¿Por qué leer a Platón en Colombia?
Tomás Felipe Molina Peláez
En su obra cómica Las Nubes Aristófanes representa a Sócrates como un impaciente y pedante maestro. Por ejemplo, cuando Estrepsíades se le acerca por primera vez, Sócrates le responde como si fuera un dios: “Mortal. ¿Por qué me llamas?”. Para completar la escena, pronuncia esas palabras colgando de un cesto, ya que sólo así “podría investigar con acierto las cosas celestes”. En suma, Sócrates es un excéntrico insoportable.
Dicha caricatura del filósofo no solo influenció a los atenienses en el juicio contra Sócrates, como lo señala Platón en la Apología, sino que de algún modo es la representación de lo que la mayoría de la gente sigue creyendo hoy en día sobre los filósofos en general: inútiles y pedantes que se preocupan por lo que a nadie importa. Para mucha gente, por ejemplo, Platón es un griego barbado que se preocupaba por cuestiones irrelevantes, difíciles y aburridas. Platón, de hecho, seguramente también caminaba por los aires, como el Sócrates de Aristófanes, mientras hacía preguntas imposibles.
Puede que haya filósofos así, pero Platón definitivamente no era uno de ellos. Como se verá en este escrito, su obra está llena de preguntas sumamente relevantes para nuestra vida. Sin embargo, alguien podría decir que seguramente lo que un griego escribió hace más de 2300 años es irrelevante para nuestros problemas de pobreza, conflicto y justicia. ¿Qué nos pueden decir aquellos viejos filósofos, en efecto, sobre la paz o la justicia social? Los tiempos han cambiado y lo que los griegos pensaban no tiene importancia en nuestro contexto. De algún modo ese argumento tiene cierto asidero en la realidad, pero al final resulta siendo falso. Veamos por qué.
La obra de Platón, en efecto, tiene un elemento que no pertenece a nuestro tiempo. Como toda creación literaria, fue escrita en un momento histórico concreto. Platón escribía para los griegos de su época y, por tanto, los juegos de palabras, las referencias literarias, religiosas, históricas y políticas, son de su propio tiempo. En ese sentido, la obra de Platón puede parecer lejana y oscura. Pericles no es tan importante en nuestro contexto como Obama o Santos, y Homero no es tan conocido por nosotros como García Márquez.
Lo anterior, empero, tiene solución. Uno siempre puede leer sobre los griegos, sobre Pericles y sobre Homero, de modo que las referencias de Platón adquieran sentido. Seguramente nosotros no podemos, como personas del siglo XXI, contextualizarnos para pensar completamente como un ateniense del siglo IV a.C. Pero sí podemos leer a Platón, pese a nuestras limitaciones, acercándonos a su contexto histórico.
Por otra parte, los tiempos no han cambiado tanto como parece. La obra de Platón consiste mayoritariamente de diálogos en donde distintos personajes se interrogan mutuamente sobre problemas como la justicia, la virtud, el alma, la política, etc. Y dichos personajes muchas veces repiten las mismas opiniones erróneas que escuchamos hoy en las calles, colegios, oficinas y universidades de Colombia. Las diferencias entre Atenas y Bogotá, en ese sentido, no son tantas. Algunos personajes de Platón, como muchos colombianos, sostienen la opinión de que la felicidad está en hacer todo lo que uno quiera, sin moderación o justicia; o creen también que es preferible cometer una injusticia que recibirla; o creen que cometer una injusticia está bien siempre y cuando uno no sea descubierto; y muchísimos siguen estando de acuerdo con lo que Trasímaco expone en La República: que la justicia no es otra cosa que la ventaja del más fuerte.
Y aquí llegamos a la primera razón por la que Platón continúa siendo relevante: puesto que la mayoría de la gente sigue exponiendo opiniones muy similares sobre la justicia y la injusticia, sobre lo bello y lo feo, sobre lo bueno y lo malo, leer lo que Platón dice al respecto sigue siendo tan importante como en su propia época. Y en la Colombia de hoy el debate sobre las ideas anteriores tiene más relevancia que nunca. ¿Cómo no va a ser importante conocer qué es la justicia? Es más: ¿cómo podemos vivir buenas vidas sin saber qué es la justicia? ¿Cómo podemos vivir en paz sin saber qué es la justicia? Y en el problema de la justicia es mejor que ser guiados por Platón que por Uribe o Gustavo Petro.
Y es mejor no solo porque el alma de Platón es mucho más noble y bella. Eso es infinitamente obvio. Es mejor porque, aunque Platón no es el camino, el camino de Platón sí mejora nuestras almas. En efecto, los diálogos de Platón son psicagógicos (i.e., usan el arte de conducir y educar el alma). Eso quiere decir que la obra platónica trata de dirigirnos hacia la buena vida y hacia el Bien. Sin Platón es muy probable que sigamos manteniendo las opiniones de Trasímaco y vivamos malas vidas.
Y ahí está el punto. Los que opinan que Platón y la filosofía sólo se preocupan por problemas abstractos e irrelevantes no están entendiendo cuál es el propósito del griego. Platón quiere que vivamos una vida virtuosa, puesto que nadie puede vivir feliz sin ser virtuoso. De hecho, esa es una de las primeras cosas que intenta enseñarnos: que la vida inmoderada e injusta es necesariamente una vida desdichada. Contrario a lo que piensan los muchos, es imposible que el injusto sea feliz, precisamente porque la injusticia es incompatible con la buena vida. De tal modo, en Colombia abundan los infelices porque abunda la injusticia. Quienes opinen lo contrario pueden leer el Gorgias de Platón y ver lo relevante que dicha discusión sigue siendo para su vida, para su alma.
Para Platón, en efecto, la filosofía es una forma de vida. El aprendizaje de la filosofía platónica no es un mero ejercicio intelectual, aunque también sea un ejercicio mental delicioso. La idea de Platón es que vivamos de acuerdo al Bien, de acuerdo a la Justicia. Como lo explica maravillosamente Pierre Hadot en sus ensayos sobre filosofía antigua, en la Antigüedad el filósofo no era solo un investigador, sino que también era un director espiritual. Y, por tanto, uno siempre debe acercarse a un trabajo filosófico antiguo con la idea del progreso espiritual en mente.
Alguien podrá decir que las definiciones de virtud varían con el tiempo y que en consecuencia Platón no nos puede enseñar nada. Pero al leer los diálogos platónicos nos encontramos con que la discusión realmente no ha cambiado mucho. De hecho, en la obra misma de Platón uno de sus personajes sostiene la opinión de que la justicia es una mera convención que depende de un contexto social e histórico. Como decía Gómez Dávila, “los hombres cambian menos de ideas que las ideas de disfraz. En el decurso de los siglos las mismas voces dialogan”. El lector escéptico quedará sorprendido con la actualidad de las discusiones que se llevan a cabo en la obra de Platón.
Pero no es que Platón intente que todos pensemos lo mismo al mismo tiempo. Platón no era solo el summus orator, como le decían en la Antigüedad, sino que también era el mejor educador. Sabía muy bien que las almas tienen caracteres distintos y que, en consecuencia, deben ser guiadas de modo diferente (los diálogos, por cierto, son los mejores tratados de pedagogía que existen). El efecto de la obra platónica, de hecho, varía de acuerdo al tipo de alma que la estudia. No todos la interiorizan a la misma velocidad, ni del mismo modo. Pero sólo esperemos que dicho efecto sea siempre positivo en un país lleno de calícles y trasímacos.
¿Pero por qué leer Platón y no a otro? Bueno, Platón no es solo un filósofo. Platón es el filósofo. De hecho, como decía Whitehead, el resto de la tradición occidental no es más que una serie de notas al pie a su obra. Pero además Platón, contrario a lo que podría pensarse por lo anterior, no suele ser intimidante. Todo lo contrario. Nos recibe con magnanimidad en su casa y nos trata con toda la gentileza de un ateniense civilizado. Como ya lo he dicho antes, Platón es el mejor educador.
¿Por dónde empezar a estudiar el corpus platónico entonces? La obra de Platón es vasta: 35 diálogos y 13 cartas. Los temas que trata son igualmente muchos, así que es comprensible que el lector no sepa por dónde comenzar. Yo mismo comencé, aunque sin saberlo entonces, por el primero de los diálogos en el que Sócrates aparece: el Parménides. En ese orden de ideas, el Parménides es el primer diálogo porque es allí donde Sócrates es más joven. Y aunque a mí me encantó el diálogo, no recomiendo empezar por ahí.
En los siglos XIX y XX un paradigma de ordenamiento fue dominante: el cronológico. En efecto, los estudiosos del corpus intentaron, por medio de un análisis textual y filológico, determinar en qué orden había Platón escrito los diálogos. De tal modo, han intentado leer la obra platónica de acuerdo al supuesto orden de escritura. A mí me parece que establecer el orden cronológico de escritura es irrelevante para la lectura de Platón[1], pero no quiero entrar en esa discusión. El punto es que desde mi experiencia esa perspectiva no es tan interesante.
El mejor orden de lectura de los diálogos que yo conozco es el de W. Altman[2]. No carece de problemas, pero es pedagógico y tiene un orden lógico. Dicho orden empieza con el Protágoras y termina con el Fedón (imagen uno). Empero, el lector también puede empezar por la República, el centro del pensamiento platónico. Es más: si el problema de la justicia es aquello que lo ha impulsado a interesarse en la filosofía platónica, la República es un buen lugar para comenzar. El lector también podría comenzar por el diálogo que en la Antigüedad se consideró la introducción perfecta al pensamiento platónico: el Alcibíades Mayor. Pero el lector puede comenzar incluso simplemente por un diálogo cuyo tema le guste. Realmente no hay una forma dogmática y única de iniciarse en los diálogos, siempre y cuando después se haga una lectura ordenada y lógica.
Finalmente, leer a Platón es la única forma de hacer política honesta en Colombia, por lo menos en su sentido verdadero: mejorar nuestras almas y las de nuestros conciudadanos.
[1] Para un análisis más detallado del asunto, véase aquí