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El árbol del amor: raíces de resistencia y reconciliación para los niños de la guerra

Por:Ximena Serrano Gil

Foto:Mathew Charles, Alberto Sierra

“Recuerdo cuando la muerte entró en mi casa, sin permiso y sin molestarse siquiera en llamar a la puerta. Pero no me molestó. Era silenciosa. Se esperaba. Y supe que era el comienzo. La guerra era ahora parte de mí…”. Fragmento del relato de una ex niña soldado reclutada por un grupo armado ilegal de Colombia.

Crecí en un pueblo donde la guerra era mi día a día. Balas. Bombas. Muerte. Allí ellos reclutaban niños como si fuera normal. Era la única oportunidad de trabajo. Nadie pensó que era malo…”, relata una joven indígena excombatiente.

La vinculación de niños, niñas y adolescentes a los grupos armados ilegales es un problema sin resolver y un tema que se debe entender desde las realidades de sus protagonistas: los niños. Comprender sus vulnerabilidades, motivaciones, experiencias y sueños permitirá diseñar estrategias de resiliencia para su recuperación y reincorporación.

En el escenario del conflicto armado, se da la tendencia de categorizar a los niños soldados como víctimas, como chicos secuestrados, muy débiles, y no es así. Un estudio adelantado por el profesor posdoctoral de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, Mathew Charles, en conjunto con la periodista Karen Fowler-Watt, académica principal en la Facultad de Medios y Comunicación de la Universidad de Bournemouth (Reino Unido) analizó y profundizó en las realidades de los niños de la guerra a través de ejercicios narrativos donde ellos escribieron sus historias de vida.

El proyecto titulado El árbol del amor: escritura de la vida y ‘estaciones del yo’ por ex niños soldados en Colombia, se desarrolló en Jambaló (Cauca) con los niños soldados de la comunidad indígena Nasa Yuwe (o “gente del agua” en su lengua), que hacen parte de los miles de niños reclutados durante 55 años de conflicto y quienes describieron sus experiencias en torno al Árbol del amor, un lugar mágico de encuentro en el que se comparten ilusiones y anhelos, cuya fuerza y constancia representan la resiliencia del pueblo nasa frente a la violencia.

Los Nasa o Páez representan el 13,4 por ciento de la población indígena de Colombia, según el censo de 2005. La mayoría están distribuidos en la región de Tierradentro, entre los departamentos de Cauca y Huila. Otros están en Tolima, Valle del Cauca, Caquetá y Putumayo.

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“Recuerdo cuando la muerte entró en mi casa, sin permiso y sin molestarse siquiera en llamar a la puerta. Pero no me molestó. Era silenciosa. Se esperaba. Y supe que era el comienzo. La guerra era ahora parte de mí…”. Fragmento del relato de una ex niña soldado reclutada por un grupo armado ilegal de Colombia.

 

Las palabras como instrumento para florecer (retoñar)

En su interés por la construcción de la paz creativa y participativa, el investigador Mathew Charles, de origen británico, quien llegó a Colombia como corresponsal de la BBC y de The Telegraph, centró su investigación en la participación de niños y adolescentes en grupos armados no estatales, e indica que el objetivo del proyecto fue crear un espacio para que estos chicos contaran sus propias historias y, ¿por qué no?, para fortalecer sus raíces.

“El árbol del amor (Fxtuu wêdxnxi, en páez o Nasa Yuwe) fue muy interesante, cuando llegamos al colegio el primer día del taller los chicos nos dijeron que fuéramos mejor afuera, y nos sentamos debajo de las ramas de un árbol. Nos contaron que ese árbol gigante cubierto de flores rosadas se llama el “árbol del amor” porque es un sitio donde los chicos van para compartir con sus amigos y, en ocasiones, a hacerle honor al nombre”, cuenta Charles.

Ese gran collage de historias que combina sentimientos, recuerdos y añoranzas gira en torno a relatos sobre la amistad, la familia y el amor, pero también retrata el dolor, el temor y lo que estas sensaciones han representado para ellos. Un ejemplo es la narración de la historia de un joven de 18 años: “Lo encontraron en el río, asesinado. Faltaban pocos días para su graduación. Todo lo que quería era estudiar. Buscaba una vida mejor. Su asesinato fue un mensaje para todos los niños y las niñas, para todos nosotros. Nuestro único futuro es el presente”.

Y es que en la realidad del conflicto armado no se distingue género. Niños y niñas ingresan a sus filas en igualdad de condiciones; sin embargo, la experiencia de una niña soldado es mucho más compleja: “Algunas han sufrido abuso sexual, pero otras se meten con los comandantes para estar más seguras, para no tener que hacer los trabajos más difíciles como prestar guardia o llevar leña. Si son las compañeras del comandante, tienen mayor protección, entonces algunas entienden esta situación y lo hacen. Las niñas también entienden y tienen estrategias y mecanismos para vivir en medio de estas circunstancias tan duras”, explica Mathew Charles.

Esto se ve reflejado en los extractos autobiográficos de las jóvenes excombatientes: “A mí me secuestraron de mi casa. Tenía 15 años. Y desde ese momento sufrí violaciones. Cuando una niña llega a un campamento, desde el momento en que un comandante la toca, cualquiera puede, y las violaciones son constantes. Aparte de la violación, acabé embarazada y entonces me obligaron a abortar con seis meses de gestación. Tenía 16 años. No podía llorar. No podía decírselo a nadie. Cada día era tan doloroso, tan difícil…”.

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El pueblo Nasa se concentra en el departamento del Cauca, en donde habita el 88,6 % de la población (164.973 personas). Le sigue Valle del Cauca con el 3,8% (7.005 personas) y Putumayo con el 1,7 % (3.190 personas). Estos tres departamentos concentran el 94,1 % de esta población. Los Nasa representan el 13,4 % de la población indígena de Colombia.

No todo reclutamiento es forzoso

Según el Derecho Internacional Humanitario (DIH), el reclutamiento de niños menores de 15 años por grupos armados al margen de la ley es un crimen de guerra, independientemente de si los niños se ofrecen voluntariamente o no. Esta es una violación constante a la prohibición internacional. “Hay dos cosas que debemos entender. Primero, no todo reclutamiento es forzado, algunos chicos quieren ir. Todo el reclutamiento es ilegal, pero no es forzado y eso es diferente. Segundo, si le decimos a los chicos que fueron secuestrados, que el reclutamiento es forzado, no estamos entendiendo su realidad, ni las razones por las cuales ellos se unieron a los grupos”, enfatiza Charles, quien dirige el Semillero de investigación: crimen organizado, del Rosario.

Así es que el reclutamiento forzoso no es la única forma como los grupos armados ilegales engrosan sus filas, y en este contexto el Estado tiene responsabilidad frente al reclutamiento, pero también un gran desafío. La antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia, Ximena Pachón, en su publicación La infancia perdida en Colombia: los menores en la guerra, desarrollada por el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Georgetown, indica que ”la descomposición social, el cubrimiento escolar de la región, los niveles de pobreza y la pauperización de la familia, las estructuras familiares resquebrajadas, además de la presencia de padres, hermanos, parientes o amigos dentro de estos grupos, son algunas de las variables que, junto con otros factores, inciden en la decisión del menor de tomar las armas”.
 

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La decisión de unirse a un grupo ilegal depende del entorno de sus casas. “Hemos visto que los niños que no se unieron a ellos vienen de estructuras familiares muy fuertes donde hay una figura paterna, donde los padres dicen hay que estudiar y sacar a los chicos adelante. Tal vez para los otros jóvenes no fue así, pues en ocasiones deben dejar de estudiar para llevar dinero a la casa y con esa presión algunos niños empiezan a trabajar con coca y ahí es cuando se da el vínculo con el grupo armado”, argumenta Charles.

El docente de la Universidad del Rosario llama la atención sobre algo que le parece interesante y es que ha encontrado algunos ex niños combatientes que inicialmente fueron secuestrados, pero que al final se unieron a la ideología. Una vez fuera, y aunque saben que son víctimas y saben que el reclutamiento fue ilegal, no tienen ningún tipo de arrepentimiento, no tienen malos sentimientos hacia la guerrilla porque fue una vida que les gustó.

En su estudio, los autores plantean que las memorias de los niños soldados ofrecen una “ventana a las mentes de los niños y a sus diversas experiencias de guerra”, pero también son un espejo de la sociedad que puede resultar incómodo de ver.
 

Resiliencia y resistencia

Para los niños de la guerra y las comunidades vulnerables que se encuentran en las zonas de conflicto como el departamento del Cauca, la resiliencia y la resistencia son aspectos que marcan su realidad. Como indígenas el aspecto de resistencia es muy fuerte en la comunidad y se hace evidente con la guardia indígena, con la que ellos generan un potente barrera.

En cuanto a la resiliencia, esta hace referencia a lo que tienen todos: crecen con el conflicto, aprenden a vivir con él, es algo que deben hacer para sobrevivir. Aunque ningún niño debería vivir en el conflicto, ellos crean sus propias formas y habilidades para sobrevivir en este contexto. Algunos niños tienen conocimientos políticos y saben cómo manejarse y moverse en estas zonas mejor que los adultos.

En palabras del investigador: “Resiliencia es aprender a vivir con circunstancias difíciles, pero resistencia es más, resistencia es tener la confianza de no unirse con el grupo armado o de no volverlo a hacer, porque lo que vimos en las comunidades, especialmente en las indígenas, es que hay una estigmatización hacia los jóvenes excombatientes y algunas comunidades no los quieren aceptar, sin importar si son niños, pues la violencia es una ruptura con sus conceptos de convivencia y armonía. Eso para un niño es muy duro, si tu familia o tu comunidad no quiere aceptarte, ¿qué haces?, pues vuelves a los grupos armados porque necesitan una estructura y las del Estado son muy débiles para afrontar el tema de reintegración”.

Proyectos como El Árbol del amor pueden fomentar el crecimiento postraumático al permitir a los antiguos niños combatientes no solo 'recuperarse', sino volver y construir un lugar mejor. Este ejercicio de investigación le permitió a estos jóvenes vislumbran un mejor futuro, pues recibieron por parte del proyecto equipos y formación en animación y producción audiovisual. Así, estos ex niños del conflicto crearon una empresa que hoy presta sus servicios para fiestas y eventos. Por su parte, Mathew Charles, continúa investigando en torno a los jóvenes de la guerra desde diferentes trincheras.

En el marco de la guerra, los niños y las niñas son los más vulnerables. Hilda Molano, experta en reclutamiento forzado de la Coalición contra la Vinculación de Niños, Niñas y Jóvenes al Conflicto Armado en Colombia (Coalico), indica en el artículo Los niños de la guerra publicado por la Universidad de los Andes: “Precisamente por su edad, por sus desarrollos psicoemocionales y físicos, están más prestos a atender ciertas dinámicas, costumbres o situaciones en sus comunidades. Ellos normalizan la presencia de los actores armados, ven con fascinación el poder que generan las armas y el control que estos grupos ejercen sobre las poblaciones”.

De acuerdo con los Principios de Ciudad del Cabo (1997) un niño soldado se define como: “Cualquier persona menor de 18 años que forme parte de cualquier tipo de fuerza armada regular o irregular o grupo armado en cualquier calidad, incluidos, entre otros, cocineros, porteadores, mensajeros y aquellos que acompañan a dichos grupos, que no sean puramente miembros de la familia”.

Más allá de esto, los niños de la guerra son aquellos para quienes la guerra y la violencia son su realidad y cotidianidad, quienes conviven con el miedo y el peligro dentro o fuera de las filas, quienes sufren el abandono por parte del Estado, quienes deben dejar sus estudios a corta edad, quienes conviven con la muerte, quienes cambiaron sus juguetes por fusiles, quienes anhelan un futuro y un lugar mejor.

 

 

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“Los niños crecen como niños de guerra, algunos se convierten en niños combatientes y después, con suerte, todos son niños supervivientes”, señala Mathew Charles, profesor posdoctoral de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos.

Entre el ‘invierno’ y la ‘primavera’

El Árbol del amor se desarrolló con 25 excombatientes indígenas entre 9 y 24 años, algunos eran desvinculados otros no, pero vivieron con el conflicto y crecieron con enfrentamientos y con bombardeos, según cuenta el periodista e investigador Mathew Charles. Entendiendo su entorno y el significado cultural del árbol, utilizaron las estaciones como estructura narrativa para representar las fases o momentos de la vida. De esta manera asociaron invierno con guerra y sufrimiento, primavera con salida del grupo armado.

“Con las historias construimos una animación de 25 minutos. Los chicos escribieron, ilustraron y animaron sus propias historias que muestran la realidad de su convivencia y adaptación a la guerra. Las historias son muy cortas, pero al sumarlas todas tenemos la historia total del niño soldado en Colombia”, complementa.
 

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Proyectos como El Árbol del amor pueden fomentar el crecimiento postraumático al permitir a los antiguos niños combatientes no solo 'recuperarse', sino volver a un lugar mejor.