Promediando el siglo diecinueve, todavía se usaba el castigo de azotes para corregir la conducta de los estudiantes. Con la amenidad de siempre, José María Cordovez Moure (1835-1918) nos cuenta que las "faltas mayores contra la moral o las buenas costumbres" se pagaban con penas de tres a doce azotes. Que el único remedio era aplicarse "el consabido cabo de vela de sebo, envuelto en cebolla colorada", frotándoselo "en las partes que iban a quedar expuestas a los golpes del enemigo"*.