El brillo de lo efímero o la generación del Art Deco en Bogotá
Felipe Cardona
Felipe Cardona
Para estos artistas la ciudad se agota en menos de nada. Por eso buscan los márgenes en las casonas de Chapinero, allí pueden escabullirse o elevarse.
No nacieron para los aires tan densos de Bogotá y si el destino los trajo hasta aquí fue a modo de burla. Hay que verlos para entender que no habitan este mismo espacio, son seres sin patria, viajeros cosmopolitas, personajes marcados por un ritmo vertiginoso que no concuerda con la cadencia de estas tierras.
Son los hijos mimados de la aristocracia capitalina, una cuadrilla exclusiva que se saltó la infancia de barriada y se forjó en la solemnidad de las cuatro estaciones. De conocerlos, Scott Fitzgerald les soltaría la frase del Gran Gatsby:“un centenar de pares de zapatos de plata y oro que levantan un polvo luminoso”. A la cabeza de aquel grupo esta Carolina Cárdenas, la extravagante muchacha que se atiza la boca con labial negro y viste con suntuosos vestidos llenos de broches. Destila un gusto refinado y su estampa es una forma de hacer arte. Así como Oscar Wilde, Carolina quiere convertir su imagen en un hecho artístico, no quiere ser el medio sino el fin.
La artista, educada en Londres, tuvo un contacto íntimo con las vanguardias artísticas que por esos años estremecían a Europa. Por eso su llegada al país en 1928, fue determinante en la sociedad artística bogotana. Ella es el núcleo, el estandarte de esta nueva generación de principio de los años 30 que prefiere la partitura díscola del Jazz, los cabellos con gomina y el brillo del charol. Carolina es la embajadora de una bandada de artistas que levanta la cara y brinda por el advenimiento de la modernidad.
Pero la de Carolina y su generación no es una modernidad enfocada a la ruptura, más bien se trata de una apuesta más sutil, una búsqueda de la coherencia a través de la geometría y la armonía de las formas. Es la expresión más clara del culto a la línea y sus infinitas posibilidades gracias a la curva. No se trata de agredir las formas sino de volverlas más seductoras y menos austeras, de alargarlas en contorsiones que expresen el movimiento. Con esta premisa viene también el tiempo de migrar a otros formatos distintos al lienzo. Carolina se aleja del caballete y se decanta por la cerámica y por la fotografía. Quiere explorar nuevas superficies y trabaja elaborando escenografías y vestuarios de teatro cada vez más estilizados.
Al lado de Carolina, siempre fiel y guardándose de declararle su amor para no apartarla, está Sergio Trujillo Magnenat, un joven caldense muy versátil que también apuesta por la elegancia de las formas. Su sentido artístico está ligado a la espontaneidad y la abundancia. No es meticuloso ni solemne, prefiere la frescura del trazo y como su compañera de batallas, abraza formatos hasta ahora desestimados por la plástica bogotana. Su obra se enfoca a carteles publicitarios, a ilustraciones de libros y el diseño de muebles. Además, tiene en mente construir una casa siguiendo los preceptos del “art deco” en las alejadas colinas de Chapinero.
En este empeño también está Santiago Martínez Delgado, artista que vuelve al país con ánimos de cambio luego de cultivarse en la Academia de Bellas Artes de Chicago. En la ciudad norteamericana, el pintor contó con la fortuna de codearse con figuras como Edward Hopper y Willem de Kooning, dos artistas en la búsqueda de un lenguaje único, dos jóvenes inconformes que prometen convertirse en figuras tutelares del arte mundial.
El artista bogotano también se siente atraído por esta nueva corriente que rebasa las maneras tradicionales.
e interesa la porcelana, el diseño de lámparas y la talla de la madera. Su intención es enaltecer los objetos cotidianos, romper con la trivialidad y ampliar el campo de expresión del arte a todos los formatos posibles. Comparte con Trujillo Magnenat el gusto por el diseño publicitario y ha recibido varias ofertas para trabajar en el ámbito de la comunicación corporativa.
Sin embargo, pese a que el brillo de estos tres artistas está en su máximo esplendor, hay un grupo que se hace llamar “Bachue” que con el paso de los días les está robando el foco. Todo surgió a partir de un manifiesto publicado en el Tiempo en 1930 firmado entre otros por Hena Rodríguez, Dario Achury y Tulio González. En el texto el grupo atiende al llamado de la tierra y aboga por el rescate de los mitos prehispánicos y las escenas populares. En resumen, quieren recuperar la identidad del pueblo colombiano siempre viciado por influencias extranjeras.
Como podemos observar, el arte que profesan los de “Bachue” está claramente en contra de los preceptos del “art deco”. Sin embargo, no hay porque inmutarse. Precisamente la premisa de Carolina, de Trujillo y de Martinez está en la experimentación, en la capacidad de renovarse continuamente. Además, en estos años 30 hay espacio para todos. Ya verán como las galerías se llenan con sus obras y los críticos enaltecen su trabajo. Ya verán como son recompensados por la historia. No hay nada que temer, aprovechemos la fiesta que nos ofrece la juventud, su brillo momentáneo, quedémonos para siempre con esta postal, no sabemos de los tiempos futuros, pero no pueden ser tan malos.