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¿Qué es la Ilustración (para seres finitos y alienados)?

Tomás Molina, Ph.D.

Immanuel Kant (1768)

Kant dice que uno suele ser menor de edad por pereza y cobardía: si el médico juzga por uno la dieta, si el guía espiritual tiene fe por uno, entonces uno no tiene por qué preocuparse por la medicina ni por la fe. Evidentemente, Kant tiene razón. ¿Pero puede funcionar así la Ilustración en nuestro tiempo? En el siglo XVIII, una persona educada quizá podía servirse de su entendimiento para comprender por sí misma los asuntos científicos y sociales, dado que la cantidad de cosas que se podían saber era mucho más limitada que hoy en día. El volumen del saber actual es tan inmenso, sin embargo, que ninguna persona, por educada que sea, puede valerse solo de su propio entendimiento para comprender el mundo que lo rodea. Nosotros somos cada vez más conscientes de nuestra propia finitud frente a un conocimiento creciente en volumen y complejidad.

Veámoslo bien. Somos seres finitos. Tenemos un tiempo limitado en la Tierra y unas capacidades asimismo limitadas. Eso quiere decir que por medio de nuestro entendimiento podemos comprender bien un número finito de cosas. Sin embargo, el conocimiento humano no para de aumentar. Aquí es donde debemos ser más kantianos que Kant: es preciso que reconozcamos los límites de nuestro entendimiento. Es imposible que yo, por ejemplo, corrija únicamente a partir de mi propio entendimiento el juicio de un médico. Si a mí no me convence un diagnóstico, entonces voy a donde otro médico. He usado mi entendimiento, pero de todas maneras necesito de otro médico que juzgue por mí a partir de su experticia. Esto se debe a que, a pesar de que en el bachillerato aprendí los rudimentos de la biología moderna, no soy médico y no sé juzgar los asuntos médicos más que a partir de otros. Incluso cuando más me rebelo contra un diagnóstico, lo hago porque estoy creyendo en lo que otros (las páginas de internet, las cadenas de whatsapp, el consejo de mi abuela, otros doctores, etc.) dicen, no porque yo tenga auténticamente un conocimiento médico que me permita juzgar en igualdad de condiciones al experto. Para hacerlo debo estudiar medicina y, como cuento con un tiempo limitado, eso quiere decir que hay otros asuntos que no comprenderé como los que tienen el saber. Pero no solo se trata de la medicina. Como no tengo la capacidad de usar autónomamente mi entendimiento en muchos asuntos de la vida, debo confiar, por ejemplo, en que los procesos científicos de comprobación y falseación de hipótesis son más o menos razonables y que, por tanto, los hechos científicos que nunca he comprobado han sido comprobados por otros. Entonces creo por medio de los otros, no porque yo me he servido de mi propio entendimiento en un laboratorio.

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Retrato de cuerpo entero de Jovellanos por Francisco de Goya y Lucientes en 1798 - Dominio Público

Lo anterior no quiere decir que debamos confiar ciegamente en los expertos. Ellos se pueden equivocar. De hecho, lo hacen a menudo. El médico me puede decir algo absurdo; puede ser un mal médico. Si me parece poco confiable, pido una segunda opinión. Pero en cualquier caso estoy creyendo por medio de otros. Para ser completamente claros: la finitud humana nos obliga a creer razonablemente en otros. La confianza es una de las piedras angulares del conocimiento humano. No una confianza absoluta, no una fe ciega; simplemente una confianza mínima que nos permite operar como seres humanos. Yo no quiero y no puedo decidir sobre los últimos asuntos propios de la física. No me puedo valer de mi entendimiento en ese caso porque soy finito. Le delego, por la división del trabajo, esa tarea a los físicos. Y está bien que así sea. De ese modo yo me puedo dedicar a usar mi propio entendimiento en lo que sí conozco. Si la física funciona bien como ciencia, si los físicos se valen de su propio entendimiento y se encargan de replicar los hallazgos ajenos, entonces su ciencia es confiable.

Aquí llegamos al último punto. La Ilustración solo es posible si existe un grado de alienación entre uno y los demás. Lo que propone Kant es eso: que yo me separe de las guías, que sea autónomo. No puedo ser un niño que confía a ciegas. Cuando uno se aliena de los padres en la adolescencia está, precisamente, dando un paso ilustrado: uno se aparta de la guía absoluta de los progenitores. Pero esa alienación no puede ser total por mi propia finitud. Necesito de la guía del otro (incluso para ilustrarme necesito que alguien me guíe), pero esa guía no puede ser absoluta. La Ilustración hoy no puede implicar una total separación entre mi entendimiento y el de los expertos. Tampoco puede implicar una unión infantil. Lo que debe implicar es una confianza razonable. Confianza, por supuesto, que no puede convertirse en fe. Si el otro se equivoca repetidamente, entonces tengo derecho a perder mi confianza en la persona. Pero ella no puede eliminarse por completo. Nadie podría operar en la sociedad actual sin confiar mínimamente en los saberes ajenos. Todos creemos por medio de otros en asuntos que ignoramos parcial o totalmente. Incluso el médico se vale de otros especialistas para confirmar o desmentir sus propios juicios.

Atrévase a saber, pero reconozca su finitud.