El Médico de Macondo
Jairo Hernán Ortega Ortega, MD.
Conocí al médico de Macondo. El mismísimo Gabriel García Márquez (GABO) se encargaría de darme esa confirmación, como veremos más adelante. Cuatro a cinco veces me crucé con él; estuve en su entorno, compartí con su hijo y casi pido una cita en su consultorio para poder confrontarlo, cuestionarlo y entrevistarlo. Hasta la idea de un documental se me ocurrió, pero como algún personaje de Cien Años de Soledad ascendió a los cielos antes de que pudiera cruzar palabra con el Dr. Silvio Luna Prado.
GABO, en muchas de sus obras hace mención a los temas médicos y a los galenos en sì, quizás donde de manera más notoria se palpa el tema es en Cien Años de Soledad y en El Amor En Los Tiempos Del Cólera. No es despreciable el hecho de que su padre haya fungido como boticario y homeópata y que en sus memorias manifieste que en su familia lo querían ver convertido en médico, por el prestigio social y económico que conllevaba esa profesión.
De las cuestiones relacionadas con la medicina, o con la muerte, en la obra de García Márquez, recuerdo cómo en su libro cumbre relata la forma en que murió el coronel Aureliano Buendía; después de estar mezclado, en la calle, con la multitud, viendo el desfile del circo que llegaba a Macondo, se dirigió al traspatio de su casa a orinar en el castaño. “Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño. La familia no se enteró hasta el día siguiente, a las once de la mañana, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos”. Con seguridad el médico de Macondo certificó la muerte del coronel.
El Dr. Silvio Luna Prado, nació en Guapi – Cauca, bastante lejos de Macondo, y cursó sus estudios médicos en la facultad correspondiente de la Universidad Nacional de Colombia, La excelencia de sus notas lo eximió de presentar examen de ingreso a Medicina. Se especializó en enfermedades respiratorias en Francia. Durante más de veinticinco años laboró en el Hospital San Carlos, al sur de Bogotá, regentando su especialidad de Neumólogo, con mucho éxito., trabajando a la par con otro colega excepcional, el Dr. Alberto Muñoz Duque, natural del Líbano – Tolima. Se enfocó en el manejo de la tuberculosis, enfermedad que para esa época era un azote en el mundo. Dicha institución había sido construida para tal fin. La Fundación Hospital San Carlos se originó en el año de 1941, gracias al notable sentimiento altruista de don Gustavo Restrepo Mejía, un verdadero filántropo, quien consagró en la cláusula duodécima de su testamento: “Del remanente de mis bienes dispondrán mis albaceas destinando su valor a la construcción de un edificio, con los departamentos y anexidades propias, para hospital de tuberculosos, y dotarlo de las rentas que su sostenimiento requiera. Esta Fundación se denominará Hospital San Carlos en recuerdo de mi madre”. Cientos de futuros médicos pasaron bajo su certera tutoría en el Hospital San Carlos. Siendo ya médico estudió Derecho, “no para ejercer sino para mi satisfacción, entender el Estado y saber qué es un encaje bancario”.
De izquierda a derecha: de pie, el segundo (camisa amarilla), Felipe Boada, colaborador con información para este artículo. Sentado, en tercer lugar, (camisa café), Silvio Luna hijo.
Hacia 1968, Carlos Alberto Ramírez Grisales, conoció al hijo del Dr. Luna, también llamado Silvio, en el Jardín Infantil Metropolitano, ubicado en el barrio Santa Fe, en Bogotá. Siendo compañeros de estudio durante muchos años, se hicieron grandes amigos. Carlos Ramírez le presentó a Silvio Luna hijo a mi hermano Marco Antonio Ortega Ortega y de esta manera pude conocerlo. Por edad, ellos compartieron más vivencias, uniéndose a otros de su misma generación como Álvaro Ricardo Escobar Gil, Alfonso “Pocho” Ávila y Felipe Boada. Las épocas en que los amigos de barrio lo fueron para toda la vida. Las versiones de aquellos amigos de cuadra son las que han alimentado la mayor parte de este relato, en especial el testimonio de Carlos Alberto Grisales Ramírez. Mi hermano Marco Antonio tuvo el mérito de haberme presentado a Silvio hijo; su versión no queda registrada debido a su injusta, sentida y prematura partida. Durante la investigación no encontré a ningún familiar o allegado directo que pudiera informarme sobre la magnífica vida del médico y abogado Silvio Luna.
El barrio Santa Fe, tuvo su época de oro, no siempre fue “el barrio de las putas”; allí vivieron destacadas personalidades como León De Greiff, la empresaria Sofía de Chávez, los músicos Arnedo, el magistrado Rodrigo Escobar Gil, el cantante Christopher, el maestro de la fotografía Jaime Valbuena, el pintor Bolaños, el locutor y comentarista taurino Guillermo Rodríguez; médicos prestantes como el Dr. Alfonso Mariño, el famoso mago Gustavo Lorgia, el ingeniero Eduardo Acuña Bohórquez, empresarios de los cultivos de fresas y de los motores como los Guáqueta, educadoras como las Vidal, a más de una pléyade de personajes de la farándula nacional y jugadores de los equipos Santa Fe y Millonarios – tanto nacionales como extranjeros - ; también fue asiento de inmigrantes, alemanes, judíos, y polacos que se asentaron en muchas de las casas de estilo inglés que existían en sus calles y crearon empresa e industria como la fábrica de chocolates El Triunfo y otras de carácter textil; también en él vivieron españoles que llegaron huyendo de la Guerra Civil Española como el editorialista, escritor y crítico de arte Clemente Airó; además, en un momento, fue considerado el barrio de los costeños por todos los estudiantes de esa región que ocupaban sus calles los domingos para jugar chequitas y en las noches llenar de música vallenata sus rincones, tanto así que por allí vi desfilar a Abel Antonio Villa, a Luis Enrique Martínez, a Poncho Zuleta con Emilianito, a Colacho Mendoza con Pablito López, a Pedro García, a Beto Villa, y a otros muchos juglares apadrinados por el legendario Carlos H. Escobar Sierra. También fue fortín de grupos políticos como la JUCO (Juventud Comunista de Colombia), y de políticos; es aún leyenda el motivo por el cual el entonces presidente de la república, Guillermo León Valencia, frecuentaba una lujosa casa del barrio donde vivían las damas más hermosas que he visto en mi vida. Pues en ese barrio variopinto, hervidero de culturas y fusionador de regiones, vivió el Dr. Silvio Luna Prado, El Médico de Macondo.
Cuando en el año 2002 Gabriel García Márquez publica `Vivir para contarla`, el primer tomo de sus memorias (nos quedó debiendo dos), emprendí rápidamente su lectura. La pluma de GABO me atrapó y no pude soltar las páginas. Lo que más me emocionó fue lo que motivó la presente crónica; haber descubierto que en sus renglones mencionaba a una persona que yo había conocido: el Dr. Silvio Luna. En ese año sentí el impulso de ir a entrevistar al Dr. Luna. A punto estuve pero no lo hice. Años después se me ocurrió hacer un documental al respecto, acompañado del periodista de la Universidad Central Jaime Murillo Eslava; me faltó aterrizar la idea. Ya madurado el arranque decido escribir y me entero de que el galeno había fallecido.
La edición de `Vivir para contarla`, que tengo en mis manos, es de la colección DEBOLSILLO, segunda reimpresión de septiembre de 2015, de Random House Mondadori, impresa en Colombia. En el capítulo 4, el autor nos cuenta sobre su ingreso a estudiar en el Liceo Nacional de Zipaquirá, y nos va relatando sus vivencias y hace escuetos esbozos de sus compañeros de colegio. Entre las páginas 207 y 208 GABO plasma el motivo que me anima: “Humberto Jaimes, de El Banco, era un estudioso encarnizado al que nunca le interesó bailar y sacrificaba sus fines de semana para quedarse estudiando en el colegio. Creo que no había visto nunca un balón de fútbol ni leído la reseña de un partido de cualquier cosa. Hasta que se graduó de ingeniero en Bogotá e ingresó en El Tiempo como aprendiz de redactor deportivo, donde llegó a ser director de su sección y uno de los buenos cronistas de fútbol del país. De todos modos, el caso más raro que recuerdo fue sin duda el de SILVIO LUNA, un moreno retinto del Chocó que se graduó de abogado y después de médico, y parecía dispuesto a iniciar su tercera carrera cuando lo perdí de vista”. Ahí se consigna el motivo de mi pesquisa la cual, 14 años después, estoy aterrizando. De igual manera me hubiera dado mucho gusto haberle aportado al maestro García Márquez, tan dado a la perfección, que El Médico de Macondo no era del Chocó sino del Cauca, de Guapi. Corrían los años 40.
Siendo Carlos Ramírez Grisales amigo de Silvio Luna hijo, desde el kínder, concurría con frecuencia a la casa del Dr. Luna ya que el colegio les quedaba a tan sólo cinco cuadras. Carlos Ramírez cuenta que los Luna vivían en un apartamento ubicado en el segundo piso de un edificio de tres, en la calle 24 media cuadra arriba de la carrera 17 hacia el costado norte; accedían a través de un patio, ascendiendo por unas escaleras de granito iluminadas siempre por la penumbra. Allí los recibía doña Alicia, esposa del Dr. Luna y Goyi, la mano derecha en los quehaceres de la casa. Las dos también tenían los rasgos comunes de las gentes afro del Cauca. Goyi se desvivía por atenderlos. El Dr. Silvio Luna llegaba, todos los días, con puntualidad inglesa, en un viejo carro negro, a almorzar. Doña Alicia se esmeraba por mantener todo en orden y Goyi preparaba exquisitos majares del mar (cazuelas, arroz de camarón, jaiba, sopa de cangrejo…). El carro del El Médico de Macondo posiblemente era un Studebaker o un Oldsmobile, muy bien mantenido. Era característica su notoria nariz en forma de flecha que apuntaba hacia abajo y siempre se peinaba con gomina para dominar lo encrespado de su cabello. De voz gruesa, firme, apacible, casi de locutor. Por norma con vestido de paño, siendo infaltables el chaleco, la corbata y un largo abrigo; en negro o en grises y con sombrero, como todo un cachaco. Siempre, después de almorzar, consumía una granadilla, en el centro de la mesa no podía faltar, ningún día, un frutero repleto de granadillas. El Dr. Luna nunca bebió alcohol ni fumó. Después de almorzar se marchaba al consultorio. El médico no dormía en la casa, sino en un pequeño apartamento que tenía adjunto a su consultorio.
El consultorio quedaba ubicado en el centro de Bogotá, en la calle 20 media cuadra abajo de la carrera quinta hacia el costado norte, número actual 5 – 62, por detrás de lo que era el hotel Bacatá que hoy pretende ser el edificio más alto de Colombia llamándose BD Bacatá, en una casona republicana de dos pisos a la cual se accedía por dos puertas, una de ellas daba al consultorio, el cual permanecía repleto de pacientes, la otra permitía ingresar al apartamento privado del Dr. Luna y a cuarenta habitaciones de inquilinato. En la pared aledaña a la puerta del consultorio s exhibía una placa en bronce con la inscripción: Dr. Silvio Luna Prado, Médico, Universidad Nacional, Especialista en Enfermedades de las Vías Respiratorias y Pulmones. El consultorio contaba con una sala de espera y todo el mobiliario en madera; una secretaria se encargaba de recibir a los pacientes y les entregaba un papelito de 4 x 7 cm donde anotaba en máquina de escribir, Remington, la fecha, la hora de cita y el costo de la misma. La sala de espera no discriminaba en cuanto a clases sociales y El Médico de Macondo tampoco. Atendía a todos de igual manera pero se notaba que era más afable con los desprotegidos. Dentro de sus pacientes se contaban muchas de las mujeres que vivían de la prostitución en la zona que en esa época colindaba con lo que hoy es la Universidad Jorge Tadeo Lozano; a ellas les colaboraba cuando estaban escasas de recursos para pagar las consultas, eran los tiempos que entre los médicos era famosa la frase “una noche con Venus y una vida entera con Mercurio”. Su fama de buen médico no era vana por lo que en un rincón tenía amontonados miles de regalos que sus pacientes le obsequiaban.
Consultorio y casona del Dr. Silvio Luna en el centro de Bogotá. La puerta de la derecha daba acceso a la sala de espera del consultorio.
Carlos Ramìrez no olvida la curiosidad que le producían a él y a Silvio hijo, los regalos amontonados en ese rincón, porque en la casa tenían un cuarto lleno también de regalos, pero con una particularidad, estaban sin abrir, sin destapar y muchos cubiertos de polvo. El Dr. Silvio Luna, en todos sus largos años de ejercicio profesional, nunca abrió los obsequios, el papel y las cintas estaban intactos y debajo de ellos se insinuaban billeteras, corbatas, botellas de vino, botellas de whisky, cinturones, guantes, libros, agendas, lociones, etc. Nunca los abrió. Evitó ser personaje, se dedicó a sí mismo y se reía de sí mismo, muestra notable de su talento e inteligencia. que eran su gran capital.
Para diciembre las cosas mejoraban, afirma Carloncho (así llamaba el Dr. Silvio a Carlos Ramírez). A Silvio hijo le decía `muchacho`. Les manifestaba que les iba a dar la Navidad, pero si contestaban tres preguntas que les hacía. Por lo general eran cuestiones científicas, artísticas, literarias, de historia o geografía o de cultura, en especial cultura griega y romana. El premio eran 300 o 500 pesos de esos días, hace como cuarenta años. Las preguntas eran muy difíciles y Silvio y Carlos siempre perdían; se quedaban sin Navidad. En una ocasión le respondieron con exactitud y el galeno no lo podía creer – o aceptar – y, a pesar de las protestas de los muchachitos, les hizo una cuarta pregunta que también respondieron bien; ese día hubo Navidad.
Doña Alicia murió primero, después Silvio hijo se enfermó hasta la muerte terminando sus días en el apartamento del centro bajo los cuidados de su padre. El Dr. Silvio Luna Prado falleció el jueves 2 de noviembre de 2010, casi a los 86. De Goyi no pudimos averiguar nada.
La casa del barrio santa Fe se encuentra hoy muy deteriorada y las veces que tocamos a la puerta, durante esta investigación, nadie abrió. En cuanto a la casona del consultorio, que bien podría ocupar un lugar en Macondo, en la actualidad está totalmente desocupada; fue adquirida por una corporación Universitaria y me temo que no vayan a conservarla y ni siquiera a remodelarla.
Por todo lo anterior, y lo que queda por investigar, considero al Dr, Silvio Luna Prado, El Médico de Macondo, quien puso un punto muy alto en los logros de su vida y siempre tuvo pacientes fieles; de lo que nunca se sobrepuso fue de la tristeza por la muerte de su único hijo.
Ingresó el Dr. Luna a la Academia Nacional de Medicina, como Miembro Correspondiente, durante el período presidencial del Académico Pedro José Almanza (1963 – 1965). Para tal efecto presentó una conferencia denominada “Estudios funcionales del pulmón”. Cuando hacia 2006 lo llamaron de la Academia Nacional de Medicina invitándolo a participar de nuevos proyectos, contestó macondianamente: “Ya no sirvo para nada, ni para salir de noche”.
Jairo Hernán Ortega Ortega, MD.
NOTA: Además de a las personas que colaboraron con esta crónica, deseo agradecer a la Academia Nacional de Medicina, en las personas del Dr Herman Esguerra Villamizar, actual presidente; a Martha D. Mendoza Fernàndez, asistente de presidencia, y a Jenny Milena Machetá Rico, bibliotecóloga.