Corazón tan blanco: treinta años después de un prodigioso secreto
Ismael Iriarte Ramírez
Ismael Iriarte Ramírez
Pocas veces se pone de manifiesto con tal claridad la magnitud del impacto que los secretos pueden tener en la vida de las personas, como en el desarrollo de la historia de Corazón tan blanco, aclamada novela del autor español Javier Marías, que en 2022 llega al trigésimo aniversario de su publicación.
Callar parece ser la consigna de los personajes de esta obra, que movidos por diferentes motivaciones consiguen preservar pequeños trozos de la propia existencia, al punto de encontrar en el olvido a su mejor aliado.
Nos encontramos pues ante una historia en la que la reconstrucción de la memoria lejos de ser una necesidad se convierte en una amenaza, como se advierte en el relato de Juan, narrador y protagonista de la novela que se resiste a indagar sobre los secretos de su padre, lo que queda claro desde la propia génesis de la obra, que constituye no solo uno de los inicios literarios más memorables, sino también una auténtica declaración de principios sobre el tono de la trama que envolverá a los lectores:
«No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados».
Sin embargo, la resistencia del protagonista a conocer lo que su padre se empeña en mantener bajo un inescrutable velo, que aún medio de la ignorancia se le antoja gravísimo y trascendental, no se hace extensiva a otras formas de secretismo más sutiles, sobre las que dedicará largas horas de reflexión durante los días posteriores a su matrimonio con Luisa. La presencia de una mujer, que en pleno viaje de novios y a través de la ventana de un cuarto de hotel lo confunde con su amante, es la puerta de entrada a una espiral de cavilaciones sobre los pequeños pero numerosos secretos que rodean la vida conyugal, los pensamientos, los recuerdos, los deseos o incluso las sospechas, así como las reacciones frente a los más insignificantes acontecimientos cotidianos, que a pesar de su intrascendencia podrían convertirse en grandes traiciones, por el simple hecho de mantenerlas ocultas intencionalmente.
Javier Marías en la Feria del Libro de Madrid - De Mr. Tickle - Trabajo propio, CC BY-SA
Ranz, el padre del protagonista, que en palabras de su hijo se presenta siempre imperturbable y satisfecho de sí mismo, provisto de la seguridad que le proporciona su postura superficial y autocomplaciente es un fiel reflejo de su tiempo, de una época convulsa que varias generaciones se empeñan en olvidar, como movidos por un tácito clamor vergonzante. No obstante, no son las memorias de sus años en el Museo del Prado, ni sus cuestionables gestiones como curador de arte cercano al franquismo los hechos de su pasado que deben ser acallados, estos se vinculan a una vida anterior que se escenifica en La Habana y que se empeña en olvidar, sabedor de que esta supresión de la memoria tiene la facultad de reparar los errores y espiar las culpas.
Los actos que Ranz ha desterrado de sus recuerdos son reprobables desde lo legal, lo ético y lo moral, sin embargo, no parecen general en él una entendible sensación de arrepentimiento, que en su mundo interior ha sido erradicada no solo por la muerte de las personas que conocían o sospechaban la naturaleza de lo ocurrido, sino sobre todas las cosas por la determinación de su silencio y la autenticidad de su olvido. En la existencia placentera y emocionante del padre no hay cabida para el remordimiento, más que por uno solo de sus actos: haber caído en la tentación de revelar la verdad a una sola persona, en lo que constituyó un momento de debilidad cuyas consecuencias insospechadas son lo único de lo que se lamenta en el crepúsculo de su vida, en la que encuentra una redención que no buscaba, al confesar sus actos por segunda vez, en esta ocasión de forma innocua.
Como es habitual en buena parte de la obra Javier Marías esta novela refleja sus resonancias shakespearianas desde el mismo título, que nos remite a la gélida actitud de Lady Macbeth ante su esposo, después de que este hubiera consumado el asesinato del Rey Duncan que ella misma había instigado: «Mis manos ya son de tu color, pero me avergonzaría llevar un corazón tan blanco». Cabe recordar que la presencia indeleble del bardo inmortal como fuente primaria de inspiración del autor madrileño se verá confirmada con otras obras como Mañana en la batalla piensa en mí (1994), cuya denominación encuentra su origen en Ricardo III y La negra espalda del tiempo (1998), una oscura referencia a La tempestad.
Completan estas líneas y la experiencia de una tardía pero reivindicadora lectura toda una colección de símbolos, que con mayor o menor sutileza aluden a las grandes cuestiones entre las que se destacan la almohada compartida, como icónica representación no solo de la vida conyugal sino también de la renuncia a la soltería; o los pantalones, que en el universo de esta novela definen mejor que cualquier otra característica la masculinidad de los españoles, cultura que también se ve retratada a través de la presencia de un sempiterno hombre de estado. Capítulo aparte merecen las vicisitudes de Juan y Luisa en su carrera como intérpretes, que superan el plano lingüístico y se convierten por igual en asunto diplomático, sentimental y metafísico.