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Ciencia al servicio de la comunidad

De las aulas a los barrios: ciencia al servicio de la sociedad

Por:Magda Paéz Torres

Foto:Milagro Castro, Alberto Sierra

En uno de los sectores más vulnerables de Bogotá, investigadores de la Universidad del Rosario conjugan saberes académicos y comunitarios para mejorar la calidad de vida de niños y niñas que habitan en la zona, en aras de brindarles atención integral, desde tres perspectivas: salud, diversidad e inclusión.

En la parte alta del nororiente de Bogotá se erige el barrio El Codito, una comunidad diversa donde convergen múltiples rostros del país, donde se aloja buena parte de la migración de regiones como Boyacá, Santander, Costa Atlántica y Venezuela, y donde también confluyen múltiples desafíos sociales. Históricamente, se han hecho evidentes en la zona dificultades para el acceso a los servicios públicos, a la movilidad, a la salud y a la educación, así como el lastre de imaginarios negativos, relacionados con la inseguridad.

Hasta este barrio, que no solo ha cargado con altos índices de pobreza, sino también con el estigma de parte de algunos sectores de la sociedad, llegó la Universidad del Rosario para poner en marcha un programa integral enfocado en la población infantil.

A través de la convocatoria del Ministerio de Ciencias denominada Innovación educativa para la primera infancia, un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud emprendió un trabajo participativo en este barrio de la capital del país, en el marco del Programa Nacional de Ciencias, Tecnología e Innovación en Ciencias Humanas, Sociales y Educación.

Se trata de una iniciativa transversal que busca impactar el bienestar colectivo trabajando de la mano de la población. La idea es escalar la ciencia a este sector, pero también reconocer y aprovechar los saberes comunitarios.

La profesora Luz Ángela Cortina, investigadora de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, de la Universidad del Rosario, explica: “Nosotros identificamos la situación de El Codito, específicamente de la población de primera infancia, y decidimos proponer un proyecto de intervención e investigación, en el cual abordamos tres ejes fundamentales: la salud, desde una perspectiva no hegemónica, más allá de la ausencia de enfermedad o el bienestar individual, llevada a lo colectivo; la diversidad, como un aspecto que transversaliza la existencia de todos los seres humanos; y la inclusión, como el ejercicio efectivo de los derechos y la participación”.

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“Hacer el tránsito a la presencialidad fue un asunto muy bonito porque retornamos a la relación cara a cara, volver a conectarnos, a ver los rostros, a conversar, a expresar emociones…”, afirma Luz Ángela Cortina, profesora de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud.

El proyecto denominado Educación inicial inclusiva, saludable y diversa. Caso El Codito, tiene en cuenta el liderazgo de los habitantes, especialmente el de las mujeres, que son actores claves en diversos procesos sociales, incluida la atención de niños y niñas. El objetivo es propiciar estilos de vida saludables, así como la inclusión y la equidad en el sector, a partir de la comprensión de los tejidos socioculturales y las prácticas cotidianas sobre salud y diversidad.

“El sentido es el reconocimiento de los saberes de la comunidad, el reconocimiento de las prácticas y la experiencia de las madres comunitarias, de las maestras de los Centros de Desarrollo Infantil (CDI), de las familias y, en esta medida, construir con ellos un programa, desde la perspectiva de conocimiento y saneamiento de la comprensión de las necesidades”, afirma la investigadora Ángela María Pinzón, médica con amplia trayectoria de trabajo académico y social en la zona.

Cerca de 30 madres comunitarias se han sumado a este proyecto, de manera voluntaria, junto con aproximadamente 30 maestras, que representan un alcance de más de 700 niños y niñas. El estudio está basado en la investigación- acción participativa y busca darle un valor a la labor que estas lideresas han desempeñado durante más de dos décadas. “Estamos en la etapa de coconstrucción, donde nos juntamos con la comunidad y comenzamos a aportar ideas para construir este programa”, puntualiza la profesora Luz Ángela Cortina.

Dadas las restricciones por la COVID-19, esta iniciativa arrancó de manera remota, con el desafío de introducir en la virtualidad a muchas de las mujeres de la zona. Sin embargo, el levantamiento progresivo de las medidas de aislamiento ha permitido retomar el contacto directo, con alternancia. “Hacer el tránsito a la presencialidad fue un asunto muy bonito porque retornamos a la relación cara a cara, volver a conectarnos, a ver los rostros, a conversar, a expresar emociones. Esa retroalimentación visual, en el marco de la relación con los sujetos, es bastante importante”, afirma Cortina.

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Óscar Larrota, investigador del proyecto y profesor del Rosario, explica que se propende por permitir a niños y a niñas explorar y sentir la diversidad y la participación.

No obstante las limitaciones de los talleres llevados a cabo en plataformas tecnológicas y el distanciamiento físico, Óscar Larrota, también profesor e investigador de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, destaca que la virtualidad les ha permitido entrar en la cotidianidad de la población. “Las personas nos presentan a su familia, van pasando una cantidad de cosas, que de alguna manera hacen que lo que llamamos comunidad sea un ‘nosotros’. Con relación a la presencialidad, todas las precauciones en temas de bioseguridad han sido muy importantes, así como la sensación de vernos, de encontrarnos. Eso cobra mucho valor”, anota.

La clave ha sido mantener una relación horizontal y respetuosa, no importan los canales o las barreras de esta coyuntura de salud pública. “Reconocer que hay cosas que ellas saben mejor que nosotros; por ejemplo, nosotros no hemos cuidado nunca tantos niños y niñas y no hemos vivido en el barrio, entonces necesitamos que nos enseñen cómo funciona todo y aprender de ellas, eso lo tenemos muy claro. Lo más importante es cumplir lo que uno promete y no prometer lo que uno no puede cumplir”, afirma la profesora Ángela María Pinzón.

Un trabajo mancomunado
Actualmente, en esta etapa de construcción articulada, se están generando diálogos sobre los pilares de la educación inicial, como son la literatura, la exploración, el juego y el arte.

Larrota explica que se propende por permitir a niños y a niñas explorar y sentir la diversidad y la participación. “Ha sido muy interesante reconocer que la diversidad está entendida –muchas veces– como quien es ‘diferente’ desde lo físico; nosotros logramos fragmentar esas miradas más tradicionales para comprender que la diversidad es un asunto inherente a los seres humanos, que no solamente está en lo físico o en los rasgos étnicos o raciales, sino también en la forma como sentimos, nos expresamos, como compartimos”.

Con base en las reflexiones colectivas se ha empezado a construir una serie de actividades para ponerlas en común con las maestras y con las madres comunitarias, e involucrar también a los pequeños. “Esas actividades de juego y exploración, como cuidar un huevo con un pollito, mientras se juega con otros, son un pretexto y una provocación para reflexionar sobre las implicaciones de cuidado propio y colectivo, allí radica la coconstrucción. Nosotros ponemos una parte, y la idea es que esto provoque también en las madres comunitarias, maestras y familias unas acciones sobre los temas por trabajar, para coconstruir el programa”, indica el investigador.

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“El valor importante de este proyecto es el hecho de trabajar en conjunto estos saberes tanto de la academia como comunitarios, no solamente ellos están aprendiendo de nosotros, nosotros también de ellos…”, dice Ángela María Pinzón, profesora de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud.

Esta parte del trabajo se ha concebido como un laboratorio de juego, así lo explica la profesora Cortina: “Vamos a jugar con ellas, a poner a prueba de cierta manera estas actividades que nosotros estamos llevando, para que ellas, en carne propia, puedan identificar, juzgar y decirnos si son válidas para el objetivo, y al ser provocadoras, también ellas plantean sus ideas para poder favorecer este objetivo que tenemos”.

Temas como la salud, se han abordado desde una visión integral, más allá de la alimentación y los cuidados individuales. Se ha trascendido al cuidado colectivo, para proteger la vida de todos los habitantes de la zona, partiendo de un proceso de sensibilización.

¡A reconstruir tejido social!
El aporte principal de esta investigación radica en sembrar una semilla de bienestar, con base en la ciencia, que pueda ser abonada en el futuro por la comunidad, en un sector de la ciudad que pide a gritos el apoyo para superar los vacíos institucionales y las problemáticas en términos de seguridad y de atención social, y donde es notoria la falta de oportunidades educativas y laborales.

“Esta es una de las zonas de Bogotá a la que han llegado víctimas del conflicto y del desplazamiento. Ello representa unas formas, unas costumbres, unas culturas, unos encuentros con unos hábitos, con unas tradiciones que hacen parte de la diversidad que tenemos como seres humanos para pensar, sentir, expresarnos. Por eso uno de nuestros propósitos es la inclusión en aras de generar espacios donde todos participemos”, expone el profesor Larrota.

Y es que la Universidad del Rosario ha venido haciendo presencia en esta zona, desde el año 2011. Con la investigación actual se le da continuidad a un trabajo de largo aliento que ha partido del conocimiento del entorno y sus actores, para poder diseñar caminos transformadores que planteen soluciones a las poblaciones que allí residen.

Por ende, la apuesta de este estudio que culmina en 2022 es generar cambios de fondo en el tejido social. “El valor importante de este proyecto es el hecho de trabajar en conjunto estos saberes tanto de la academia como comunitarios, no solamente ellos están aprendiendo de nosotros, nosotros también de ellos, y en ese sentido estamos generando un conocimiento muy interesante entre todos. En inclusión, esto es muy importante”, sostiene la profesora Ángela Pinzón.

Por su parte, la profesora Luz Ángela Cortina resume en tres vías el aporte de este proceso investigativo: “Primero el cuidado colectivo; segundo, el reconocimiento de la diversidad delotro como algo natural y que nos enriquece y nos favorece, social y culturalmente; y tercero, el hecho de que se pueda promover la participación desde el ejercicio colectivo de los derechos; ciertamente tendría que favorecer la reconstrucción de tejido social del territorio”.

De allí se deriva, entonces, un empoderamiento de la comunidad para darle continuidad a los procesos de mejoras sociales. “Es fundamental empezar a comprender esas diferencias como seres humanos y pensar que los distintos espacios, son un lugar propicio para que todas las personas podamos participar. Creemos que, sin duda, hay unos saberes que están puestos para fomentar el desarrollo, para fomentar el bienestar, que son reales y que muchas veces son invisibilizados por otras formas que los opacan”, manifiesta Larrota.

Al final, la idea es que a través de esta experiencia se puedan fortalecer los tejidos socio- comunitarios, de la mano de las mujeres, y que esta apuesta también pueda ser una experiencia significativa para otras madres comunitarias, para otras maestras, en diversos lugares de Bogotá y del país. “Que este sea el pretexto para pensar de una manera amplia el tema de la salud colectiva, la inclusión y la diversidad, desde la primera infancia”, puntualiza el investigador.

De esta manera, se plasma en las calles de Colombia, la impronta social de la Universidad del Rosario, el aporte socioacadémico al país, que es otro de los ejes institucionales. Profesores y estudiantes se vuelcan de las aulas a los barrios, con la convicción de que la investigación es el eslabón para crear nuevas y mejores sociedades y, por supuesto, para construir Nación.