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Schahrazada y la creación del tiempo

Sergio Ortiz Sotelo

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El tiempo es uno de los temas permanentes de la filosofía, quizás por su renovado misterio y por la fundamental importancia que representa para la existencia consciente del ser humano.

Uno de los intentos más interesantes de responder la pregunta sobre cuál es la naturaleza del tiempo es, aún hoy, la investigación de Aristóteles, de hace 2.400 años. Desde el capítulo 10 hasta el 14 del Libro IV de la Física, Aristóteles reflexiona con cuidado sobre este asunto. Entre algunas otras cosas, descubre que existe una irrecusable relación entre el tiempo y el movimiento. Dice el filósofo griego que conocemos el tiempo “cuando, al determinar el antes y después, determinamos el movimiento; y, cuando tenemos la percepción del antes y después en el movimiento, decimos entonces que el tiempo ha transcurrido” (Aristóteles, Física, IV, 219a23-25). Esto significa que si no hubiera movimiento, no habría tiempo, porque es el movimiento el que, con el cambio que implica, genera el antes y el después que permiten descubrir el transcurso del tiempo: “el tiempo es justamente esto: número del movimiento según el antes y después” (Aristóteles, Física, IV, 219b1-2).

El tiempo existe porque podemos comparar un antes con un después, es decir, existe porque hay un cambio perceptible, y a este cambio lo llamamos movimiento. El tiempo es así una suerte de producto del movimiento y del cambio implicado en este. Por supuesto, el tiempo como lo vivimos en la existencia está compuesto por incontables antes y después, así como de incontables ahoras, y lo que está cambiando no es solo un objeto aislado sino todo el ambiente, que contiene innumerables objetos y partes de estos que interactúan entre sí. En la experiencia cotidiana, en la que el tiempo nunca se detiene, hay infinitos antes e infinitos después, que mantienen al tiempo en permanente existencia, si bien a veces puede ser que su velocidad se altere debido a la variación de la velocidad de los cambios.

Esta relación entre el tiempo y el movimiento es lo que relativiza la noción del tiempo. Si hay muchos y rápidos movimientos, como los que se experimentan en la vida frenética de las ciudades, el tiempo parece que pasa más rápido, porque hay más antes y más después, es decir, más ahoras, que se renuevan con cada nueva experiencia. Si hay pocos cambios, como lo que se experimenta en la Antártida o en el Sahara, donde no hay una variación muy grande de experiencias, el tiempo parece pasar con mayor lentitud: en la primera, tonos incambiables de blanco y un cielo blanquecino; en el segundo la arena movida solo por intermitentes soplos de viento, y el sol implacable en el cielo.

Quizás esta complejidad del cambio de todas las cosas y sus intercambios con todas las demás cosas, proceso que no nos es posible asir en su totalidad ni mediante nuestros sentidos, ni con el intelecto, que siempre delimita un área específica para investigar, es lo que hace que el tiempo siga siendo un gran misterio. Esto es así porque, si es verdad que “medimos un movimiento por el tiempo y el tiempo por un movimiento” (Aristóteles, Física, IV, 220b23), medir el tiempo como un todo, como algo completamente comprensible, implicaría conocer la totalidad del movimiento y de todas las cosas que se mueven. Quizás es también esto lo que explica que Agustín de Hipona se haya sentido imposibilitado para explicar el tiempo de manera verbal, pero que sintiera que tenía una noción de este desde la experiencia directamente vivida en su consciencia: no es posible explicarlo ni medirlo porque el movimiento es inabarcable, pero como nuestra consciencia hace parte de ese movimiento incesante, tiene una noción directa de que existe en el tiempo y por el tiempo, es decir, tiene una noción íntima de que comparte algo con el movimiento y con el tiempo.

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Algunos siglos después, en algún lugar del oriente, una aplicación práctica de la comprensión teórica de Aristóteles fue forzada. Cuando el rey Schahriar decidió tomar una mujer virgen diferente cada noche para “arrebatarle” su virginidad y después matarla, movido por la traición de su esposa, quizás no se dio cuenta de que estaba congelando el tiempo: matar a todas las mujeres vírgenes significa eliminar la fertilidad y la posibilidad de creación de nuevas vidas humanas y, específicamente para él, la posibilidad de una descendencia que mantuviera su linaje real y el movimiento de este proceso de descendencia.

Schahrazada, la hija del visir de Schahriar, asume la tarea de devolver el tiempo al reino, es decir, devolverles a las mujeres la posibilidad de generar vida y con esta, movimiento; también necesita crear tiempo para ella misma, para seguir viviendo e impedir que Schahriar desquite también con ella la rabia de la traición sufrida. La manera en que lo logra es, en mi opinión, ejemplar, y muestra que no solo la violencia y la audacia de la acción son fuentes de movimiento y cambio, es decir, del tiempo, sino que la palabra, la imaginación y la seducción no solo producen también el tiempo, sino que además producen un tiempo más rico, más variado en el movimiento, más placentero y con un desenvolvimiento mucho más potente en su capacidad de mantenerse en permanente cambio y a largo plazo.

El rey Schahriar llevaba ya tres años matando a las vírgenes del reino y ya en el reino no había otras mujeres vírgenes aparte de las hijas de su propio visir. La mayor, Schahrazada, “había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados” (Anónimo, 1898, Tomo I). El visir le explicó la situación e inmediatamente, como movida por una certeza incontestable, respondió: “por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemine y podré salvarlas de entre las manos del rey” (Anónimo, 1898, Tomo I). El visir le obedeció después de algunas objeciones y la llevó con Schahriar.

Antes de estar con él esa primera noche, que podía ser su última noche, determinó la estrategia que usaría para crear el tiempo, que es, como si dijéramos, la planificación que hace la divinidad para crear el universo. Acordó que su hermana menor iría cuando ella estuviera con Schahriar y haría a Schahrazada una petición que guardaba el secreto de la creación: “¡hermana, por Alah sobre ti! cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche” (Anónimo, 1898, Tomo I). Schahriar accedió y empezó así el descongelamiento de la vida en ese lugar del oriente. Dijo así Schahrazada: “narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes” (Anónimo, 1898, Tomo I).

De esta manera, mediante la magia de su palabra, su imaginación y su memoria, Schahrazada empieza a narrar acontecimientos para que se generen más y más experiencias, más ahoras, sucediéndose uno tras otro (y algunas veces uno dentro de otro, porque en muchos de los cuentos algún personaje empieza con la narración de otro cuento, casi siempre con la misma motivación de Schahrazada, es decir, crearse más tiempo antes de que lo maten por algún crimen cometido). De esta manera se crea el infinito de la vida consciente, que no es lineal sino multidimensional, y que está hecho de historias que se cruzan y nacen una de la otra.
Schahrazada parece saber, como Aristóteles, que sin antes y después, es decir, sin cambio; sin la posibilidad de comparar estos momentos, es decir, sin memoria, y sin la palabra que la recrea; el tiempo desaparece en la obscuridad de lo que es anterior al tiempo y a la vida. Por eso al final de un largo cuento de reyes y guerras entre reinos cristianos y musulmanes, refiriéndose a la muerte del rey Daul’makán, héroe musulmán que sobrevivió a la guerra para morir de viejo en su reino, Schahrazada afirma que como toda criatura sometida a la mano que la creó, volvió a ser lo que había sido en el más allá insondable, y fue como si nunca hubiese sido. ¡Porque el tiempo lo ciega todo y nada recuerda! ¡Y aquel que quiera saber el destino de su nombre en lo futuro, aprenda a mirar el destino de quienes lo precedieron en el morir! (Anónimo, 1898, Tomo I). 

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Schahrazada sabe que la existencia se da en el tiempo, porque solo hay tiempo si hay cambio y movimiento, y que en la quietud absoluta donde no hay cambio, nada es. También reconoce que, sin el recuerdo y la memoria, el tiempo es solo una ciega magnitud, y que se necesita la memoria para comparar los diferentes antes y después y de esa forma generar la noción de que el tiempo transcurre.

Schahrazada crea así, cada noche, una infinita cantidad de experiencias y reproduce el acto de creación del tiempo. A este conjunto de infinitas experiencias se le conoció en algún momento como Las mil y una noches. Este título refleja con claridad esa intención que he querido descubrir en el acto heroico de Schahrazada de crear el tiempo mediante la generación de infinitas experiencias. Borges afirma en este sentido que para nosotros la palabra “mil” es casi sinónima de “infinito”. Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las innumerables noches. Decir “mil y una noches” es agregar una al infinito [...] La idea de infinito es consustancial con Las mil y una noches [...] Si hubieran puesto novecientas noventa y nueve noches, sentiríamos que falta una noche; en cambio, así, sentimos que nos dan algo infinito. Los árabes dicen que nadie puede leer Las mil y una noches hasta el fin. No por razones de tedio: se siente que el libro es infinito [...] Con cuentos que están dentro de cuentos se produce un efecto curioso, casi infinito, con una suerte de vértigo (Borges, 2002).

Schahrazada transforma la eternidad inmóvil del “más allá insondable”, que es Schahriar, detenido en el resentimiento, en el infinito del tiempo, las infinitas experiencias que se suceden interminablemente, generando la multiplicidad del universo, que manifiesta toda la grandeza de la vida y también toda su miseria. No hay en las historias de Schahrazada nada que falte, es la creación del universo que podríamos captar simultáneamente si tuviéramos la visión del Aleph del cuento de Borges, pero que tenemos que captar sucesivamente mediante la lectura, por no tener acceso a ese punto singular que se contiene a sí mismo.
Schahrazada rescató a las vírgenes de su reino y le devolvió a este la vida, y creó también el tiempo, es decir, una infinidad de movimientos que generan los antes y los después, y con ellos los ahoras en que vivimos. Nos regaló una asombrosa variedad y una cadena infinita de experiencias, más ricas muchas veces que las que nos brinda la muchas veces tediosa realidad cotidiana. Así lo dice también Borges en su conferencia:
Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos. Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos, pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente (Borges, 2002).

¿Pudiera ser que dentro de los múltiples libros que Schahrazada había leído se encontrara algún opúsculo de Aristóteles, o de algún discípulo suyo, sobre el tiempo, y que por eso Schahrazada tenía total consciencia filosófica sobre la manera de crear tiempo frente a la circunstancia que vivía el reino? Schahrazada sabe que debe crear innumerables, tal vez infinitas, experiencias, para que más antes y más después generen la sensación de más tiempo, y sabe que esta suma de experiencias debe ser tan rica como sea posible. Por eso crea una multiplicidad de experiencias en las que se encuentran todas las posibilidades, todos los personajes, hombres, mujeres, animales, genios, generaciones, linajes, reinos; el amor y el desamor, la valentía, la mezquindad; el enigma que es para la humanidad su propia existencia.

 

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Por lo demás, el estado de detención del tiempo que está implicado en la decisión de Schahriar es igual a la determinación que toma Cronos, el titán, padre de los dioses del Olimpo: devorar a sus hijos por el miedo a ser derrocado por ellos (Graves, 1985). Así impide el desarrollo de la vida y de la fecundidad y en consecuencia de los seres humanos. Visto así, el desafío de Schahrazada frente a Schahriar y el de Zeus frente a su padre Cronos, es el mismo; ambos deben encontrar una manera de devolver el movimiento al mundo y descongelar el tiempo para que exista la vida y la experiencia que viene con esta. Zeus y Schahrazada se enfrentan así al desafío de crear el tiempo.

Sin embargo, cada uno cumple con esta tarea de formas completamente distintas. Zeus derriba a Crono “mediante el rayo” (Graves, 1985); Schahrazada seduce a Schahriar con su palabra. Zeus usa la violencia; Schahrazada la seducción. Zeus quiebra el hielo de la inexistencia de un golpe, mientas que Schahrazada lo derrite haciendo uso de aquello que quiere producir: el movimiento.

Puede ser que en este estado de quietud que está experimentando el mundo actualmente sea un buen momento de recurrir a la mejor manera que tenemos para generar el movimiento infinito del tiempo. Como no es posible atacar a un microorganismo con violencia para devolvernos el sucederse del tiempo y volver a la vida cotidiana, acudamos a la narración, la lectura, el desenvolvimiento de experiencias infinitas, en fin, los libros y los mil y un antes y después que estos contienen.

Referencias

  • Anónimo (1898). El libro de las mil noches y una noche (trad. de J. C Mardrus, versión española de V. Blasco Ibáñez). Valencia: Prometeo.
  • Aristóteles (1995). Física. Madrid: Editorial Gredos S. A.
  • Borges (1997). El Aleph. Madrid: Alianza.
  • Borges, J. L. (2002). Siete noches. Madrid: Alianza.
  • Graves, R. (1985). Los mitos griegos. Madrid: Alianza Editorial.