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¿Qué es la autoridad?

Tomás Molina

Qué es la autoridad

Todo el mundo entiende algo sobre lo que es la autoridad, pero no todos saben con claridad qué es. La autoridad, a pesar de ser uno de los conceptos y fenómenos políticos esenciales, rara vez es sujeto de artículos, libros o tratados, pero por eso mismo resulta imperativo escribir al respecto para tener una idea clara de en qué consiste.

 

Kojeve y Freud pueden ayudarnos a entender su significado. El primero nos dice que un sujeto con autoridad es un sujeto que, al actuar sobre otros, no encuentra su resistencia u oposición, a pesar de tener estos la posibilidad de hacerlo. Esto quiere decir que quien tiene autoridad no debe usar la fuerza para conseguir que otros hagan lo que desea. La fuerza es lo opuesto de la autoridad, porque implica que el otro se está resistiendo a nuestras órdenes. Para tener autoridad también hace falta que no haya negociación alguna después de dar la orden. Donde uno tenga que negociar, convencer al otro, la autoridad se pierde, dado que ha encontrado una resistencia: el otro no quiere obedecer a menos de que se cumplan sus condiciones.

La autoridad, dice Kojeve, es necesariamente reconocida como tal. Una autoridad no reconocida es una autoridad que no lo es. Por eso debe apelar a la fuerza para conseguir sus objetivos. Esta no restaura la autoridad, ni es su manifestación, sino que es prueba de que la autoridad ha sido exitosamente negada. Cuando los políticos llaman a usar la fuerza para actuar con autoridad, dicen, por lo mismo, algo absurdo. Por la razón de que toda autoridad es reconocida como tal, toda autoridad es vista como legítima por los sujetos que la reconocen. Decir que una autoridad es ilegítima es como decir que la autoridad usa la fuerza para ejercer su autoridad, i.e., un absurdo. En países como Colombia, dado que las supuestas autoridades deben usar la fuerza para hacer valer sus órdenes, resulta claro que no son verdaderas autoridades: no son reconocidas como tal. El típico llamado del líder de derecha a “respetar la autoridad” es una farsa, como lo es el policía que solo puede hacer valer sus palabras por medio de la amenaza o la violencia. Si hay algo de lo que carecen tanto el líder como el policía que recurren a la coerción es de autoridad.

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A la autoridad se la obedece porque su deseo se ha asumido como propio. El deseo de la autoridad es mi deseo. Es verdad que nadie, ni siquiera el esclavo más servil, acepta plenamente el deseo de la autoridad como su propio deseo en su fuero interno. Pero en el acto no hay diferencia entre el deseo del esclavo y el del amo/autoridad: el esclavo actúa como si el deseo del amo fuera el suyo propio. Esto es así porque no está dispuesto a aceptar las consecuencias de la desobediencia: su muerte. La renuncia del esclavo a reaccionar en el acto contra la orden del amo equivale a que su deseo es el mismo del amo. Pero Freud complica esta imagen. El deseo reprimido, el deseo que se ha vuelto inconsciente a causa de que es incompatible con las exigencias del padre/amo/autoridad, regresa siempre en forma de síntoma. El inconsciente, al menos en tiempos de Freud, es una resistencia inevitable del sujeto ante la norma de la autoridad. No hay autoridad que no genere una resistencia si el deseo del sujeto contradice lo que esa autoridad demanda. Entonces, a pesar de que en el acto obedezcamos y no opongamos resistencia consciente, sí hay una inconsciente.

Pero este freudianismo elemental no toca directamente algo importante en Freud mismo: el sujeto puede obedecer a la autoridad, pero a veces necesita resistirse a ella o transgredirla para hacerlo. La resistencia puede ser simplemente parte del juego libidinal que el sujeto necesita para gozar la obediencia. El ejemplo más claro y obvio es el de la sexualidad: hay quienes solo aceptan el deseo del otro por medio de la negación, la resistencia, e incluso la transgresión del deseo del Otro. <<Solo acepto acostarme contigo después de que me persigas una y otra vez>>. El goce aquí no está en acostarse con el otro sino en negarse a hacerlo.

Por eso, no es que el sujeto secretamente quiera acostarse con el otro pero se haga el o la difícil: en realidad no quiere, porque su goce está en ese no querer, en la negación del deseo del otro. La culminación en la cama del otro tiene el objetivo de empezar de nuevo la negación, la distancia, la resistencia: el goce. Por supuesto, también tenemos el ejemplo de a quien le gusta inconscientemente que le digan que no, que le opongan toda clase de resistencias. Si obtiene lo que quiere de inmediato, se aburre. Lo mismo puede suceder a nivel político. Hay sujetos que solo obedecen a la autoridad precisamente porque se han negado a hacerlo en un primer momento. Sin ese preludio, sin esa resistencia, la obediencia a la autoridad sería impensable para muchos sujetos. Y cuando se la obedece lo que se busca es establecer otro obstáculo, otro no. 

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Entonces, a pesar de que, como dice Kojeve, una autoridad auténtica no necesita de la fuerza ni de la persuasión, eso no quiere decir que la autoridad carezca de toda resistencia. Algunos sujetos necesitan de la resistencia para probarse a sí mismos que permanecen auténticos, fieles a sí mismos frente a la orden de la autoridad. Y a pesar de que esta no necesita usar de la fuerza ni de la persuasión, el sujeto resistente montará toda una serie de negaciones —a veces meramente internas—precisamente para poder obedecer con la conciencia tranquila: <<yo obedecí, pero me queda el gusto de haberme negado>>. O incluso tenemos la variación cínica: <<yo obedezco, pero los bobos no saben que yo obedezco sabiendo que la orden de la autoridad es idiota.

Sé muy bien que la orden de la autoridad no vale la pena ser obedecida, y aún así obedeceré>>. Esto no hace sino reforzar la autoridad. Uno puede incluso decir, invirtiendo a Kojeve, que el signo de la autoridad es la resistencia: quien tiene autoridad es precisamente quien produce una resistencia en el sujeto. Quien no la produce es porque su orden carece de importancia, no registra en el sujeto. Sin resistencia no hay goce. O para ir más lejos, sin transgresión de la autoridad no hay obediencia de la autoridad