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El legado bibliográfico en entredicho y en suspenso

Idalia García

Archivo General de la Nacion de Mexico - De vladimix CC BY-SA 2.0 commons.wikimedia.org

Universidad Nacional Autónoma de México
pulga@iibi.unam.mx

Hace unos días tuve noticia de la publicación en México de un Diccionario de Archivos, publicado por el Archivo General de la Nación (AGN) y el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos (INAI),[1] en el cual leí una idea de patrimonio documental, elaborada por un jurista mexicano, que me preocupó bastante. He de confesar que no supe si horrorizarme, escandalizarme o desconcertarme porque ya sabía que esto iba a ocurrir más tarde que temprano. Esta es la crónica de un desastre anunciado por lo que se puede leer en la definición de Patrimonio documental de la nación que aporta Oscar Cruz Barney:

El patrimonio documental también se conoce como patrimonio documental y bibliográfico. Se integra por cuantos bienes, reunidos o no en archivos y bibliotecas, sean declarados de tal condición.[2]

Ahora bien, el jurista no se equivoca en esta apreciación, que es correcta siempre y cuando se especifique que es la definición del Programa internacional Memoria del Mundo de la UNESCO y que sólo aplica en ese contexto. Por tanto, no se relaciona con nuestra propia legislación o reconocimiento patrimonial de México ni de otros países. Dicho programa se creó justamente para llamar la atención sobre un legado cultural que había estado relegado de la atención internacional y en algunos países. En efecto, en la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural de 1972 que conocemos genéricamente como “la lista del patrimonio mundial”, no se incluyeron esos objetos que testimonian parte de la memoria de los pueblos: libros y documentos.[3] Objetos que precisamente se custodian en archivos y bibliotecas, primordialmente, pero también en otras instituciones culturales como los museos y que representan la memoria colectiva y documentada de los pueblos.

Esta llamada de reconocimiento patrimonial también mostró la experiencia de aquellos países que no requerían un programa internacional, para valorar y proteger bienes culturales de naturaleza documental y bibliográfica. Dichos países consolidaron instituciones de custodia, programas de conservación y restauración, así como normativa especial para proteger tales objetos entre otras acciones igualmente relevantes. Los bienes culturales que Memoria del Mundo recomienda proteger comparten la fragilidad como su naturaleza esencial. Por tanto, se trata de un conjunto de objetos que sin condiciones adecuadas de salvaguarda están irremediablemente destinados a su destrucción. Justamente esta toma de conciencia fue la que generó la necesidad de un programa internacional pues se hizo después de un estudio detallado que mostró como la mayor parte de las bibliotecas y archivos del mundo se han perdido por la acción del hombre más que por desastres naturales. Lo más terrible de ese estudio fue determinar que esas acciones son la indolencia, la desidia, la ignorancia y el desconocimiento.[4]

Ciertamente cuando se crea Memoria del Mundo, se pensaba solamente en proteger los objetos que reunimos en bibliotecas y archivos como libros, manuscritos y documentos. Por eso, en 1995 la idea patrimonial se transformó para incluir los nuevos soportes que también resguardan esa memoria como microfilmes o documentos digitales.[5] Objetos que están en riesgo permanente, quizá más que otros, pero cuya perdida es igualmente lamentable. Cada perdida de un objeto cultural, de cualquier sociedad, empobrece nuestra cultura mundial de la misma manera que cada vez que hay una tragedia de la naturaleza nos afecta como humanidad. No obstante, el legado bibliográfico y documental tienen diferencias sustanciales que deben ser apuntadas si queremos garantizar su permanencia para las generaciones venideras. Por eso, llama poderosamente la atención de aquello que el jurista mexicano considera “patrimonio documental de la nación”.

Precisemos aquí que no se trata de un problema de comprensión atribuible a todos los juristas y abogados mexicanos, al menos eso espero, sino a esta peculiar opinión. El problema es que justamente esta idea de patrimonio documental, no se corresponde con la propia definición jurídica de las leyes mexicanas. Una definición que se precisa en otra parte del mismo diccionario: De acuerdo con la Ley General de Archivos, el patrimonio documental se entenderá a los documentos que, por su naturaleza, no son sustituibles y dan cuenta de la evolución del Estado y de las personas e instituciones que han contribuido en su desarrollo; además de transmitir y heredar información significativa de la vida intelectual, social, política, económica, cultural y artística de una comunidad, incluyendo aquellos que hayan pertenecido o pertenezcan a los archivos de los órganos federales, entidades federativas, municipios, alcaldías de la Ciudad de México, casas curales o cualquier otra organización, sea religiosa o civil.[6]

Esto es lo que debemos recordar porque afecta la realidad de los bienes bibliográficos valorados como patrimonio cultural. Me refiero a que existen leyes para los archivos y para las bibliotecas que deben regular sus responsabilidades como instituciones culturales, pero también debe existir un espacio de reconocimiento patrimonial para ciertos objetos que ahí se custodian y que en México es la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972, vigente actualmente con modificaciones en el 2018. Hace ya varios años que el tema me ocupa, pues siempre he considerado que toda protección basada en la exclusión no logra proteger a los bienes culturales que se pretende.[7] Esta es la realidad de México y de otros países de América Latina que no definen con precisión el objeto y la finalidad de la custodia. Es decir, necesitamos leyes capaces de diferenciar entre instituciones como las bibliotecas patrimoniales y los archivos históricos. Por ejemplo, en México cualquier persona que visite y observe qué tipo de objetos se conservan en la Biblioteca Palafoxiana y el Archivo Histórico de la Provincia Franciscana de Michoacán podría apreciar estas diferencias tan básicas.

Sin duda un impreso colonial y un expediente inquisitorial tienen semejanzas históricas y culturales, pero sus realidades materiales no se parecen mucho o más bien requieren diferenciarse. Por lo mismo no son objetos que, desde el conocimiento especializado e incluso desde la restauración o conservación de objetos culturales, puedan ser considerados iguales. De ahí que existan dos disciplinas hermanadas pero con finalidades diferenciadas: la archivística y la bibliotecología. En principio, debemos reconocer que ambos objetos por esa fragilidad mencionada requieren restringir su acceso y consulta social. Obviamente me estoy refiriendo a los originales que, de otra manera, no podrían transferirse a las generaciones siguientes. Dicha transmisión sólo puede hacerse con un reconocimiento del valor cultural que representan y entre ellos la aceptación de que construyen un legado social que merece ese reconocimiento.

Esta idea es la que más genera problemas en sus definiciones porque solemos comprender que al definir el patrimonio cultural de una sociedad, debemos enumerar qué objetos integran esa heredad. A veces no comprendemos que debemos definir a los objetos por la naturaleza que los caracteriza. Por ejemplo, un manuscrito es un objeto cultural valioso pero sí fue escrito por un personaje singular o, en un momento fundacional de la historia de una comunidad ese manuscrito se sobrepone en su valoración por encima de otros de la misma época. Por ejemplo, pensemos en Fray Bernardino de Sahagún, para el caso mexicano un franciscano singular, a quién debemos una de las mejores informaciones sobre la vida cotidiana de los prehispánicos. El Códice Florentino representa un testimonio increíble que también es el resultado de un mestizaje cultural porque en su composición intervinieron dos formas de representación cultural. Sí permitimos que todos los interesados toquen este manuscrito, creamos condiciones para su destrucción. Por ello, estos objetos se protegen de forma especial pero se reproducen para que todos sin excepción pueda gozar de su existencia.[8]

Aparentemente este debate no se ve manifiesto en el entendimiento o conocimiento de cualquier profesional de las ciencias sociales y de las humanidades de los países europeos, Estados Unidos e incluso de Latinoamérica. Pero al parecer en México, como otros países de la región, no es así. En México se conservan numerosos bienes bibliográficos y documentales pero a la fecha somos un país que no puede decir con certeza cuántos objetos son y cuáles son las características que los hacen especiales. Este es el problema más grande del legado cultural de naturaleza bibliográfica y documental: su correcta identificación y registro. Sin esta base es imposible diseñar una política de conservación que pueda salvaguardar la integridad de las colecciones. Por eso libros y documentos considerados patrimoniales están en permanente riesgo. Al preguntarnos por qué, la respuesta es obvia y lamentable: porque México no ha conseguido una política pública que tenga por prioridad ese registro. De tener ese tipo de prioridad, cada año estaríamos analizando la cantidad de avance en una tarea que siempre será a largo plazo pues la historia no se congela. Además, estaríamos cohabitando con la sorpresa porque en cada momento habría descubrimientos asombrosos. 

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Archivo Historico Universidad del Rosario- urosario.edu.co

En efecto, son pocas las instituciones que han cumplido con esta tarea de registro en todo el mundo, pero algunos casos son sobradamente ejemplares que vale la pena mencionarlos. Por eso quiero enfocar aquí la atención en el catálogo internacional de incunables-ISTC (Incunabula Short Title Catalogue).[9] Un proyecto decimonónico que ha enfrentado con entereza y perseverancia muchos obstáculos, incluidas dos guerras mundiales. En este catálogo se han registrado prácticamente todos los incunables conservados en bibliotecas europeas, de Estados Unidos, Australia y otros países de la región latinoamericana. Los incunables son más que los primeros impresos de las prensas tipográficas; también son objetos que testimonian la primera globalización del conocimiento. Es cierto, que estos particulares impresos no abundan en las colecciones latinoamericanas y quizá sean ejemplares de otros ya registrados. Sin embargo, los incunables en Europa fueron víctimas de una dolorosa destrucción durante las guerras mundiales como ya se ha narrado.[10]

Por esa razón no debe extrañar que todavía se localicen ejemplares de incunables de los que no se tenía noticia, como el caso poblano que ocurrió hace más de una década.[11] En la Biblioteca José María Lafragua del Estado de Puebla, se localizó un ejemplar de los Sermones Discipuli de tempore et de sanctis cum promptuario exemplorum et miraculis Beatae Mariae Virginis, Johannes de Herolt, impreso en 1486 por Nicolaus Philippi y Marcus Reinhart en Lyon (Francia). Si bien esta edición no es el único ejemplar conservado en el mundo, lo cierto es uno más en la nómina enriquece nuestra cultura.[12] No obstante, lo más rico de esta información patrimonial es la historia de cada ejemplar conservado. Un aspecto que tristemente, en el caso poblano, no se ha incluido en la contraparte de ese catálogo internacional: Material Evidence in Incunabula (MEI) que registra las distintas procedencias de cada uno de los ejemplares conservados de los incunables registrados en el ISTC. Dicha información permite conocer los caminos que ha tenido cada incunable, desde que fue producido hasta su custodia contemporánea.

En este tenor, es difícil comprender por qué esta información no se ha integrado en el MEI para saber que ese libro le perteneció a los franciscanos de Puebla, pues se ha identificado la marca de fuego de ese ejemplar pero también las anotaciones manuscritas de un fraile que habitó en algún momento de su vida en el Convento de Cholula. Lo mismo ocurre con otros países latinoamericanos, que si bien han registrado en el ISTC los incunables conservados no han comunicado la información correspondiente a la historia del ejemplar para que se integre al MEI. Por ejemplo, este catálogo reconoce 96 incunables existentes en Colombia pero en la mayoría no se incluyen los datos de procedencia. Situación similar presentan los 14 incunables registrados de de Perú o los 48 de Argentina. Resulta evidente que hay un interés patrimonial sobre estos objetos y, que el conocimiento de estos objetos incluye la información sobre la procedencia de las colecciones.[13]

¿Por qué entonces esa información no se incluye en la correspondiente al MEI? Para quienes estudian los incunables esos datos suelen ser importantes porque permiten apreciar la distribución mundial de estos libros y determinar si esos movimientos fueron a partir del siglo XVI, como parte de los procesos históricos de la época o, como resultado de la bibliofilia especializada que empieza a manifestarse en el XIX. Además, esa información resulta crucial para relacionar cada objeto conservado con su lugar de custodia y que puede ser muy importante para recuperar un objeto cuando es robado de su resguardo institucional. Como se sabe, se pueden conservar muchas copias semejantes de una edición antigua, pero cada ejemplar ha tenido una historia diferente y justo la evidencia de ese pasado singulariza a cada objeto. Esto es lo que reconoce el programa Memoria del Mundo y lo que pretende que preservemos para las generaciones siguientes.

No obstante, preservar significa también comprender y esto no se obtiene por automático, sino que requiere toda una tarea con la sociedad contemporánea. Acciones que deberían enfocarse en dos lugares fundamentales: uno es el institucional y otro es el social. En el primero, deberíamos esforzarnos por fortalecer y mejorar el conocimiento especializado que deben tener quienes custodian esos bienes, entre ellos los bibliotecarios, pues sólo éstos serán capaces de hacer comprender a las autoridades competentes que el patrimonio bibliográfico es una realidad presente en la cultura de nuestros países. Un personal formado y consciente podría enfrentar a cualquier político o funcionario que no entienda el valor e importancia que tiene los bienes patrimoniales de naturaleza bibliográfica o documental.

Un conocimiento especializado que permitirá demandar políticas públicas para garantizar el registro adecuado de los bienes en custodia. Un registro que igualmente permitirá identificar cuántos objetos requieren medidas urgentes de conservación y así diseñar una política a largo plazo que garantice los recursos necesarios para implementar esas políticas y, que estás se diseñen basadas en un conocimiento de la realidad patrimonial. En este contexto, conociendo esas realidades institucionales tan difíciles en muchos países de Latinoamérica y que no son comparables a las dificultades de otras latitudes, debemos también pensar en la necesidad de contar con una agenda regional que permita compartir experiencias de trabajo y proyectos formativos de los que se pueden beneficiar todas las instituciones.

Por su parte, el espacio social resulta fundamental para garantizar la salvaguarda de las bibliotecas históricas y no sólo de aquellas que tienen reconocimiento, sino de todas y cada una de aquellas que conservan material antiguo que están relacionados con nuestro complejo pasado en América Latina. Esas colecciones justamente son las que más preocupan cada en toda reflexión sobre el patrimonio bibliográfico, pues por su propia realidad institucional suelen estar bastante alejadas de los grupos de trabajo en estas temáticas, de los investigadores y, por supuesto, de los recursos y de las políticas culturales. Ahí, se pueden encontrar impresos, manuscritos e incunables extraordinarios y, a veces en un estado de conservación realmente memorables. Hace años cuando realizaba un proyecto institucional financiado, tuve la oportunidad de conocer muchas bibliotecas mexicanas y ahí, encontramos un manuscrito fantástico del que todavía conservo algunas fotografías.

Ese manuscrito, elaborado en papel en el siglo XVI, había sido catalogado como un impreso del siglo XIX por la particular forma de los cinco en la caligrafía de la época. Este caso orientó mis preocupaciones a lo que me pareció en aquella época más acuciante: el poco conocimiento que había sobre los bienes bibliográficos de naturaleza patrimonial entre quienes estaban a cargo de las colecciones. Una deficiencia que se veía reflejada directamente en los registros catalográficos. Por eso, iniciamos un proyecto formativo con la colaboración de instituciones nacionales y extranjeras que benefició el conocimiento de varios bibliotecarios. Lamentablemente no conseguimos formalizar esa propuesta con ninguna universidad para garantizar contenidos que nos parecía urgentes. Gracias a ese esfuerzo colectivo contribuimos en parte a crear conciencia del valor de esos objetos y cambiar algunas cosas en temas normativos y catalográficos. 

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Memoria del Mundo - unesco.org

Pero algo no hemos hecho bien, porque no hemos acabado con esta realidad que considera al catálogo de ADABI (Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A.C.),[14] como la solución a un problema de conocimiento y de control patrimonial en nuestro país. Cualquiera puede ver que esos registros no son los ideales para los bienes bibliográficos menos si se compara con los que realizan en la Biblioteca Lafragua ya citada.[15] Esta biblioteca fue la primera en escucharnos y en apoyarnos cuando manifestamos nuestras preocupaciones y, puedo decir que ahí esos aspectos están efectivamente resueltos: una normativa que protege  dicha biblioteca patrimonial, así como un registro funcional para el conocimiento y el control patrimonial. Por eso no me extraña que la Lafragua encabece numerosos proyectos nacionales enfocados a valorar el legado bibliográfico de nuestro país.

Ahora bien, todavía tenemos una deuda con la socialización. Socializar el legado bibliográfico de México y de región latinoamericana permitiría obtener a corto plazo cuestiones fundamentales: los recursos financieros para garantizar la integridad de las colecciones patrimoniales y asegurar que existirá una generación de interesados en convertirse en el relevo de quienes actualmente estamos en el frente de batalla. En efecto, especialmente frente al futuro económico que nos enfrentamos, debemos concientizar a la sociedad que aunque sea poco (pues hay cosas más urgentes) no deje de financiar las actividades de esas bibliotecas. Esa deuda es tan dolorosamente manifiesta que el jurista que inspira estas líneas no conoce el trabajo mexicano enfocado a diferenciar esos objetos y el legado que representan. Espero que quienes tengan la tarea en el futuro logren derribar ideas tan preocupantes, aunque no estarán sólo en la tarea.


[1] Diccionario de archivos, coord. Fabiola Navarro. México: INAI, 2021,https://izai.org.mx/2021/06/16/diccionario-de-archivos-2/

[2] Ibid, p. 159

[3] Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, https://whc.unesco.org/archive/convention-es.pdf

[4] UNESCO. Lost memory: libraries and archives destroyed in the twentieth century. París: UNESCO, 1986, http://www.unesco.org/new/es/communication-and-information/resources/publications-and-communication-materials/publications/full-list/lost-memory-libraries-and-archives-destroyed-in-the-twentieth-century/

[5] Edmondson, Ray, Directrices para la salvaguardia del patrimonio documental. Edición revisada. París: UNESCO, 2002, https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000125637_spa

[6] Diccionario de archivos, p. 77.

[7] Idalia García, Legislación sobre bienes culturales muebles: protección del libro antiguo. México: UNAM: BUAP, 2002.

[8] Códice Florentino o Historia general de las cosas de Nueva Españahttps://www.wdl.org/es/item/10096/

[9] Incunabula Short Title Cataloguehttps://data.cerl.org/istc/_search

[10] Fernando Báez, Nueva historia universal de la destrucción de libros: De las tablillas sumerias a la era digital. Madrid: Océano, 2014.

[11] “Identifican nuevo incunable en Biblioteca Lafragua”, https://www.poblanerias.com/2010/10/identifican-nuevo-incunable-en-biblioteca-lafragua/

[12] International Short Title Cataloguehttps://data.cerl.org/istc/ih00113800

[13] Robinson López Arévalo, “La colección de incunables de la Biblioteca Nacional de Colombia: tras las huellas y vacíos de su formación”, Historia y Memoria, núm. 13 (2016), pp. 85-120, https://revistas.uptc.edu.co/index.php/historia_memoria/article/view/5201; “El estado de conservación de los incunables peruanos de la Biblioteca Nacional del Perú”, https://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/151794

[14] Fondos bibliográficos antiguos, https://www.adabi.org.mx/index.php/libro-antiguo/buscador-de-fondos-bibliograficos-antiguos

[15] Biblioteca José María Lafragua, http://www.lafragua.buap.mx/