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Las enemistades entre los escritores

Ismael Iriarte Ramírez

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La figura del escritor está por lo general vinculada a cualidades como la sensibilidad frente a los fenómenos que los rodean, la aguda capacidad de observación o la precisión en el uso de los recursos expresivos, todos ellos elementos que configuran un aura de misterio y superioridad fuera del alcance del común de los mortales. No obstante, al apartarse un poco del lugar común podemos encontrar innumerables ocasiones en las que los escritores han estado a merced de pasiones más mundanas, como los celos o la envidia, o simplemente han descubierto irremediables incompatibilidades frente a sus colegas, lo que los ha llevado a protagonizar memorables enfrentamientos.

En su obra De qué hablo cuando hablo de escribir, el autor japonés Haruki Murakami afirma: “En esencia, los escritores somos seres egoístas, generalmente orgullosos y competitivos. Una fuerte rivalidad nos espolea día y noche. Si se reúne un grupo de escritores, seguro que se dan más casos de antipatía que de lo contrario”. Sin embargo, las rencillas de esta naturaleza no solo obedecen a diferencias conceptuales o estilísticas, sino que pueden encontrar su origen en otras motivaciones como las intrigas amorosas, las discrepancias ideológicas y en la mayoría de los casos el despecho por el ego herido.

Una de las disputas más antiguas y recordadas se remonta al apogeo del Siglo de Oro español y está vinculada a dos de sus máximos representantes: Luis de Góngora y Argote y Francisco de Quevedo. Uno y otro se ubicaban en extremos separados por un abismo, de un lado Góngora, paradigma del culteranismo y del otro Quevedo autor conceptista por excelencia, representaban no solo dos corrientes diametralmente opuestas, sino dos formas muy diferentes de concebir el mundo. A pesar de contar con un repertorio inagotable de recursos retóricos, el cruce entre estos dos colosos trascurrió por un sendero si se quiere callejero, cargado de ofensas personales, calumnias y alusiones a características físicas. Mientras Góngora tachaba a su contraparte de patán, ignorante y beodo, Quevedo devolvía atenciones con señalamientos de jugador y judío, lo que en la época no solo era una grave afrenta entre los cristianos viejos, sino que también encendía las alarmas del Santo Oficio, siempre alerta para entrar en acción. Por si fuera poco, don Francisco arremetió también contra su rival con el veneno de sus versos:

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Haruki Murakami - De Galoren.com - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0

Érase un hombre a una nariz pegado,         
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;

Cabe destacar que en esta famosa pugna podría advertirse una intrincada estrategia de mercadeo que aumentó la popularidad de uno y otro. Este enfoque no resulta descabellado, en especial si se tiene en cuenta que se trataba de dos autores encumbrados en la cúspide de uno los periodos más prolíficos de las letras españolas, dos adelantados a su tiempo, tal vez no solo en materia literaria, sino también comercial.

Otra de las enemistades más difundidas es la que en su día protagonizaron William Faulkner y Ernest Hemingway, dos de los autores más sobresalientes de la escena literaria estadounidense y mundial en el siglo XX, ambos galardonados con el Premio Nobel de Literatura, que parecieron demostrar una incompatibilidad natural que no tardó en hacerse evidente. Faulkner llegó a referirse a Hemingway en los siguientes términos: “No tiene coraje. Nunca ha usado una palabra que haya hecho a alguien ir a buscar un diccionario”. Por su parte, el autor de Por quién doblan las campanas fue más lejos con sus palabras, aludiendo no solo la obra, sino también la vida personal de su oponente: “Pobre Faulkner, se cree que las grandes emociones surgen de las grandes palabras. Se cree que no conozco las grandes palabras. Las conozco muy bien. Pero hay palabras más antiguas, simples y mejores y esas son las que uso. ¿Has leído su último libro? No es más que prosa etílica, pero una vez fue bueno. Antes del alcohol, o cuando sabía cómo mantenerlo a raya”[1].

El siguiente altercado se aleja del intercambio de declaraciones ofensivas y se adentra en el terreno de la agresión física, dando lugar a uno de los puñetazos más famosos de la historia reciente, que no es otro que el propinado por Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez, quienes no solo eran próceres del boom latinoamericano, sino que hasta 1976, año en que ocurrió el hecho reseñado, habían mantenido una entrañable amistad. La explicación de lo sucedido aún sigue siendo incierta, mientras la más recurrente se vincula a extraños acontecimientos que involucraban a Patricia, esposa del nobel peruano entre 1965 y 2015, otra, menos difundida y ciertamente menos interesante, se relaciona con el oportuno distanciamiento de Vargas Llosa de las ideas comunistas, tan en boga entre los intelectuales de la época.

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Luis de Góngora y Argote

Concluyo esta breve muestra de algunos desencuentros entre escritores, remontándome una vez más al Siglo de Oro, periodo en el que no resultaban pocas las discordias que implicaban a autores como Félix Lope de Vega, capaz de crear los versos más hermosos, pero también de sucumbir ante la futilidad de los celos profesionales. Como muestra de ello se conserva para la historia esta frase del “Fénix de los ingenios” sobre Miguel de Cervantes, con quien sostenía una endeble amistad marcada por la tensión y el intercambio de elogios poco sinceros: “De poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”[2]. 

Referencias

Murakami, Haruki. De qué hablo cuando hablo de escribir. Tusquets Editores, 2017.


[1] https://miguelalvarezescritor.com/2020/04/26/rivalidades-literarias/

[2] https://d.facebook.com/bibliotecagonzalodeberceo/photos/a.1018567199513…