El tomismo en el Rosario (I): la protesta de un catedrático
29/04/2016 10:11:08 a. m.
Parte I, la protesta elegante y clásica: un catedrático rosarista se cuestiona sobre el alcance del juramento que tuvo que prestar para ejercer su cátedra.
La Biblioteca Antigua del Colegio Mayor del Rosario conserva una edición (Venecia. Domenico Niccolini da Sabio. 1593 a 1596) que encierra varias obras filosóficas y teológicas de santo Tomás de Aquino. Entre las primeras, destacan sus comentarios a Aristóteles. El tomo II corresponde a un comentario del Santo a los libros de la Física: incluye la exposición sobre los ocho libros de ella, sobre los cuatro libros sobre el Cielo y el Mundo, y los comentarios a los libros sobre la generación y la corrupción (número topográfico antiguo E 28 n.º 163).
Portada del libro de Domenico Niccolini da Sabio (1593-6), comentando a santo Tomás de Aquino.
La presencia de una obra como esta no es ninguna novedad en una biblioteca colonial latinoamericana. Y menos aún puede extrañar en un Colegio Mayor, que nace expresamente para subsanar la carencia que se experimenta, en la Nueva Granada, “de personas que lean Doctrina de Santo Tomás” y con el propósito de que “los seglares se pudiesen hacer varones insignes en la doctrina de Santo Tomás, leyéndola, y así deseamos dejar en este reyno dilatada la doctrina de Santo Tomás, y muchos varones seculares consumados en ella”, como relatan los documentos fundacionales. Es su objetivo, y una parte de su misión, diríamos hoy, que el Colegio se convierta en semillero “de la Doctrina de Santo Tomás, y sus colegiales imágenes formadas a la semejanza del Santo Doctor Angélico” (Constituciones, folio 12. Título IV).
Fray Cristóbal bebe, en su formación, de las fuentes de la primera neoescolástica tomística, que tuvo su centro en el Convento de San Esteban de Salamanca.
El aprecio y estima de Cristóbal de Torres por la doctrina de santo Tomás deriva no solo del legítimo aprecio por su compañero de hábito; ni de la presión que, en su condición de arzobispo, lo urge a aplicar las directrices del Concilio de Trento, en pro de una doctrina sana y segura que, según las insistentes enseñanzas pontificias, solo se encontraba en las enseñanzas del Doctor Angélico. También pesaba sobre él lo que era voz común en el mundo católico occidental; y no digamos en España. Fray Cristóbal bebe, en su formación, de las fuentes de la primera neoescolástica tomística, que tuvo su centro en el Convento de San Esteban de Salamanca (con los también dominicos Vitoria, Cano, Soto, Medina). Y está en contacto con el ala más radical de esta escuela (Báñez). Aprende las Artes y la Teología en las lecciones de los primeros y forma parte de ese fogoso y radical espíritu de las escuelas teológicas. Él mismo cuenta que fue formado en las enseñanzas de fray Domingo de Soto: “así estudiamos nosotros, oyendo en voz el Curso del sapientísimo Padre Maestro Fray Domingo de Soto” (Constituciones, folio 13 V. Título V). Y por ello se afana en obtener libros para que, en Santafé, sus alumnos puedan conocer las obras y enseñanzas del P. fray Juan de Santo Tomás, dominico portugués y catedrático en Alcalá. O los comentarios a Santo Tomás, del P. fray Domingo Báñez. Sobra decir que también reclama, para los futuros estudiantes de teología, volúmenes con las “Partes” de santo Tomás (la Summa Theologica).
Detalle del libro de santo Tomás, con Comentarios a Aristóteles.
En consecuencia, no puede extrañar que la destreza en la filosofía escolástico-tomista fuera para fray Cristóbal un prerrequisito para avanzar en los estudios de Artes. Y que estos se convirtieran en una condición necesaria para iniciar los estudios teológicos (Constituciones, folio 13 V. Título V). Tampoco puede sorprender, en este contexto, y al referirse a los catedráticos, que ordene taxativamente que deben jurar ajustarse a la doctrina del Santo Doctor Dominico: “De primera instancia constituimos que todas las personas de cualquier manera pertenecientes a este Colegio, juren de ajustarse con la doctrina de Santo Tomás, excepto en lo que pertenece a la materia de la Concepción inefable de nuestra Señora…”. (Constituciones, folio 13. Título V. Constitución I: De los catedráticos).
Detalle de la portada que representa a santo Tomás de Aquino.
Que la orientación tomista del Colegio Mayor se captó perfectamente en Santafé por los contemporáneos del arzobispo, lo demuestran detalles que pueden pasar inadvertidos a una mirada superficial. Por ejemplo, las ocasiones en que, en los documentos oficiales de la Fundación, se llama a este Colegio “Mayor de Santo Tomás de Aquino” (Documentos Notariales sobre Fundación, folio 13 R) y “Mayor de Señor Santo Tomás de Aquino” (Ibid., folios 13 V y 14 R). Según el mejor conocedor de la nomenclatura de las calles santafereñas durante la Colonia, la actual carrera 6.ª, entre calles 13 y 14 se llamaba indistintamente Calle de Santo Tomás o Calle del Colegio del Rosario (Moisés de la Rosa, 1938, p. 88). Y la primera capilla colegial también se conoció al principio como Capilla de Santo Tomás. ¿Por qué alguien marcó uno de los libros de la Biblioteca Antigua (GONET, Juan Bautista O. P. Manuale Thomistarum seu totius theologiae brevis cursus…) escribiendo: “Pertenece al Colegio Mayor del Rosario de Santo Tomás”?
El autor del cuestionamiento conoce perfectamente el contenido del libro que tiene que estudiar o que debe explicar. Y tiene una valoración propia acerca de él; por ella, no puede aceptarlo.
Al concluir el libro segundo sobre el Cielo y el Mundo (folio 60 R) un lector culto e instruido, muy probablemente un catedrático, plantea un cuestionamiento serio y un interrogante, que expresa en latín: “Utrum haec commmentaria arcte comprehendantur sub juram[en]to a Sociis hujus Ros. Virg. Coll. praestito, determinari tuto nequit. Nulli v[ero] hodie Phylosofi sunt addicti jurare in v[er]ba magistri, quod n[equ]e solum et experientiae exedant (sic). Adeoque singulorum scripta physica cum tempore labuntur et senescunt. Anno Dni. 1779” [No puede determinarse con seguridad si estos comentarios deben quedar incluidos, estrictamente, bajo el juramento que han hecho los miembros (socii) de este Colegio de la Virgen del Rosario. Pues hoy a ningún filósofo puede hacérsele jurar la doctrina (verba) de un Maestro; no solo por los progresos de la ciencia, sino también porque ciertos escritos sobre la Naturaleza (singulorum scripta physica) se desgastan con el tiempo y pierden vigencia (labuntur et senescunt). En el año del Señor de 1779”].
El cuestionamiento de un supuesto catedrático, sobre la doctrina tomística, en el año 1779.
El autor del cuestionamiento conoce perfectamente el contenido del libro que tiene que estudiar o que debe explicar. Y tiene una valoración propia acerca de él; por ella, no puede aceptarlo. Lo que determina en él un auténtico conflicto de conciencia, que se debate entre lo prometido y lo inadmisible. Un argumento tomado de las polémicas moralistas de la época, (entre lo “probable”, lo “más probable”, lo “seguro” y lo “más seguro”), parece tranquilizarlo…
Al respecto, llama la atención la cita que hace de una de las Cartas de Horacio (Epístola 1. A Mecenas, versos 14-5), en donde afirma el poeta latino: “Ac ne forte roges quo me duce, quo Lare tuter; nullius addictus iurare in verba magistri, quo me cumque rapit tempestas, deferor hospes”. Cuya traducción literal sería: “Y si acaso me preguntas quién es mi guía y bajo qué deidad me acojo, [te diré que] no estoy atado a jurar sobre las palabras [doctrinas] de ningún maestro. Y me declaro huésped de cualquier lugar al que me arrastre el temporal”.
Sus matices podrán apreciarse en las traducciones siguientes:
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“You ask, perhaps, what Sect, what Chef I own; / I am of all Sects, but blindly sworn to none; / For as the Tempest drives I shape my Way” (Philip Francis).
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“Que si tu me demandais par hasard sous quel chef de secte et dans quelle école, je me défendrai: résolu a ne jurer sur les paroles d’aucun maitre, te dirais-je, j’aborde, indifferent étranger, partout ou la courante m’entreine” (Montfalcon).
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“Y porque no preguntes quién o cómo / Mis pasos guía o mis progresos cela / Diré que sin seguir ninguna escuela, / Donde el viento me empuja tierra tomo” (Burgos).
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“E perchè forse a chieddermi non abbi / Qual duce, quale assil mi rassecuri; / Errante peregrine, d’alcun maestro/ sopra i detti a giurar ligio non mai, / Sbalzar mi lascio, ove mi spinga il vento”. (Gargallo).
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O, según la hermosa traducción que hiciera don Miguel Antonio Caro (Sátiras y Epístolas de Horacio): “Si a cuál maestro adhiero o qué doctrina / haya adoptado averiguar deseas, / a ninguno he jurado vasallaje: / yo soy la ola que a doquier me lleva”.
En todas ellas se descubre que este texto es un canto a la libertad de pensamiento y a la independencia intelectual que no pueden estar sometidas a juramentos de fidelidad. El autor del cuestionamiento, hijo de otra época y de otro tiempo, no puede concebir que la Física de Aristóteles, aunque esté explicada por el mismo santo Tomás de Aquino, sea parámetro válido para explicar “el Cielo y el Mundo”, en pleno siglo XVIII. Han llegado a los claustros y a las cátedras santafereños nuevos conceptos; se sabe de otras ciencias y de otras filosofías de la Naturaleza. ¿Cómo pretender que no se hayan hundido y hayan perdido toda vigencia las tesis físicas de Aristóteles, así se le considere “el Filósofo”?
¿Cómo no cuestionar e impugnar sus elucubraciones sobre una Física de muchos siglos atrás, por genial que fuera quien la propuso en su tiempo? Nuestro protagonista lo hace. Pero con un verso de Horacio.
Aquí es la misma base la que falla. No hay proporción entre la realidad del objeto y la supuesta explicación. Era la misma crítica que, posteriormente, hablaría de la escolástica como una repetición, cada vez más distante de la realidad, cada vez más pobre y menos creativa. “En la segunda vertiente del siglo XVII y a lo largo del XVIII, el cuadro general que ofrece la Escolástica es el de una vida excesivamente estática y lánguida, en una repetición didáctica, muchas veces rutinaria, de Cursos y Comentarios. El signo de decadencia va más sobre la inmovilidad de esa enseñanza de signo demasiado suficiente y segura de sí, su impermeabilidad para lo de fuera y los tonos negativos de su diálogo polémico con lo nuevo” (Hirschberger. Historia de la Filosofía, II, 1970, pág. 450).
¿Por qué no se advirtió, con todas sus consecuencias, ese resquicio que el mismo fray Cristóbal abre cuando, como se citó antes, pide que en teología se siga en todo a santo Tomás, menos en lo que se refiere al tema de la Concepción Inmaculada? Porque en esa materia, la doctrina del Santo Doctor se apartaba de las creencias y afectos del arzobispo... ¿Es que estaba inmune de fallar en otros campos? ¿Cómo no cuestionar e impugnar sus elucubraciones sobre una Física de muchos siglos atrás, por genial que fuera quien la propuso en su tiempo? Nuestro protagonista lo hace. Pero con un verso de Horacio.
Por Jaime Restrepo Z.
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