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Entrevista al Perdón

Jairo Hernán Ortega Ortega, M.D.

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“Los torturadores, profesionales de la infamia, siempre hablaban de un tercero que más tarde llegaría y ´le daría más duro´, evento que le exigía seguir buscando fuerzas de donde fuese posible, para encubrir la información que los crueles agentes, cubiertos con capuchas y guantes, y vestidos de poder, buscaba con choques eléctricos, sogas, uniformes y baldados de agua que, por la soledad y el frío de la noche, golpeaban y helaban con más fiereza, sumándole a esa villanía, los asfixiantes y tenebrosos ahogamientos, y la zozobra, que deja el terrible submarino y esa espantosa asfixia con la toalla mojada con aguasal; toalla que van apretando amarrada a la cara, contra la boca y la nariz y al tratar de respirar el agua salada se mete y raspa la garganta, se va por los pulmones y quema hasta lo más profundo del alma, y si no ´sacan´ respuesta alguna a sus preguntas, esos tipos, irritados por su fracaso, como fieras, sueltan bramidos de sus groseras bocas pidiendo un dato, aprietan más y más, exigiendo información, así sea pequeña, ahogando hasta forzar una respuesta, ´aunque sea un datico, gran malparido´. Y cuando aflojaban la toalla, yo podía respirar un poco más, aún en la dificultad, era un descanso, porque los pulmones no aguantaban más”.

El anterior testimonio está consignado en el libro “Y después de todo… EL PERDÓN. Sobre la vida, la tortura y seguir viviendo” (1), cuyo autor es Fabio Alejandro Mariño Vargas, quien dentro de la organización revolucionaria colombiana M – 19 era identificado como HIPÓLITO.

JAIRO ORTEGA (JO): - ¿Cómo fue su infancia, su juventud?

FABIO HIPÓLITO (FH): - Fui feliz. Con muchas inquietudes sobre la vida. Nacer en el campo generaba conflictos o llevaba a escenarios vergonzantes en mi infancia y juventud ya que decir campesino era despectivo. Crecí con esos temores o vergüenzas impuestas, deformadas por la “cultura”. Hoy digo que tuve la suerte de llegar a un hogar con limitaciones, pero con mucho amor. En un territorio pobre, arrinconado por la historia política de los gobiernos. Aprendí “mis segundas letras” en una escuela pobre (las primeras me las enseñó mi madre). Mi madre, recordada no sólo por sus hijos como “mamita Alicia”, fue una mujer maravillosa; era profesora sin serlo, era enfermera sin serlo, era matrona sin serlo. En mi casa se acostumbraba a hacer fiestas y todos tenían cabida. Sin tener riquezas, siempre había un plato de comida para todos, incluso para amigos que venían de lejos. Ella estuvo hospitalizada en La Hortua, antes del asesinato de Gaitán y de esa experiencia salió convertida en enfermera: ponía inyecciones, suturaba, curaba, aliviaba, en especial, el alma.

En nuestro Sativasur boyacense, mis hermanos, mis hermanas y yo hacíamos los oficios normales como traer leña, ver la vaca y las dos ovejas. Les ayudábamos a nuestros padres y lo hacíamos con amor, con aprecio. Aprendí a cocinar, a planchar, a coser y muchas otras cosas que después me sirvieron mucho no solo en la vida sino también en la militancia. Fuimos 4 hermanos y cuatro hermanas de las cuales dos murieron siendo muy niñas, una tercera falleció hace poco y la cuarta, La Negra, desapareció estando en su actividad insurgente; no sabemos si murió o no, aún hoy en día la seguimos buscando. Nuestros dos hermanos mayores fueron como unos verdaderos padres, se quitaban el pan de la boca para que estudiáramos. Otro es un personaje increíble, fantástico, parece un mago, tanto así que le dicen Makandal. Lo más bonito es que todo eso ha servido, ahora, para reconstruir el tejido familiar que la guerra destruyó

JO: - ¿Y el papá?

FH: - Nuestro padre, era casi que analfabeta, estudió hasta segundo de primaria. Hijo de una mujer que tuvo 6 hijos con diferentes hombres, pero que nunca aceptó que la mantuvieran; se hizo sola y a pulso. Una mujer liberal en el sentido más amplio de la palabra y eso que lo hizo en el siglo antepasado. Papá fue autodidacta, leía poesía, se hizo tinterillo y llegó a ser recaudador de rentas, registrador y alcalde. Simpatizó con la Alianza Nacional Popular (ANAPO) del general Gustavo Rojas Pinilla). Iba a misa, pero nunca lo vi confesarse. El arraigo cristiano en Sativasur es muy importante porque allí reposa un Cristo de Los Milagros, de quien se afirma suda cuando hay situaciones especiales. El comandante Jaime Bateman decía que las cadenas de afectos las hacen las madres al rezar.

JO: -Después de todas esas vivencias tan ricas y hermosas en su terruño, ¿qué decidió hacer en la vida?

FH: - Enseñar, ser profesor. En un colegio de Facatativá, interno, terminé el bachillerato y, por esas vueltas que da la vida voy a trabajar como docente a un colegio de Chía. Grata experiencia, con algunas características, por ejemplo, tuve alumnos muchos mayores en edad que yo. Lo otro fue que sentí que enseñaba, pero mal. Era de esperarse porque no tenía ninguna formación en pedagogía como tal. Entonces decido formarme como maestro en la Universidad Pedagógica Nacional. Quizás inspirado en quienes fueron mis profesores, en los que primero me hablaron sobre Simón Bolívar y despertaron mi inquietud por saber más sobre él. Es allí donde voy conociendo personas jóvenes con ideales de cambio político, equidad y justicia social, hasta llegar a involucrarme con el Movimiento 19 de abril, creado como rechazo a las elecciones presidenciales de 1970 ante el hurto que se hace de las mismas, favoreciendo a Misael Pastrana Borrero y negando la real victoria del general Gustavo Rojas Pinilla. Me voy entrenando en la militancia y se llega el momento de viajar a Nicaragua para apoyar la Revolución Sandinista. Viajo con mi hermano el mago, y antes de partir nos despedimos de la familia quienes crían que nos íbamos a estudiar a México. La única que sabía la verdad era La Negra, nuestra hermana que aún hoy buscamos.

 

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Fabio Alejandro Mariño Vargas, Hipólito, es oriundo de Sativasur, Boyacá. Profesor – educador popular e investigador social. Gestor de paz como compromisario de los Acuerdos de Paz de 1990. Experto en resolución de conflictos. Consultor en temas ambientales y en la implementación de programas de gobierno en el ámbito de la educación, vivienda popular y en procesos de participación ciudadana. Politólogo. Con especialidad en Administración Pública y en alta dirección del Estado. Participó en el proceso de liberación de Nicaragua, posteriormente fue asesor en el Ministerio de Educación y coordinador de la Campaña Nacional de Alfabetización Para Adultos, en los departamentos de Managua y Zelaya. Como combatiente del M 19. participó en el proceso de diálogo con el Gobierno de Belisario Betancur en Corinto - Cauca, en 1984. Fue vocero y miembro del equipo de negociación del M 19, junto con Carlos Pizarro, en el proceso de diálogo y acuerdos para la paz con el gobierno de Virgilio Barco entre 1989 y 1990. De 1990 a 1994 fue concejal en el municipio de Cali. Participó como candidato a la Constituyente de 1991. Entre los años 1995 a 2002 coordinó el programa de Bachillerato por la Paz orientado a los desmovilizados de los acuerdos de paz del 90 y a la población afectada por el conflicto social. los últimos 30 años ha sido gestor de paz y compromisario de la reconciliación. En el marco del plan de desarrollo Bogotá Humana coordinó la gestión social de Metrovivienda para el diseño y aplicación del programa de Revitalización del Centro ampliado. Luego fue subsecretario de Salud de Bogotá. Recibió el reconocimiento como gestor y educador ambiental por la Secretaría del Medio Ambiente de Cundinamarca y la condecoración Amigo de la Paz de la municipalidad de Saint Boi, Barcelona.

 

JO: - ¿Cómo fue su vivencia en Nicaragua?

FH: - Con la dicha de quedar vivo y la desdicha de quedar vivo, por los compañeros que se perdieron al fragor de la batalla, y también por los que, del otro bando, murieron. Fue una guerra intensa, con miles de alegrías, tristezas, sorpresas, explosiones, ausencias. Participé en la última etapa. De la guerrilla sandinista. En el Frente Sur en montañas, pueblos y ciudades, pero la revolución es un parto difícil, complicado. Cuando triunfamos, el 19 de julio de 1979, todo fue esplendoroso, la guerrilla ya no era tal, sino que era ejército del pueblo. Sin embargo, lejos de mi está hacer una apología de la guerra, por el contrario, la victoria embriaga y después viene la resaca porque hay muchos limbos: por las ausencias, as madres buscando a sus hijos, los hijos buscando a sus madres y a sus padres; todos tratando de encontrarse, sin la certeza de estar desaparecido o no. La clandestinidad nos carga de un amor doloroso. Se perdieron muchas vidas, tantas que un autor denominó a Managua como la ciudad de los muertos, debido a las lápidas que aparecían en muchas de las esquinas de sus calles en recuerdo a ellos. Después de la revuelta lo que me animó fue haber conocido en persona a un extraordinario ser que tan solo unos años antes había visto en mis borrosas fotocopias de universidad, el gran pedagogo brasileño Paulo Freire. Se convirtió en mi gran orientador para la Campaña Nacional de Alfabetización para adultos. Fue el tallerista. Para poder multiplicar esta metodología. Todo fue un sueño increíble hecho realidad. Sin embargo, hoy no estoy de acuerdo con lo que el Gobierno de Daniel Ortega ha hecho con esa Nicaragua por la que tanto luchamos con amor; hoy no hay amor en la política nicaragüense. Todos esos muertos que tuvimos valen la pena para volver a la democracia.

JO: - ¿Qué pasa después de Nicaragua?

FH: - Regresó a Colombia, al M – 19, no a hacer la apología de la guerra sino a enseñar la política, la revolución, a ética revolucionaria, el decoro personal de la lucha por los ideales. Le enseñé a muchachos y muchachas, el sentido político de lo que se estaba haciendo; también, sobre la guerra y sus consecuencias: la tortura, la muerte, el final. Me encomendaron el comando del Frente Sur, donde tuvimos situaciones exitosas, pero en la guerra muchas cosas pueden salir mal y fue así como di un papayazo; me cogieron, me detuvieron las fuerzas del Estado.

FH: Estuve tranquilo, en un principio porque esa era la función del enemigo. Ellos por medio de sus labores de inteligencia, ya sabían quién era yo. A pesar de estar vendado mi sentido orientación me indicó que me habían llevado a los calabozos del DAS. El trato físico no fue el mejor, tampoco el psicológico. De ahí me trasladan. a las instalaciones del Cantón Norte del ejército nacional, en Bogotá. Lo cual es bien paradójico, ´porque fue allí donde ejecutamos una de las acciones más exitosas del M 19, la que denominamos Operación Ballena Azul donde, a través de un túnel, llegamos hasta la armería del Cantón pudimos sustraer muchas armas. En las caballerizas del Cantón Norte, experimenté lo que significa, en todo su “esplendor” la tortura. Me criticaba por haberme dejado detener. Es muy diferente un enfrentamiento en un combate a enfrentar la tortura, porque es todo un proceso agobiante y devastador. A las acciones violentas contra el cuerpo, a los vejámenes contra la piel, a los insultos degradantes, se le suman el frío, la angustia, la indefensión, a impotencia, la sed, el hambre, el silencio, la soledad… uno combatiendo aguanta, pero aguantar la tortura es muy jodido. Creo que estuve allí durante 20 días, en los cuales no recuerdo haber orinado o defecado. Recibí golpes, fui electrocutado, asfixiado, sumergido en la orina y el estiércol de los caballos hasta casi el ahogamiento. Me aplicaron pentotal, el suero de la verdad; era su oficio, querían sacarme información, que entregará a mis compañeros, mí jefes; que les indicará nuestros sitios de reunión. Era tal el sufrimiento, que trataba de engañarlos. dándoles información falsa, pero con eso solo lograba más golpes y violencia de diversos grupos que se turnaban para ejercer con sorna y satisfacción el oficio de torturarme. Era tan insoportable el dolor que opté, como opción de vida, o solución a esa insoportable vida, por el suicidio. No tenía muchos medios para llevarlo a cabo, porque hasta los cordones de los zapatos me habían quitado. En un momento dado encontré un pedacito de vidrio, muy posiblemente de las gafas que me habían destrozado. Ya tenía en mis manos la forma de desangrarme. Otro calvario era el de las amenazas con la familia, afirmaban que detrás de la pared de la celda estaban mis hijos o mis padres; eso me derrumbaba. En tres ocasiones estuve a punto de morir, tanto así que resulté en las instalaciones del Hospital Militar Central, ubicadas en Bogotá. Allí un médico me revivía. Una vez estabilizado de nuevo mi destino era la tortura en las caballerizas. La inteligencia del M 19 ya tenía serias sospechas de mi captura y de cuál era mi sitio de reclusión. Entonces, mi hermano de sangre y de revolución, El mago, conformó El Comando del Amor; su objetivo era. liberarme cuando estuviera recluido en el Hospital Militar. Con toda su devoción, por las reforzadas medidas de seguridad, tan solo alcanzaron a comprobar que a quien llevaban agonizante a ese sitio para ser revivido era yo, Hipólito. Complementan su labor, enviando informaciones a los medios de comunicación y a las entidades que, para la época, amparaban los Derechos Humanos. De esa manera visibilizaron mi situación y quienes me tenían detenido tuvieron que cumplir lo determinado en el Estatuto de Seguridad del presidente Turbay Ayala y el ministro de Defensa Camacho Leyva; pasados 11 días si no tenían pruebas concretas, deberían liberarme o llevarme a una cárcel para que siguiera un proceso Judicial y no uno extrajudicial. Así lo intuí cuando me llevaron ante la presencia de una juez penal militar quién ordenó mi traslado a la cárcel Modelo. Me llevan hasta dicho sitio de reclusión y me dejan botado en un patio, no sin antes darme una inhumana golpiza de despedida, como una piltrafa. Cuando me transportaban en el camión, desde la caballeriza hasta la cárcel, empecé a extenderles mi mano, en agradecimiento, a mis torturadores; ellos la rehuían, la golpeaban, la escupían, la maltrataban. Me di cuenta de que les había ganado la lucha psicológica y en ese momento nació el perdón. Los perdoné. El perdón fue una decisión amorosa. Los perdoné tanto que hasta sus fisonomías se borraron de mi memoria. Al único que sigo recordando con detalle es al médico que me atendía en el Hospital Militar, no sé si es porque me volvía a la vida o porque no me dejaba morir. Lo primero que quise en la cárcel fue comer y allá me comí el manjar más delicioso del mundo, El Casado, que está compuesto por arroz con huevo frito.

JO: - Hoy, después de todo ese trajinar y testimonio revolucionario, pedagógico, político y amoroso ¿Qué expectativas tiene sobre las próximas elecciones presidenciales en nuestro país y qué mensaje les envía a los colombianos y, en especial, a los jóvenes de nuestro país?

FH: - En Colombia somos tan distintos y qué suerte ser distintos, ser diversos, ser contrarios. Es importante que todo eso se reúna en un solo ramillete que conforme la flor de la paz, pero amarradito con valores, con creencias, con ancestralidad, con respeto, con esperanzas, con amor, con propósitos de un país mejor. Debemos pensar en votar por reconstruir la paz, el diálogo, por seguir siendo distintos, diferentes, pero unidos en el sentir superior de la paz y de la vida. Como lo escribí en el final de mi libro: Ofrezco mi corazón como un territorio despejado de violencias, un rinconcito libre de odios y resentimientos; ofrezco mi vida como una vereda lejana a los rencores, y la entrego con amor, como se cuida una labranza campesina, en un territorio dispuesto para la gran cosecha de la paz.

(1) Mariño Vargas, Fabio A. (2019): Y después de todo… EL PERDÓN. Sobre la vida, la tortura y seguir viviendo. Bogotá. Colombia. Ediciones desde abajo Jairo Hernán Ortega Ortega, MD