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Música clásica…¿aquí?

Tomás Molina

Música clásica…¿aquí?


En nuestro medio la música clásica es algo que se asocia exclusivamente con la alta cultura europea. En efecto, al hablar de música erudita la mayoría de la gente piensa en Bach, Mozart y Beethoven, pero no en Colombia o América Latina.

Por supuesto, esa misma mayoría siente que la música clásica no le pertenece, que no es parte de su cultura. No obstante, ese sentimiento es solo medio verdadero: en efecto, Bach no es tan cercano a nosotros, pero dichosamente contamos con nuestra propia interpretación de la música clásica europea. En efecto, América Latina también tiene música erudita de la que sí participamos directamente.

Evidentemente la alta cultura europea nos llegó con nuestros antepasados españoles. -Y señalo aquí enfáticamente que eran nuestros antepasados porque no me gusta la costumbre colombiana de excluirlos de nuestra genética cultural e histórica. Aquí se dice que los españoles “nos conquistaron”, como si nosotros no fuéramos descendientes de los españoles. Los españoles conquistaron a los indígenas, pero no a nosotros. Nosotros somos el resultado de esa conquista. Descendemos tanto de los indígenas como de los españoles-.

Luego, esa cultura se americanizó rápidamente. Tanto los pintores indígenas de Cusco como los violinistas indígenas paraguayos de las compañías jesuitas le dieron su propia modulación al arte europeo. Basta con ver las iglesias barrocas o los centros históricos de nuestras ciudades: su base es obviamente española, pero aclimatada a los Andes. La Candelaria, verbigracia, es un pueblo español, pero tiene algo distintivamente andino. Pues bien, lo mismo sucedió con la música. Piénsese, por ejemplo, en Xicochi Conetzintle Xochipitzahuac del compositor portugués Gaspar Fernandes (puede escucharse aquí). No es solo que la letra está en una lengua indígena de México, sino que ya en la música detectamos rasgos típicamente latinoamericanos. 

De hecho, no solamente recibimos arte europeo, sino que exportamos nuestras propias creaciones a la metrópoli misma con éxito inusitado. El ejemplo de la chacona es quizá el más famoso: de una sensual danza suramericana pasó a ser el ritmo que Bach usaría para la que fue una de sus más grandes composiciones: la Chacona para violín en re menor. Así pues, cuando el lector escuche alguna de las maravillosas interpretaciones de esa cima del arte europeo, debería recordar que su origen está en Suramérica. Parece que no estamos tan lejos, después de todo, de Bach.

Ya después de la independencia aparecieron excelentes compositores autóctonos. Desafortunadamente, empero, siguen siendo relativamente desconocidos incluso entre la gente culta. Y no por la ausencia de calidad en sus obras, puesto que son muy buenas, sino porque la gente sigue creyendo erróneamente que la música culta es algo que no nos pertenece. Pero sí nos pertenece: no solo porque la heredamos, sino porque la transformamos para apropiárnosla. Quizá los poetas han tenido mejor suerte en la conciencia general: Rubén Darío, por ejemplo, es mucho mejor conocido que sus equivalentes musicales. Lo mismo pasa con Borges, Silva y García Márquez. Pero en el campo de la música tenemos por lo menos un gigante de la misma estatura de Darío o Borges: Agustín Pío Barrios.

Sobre Darío comentaba Juan Valera que:

“Lo primero que se nota es que está saturado de toda la más flamante literatura francesa. Hugo, Lamartine, Musset, Baudelaire, Leconte de Lisle, Gautier, Bourget, Sully-Prudhomme, Daudet, Zola, Barbey d’Aurevilly, Goncourt, Flaubert y todos los demás poetas y novelistas que han sido por usted bien estudiados y mejor comprendidos. Y usted no imita a ninguno: ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano: usted lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro y ha sacado de ello una quinta esencia”.

Lo mismo podríamos decir de Barrios: está saturado de la más flamante música culta. Bach (por ejemplo, en su preludio en sol menor, o en su catedral), Chopin (en su mazurca appasionata), Paganini (en las Abejas) y otros tantos más que dejaré que el lector descubra por sí mismo. Pero Barrios realmente no imita servilmente a ninguno: lo ha puesto a cocer todo en el alambique de su cerebro y ha sacado de ello una esencia latinoamericana (bellamente expuesta, en mi opinión, en su Danza Paraguaya). En efecto, allí en su música podemos escuchar nuestro mestizaje: están las danzas indígenas del maíz maduro mezcladas bellamente con lo más alto del romanticismo europeo. Barrios, sin duda, no es ni europeo ni americano puro, sino latinoamericano. Por eso me gustaría que alguno de los que dice que la música clásica no tiene nada que ver con nosotros me diga que la Danza Paraguaya no le habla a su alma.

Argentina, por su parte, ha sido quizá uno de los países que más ha contribuido a esta interpretación latinoamericana de la tradición culta europea. Ginastera, por ejemplo, aunque relativamente olvidado, compuso y arregló música realmente buena (por ejemplo, sus Danzas argentinas). Otro ejemplo es Jorge Morel con sus composiciones para guitarra clásica (verbigracia, su Danza brasilera). También está Carlos Guastavino, genialmente interpretado por la también argentina Martha Argerich. Y sería absurdo olvidar a Carlos Moscardini, a Máximo Diego Pujol y a José Luis Merlín, todos excelentes compositores en sus propios estilos.

México también ha dado compositores tan notables como, entre otros, Ponce (su ballet fue popularizado por Andrés Segovia). Brasil nos ha dado el compositor latinoamericano más conocido en el mundo de la música clásica en general: Villa-Lobos. De hecho, sus Bachianas brasileras están entre las obras más famosas de todo el repertorio de la música erudita.  Y su fama está muy bien justificada. Son realmente maravillosas. De hecho, igual que Barrios, Villa-Lobos logra transformar las armonías de Bach al sentir latinoamericano. Venezuela, por su parte, nos ha dado compositores tan notables como Antonio Lauro (interpretado aquí por E. Assimakopoulos), Rodrigo Riera (cuyo Preludio criollo es tremendamente popular entre los estudiantes de guitarra) y Eduardo Marturet

Y Colombia, por supuesto, no ha sido la excepción. En el mundo de la guitarra quizá el más famoso compositor sea Gentil Montaña. Aunque mucha gente ha escuchado su nombre, no muchos están realmente familiarizados con su música. Montaña no fue tan grande como Barrios, pero su música es bastante buena. Muy recomendables son sus suites colombianas, con joyas de nuestra tradición como los porros (aquí el de la suite #4, interpretado por el coreano Deion Cho) y los bambucos.

Pero Montaña no es el único compositor notable del país. Luis Calvo también compuso obras magníficas (como Lejano Azul, interpretada aquí por Teresita Gómez). Uribe Holguín fue famoso entre ciertos círculos durante alguna época, pero hoy vive bastante olvidado. También es preciso nombrar a Adolfo Mejía, cuyo bambuco en mi es apreciado por los guitarristas del país. No obstante, también tenemos compositores relativamente jóvenes como Lucas Saboya, cuya bella Suite Ernestina fue grabada recientemente por José Antonio Escobar para el sello Naxos. Como casi toda la música aquí mencionada, Saboya compone en un estilo que es particularmente latinoamericano, pese a que obviamente hay influencias grandes de la tradición europea.

En conclusión, la música clásica europea también nos pertenece puesto que nos la hemos apropiado y le hemos dado nuestra propia cadencia, nuestra propia voz. Quizá a la mayoría de colombianos no les interese escuchar a Bach porque aparentemente está muy lejos de sus referentes culturales y auditivos. Pero seguramente Gentil Montaña, Lucas Saboya, Agustín Barrios, Antonio Lauro y demás compositores sí resuenen directamente en su alma.
Solo hay que darles una oportunidad.