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Cuba, una era de cambios que no termina

Mauricio Jaramillo Jassir

Paz en Cuba - Dominio Público

En los últimos años, el mundo se acostumbró a que Cuba fuese noticia.

En 2016, por decisión de los gobiernos de Barack Obama y Raúl Castro se pensaba que comenzaría el fin de uno de los capítulos más largos y atrayentes de la Guerra Fría que enfrentó a dos símbolos de cada uno de los sistemas, y cuya resistencia por parte del a todas luces más débil ha despertado desde la curiosidad, pasando por la indignación y hasta la admiración.

En 2006 comenzó una era de cambios que no ha parado hasta la actualidad, por eso sorprende más allá de la aceptación o rechazo al modelo cubano que se afirme de que se trata de un sistema incólume, pues más allá de bondades y defectos, el comunismo cubano ha sido históricamente cambiante. En julio de ese año, Fidel Castro anunciaba el retiro del Consejo de Estado, órgano del poder ejecutivo, y daba inicio a la salida formal de la dirigencia histórica que participó de la campaña de la Sierra Maestra que derivaría en la toma de La Habana. A mediados de la década pasada, Cuba parecía haber dejado atrás el penoso lapso bautizado por el oficialismo como “período especial en tiempos de paz”, cuando el derrumbe soviético hacía vaticinar el fin del proceso iniciado en el 59.

Sin embargo, una capacidad de adaptación emergió para flexibilizar el sistema económico y obtener provecho del comercio internacional y de las inversiones extranjeras, todo apoyado en el sector turístico. Como corolario del proceso la llegada de Hugo Chávez quien llegó a entregarle hasta 500 mil barriles diarios de petróleo cerró un ciclo en el que la revolución revivió sus mejores tiempos. Sin embargo, tres hechos precipitaron una nueva crisis de la que Cuba difícilmente saldrá en el corto plazo. Primero, la crisis venezolana terminó en una atrofia de su capacidad petrolera que impidió la asistencia. Cuba que se había beneficiado del esquema de Petrocaribe sufría las secuelas del descenso venezolano a los infiernos. Segundo, en 2017 contra todo pronóstico se produjo la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Aunque se pensaba que podía primar su pragmatismo como “hombre de negocios” y que continuaría con el acercamiento a Cuba para sacar provecho y terminar de desmontar la retórica del bloqueo, el entonces mandatario se terminó comportando como el más radical de los republicanos. Y finalmente, la pandemia que ha golpeado al mundo terminó por ahondar una crisis que se venía arrastrando. La caída de las remesas y del turismo junto a las sanciones impuestas por Estados Unidos, han precarizado la situación cubana en la que poco parecen contar las conquistas emblemáticas históricas.

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Bandera de Cuba - Dominio público

El Partido Comunista Cubano, verdadero centro de poder, al menos desde 1976 año de la Constitución, ha cambiado de acuerdo a las circunstancias y por eso, en 2019 lanzó un proceso de reforma ambicioso e inédito que se materializó en una reforma a la carta magna. En esta se reconocieron como permanentes muchas de las trasformaciones coyunturales del periodo especial y políticamente se dieron tímidos equilibrios como la limitación a la relección del presidente, el nacimiento de la figura del primer ministro y la profundización de la descentralización. Sin embargo, de esta era de cambios quedaron varios pasivos, como la no inclusión del matrimonio igualitario, reivindicación emblemática de la población LGTBI+ uno de los segmentos más activos en los últimos años.

La propuesta de convocar una consulta popular al respecto parece un retroceso además de los riesgos de plebiscitar los derechos humanos. De igual forma, las tímidas reformas al sistema político no parecen convencer a los más escépticos que esperaban mayores atribuciones para el aparato legislativo, la Asamblea Popular, para que esta funcionara de una manera similar a los parlamentos o congresos en las democracias liberales. Y obviamente, la imposibilidad de reconocer los derechos políticos de la oposición hace pensar en una transformación incompleta.

De otra parte, las manifestaciones que sacudieron a Cuba a mediados de julio deben entenderse en un contexto global de inconformismo con la política, exacerbado además por la pandemia como ha ocurrido en otros lugares donde se han presentado protestas antes durante y post pandemia. Este tipo de hechos se han presentado en Francia, China, Bielorrusia, Estados Unidos, Chile y Colombia, entre otros. Sería tremendamente sospechoso que se den expresiones masivas de inconformismo en todo el mundo y no en un determinado país, en especial en Cuba. 

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Oleo el Puerto de la Habana - Dominio Publico

Más allá de las retóricas de los absolutos y extremos, entre quienes consideran que se trata de una dictadura y aquellos que le endilgan el peso de todo al bloqueo, hay una sociedad cubana que pide cambios y que no está en disposición de aceptar que su futuro se decida en territorios ajenos, especialmente que sea el exilio en la Florida el que terminé gestionando los asuntos de la isla. Aquello parece tan apetecido en esa población como catastrófico para los cubanos. El desafío para el Partido Comunista Cubano parece el de manejar un escenario de protestas como parte de la democracia incluso si en Cuba se agita la bandera de la democracia popular. Desde hace varios años, personajes emblemáticos que han apoyado el proceso o que al menos lo respetan, han expresado su inconformismo por la forma en que se maneja la política y entre los diversos reparos, parece frecuente la necesidad inaplazable por otorgar mayores garantías a quienes protestan, tal como se exige en otros países de la región.

Esta era de cambios iniciada en 2006 con la salida de Fidel parece enfrentar su reto más complejo e incluso comparable con la desaparición de la URSS. El comunismo cubano deberá adaptarse e las nuevas circunstancias y demostrar, una vez más, que se trata de una ideología tan vigente como funcional.