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El año de la consolidación del sandinismo

Mauricio Jaramillo Jassir

Daniel Ortega

2022 empieza para Nicaragua con el cuarto mandato consecutivo de Daniel Ortega. Esto ocurre en medio del rechazo generalizado de buena parte de los Estados de comunidad internacional que no avalaron el proceso electoral plagado de limitaciones a las garantías y libertades.

En la víspera de las elecciones que el sandinismo ganó con holgura, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publicó un informe en el que denunciaba varios de los atentados contra la libertad de prensa y las intimidaciones de las que fueron objeto varios candidatos de la oposición que, en su mayoría estuvieron privados de derechos políticos e incluso de la libertad. Tal fue el caso de: Arturo Cruz, Félix Madariaga, Juan Sebastián Chamorro, Miguel Mora, Medardo Mairena, Noel Vidaurre y Cristiana Chamorro, esta última considerada como la rival de mayor peso para el oficialismo sandinista. Asimismo, dentro de la ola de acusaciones sobresale la imputación y orden de captura en contra del escritor Sergio Ramírez por “incitación al odio y a la violencia” y la recepción de recursos provenientes de las Fundaciones Luisa Mercado y Violeta Chamorro que provendrían del lavado de activos.
 
En medio de semejante panorama, Daniel Ortega y Rosario Murillo, sobre quien se especula concentra cada vez más poder, encaran este nuevo término con la idea de consolidar el proyecto sandinista que volvió al poder en 2007 tras una larga ausencia y gobiernos de derecha que fracasaron estrepitosamente (Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños). Ahora bien, este nuevo sandinismo ha cambiado respecto del que hizo su aparición en la década de los 80 y hasta los 90 se mantuvo en el poder. Cuando la guerrilla derrocó a la dinastía de los Somoza que durante tres generaciones desangraron a Nicaragua, se produjo un salto social que rememoró los primeros años de la Revolución Cubana por las reformas a la tierra, al sistema de salud y el acceso masivo a la educación. En América Latina y el Caribe se suelen relativizar o incluso menospreciar estas conquistas, en especial, por parte de la élite económica acostumbrada al pleno acceso y titularidad de derechos sobre la tierra, la educación y los servicios de salud. No obstante, no son avances menores en el continente más desigual del planeta (en promedio) y, menos aún, siendo uno de los países más pobres de la zona.
 

col1im3der Bandera de Nicaragua - Dominio público

Pero el legado del sandinismo en esas épocas no solo ha sido socio-económico, sino que políticamente hizo prueba de grandeza y compromiso con la alternación. Después de que en los primeros años de la Revolución gobernara una junta, el oficialismo se sometió a elecciones que ganó fácilmente en 1984 frente al boicot de la oposición que consideraba no contar con garantía mínimas. Daniel Ortega arrolló en esos comicios obteniendo no solo más del 60% de los votos, sino con una ventaja de 50 puntos sobre su rival más inmediato. Y en 1990 a pesar de que las encuestas le daban la victoria, aceptó la derrota a manos de la Unión Nacional Opositora (UNO), el movimiento que terminó llevando a la presidencia a Violeta Chamorro, cuando en las postrimerías de la Guerra Fría, la Unión Soviética reducía drásticamente las ayudas dirigidas a Managua y La Habana.
 
Mientras en Cuba se vivió el periodo especial de tiempos de paz que marcó el momento más crítico de la Revolución, en Nicaragua se vivió una época de apertura que produjo un franco retroceso en indicadores sociales. El degaste de la derecha fue evidente y por ello, en 2007 Daniel Ortega volvió a la presidencia. Esta vez el sandinismo volvió con un discurso cargado de espiritualidad e incluso cercano al cristianismo. Algunas figuras emblemáticas del sandinismo histórico como Dora María Téllez, Víctor Hugo Tinoco y Hugo Torres han sido férreos críticos de la evolución del partido al que consideran ahora como monopolio de Ortega y sus allegados en especial, Murillo.
 
Ahora bien, en 2022 es poco probable que se den cambios estructurales en Nicaragua o una transición o apertura, el menos por tres razones. En primer lugar, porque económicamente el sandinismo ha cumplido con una labor que le permite mostrar resultados. El país veía creciendo significativamente hasta 2018 cuando estallaron las protestas y, en los años posteriores a la aparición de la pandemia, se dieron signos de recesión. Sin embargo, ni las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, ni las reducciones de envío de petróleo por parte de Venezuela han logrado diezmar el aparato productivo nicaragüense.

col1im3der Mapa de Nucaragua - Dominio Público

En segundo lugar, si bien existe un descontento por la forma en que se produjeron las elecciones, Nicaragua no vive el caos que azota otros países de la región como Venezuela ahogada en las sanciones económicas y en la violencia o algunos de sus vecinos en Centroamérica flagelados por el narcotráfico y la guerra contra las bandas criminales.  Nicaragua por razones que escapan al sandinismo se mantiene al margen de dichos problemas, o al menos en las dimensiones en que se presentan en esos escenarios.  Y, en tercer lugar, las sanciones parecen fútiles y contrariamente a su propósito de aislar a Managua y debilitar políticamente al establecimiento, el efecto en estos últimos años parece el contrario. Nicaragua es parte activa e integral de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que acaba de celebrar su XX Cumbre con la presencia de varios gobiernos progresistas. Estos ven en el ALBA la posibilidad de entablar un diálogo político sin la injerencia de Estados Unidos, ni la nociva doble moral de las administraciones conservadoras que han acabado con los espacios de integración en los últimos 6 años.
 
En Nicaragua no serán posibles las transiciones por fuera del sandinismo, y al igual que en Cuba o Venezuela, las salidas a la fuerza que presuponen el derribo del actual establecimiento como condición para la transición política serán cada vez menos posibles. El único cambio realizable debe ocurrir desde adentro (especialmente desde el nuevo sandinismo) y desde abajo (las estructuras de base, vitales para el establecimiento).  2022 parece el año de la consolidación del sandinismo y la aceptación amarga para la oposición de que solamente dentro del Estado de derecho podrá disputarle el poder a un establecimiento cada vez más poderoso.