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El tecnócrata-político en el ciclo de Zeus

Tomás Molina, Ph.D.

El Político o de la Soberania - Amazon

En El político, uno de los Diálogos más tremendos de Platón, el Extranjero ateniense plantea la siguiente idea: hay una ciencia real del gobierno de los hombres.

Esta ciencia, que no es otra que la ciencia política (Πολιτικὴ ἐπιστήμη), es la única que permite un gobierno verdaderamente recto. Justo por eso es la más importante en una comunidad política. Un régimen perfecto es aquel donde manda un individuo dotado de dicha ciencia. Tan fundamental resulta ésta que el consentimiento de los gobernados resulta un asunto secundario: lo importante es que el rey posea la ciencia de la política. Tener ese saber es el criterio esencial que separa al gobernante legítimo del que no lo es. De esa manera establece una relación ideal entre el conocimiento y la política.

El Extranjero usa un mito para ilustrar el problema de la relación entre el conocimiento y la política en nuestra época. En la era que nos precedió, es decir, la de Cronos, los seres humanos y los animales eran gobernados por los dioses. Por eso no había guerras y ni siquiera regímenes políticos. No había necesidad de estos últimos dado que el dios nos apacentaba gracias a que tenía el conocimiento para hacerlo. La relación entre el ser humano y el dios era allí la misma que hay entre el pastor y sus ovejas. Sin embargo, el Extranjero también deja claro que en la era que habitamos en el presente, llamada ‘el ciclo de Zeus’, no hay dios que nos apaciente. De hecho, es muy peligroso creer que el paradigma de la era precedente, es decir, el del apacentamiento, es válido para la nuestra. Quien crea que posee una ciencia que permite apacentar a sus conciudadanos probablemente es un tirano. Tal y como lo pone el Extranjero en 301e:

Pero ahora no hay aún un rey que nazca en las ciudades (…) que sea superior en cuerpo y alma, se hace preciso que, reunidos en asamblea, redactemos códigos escritos, según parece, siguiendo las huellas del régimen político más genuino.

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Zeus de Esmirna - Dominio publico

Es decir, no hay un político que tenga el conocimiento de la más alta ciencia política tal y como lo describí en el primer párrafo. Por eso nos quedan solamente las leyes racionales. Eso no quiere decir que no haya un conocimiento del gobierno ahora, solo que actualmente nadie tiene una ciencia como la del dios. Por tanto, nadie puede mandar sin el consentimiento de los gobernados aduciendo una ciencia superior. La ciencia política de nuestro ciclo de Zeus consiste en algo modesto: en la phronesis, es decir, en el conocimiento práctico que nos permite cuidar de la comunidad política. La ciencia política es un arte del autocuidado que no se corresponde con lo que el dios hacía en el ciclo anterior. No tiene hoy el político una guía divina activa. Uno solo puede decir que los regímenes deberían imitar lo que el dios mismo hace, es decir, obedecer a la razón. Por eso deben redactar códigos escritos que se ajusten a ella. La ley escrita es lo mejor para nuestros tiempos.

El tecnócrata-político de nuestros tiempos puede a veces asumir no la posición modesta de la ciencia política que corresponde al ciclo de Zeus, sino la posición del dios en el ciclo de Cronos o la del político sabio que describía al principio. El suyo se supone que es un conocimiento que permite un gobierno verdaderamente recto. Con la llegada de la técnica cesan por fin la imperfección y la inexactitud de los políticos tradicionales, por bienintencionados que sean. Hechos, no discursos. Con la técnica pretende garantizar no solo una manipulación perfecta de la economía y los recursos en general, sino también decidir cuáles son los fines adecuados de la comunidad política. La técnica deja de ser un mero medio para conseguir un objetivo político y pasa a ser la que decide los objetivos en sí. Por eso el tecnócrata-político puede ostentar una pseudo ciencia política que parece propia de los tiempos de Cronos: su conocimiento científico aspira a ser del orden político, no de artes subordinadas a la política. Al convencer a los votantes usa la sofística, pues por medio de ella logra asemejarse falsamente al poseedor de la ciencia real de la política. Su semejanza es falsa porque el conocimiento del tecnócrata no es esencialmente político sino económico o administrativo, es decir, de ciencias que en la política están subordinadas a ella. 

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Zeus servido por Ganímedes - De David Liam Moran CC BY-SA 3.0 commons.wikimedia.org

 

¿Pero no es extraño que surja este discurso del tecnócrata-político en tiempos democráticos? El Extranjero ateniense mismo dice que en la democracia la autoridad está repartida entre todos los ciudadanos por igual. La idea de un gobernante con un conocimiento superior resulta allí extraña. Desde Lacan uno puede ver que un gobierno como el del tecnócrata-político se corresponde con lo que el psicoanalista francés llamaba ‘el discurso de la universidad’. Allí el discurso (cuasi) científico tiene el rol principal. Este discurso pretende ser liberador, pretende traer un nuevo amanecer racional, emancipador y democrático, pero en realidad consigue lo contrario: de manera irracional, vuelve objetos a los sujetos en un régimen tiránico. Debido a esto, el consentimiento de los gobernados juega un papel nulo en la legitimidad del régimen. El sabio debe ser obedecido sin rechistar porque habla en nombre de la Ciencia. Puede tomar decisiones abiertamente antidemocráticas a partir de su supuesto conocimiento superior. Con eso contradice el principio democrático del Extranjero: la autoridad no queda repartida igualitariamente.

El tecnócrata-político no resulta emparentado con el dios, ni con el político-rey que cuenta con el verdadero conocimiento de la ciencia política, sino con Stalin. En efecto, el dictador soviético es el ejemplo perfecto del discurso de la universidad. Por medio del conocimiento del materialismo dialéctico, Stalin se habilitaba a sí mismo como instrumento de la Ciencia. Él mismo quedaba convertido en objeto que simplemente obedece las leyes de la historia, así como el tecnócrata-político meramente obedece las leyes de la economía/administración y hace que los demás también las obedezcan. El tecnócrata-político es, como Stalin, un mero agente del Otro gracias a su conocimiento. Resulta así de lo más irónico el pavor que el tecnócrata-político le tiene al totalitarismo socialista. Sus valores son diferentes, pero la estructura de su discurso tiene inquietantes similitudes. Ah, pero quizá ese pavor no es más que el de verse reflejado en quienes rechaza. ¿No repite acaso el tecnócrata-político la estructura del discurso estalinista que, por lo demás, es completamente inapropiado para nuestro ciclo de Zeus?