermund, rey de Dinamarca, estaba perdiendo la vista debido a su edad, el rey de los sajones, Athils, aprovechó esta debilidad para declararle la guerra. El hijo de Wermund, Uffe, decidió reducir los términos de la batalla entre ambos territorios a un combate entre el hijo del rey sajón acompañado de un fuerte guerrero de sus huestes contra él solo. El problema de Uffe, a pesar de su extraordinaria fuerza, era su poca experiencia en las artes bélicas, por lo que rápida y socarronamente los sajones aceptaron el acuerdo. Ante la evidente situación de desventaja en la que se encontraban los daneses, Wermund decidió desenterrar una espada tan poderosa que podía atravesar cualquier obstáculo con el que se encontrara y además emitía un particular sonido cuando se blandía. La batalla se llevó a cabo en las estribaciones del río Eider, frontera natural entre el territorio de los daneses y de los sajones, siendo la victoria para los primeros después de que Uffe atravesara a uno de los contrincantes y partiera al otro por la mitad con la espada Skrep.
Saxo Grammaticus no vuelve a mencionar la espada. Si en alguna forma la leyenda es cierta y una espada llamada Skrep existió, podría estar enterrada, como un tesoro escondido, en algún paraje del antiguo reino de Angeln en la península de Jutlandia esperando a ser descubierta de nuevo. Pero es difícil creer tal cosa. En primer lugar, la pugna entre sajones y daneses que se relata en Los hechos de los daneses, de haber ocurrido, fue entre los siglos IV y VI, durante el periodo de Migración, es decir, al menos siete siglos antes del nacimiento del autor. En segundo lugar, Saxo Grammaticus escribió la historia impulsado por alguien de la corte de Dinamarca, probablemente con el fin de legitimar las líneas de sucesión al poder o incluso, como bien lo afirma al comenzar el manuscrito, para exaltar los hechos de la patria, lo que pudo sesgar su visión de lo acontecido. Y en tercer lugar, la historia de la espada aparece en uno de los nueve tomos —el cuarto— dedicados a contar los mitos y leyendas de los pueblos del norte, en los que se mezclan posibles hechos históricos con dioses, héroes y dragones. Muchas otras razones existen para desvirtuar la idea romántica de una espada legendaria enterrada en algún lugar de Dinamarca y pocas que la legitimen, excepto como una metáfora.
La búsqueda de los tesoros del pasado que llevó a los exploradores del siglo XIX a aventurarse —inspirados en las leyendas de la literatura clásica— en las ruinas de ciudades abandonadas o de templos escondidos, comenzó a apaciguarse a lo largo de la segunda mitad del siglo XX cuando la disciplina arqueológica se consolidó y los académicos se interesaron más en la búsqueda de procesos sociales que en el descubrimiento de tesoros de antiguas civilizaciones. De hecho, el rechazo a los fundamentos del evolucionismo social terminó por censurar conceptos como el de cultura primitiva en contraposición al de civilización cómo ápice del desarrollo social y los arqueólogos comienzan a enfatizar en que lo importante es la información, más que el monumento, para entender el pasado. La palabra 'tesoro' se comienza a satanizar y se asocia con saqueadores de tumbas que destruyen los contextos arqueológicos —la información— para extraer lo que ellos, y los coleccionistas inescrupulosos, consideran de valor. En las facultades se esmeran en resaltar que hacer arqueología no es tener un látigo, un revólver y un sombrero e ir en busca del Santo Grial —a pesar de que Indiana Jones enfatiza en su clase que la arqueología se hace en la biblioteca—.
Gracias a esto, el trabajo arqueológico se convirtió en un trabajo cada vez más metódico y riguroso. Sin duda alguna han sido enormes los alcances que ha logrado la disciplina, de la mano de muchas otras áreas de conocimiento, para entender distintas dimensiones de la vida de grupos sociales del pasado en el mundo. No obstante, detrás del rechazo a la búsqueda del tesoro se ha generado un grado de escepticismo frente a ciertas formas de abordar el pasado, particularmente aquellas inspiradas en la lectura de relatos míticos. Pocos son los entusiastas que, poseídos por el espíritu de Heinrich Schliemann después de haber leído la Ilíada, salen bien librados y son tildados de pseudocientíficos diletantes convencidos de audaces. No se trata, claro está, de descartar del todo los relatos míticos ya que sin duda aportan pruebas sobre formas de organización, perspectivas y mecanismos para entender el mundo. La insistencia está en no encontrar el vellocino de oro en cada piel de oveja, la máscara de Agamenón en cualquier fardo funerario o el oro de los nibelungos en cualquier ofrenda, ya que se puede caer en la falacia de atiborrar bodegas enteras como en la premonitoria escena final de Indiana Jones y el Arca Perdida. No es para nada fácil.
Así como la historia contada por Saxo Grammaticus, las sagas y otras narraciones escritas entre los siglos VII y XIII en el norte de Europa, en la península escandinava y particularmente en Islandia, recogen las tradiciones, las historias, los mitos y las leyendas que se transmitían oralmente en estos territorios durante la Alta Edad Media. Y así como en la Gesta Danorum, estas narraciones hablan de épocas antiguas de grandes guerreros y de fastuosos tesoros.
Los tesoros son depósitos intencionales de artefactos no asociados, necesariamente, con prácticas funerarias. Los grandes tesoros hallados en el norte de Europa suelen estar relacionados, sobre todo aquellos del período de Migración, con leyendas como la del tesoro del Rin en El Cantar de los Nibelungos. Sin embargo, en términos arqueológicos, tales depósitos frecuentemente son asociados a momentos de tensión social, puesto que se asume que fueron escondidos por alguna razón coercitiva, para luego ser recuperados. Por otro lado también se pueden entender como ofrendas votivas dedicadas a un dios con el objeto de obtener favores.
Los hallazgos de depósitos votivos de Kvalsund en Noruega y de Käringsjöng en Suecia, fechados durante las primeras etapas del periodo de Migración, son la prueba de que era una práctica extendida a lo largo de Escandinavia. En la mayoría de los casos de este período, se trata de barcos hallados en pantanos, dentro de los cuales se depositan armas, oro, plata, vestidos, ídolos, animales y algunas veces seres humanos sacrificados. Pero no sólo los seres vivos eran inmolados antes de ser depositados. También lo eran las armas y otras ofrendas, ya que a veces aparecen deliberadamente rotas y dañadas. Para el siglo VI es menos frecuente enterrar los tesoros en un barco, aunque el pantano sigue siendo la regla. Anillos, brazaletes, cuernos de oro o plata, collares y en algunas ocasiones monedas, debían representar el capital de una persona o de un linaje, capital que era enterrado en momentos de tensión, ya sea para pedir un favor a los dioses, o para que el enemigo no lo encontrase. Este último propósito lo sustenta el hecho que, en ciertos casos, el tesoro es encontrado en la vecindad de una granja quemada. Algunas excavaciones han permitido sugerir que en las islas del Báltico la práctica de enterrar tesoros coincide con el período en el que aparecen asentamientos destruidos o abandonados, esto es un período relativamente corto. Los depósitos de la isla de Öland, por ejemplo, fueron enterrados entre los años 480 d.C. y 490 d.C., mientras que en Gotland, entre los años 500 d.C. y 520 d.C.
La arqueóloga Phillippa Patrick afirmaba que en Escandinavia los depósitos votivos de armas representaban ofrendas a gran escala, acompañados de una gran cantidad de otros bienes, mientras que las ofrendas, sobre todo aquellas relacionadas con la fertilidad, solían ser las de objetos mundanos que posiblemente hacían parte de la esfera ritual privada. Por otro lado, el arqueólogo Jørgen Ilkjaer, a partir de las excavaciones de ofrendatarios (entendidos como depósitos definidos) en pantanos de Illerup, Ejsbøl y Skedemose, definió unas estructuras jerárquicas de las ofrendas basado principalmente en la presencia de ciertos materiales —hierro, bronce, plata y oro— y las relaciona con las tumbas de la elite a partir de lo cual reconoce la existencia de centros de poder en Suecia como es el caso de Uppland.
La última fase de la Edad de Hierro es conocida en Suecia como el período Vendel (siglos VII y VIII) y se caracteriza por las ricas tumbas que señalan la presencia de una dinastía real. Los centros de poder regional para este período ya estaban consolidados y aparecen los reinos que caracterizarían más tarde a la época vikinga. Colindante a Gamla Uppsala, una pequeña parroquia ubicada en las afueras de Uppland, Suecia, se encuentran tres imponentes montículos funerarios fechados a finales del periodo de Migración y comienzos del periodo Vendel. Las historias locales los conocían como la materialización de los dioses escandinavos Odin, thor y Freyr. Durante el siglo XIX, después de haber sido excavados, se les asoció con la dinastía real de los Ynglinga contada, entre otros, por el escaldo Snorri Sturlusson. Actualmente, siguiendo las lógicas contemporáneas, se les conoce apenas como montículo occidental, montículo central y montículo oriental.
De los tres, el montículo occidental, el de Thor, es el más llamativo. En éste los exploradores hallaron a un hombre enterrado como un guerrero con un lujoso ajuar funerario. Objetos importados, telas cocidas con hilos de oro, una espada con incrustaciones de oro y piedras preciosas, un tablero de juego de mesa con fichas romanas de marfil, entre otras cosas. Una vez excavado, los investigadores, motivados por las sagas del escaldo islandés Sturlusson e influenciados por el cronista Adam de Bremen que en el siglo XI describe el lugar como u gran templo pagano, asocian el montículo occidental con la tumba de Athils, el mismo que envió a su hijo a luchar contra Uffe en la historia de Saxo Grammaticus. Pero hasta el momento, no hay muchas evidencias de que esto sea así. Hasta el momento lo único que hay es una gran cantidad de tesoros que han sido hallados como ofrendas y que datan de los periodos de Migración y Vendel y que no han podido ser asociados a la gran cantidad de tesoros que narran las sagas que recogen las tradiciones orales de esos mismos periodos. Puede ser ese el caso de Skrep. Una espada que aún no ha encontrado su correlato físico, no porque éste no exista, sino tal vez porque pudiendo estar ahí, no lo vemos.